Capítulo 20

X. Te echo de menos (1ª parte)


POV. FELIX

Desde hace cuatro años, la vida de Felix ha sido la misma: repetitiva y vacía. Cada día se levanta de la cama con un suspiro al recordar que no ha sido un sueño, que realmente está solo y que nunca más sentirá la calidez que él le aportaba. A la ducha va por inercia, sus pasos se vuelven automáticos mientras su mente lucha por no pensar en lo agradable que era entrar con él en la ducha, dejar que le cuidase con amabilidad y le desease un buen día. La ropa lleva años colocada por días, para no tener que preocuparse por decidir que ponerse. Ya no le importa nada, le da igual como se vea su pelo o si la camisa combina con sus pantalones. ¿De que sirve un envoltorio bonito si el interior está vacío? Se marcha a trabajar antes de que los demás se den cuenta y trata de alargar su horario en el hospital para no tener que volver a una cama vacía, a una casa que, aunque acogedora, no es la suya. Cada día practica sus sonrisas, su fingida felicidad y ese aire divertido de diva que a todo el mundo le gusta; pero a veces olvida como era ser él y se encuentra atrapado en la actuación. ¿Era así cuando él estaba a su lado o había perdido su identidad con el tiempo?

Aquella mañana, como las demás, se miró en el espejo por rutina y suspiró. Las dos noches al cuidado de Bangchan le habían pasado facturas, las ojeras estaban más pronunciadas y su cuerpo se sentía débil. Se arregló con esmero, como cada aniversario. Llevaba su traje favorito, el que siempre le pedía que se pusiese y que solía acabar quitándole en cualquier momento, dejándose llevar por la lujuria. Había conseguido arreglar su pelo y dejarlo como solía llevarlo hace cuatro años, no quería cambiar su corte ni su color. Se aferraba al rubio que tanto le gustaba a él, sentía que si se teñía, otra parte más de él se marcharía y aún no era capaz de dejarlo atrás. Mientras salía de la gran mansión y se subía al taxi que le esperaba, aferrándose al manillar con tanta fuerza que el o había abandonado sus nudillos, se preguntó como cada día por qué no moría, por qué no podía estar con él en el más allá. Era un hecho y no un rumor, que ningún lobo conseguía vivir cuando su otra mitad se marchaba, pero él parecía ser la excepción que confirmaba la regla. Cuatro años habían pasado, cuatro años de visita a su tumba, de soledad, de dolores insoportables y pesadillas, y el seguía vivo, suspirando por un final que nunca llegaba. Apoyó la cabeza en la puerta, sin ser capaz de soltar el manillar, asustado por los movimientos del coche, y recordó el día que conoció a Jeongin.

Había pasado un mes desde que él se había ido, un mes desde que se había perdido en el bosque y se había escondido en una cueva, esperando pacientemente a que llegase su final o a sucumbir a su lado salvaje, olvidando que alguna vez fue humano. Un hombre entró en su refugio y se sentó, lo suficientemente apartado como para demostrar que no era una amenaza. Podría haberle mordido, gruñido o amenazarlo, pero no tenía fuerzas para nada más que olfatearle. La lavanda picaba en su nariz, le envolví como un manto cálido y consiguió encontrar un poco de tranquilidad en su sufrimiento.

— Mi hermano era un gran hombre, consiguió que me sintiese orgulloso de él —Comentó con la voz quebrada por la pena—. ¿Sabes? No eres el único al que le duele su muerte. Lo adoraba y lo sigo haciendo aunque no se atreviese a buscarme hasta el último momento —Su mano se extendió un paco, lista para acariciarle, pero la retiró en el último momento, dudando—. Solo he luchado por protegerlo, pero no pude evitar este desastre. Estaba tan enfadado conmigo que ni si quiera me dijo que había encontrado a su pareja hasta el final.

El pequeño lobo moteado consiguió el valor para arrastrarse hasta el hombre que se había atrevido a buscarle. Acarició su pierna con el hocico, sintiendo bajo su olor a lavanda, que estaba diciendo la verdad: era el hermano de Jae. Permitió que le acariciaran y permanecieron así durante lo que pareció una eternidad. Se sentía confortado, era como volver a estar en casa, con su madre, siendo consolado y protegido. « Nada te pasará si sigues con él » le dijo su instinto « huele a casa, huele a seguridad ». Podría haberse marchado con él esa misma noche, pero prefirió ignorar la voz que le instaba a marcharse y volvió a refugiarse en la cueva. Durante tres días, el hombre volvía a visitarle solo para contarle cualquier cosa, le hacía compañía y le daba seguridad. Al cuarto día le dijo su nombre: Jeongin; y le habló del lago en el que vivía, de como él y un buen amigo habían iniciado una misión compleja: salvar a los omegas y darles un refugio. Sin embargo, fue el quinto día el más decisivo, el día en el que abandonó la cueva y se marchó con él.

