Capítulo 34
XVII. Voy a ir a buscarlo (1ª parte)
POV. MINHO
Minho había llegado al lago Yang con la intención de disfrutar el día de picnic con sus alumnos y los padres que habían podido acompañarles. En ningún momento pensó que tendría que ir en busca de un niño perdido, preocupado por lo que pudiese pasarle y mucho menos que daría con una agradable familia. No pudo evitar invitarles con los demás, tenía la extraña necesidad de mantener a Jisung a su lado y aprender algo más sobre él. Además, pensó que los niños podrían disfrutar de la compañía de algunos más. Aunque eran mayores que sus alumnos, aún podrían jugar juntos y disfrutar del agradable día de sol. « ¿Por qué tanto interés? » se preguntó, al notar que se sentía más interesado en el desconocido que en cualquier otra persona que había pasado por su vida. Normalmente solía buscar conquistas de una noche cuando necesitaba la compañía de alguien más y si no, se encargaba el mismo de cualquier necesidad que tuviese. Estaba demasiado ocupado con las clases, sus compañeros de piso y la búsqueda de su hermano ¿Cómo podía estar pensando en estar con alguien en medio de un viaje escolar? Era simplemente imposible.
— Señor Jisung, señor Jisung —Dijo Calvin, tirando de la manga de la chaqueta del hombre y sacándole de sus propios pensamientos—. ¿Usted también es un lobo como el profe?
— Un lobo feroz —Gruñó, soltando el carro durante un instante para hacerle cosquillas y provocando la risa de los niños y la suya propia.
Todo cambió cuando se dio cuenta de lo que había dicho su pequeño y rebelde alumno. Paró en seco, quedándose rezagado del grupo y observó con atención a cada una de las personas que había encontrado. El más mayor, empujaba cuidadosamente de la silla de una chica de mirada adorable, que no dejaba de sonreír, mientras que su tío llevaba al bebé en el carro. Nada de lo que veía en el exterior indicaba que fuesen lobos y, además, debería haberlo olido, ¿No?¿No se suponía que los de su especie eran capaces de identificarse entre sí por su aroma especial? Sin embargo, aún podía oír las palabras de Calvin en su mente. Los niños, por muy humanos que fuesen, nunca se equivocaban al detectarles ¿Podría haber sido un error esta vez? Cerró los ojos, olfateando a su alrededor y sintiendo que el mundo se derrumbaba a sus pies al darse cuenta de que solo era capaz de captar aquellos olores que eran tan fuertes que hasta un humano podía identificar. Su olfato se había ido por completo, no podía oler nada. Se llevó una mano al pecho, sintiendo que comenzaba a faltarle el aire. Tuvo que dejarse caer en el suelo al notar el temblor de sus piernas y llevarse las manos a la boca, tratando de calmar su respiración.
— ¿Profe lobo? —Preguntó Calvin, acercándose a él con una mirada tan preocupada en su inocente rostro que le partió el corazón—. ¿Estás malito, profe?
— E-estoy bien —Consiguió decir, aceptando el abrazo del pequeño—. Solo necesito un abrazo muy muy muy fuerte y todo estará bien
Sintió como los brazos del niño se cerraban alrededor de su cuello con más fuerza, dándole el calor que necesitaba para recuperar un poco de la calma que le caracterizaba. Se refugio en esa calidez durante unos segundos antes de levantar la vista y enfrentar a Jisung que le observaba preocupado. Algo en su interior le decía que no debía causar ningún daño a ese hombre, que él debía ser fuerte por los dos y llevar el peso sobre los hombros de cualquier problema que hubiese. No entendía por qué se sentía a su alrededor y eso le desconcertaba. Tenía la impresión de que sabía la respuesta, pero cada vez que estaba a punto de encontrarla, se esfumaba. Era como si necesitase algo más, algo que no podía hallar pero que le daría la solución a cualquier pregunta que tuviese. Dios, si tan solo pudiese tener un poco más de lobo en él para descubrirlo...
— ¿Estás bien?
— Sí, no te preocupes.
Se incorporó, mostrando una de sus más amplias sonrisas y convenciéndose de que mañana sería un nuevo día, que volvería a recuperar su olfato y seguiría a la espera de que un mal día llegase de nuevo. Todo iría bien, solo necesitaba un poco de descanso y todo estaría bien. El hecho de que sus huesos no doliesen y su vista continuase bien, era un buen indicio. Achacó su ataque repentino a descubrir que ni si quiera podía detectar cuando había otros lobos a su alrededor y no al miedo de que su lobo muriese antes de lo previsto. A pesar de que sabía el resultado final, aún se aferraba a la esperanza de que algo cambiaría y lo salvaría.
— Será mejor que sigamos, no queda mucho para llegar con los demás y... —Se calló de golpe al sentir una gota de agua caer sobre él.
Poco a poco y sin previo aviso, la lluvia comenzó con fuerza. Minho levantó a Calvin en brazos, dispuesto a correr, pero se detuvo para mirar a Jisung quien parecía completa y absolutamente abatido. Quiso decirle algo para animarle, cualquier cosa, pero la voz de otro de los profesores pidiéndole que volviese porque se marchaban, lo impidió. Con un ligero movimiento de cabeza y un torpe "ha sido un placer", corrió hacia el improvisado picnic sin mirar atrás, sintiendo que estaba dejando una parte de sí mismo con el desconocido.
