Capítulo 23
XI. No importa lo que tarde, lo encontraré (2ª parte)
POV. MINHO
« It was a wicked and wild wind, blew down the doors to let me in... »*
Una mano salió bajo las sábanas y golpeó la mesa hasta dar con el móvil, apagando la alarma. Con un bostezo, desperezándose mientras se incorporaba, Minho se preparó para un nuevo día en su inquebrantable y tranquila vida. Separó las cortinas y abrió las ventanas para dejar entrar la brisa matutina, regó las plantas que colgaban en el alféizar. Terminó de vestirse mientras preparaba el desayuno, tarareando Viva la vida de Coldplay, su despertador. El tazón de cereales era igual que siempre, como si nada hubiese cambiado o repitiese el mismo día una y otra vez. Una vez que terminó de prepararse, se colgó la mochila y tomó las hojas que colgaba cada mañana, tachó un día más en el calendario. No importaba el tiempo que pasase o lo monótona que podía llegar a ser su vida, no perdía la esperanzas y trataba de que su sonrisa siempre estuviese ahí, mostrando su positivismo ante cualquier situación.
— Sauron**, ¡Vamos! —Llamó a su fiel amigo, un gran perro sin raza identificable y que había perdido la oreja después de que unos críos tratasen de apedrearle. Por suerte, él pasaba por allí y pudo detenerles antes de que hiciesen un mayor daño. Fue amor a primera vista, lo llevó al veterinario y lo ayudó durante el tiempo que estuvo herido hasta que se ganó su confianza, ahora eran inseparables—. Tenemos una hora para hacer nuestro recorrido y volver ¿Estás listo? —El fuerte ladrido y el movimiento feliz de su cola fueron toda la respuesta que necesitó—. Legolas**, te quedas vigilando la casa, pórtate bien —Se despidió del pequeño felino que había adoptado tras descubrir que lo querían sacrificar en la perrera porque nadie quería un siamés con heterocromía***. El gato maulló desde algún rincón de la casa, anunciando que le había oído.
Mientras salía del edificio, no se preocupó por el frío que comenzaba a hacer o el hecho de que había dejado la chaqueta en casa. Iba saludando a sus vecinos con su sonrisa, tan brillante como el mismísimo sol. La señora Park agradeció la sopa que le había preparado mientras estaba mala, el señor Choi le recordó la feria benéfica que iban a organizar los de la protectora de animales, la señora Hong y su hijo le hablaron de lo bonitas que había dejado sus flores este año y el portero le de deseó una buena mañana. Ninguno era incapaz de enfadarse con él, era el vecino más adorado por todos y el simple hecho de pensar que algún día podría mudarse les resultaba difícil. Estaba allí para ayudar a cargar las bolsas cuando lo necesitaban, para colaborar en cualquier obra benéfica y se ofrecía a llevar a los niños a la guardería cuando sus padres no podían hacerlo. Después de todo, los pocos que vivían allí, iban a la misma en la que él trabajaba.
— Vamos, Sauron, tenemos mucho camino que recorrer.
Fue colgando los carteles de « Se busca » en cada farola, en cada semáforo, en cada tabla de anuncio... No se daba por vencido, llevaba años intentándolo y sabía que algún día tendría respuestas. A veces le atosigaban los pensamientos negativos y tenía pesadillas en las que descubría que nunca lo encontraría porque estaba muerto. Sin embargo, se convencía de que no era cierto, de que si permanecía en el mismo pueblo en el que sus caminos se separaron aparecería en cualquier momento, de que si lo deseaba con mucha fuerza alguien respondería a sus anuncios, de que el destino no podía ser tan cruel como para mantenerlos alejados el uno del otro. Observó la vieja foto que había elegido y el mensaje que había puesto de nuevo, sintiéndose satisfecho: « Busco a mi hermano, mi grande y fuerte lobo, actualmente tiene 29 años y su nombre es Bangchan. Si alguien cree que lo ha visto, por favor, que llame a este número y si eres tú quien encuentra esto, por favor, vuelve conmigo ».