— Es hora de avanzar, Lixie, es hora de seguir adelante. Mi hermano quiso que te protegiese y no te voy a dejar morir —Le susurró Jeongin mientras acariciaba la zona tras sus orejas—. Levántate y ven conmigo —Le ordenó el omega—. Déjame darte un hogar.

La gran verja de hierro seguía tan imponente como siempre, cubierta por la maleza y aumentando la atmósfera lúgubre que rodeaba aquel lugar. Avanzó, sosteniendo el ramo de lirios con delicadeza. « Tendremos una gran casa y habrá lirios en cada rincón, todo el mundo sabrá que es nuestro hogar y tú podrás llenar la biblioteca de libros sobre medicina ». Eran sus favoritos y como cada año, Jeongin los preparaba especialmente para él, para que los dejase sobre el frío mármol y le diese el toque de color que tanto adoraba. Ninguno de los dos soportaba la solemnidad del cementerio, por lo que trataban de mantenerlo lo más colorido que podían. Salvo el día del aniversario, era el mayor quien acudía cada semana para cambiar las flores, permitiéndole a Felix el descanso que necesitaba para no caer en las emociones que amenazaban con destruirle. Observó con tristeza como se llevaba a cabo un entierro en la zona más alejada, recordando el día en el que tuvo que estar ahí, de pie frente a un ataúd que le daba escalofríos, que le rompía el corazón. « Si algún día muero, me gustaría acabar en la zona más alta del cementerio. Sé que no quieres que hablemos de esto, pero es mi deseo. La colina, ese es el sitio en el que quiero descansar ». Sintiéndose más abatido que nunca, retiró la vista y se dirigió hacia la colina, parándose frente a la lápida bien cuidada, apretando las manos al rededor de los tallos de las flores. Las piernas le temblaban y las lágrimas descendían silenciosas por sus mejillas mientras acariciaba las palabras talladas en el mármol: "Aquí yace Jaehyun, amado y querido". Lo sentía tan impersonal, tan dolorosamente frío... Pero ¿Qué podía poner cuando el simple hecho de pensar en que no estaba a su lado se sentía como si se asfixiara?

— Ha pasado otro año, Jae —Murmuró con la voz cargada de tristeza, entrecortada por culpa de las lágrimas incontrolables. «Te quiero mucho, Felix, eres todo lo que necesito para ser feliz »—. Estoy cansado de fingir que estoy bien, ¿Por qué no puedo irme contigo?¿Por qué no puedo acabar con todo? —Se dejó caer de rodillas, depositando las flores en su lugar y dejando que las emociones que ocultaba lo abrumasen, derrumbándose, sin importarle que la tierra manchase su traje. « Prométeme que si alguna vez falto, intentarás ser fuerte y avanzar. Sé feliz, vive por mi »—. Te echo tanto de menos, duele tanto...

Recordó su risa, el melodioso sonido de su voz y el desastre que solía hacer con las canciones que le cantaba, esperando a que Felix le acompañase y acabasen con toda la discografía de Beyoncé. « Es la artista más grande que conocerá este mundo y tú cantarás con ella algún día ». Recordó las noches en vela mientras estudiaban, la forma en la que sus cuerpos se rozaban para sentirse cómodos y las miradas furtivas que se dedicaban cuando creían que el otro estaba distraído. « Eres muy inteligente, serás el mejor médico y yo estaré orgulloso de ser tu otra mitad ». Recordó las escapadas para ver las estrellas, las caricias bajo las mantas y los besos robados que sabían a gloria, a lirios, a pan recién hecho. « Hueles tan bien, hueles a domingo, a pastelería, a tardes de café. Me encanta ». Recordó los viajes, las carreras a la luz de la luna y cada uno de los días en los que vivieron juntos, compartiendo, sintiéndose, conociéndose. « Agradezco cada segundo que paso contigo, eres un regalo, eres mi chico de oro y mi corazón es todo tuyo ». Se sostuvo el pecho mientras el dolor se volvía insoportable, sin importarle que la lluvia hubiese empezado a caer sobre él, que la tierra se humedecía con el paso del tiempo.

— ¿Por qué tuviste que irte?¿Por qué no estás conmigo? —Preguntó, aunque sabía que no habría respuesta. Ya no sabía dónde terminaban sus lágrimas y comenzaba la lluvia. « Adoro la lluvia, sentirla sobre la piel y bailar bajo ella ».