La lluvia había comenzado a caer con más fuerza, consiguiendo que el dolor de sus huesos se intensificara hasta el punto de dejarlo sin aliento. En algún momento durante el viaje, había tenido que ponerse sus gafas, maldiciendo a su destino y sintiéndose tan miserable que fue incapaz de sonreír por primera vez en mucho tiempo. Se había situado al final del autobús, fingiendo dormir y alejándose de las canciones de viaje que tanto le gustaba disfrutar con sus alumnos. No solo se sentía completamente inútil por no poder estar al cien por cien en ese mismo momento, sino que se sentía mal porque su día en el lago había acabado demasiado rápido. Sus chicos merecían la diversión. « Maldito Octubre, maldito clima y maldita debilidad » bufó en su mente, cruzando con más fuerza los brazos en su pecho. Normalmente no le importaba, al menos trataba de buscar el lado positivo a todo lo que ocurría, pero después de haber conocido a Jisung, sentía que algo estaba mal. ¿Por qué quería dar media vuelta y volver con él?¿Por qué tenía la necesidad de asegurarse de que había vuelto a su hogar?¿Por qué no podía dejar de recrear en su mente la mirada preocupada que le había dirigido?
— UN LOBO, UN LOBO —Gritaron los niños, sobresaltándole y haciendo que presta atención, al pequeño animal de pelaje caoba que corría por el bosque, tan cerca de la carretera como le era posible, como si tratase de perseguir al autobús.
Apenado, sintiendo una extraña sensación de pérdida, se incorporó para apoyar las manos en el cristal. El triste aullido que resonó en la tarde cuando llegaron al límite del lago Yang, consiguió que en su rostro apareciese el brillo de las lágrimas. « Vuelve a casa, vuelve al calor de tu hogar » susurró, como si aquel animal pudiese oírle. ¿Se estaba volviendo loco? Ni siquiera estaba seguro de si se trataba de alguien de su especie o un simple animal perdido. « Estúpido instinto que aún sigue ahí, a pesar de todo. Maldita sea el destino y todos » gruñó, cruzándose de brazos una vez más y dejándose caer de nuevo en el asiento. Tenía que parar de pensar así antes de destruir todo lo que había conseguido, debía pensar en todo lo bueno que tenía y levantarse para jugar con sus queridos alumnos en vez de insultarse a si mismo por ser tan débil.
— Profe lobo, profe lobo, canta con nosotros —Gritó Calvin, un par de asientos por delante—. Por fa, por fa —Acabaron coreando con él los demás niños.
— Está bien, venga, a la de tres todos conmigo —Les dijo, consiguiendo que la sonrisa volviese a su rostro y los malos pensamientos retrocediesen a un apartado rincón de su mente, tan oculto como los recuerdos del día en el que todo cambió y él se convirtió en un solitario y moribundo lobo—. Había una vez, un barquito chiquitito, que no sabía, que no sabía, que no sabía navegar...
El resto del viaje pasó con rapidez, entre canciones, chistes, cuentos y risas. Por unos minutos, se permitió el lujo de ser feliz, sin saber, que había dejado atrás a una de las personas más importantes de su vida, sin saber que había abandonado a su compañero antes incluso de saber que lo era.
Dos días después, Minho había tenido que regresar pronto de sus clases. El dolor en sus huesos se había intensificado tanto, que apenas podía levantarse de la cama. No supo como había sido capaz de ir y volver del colegio sin caer. Cada movimiento que realizaba era un esfuerzo sobrehumano, cada respiración era una acción extrema y cada roce de las sábanas contra su piel era como si hubiese sido enterrado bajo ladrillos. Su vista, cansada, a penas aguantaba con las gafas y su oído había quedado tan reducido que tenía que prestar atención para saber lo que estaba ocurriendo con sus animales. Sauron necesitaba que alguien lo pasease, pero él era incapaz de hacer cualquier acción. Ni si quiera era capaz de levantarse para poder darles de comer sin sentir que miles de agujas se clavaban en su cuerpo, como si alguien estuviese retorciendo cada uno de sus huesos.
Cuando tocaron a la puerta, lo dejó pasar. Cuando volvieron a hacerlo, también lo ignoró. Sin embargo, cuando ocurrió una tercera vez, no tuvo más remedio que hacer un esfuerzo. Sus vecinos tocaban más de una vez si se trataba de algo importante y por muy mal que se encontrase, no podía dejarlos en la estacada. Quizás, incluso pudiesen ayudarle a cambio con su querido Sauron, llevándole a pasear en su lugar.
— YA VOY —Gritó, aunque a penas tenía voz para ser escuchado.
Se ató la bata como pudo, sintiendo su casa más fría que de costumbre y caminó con lentitud hacia la puerta. Cuando la abrió y se encontró con el hombre del lago, no supo que decir. A pesar del dolor, de la perdida de oído y de su vista reducida, fue capaz de captar el olor que desprendía por primera vez, consiguiendo la aterradora respuesta a la pregunta que tanto se había hecho desde que se vieron.
— Alfa, por fin te encontré.
Al escuchar las palabras que confirmaban lo que tanto temía, tuvo que agarrarse a la puerta. El destino no podía haber sido tan cruel, no podía haberle entregado el sueño de cualquier lobo sabiendo que él no tenía salvación, que estaba perdido y que no podía arrastrar a aquel hombre que olía a hierbabuena.
— Hey, muchacho ¿Te encuentras bien?
Al oír esa voz, tuvo que sostenerse con más fuerza, sintiendo que el mundo a sus pies podía ceder en cualquier momento. Había deseado escucharlo tantas veces, que creyó que era un sueño. Pero cuando alzó la vista y lo vio, detrás del omega que acababa de darle la noticia que más temía, aún más imponente que cuando habían sido niños, sabía que no se trataba de ningún error.
— Hermano...
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