— Señor Lee ¿Cómo se encuentra esta mañana? —Le saludó el dueño del quiosco de la esquina que había dejado su puesto para fumar—. ¿Aún sigue con eso? Han sido muchos años ya, no creo que nadie llame. Deberías dejarlo, solo te hará daño.
— Muy bien, señor Park y sí, aún sigo con eso. No importa lo que tarde, lo encontraré. Está vivo, lo sé y eso es más que suficiente para seguir intentándolo. Nos vemos más tarde, tengo que seguir mi camino antes de las clases.
Sabía que la gente creía que estaba loco, que no era más que un pobre iluso que seguía buscando a un fantasma; pero él era así y un día demostraría que su esperanza era suficiente para encontrarlo. Los humanos no entendían la conexiones que tenían los de su especie, ni si quiera podían imaginar lo que era sentir el lazo que los unía a alguien más. Por eso se daban por vencidos, por eso dejaban de buscar. Su lobo estaba muriendo, agonizando en su interior y debilitándose con cada año que pasaba. Había días que no lo sentía, días en los que los olores desaparecían, su vista empeoraba hasta el punto de necesitar gafas y los sonidos se debilitaban tanto como los de un humano cualquiera, días en los el dolor de sus huesos era insoportable, días en los que pensaba que ya había acabado todo y días en los que recordaba como era ser un lobo con nostalgia, casi como una despedida. Llevaba mucho tiempo sin poder cambiar, sin sentir la tierra bajo sus patas o poder aullar a la luna. Pero el simple hecho de sentir que su hermano continuaba con vida, le daba la fuerza que necesitaba para seguir adelante con su tranquila rutina colgando carteles, trabajando en la guardería y cuidando a sus queridas mascotas. « Estoy vivo y eso es suficiente, lo encontraré y saldré adelante sin mi lobo » se repetía constantemente como un mantra y eso le bastaba para poder sonreír, para vivir como el humano en el que terminaría convirtiéndose. Porque aunque tuviese esperanza, sabía algo con seguridad: su alma de lobo había acabado tan dañada que moriría más pronto que tarde y nadie podría ayudarle.
— Sauron, algún día dejaremos de ser nosotros tres. Te gustará. Hyung es un gran alfa —Susurró mientras acariciaba la zona detrás de su oreja y le sonreía. No importaba el tiempo que había pasado, su hermano debía haberse convertido en un buen hombre como en las visiones que tenía de pequeño y que se marcharon en cuanto su lobo comenzó a morir.
Los gritos y las risas de los niños podían escucharse nada más cruzar la verja que daba a la guardería. Los niños más grandes jugaban en el patio mientras esperaban la hora de entrar a las clases y los más pequeños descansaban en brazos de sus padres. Las sonrisas inocentes eran contagiosas y conseguían darle paz a su débil corazón, demostrándole que no importaba lo que pasase, todo iría bien mientras siguiesen existiendo los niños.
— Buenos días, profe Min —Dijo una pequeña niña mientras se abrazaba a su pierna y reía tranquila.
Su saludo causó el caos, avisando a los niños de que su profesor favorito había llagado. Tuvo una buena dosis de besos y abrazos, de risas infantiles mientras jugaba a perseguirlos, de caramelos regalados y « buenos días » entusiasmados. Avisó a su grupo para que fuera entrando, habló con los padres sobre cualquier preocupación que pudiesen tener sobre sus hijos y fue recogiendo los justificantes para pasar el día en el lago Yang, una de las excursiones más esperadas de principio de curso. Padres, alumnos y profesores se marchaban para disfrutar de un día de campo. Se montaban en barco, veían las cuevas, paseaban por el bosque, hacían juegos, compartían comida y si conseguían tener uno de los pocos días de sol que quedaban en Octubre, se remojaban en el lago. Era la forma perfecta para celebrar que las clases comenzaban, que los adultos volvían al trabajo y que sería el último año para los más mayores que se marcharían al colegio, también fomentaban las relaciones entre todos, haciendo que los más nuevos se conociesen y los padres interactuaran entre ellos sin las prisas del día a día. Este año, sin embargo, el más ilusionados de todos era Minho. Todos sus instintos le gritaban que Octubre sería un mes crucial para él, que ese viaje significaría un antes y después. Las cartas le habían dicho que un viaje haría que se produjese el encuentro con la persona más esperada y algo en él deseaba que fuese su hermano, lo ansiaba con tanta fuerza que era lo único en lo que podía pensar al levantarse desde que anunciaron que se marchaban al lago Yang.