No se dio cuenta de que no estaba solo hasta que dejó de sentir la lluvia sobre él. Los olores que le rodeaban habían sido sustituidos por el fuerte aroma de los lirios recién cortados, pero no se trataban de las flores que descansaban en el mármol, era algo mucho más intenso. Levantó la vista aturdido, encontrándose con la mirada abatida de un joven apuesto que parecía fuera de lugar en aquel lugar y que mantenía un paraguas sobre él, manteniéndolo a salvo del frío. Permanecieron en silencio mientras el mundo se detenía y el tiempo parecía dejar de avanzar, ninguno de los dos encontraba palabras suficientes para empezar una conversación. Se agachó, colocándose a su lado y usando la mano libre para limpiarle las mejillas con un pañuelo, el tacto fue tan delicado que se lamentó cuando acabó. La sonrisa tímida que le dedicó, consiguió que su pecho se llenase de calidez.

— Te encontré —Susurró el joven, tan dulce que un sonrojo adornó sus mejillas—. Por fin te encontré.

« Mio » aulló su lobo, moviendo el rabo con felicidad y trayéndole a la realidad de golpe. El olor a lírios, la reacción de su lobo y las palabras susurradas adquirieron significado. « No, no, no, no, no » repitió en su mente, sintiendo como la presión en su pecho crecía de nuevo « No puede ser, es imposible ». Cuando el joven trató de alcanzarle para tranquilizarlo, apartó su mano con un golpe y sin mirar atrás, sin preocuparse por la impresión que podía causar, corrió colina abajo hasta perderse en el bosque. No supo cuanto tiempo llevaba escapando de la crueldad del destino, pero no paró hasta que las piernas no fueron capaces de mantenerle y se derrumbó sobre el suelo. Golpeó la tierra con frustración, deseando estar muerto, deseando que la maldita luna no hubiese jugado con él de esa forma. ¿Cómo era posible?¿Cómo podía ser el único lobo que sobrevivía a su pareja?¿Cómo podía ser el único hombre que encontraba a otra mitad de su alma? Era imposible, él solo tenía a Jae. Esto no era más que un horrible sueño, una pesadilla de la que escaparía en cuanto abriese los ojos. Quizás esto era lo que necesitaba para perderse por completo, para dejar salir su lobo y no volver a ser un hombre.

— Está bien, cariño, está bien —Susurró la voz de Jisung en su oído y por primera vez desde que había caído sobre la tierra, reconoció donde estaba y sintió los brazos que le rodeaban, levantándole un poco para apoyarle contra su pecho—. Estoy aquí, estoy contigo, déjalo ir, yo te sostengo.

Se refugió en su olor, en la hierba buena, en la frescura que desprendía. Ocultó su cara contra el hueco entre el cuello y el hombro, dejando que las lágrimas se descontrolaran y permitiendo que uno de los omegas que trataban de darle un hogar, que lo cuidaban como si fuera su cachorro, lo arropase con su cariño. Sintió vagamente como lo levantaban del suelo, oyó con dificultad la preocupación del resto, perdido en su dolor, en la sensación de asfixia, en el temblor de su cuerpo.

— Sabéis que tenéis que hacer, yo me encargo. Dejádmelo a mi —Les ordenó a los demás, usando su posición como segundo al mando para abrirse paso hacia la habitación que había ocupado durante eso cuatro años, tan vacía como la primera vez que llegó aquí—. Shh, mi pequeño, mi dulce cachorro, todo irá bien, no estás solo —Susurró contra su pelo antes de dejarlo con cuidado sobre la cama antes de quitarle la ropa y arroparlo con tanto amor que Felix se sintió protegido—. Descansa, estoy contigo.

Besó su frente y se metió con él en la cama, abrazándolo contra su pecho, cantándole la canción que siempre le hacía dormir: « Poco sabe del amor y lo que sabe lo aprendió de los cuentos. Esperando a su príncipe azul con una muñeca comparte los sueños, Y soñará que un día volará a su palacio de cristal ». Se quedó dormido, arrullado por el latido de su corazón y la dulce voz de Jisung, tan suave que podría competir con los ángeles. Esa tarde soñó con Jae, pero no fue triste, también apareció el hombre que olía a lirios, pero nunca llegó a recordarlo, las imágenes se perdieron en cuanto despertó.

NOTA DE LA AUTORA: 1. Las cursivas sin "«»", son los recuerdos largos y los que están entre "«»", son cosas que Jae solía decirle a Felix. 2. El caos es un intento de mostrar lo que siente Felix, esa tristeza y desorientación que lo acompaña desde que perdió a su primer alfa. 3. (Esto más que aclarar, es para ubicaros) Teniendo en cuenta que Changbin tiene 28, que es la única referencia de edad clara que doy y que estoy manteniendo la correlación de edades reales, Felix tiene 26, dos años menos y Jae murió cuando el omega tenía 22, cuatro años antes. A partir de esto, podéis deducir cuantos tienen los demás.

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