Mientras se tomaba un descanso y sus alumnos dibujaban a su persona favorita, pensó en cuanto había cambiado desde el accidente. Su lobo se debilitaba, a penas le quedaba algo de vida, y los dolores aumentaban, coincidiendo los peores días con las épocas más frías del año. Las habilidades que lo marcaban como una criatura única, marcada por el destino como uno de los pocos videntes que quedaban, se había esfumado y ahora solo le quedaban las cartas que cada vez se volvían menos claras, nublando las predicciones hasta que no eran más que galimatías indescifrables.
— Profe Min, profe Min —Le llamó la atención una de sus alumnas, tan pequeña que parecía tener una edad diferente a la de toda la clase—. Ya he acabado.
— Muy bien, Lucy ¿A quién has dibujado? —Preguntó con una sonrisa, agachándose para quedar a su altura y coger el folio que tenía entre sus manos para verlo.
— A ti —Se rió y ocultó su rostro entre las manos—. Ese eres tú pero como un lobo muy grande y esponjoso
Su mirada se dulcificó aún más mientras miraba el dibujo y pasaba un dedo por él. La niña se abrazó a él y le dio un beso en la mejilla antes de volver a su asiento corriendo para hablar con uno de sus amigos sobre como debería dibujarse bien el sol. Se levantó feliz, dejando el regalo en su mesa y sorprendiéndose una vez más de lo perspicaces que eran los niños ante lo especial en el mundo, captando su esencia de lobo aunque la adornasen con purpurinas y colores llamativos. Una vez, incluso le dibujaron con un sombrero de copa y un monóculo porque decían que así estaba más guapo. Su nevera se había quedado sin espacio para los regalos que le hacían y acabó usando las paredes para colgarlos, pero nunca los rechazaría. Eran sus alumnos, mostraba lo que hacían con orgullo y los cuidaba como si fuesen sus propios hijos. Sus alumnos más pequeños solían llamarle el "profe lobito" y había pasado a ser cariñosamente conocido así por todos sus compañeros de trabajo. Los padres, divertidos con los motes de sus hijos, reunieron dinero entre todos y le regalaron una bata de colores con una gran lobo en la espalda y "Profe lobito" bordado en el bolsillo delantero en el que solía guardar gomas, lápices, rotuladores...
El día pasó sin percances. Dio sus clases, ayudó a sus alumnos en lo que necesitaron y cuidó a los que se quedaban por la tarde porque sus padres trabajan. Cuando acabó, se despidió de sus compañeros, le colocó el abrigo a Jeongmin, le arregló el pequeño gorro a Seolhyun y se marchó con ellos a casa, de vuelta al pequeño edificio en el que llevaba años viviendo. Entregó a los niños a sus casas, paseó a Sauron, compró el atún para Legolas y volvió a casa para cenar cualquier cosa que encontrase en el frigorífico, preparar los bizcochos para el día siguiente y sentarse en el sofá para disfrutar de una buena película antes de dormir. Su rutina era sencilla, pero nunca se cansaría de ella. Prefería la tranquilidad, lejos de las pesadillas que tanto lo atormentaron y de las miradas sobre su hombro por si el peligro lo acechaba.
Se quedó dormido pensando en su hermano, pero no era un sueño cualquiera, era un recuerdo que regresaba más vivido que nunca: « Eres especial, Minho, no dejes que ese hombre te haga creer lo contrario. Las visiones no te convierten en un monstruo, recuérdalo siempre, te vuelve un ser único, uno de los pocos que quedan desde esa vieja leyenda que suele contarnos los ancianos. Pase lo que pase, estaré a tu lado, eres mi chico especial ».
* Esta canción (Vive la vida de Coldplay) es:
** Sauron y Legolas son personajes de "El señor de los anillos".
*** Heterocromía es una anomalía por la que un ojo es de diferente color que el otro.
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