Capítulo 2

I. Hora de volver a casa, Changbin (2ª parte)


POV. NIKI

Una última serie de cinco y seria libre. Un último esfuerzo y podría huir a la seguridad que le proporcionaban los vestuarios, tomaría su mochila y volvería a su casa a la carrera. Solo necesitaba que su organismo se mantuviese tranquilo durante treinta minutos. Levantó las pesas ocultando el temblor de sus brazos que iban perdiendo fuerza por momentos. Si se marchaba ahora, corría el riesgo de que le viesen débil por no terminar y que los comentarios llegasen a oídos de su padre. Un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar en las represalias. Su cuerpo aún se resentía por culpa del último castigo y no sería capaz de soportar uno nuevo. Hizo un nuevo levantamiento que le resultó aún más difícil que el anterior. Aunque si lo pensaba, era mejor enfrentarse a él por ser débil que acudir cuando todo el mundo descubriese que en realidad no era quien aparentaba ser. No solo tendría problemas con su progenitor, si no que le obligarían a acudir ante el líder de la manada para someterse a un juicio por ocultar su naturaleza en tiempos de necesidad. Desde que los ataques se habían multiplicado, los niños eran poco frecuentes allí y apenas había omegas suficientes para mantener la descendencia. Moría, la manada comenzaba a desaparecer poco a poco y cualquiera que evitase ser reconocido, debía ser castigado. Otro levantamiento más hizo que su mandíbula se apretase con el esfuerzo y los músculos de su cuerpo se tensaran más de lo que debían. Lo utilizarían como a cualquier otro y le obligarían a emparejarse con el primero que quisiese, despojándole de cualquier tipo de oportunidad que hubiese tenido hasta ahora. Sus padres negarían su existencia, no había que ser un lince para saberlo y saldrían ilesos de una situación que ellos mismo habían provocado. Se centró en mantener las pesas bien arriba y luego las dejo caer a su soporte de nuevo. Solo le quedaba una más y si su organismo le daba tregua, podría huir hasta su casa para evitar la desgracia. Sin embargo, la suerte no estaba de su parte. Podía olerse. Los supresores habían dejado de hacerle efecto y estaba expuesto ante los demás. Debía salir de allí cuanto antes.

- Oye, Niki, ¿Te vie...? -El alfa comenzó a olfatear el aire y clavó sus imponentes pupilas azules en él-. Niki, joder...

El chico retrocedió un par de pasos, mirando hacia todas partes y calculando cuanto tardaría en llegar a la puerta sin que nadie más se diese cuenta. Antes de que pudiese dar dos pasos, su amigo lo tenía acorralado contra el soporte de las pesas, colocando cada mano a un lado de su cuerpo. Su temperatura corporal estaba subiendo y sentía que los temblores por todo su cuerpo, una muy mala señal que empeoraba la situación que estaba viviendo. Se había quedado sin supresores el día que empezaba con el celo, en medio de un gimnasio lleno de alfas mucho más fuertes que él. Acababa de tirar por la borda todo lo que había conseguido para mantenerse a salvo y ser el orgullo de sus padres. Tragó saliva en cuanto sintió su nariz contra el cuello, aspirando su aroma.

- Hueles demasiado bien -Se estremeció al sentir el cuerpo del alfa contra el suyo, maldiciendo su naturaleza y su necesidad-. Déjame ali...

Antes de que terminase de pronunciar lo que temía, le golpeó en la entrepierna con todas sus fuerzas y salió de allí ante la atenta mirada de los demás. Podía sentir su deseo y el terror apareció. ¿Qué pasaría si no llegaba a tiempo a casa? Cualquiera podría tomarlo a la fuerza y el no sería capaz de negarse porque necesitaba con desesperación aliviarse. No recogió sus cosas, era demasiado arriesgado y se escabulló por las calles menos abarrotadas, buscando con desesperación su casa. Para cuando el primer golpe de calor le hizo caer de rodillas, ya había llegado a su puerta. Sin mediar palabra con los sirvientes, jóvenes betas educados para atender todas sus necesidades, se encerró en su habitación. Rezando para que su padre no llegase a casa antes de conseguir más supresores. ¿Por qué no podía haber nacido como un alfa?¿Por qué tenía que ser un simple omega sin voz ni voto? A esas alturas ya tendría que haber llegado la noticia al líder y no tardarían en mandar a cualquier imbécil para que se apareara con él. Mierda, no podía permitir que eso ocurriese. Abrió todos los cajones buscando con desesperación alguna pastilla olvidada que aliviase el dolor, pero estaban tan limpios como cuando había buscado esta mañana.

- Señorito ¿Se encuentra usted bien?¿Necesita que llame a sus padres?

Apoyó la espalda contra la pared y se sentó en el suelo, incapaz de llegar hasta su cama. Todo su cuerpo temblaba y el calor era insoportable, podía sentir la respiración agitada y el olor tan característico que inundaba la habitación con cada minuto que pasaba. Tantos años suprimiendo su naturaleza hacían que su celo fuese mucho peor cuando no se tomaba su dosis diaria. Se descontrolada y lo dejaba sin fuerzas hasta conseguir de nuevo las pastillas.

- L-llame a... l-la doctora, d-dígale que necesito...q-que me traiga...m-mis supresores -Habló con dificultad, incapaz de concentrarse en otra que no fuese su miembro endureciéndose y su entrada lubricándose-. E-es una emergencia.

Tras lo que a Niki le pareció una eternidad, llamaron a su puerta. Detuvo la mano que se movía con desesperación por su miembro y trató de incorporarse para poder abrir, pero con el movimiento lo único que consiguió fue que un gemido escapase de su habitación. Volvieron a tocar con más insistencia y supo que no se trataba de su salvación. El miedo se interpuso a las reacciones de su organismo y consiguió ponerse de pie. Fuese lo que fuese, tendría más oportunidades de combatirlo así que estando sentado. Un nuevo golpe, aún mayor, consiguió derribar la puerta. Su padre, furioso, lo esperaba al otro lado. El brillo rojizo de su mirada no presagiaba nada bueno.

- Maldito, bastardo -El primer golpe llegó directo a su entrepierna, haciéndole caer al suelo-. ¿Así es como nos pagas todo lo que hemos hecho por ti? -El siguiente fue en su estómago y el dolor fue tal que olvidó por completo los síntomas de su celo-. Te acogimos aunque no eras lo que queríamos y tu nos desprecias dejándonos en ridículo... -El tercero acabó en su cara, obligándole a tumbarse para soportarlo mejor. Pensó en lo poco que le importaba a sus padres, en los años que había tenido que soportar su maltrato y en como habían negado su verdadera existencia para convertirlo en lo que ellos habían querido-. Un estúpido y débil omega no puede ser nuestro hijo -Lo levantó por el cuello de la camiseta con brusquedad y lo llevó a rastras hasta el sótano, donde lo lanzó sin miramientos para que cayese contra el suelo-. Te quedarás aquí hasta que él diga que hacer contigo, tendrás suerte si simplemente mueres -Le lanzó una caja con sus pastillas y cerró la puerta con llave para que no pudiese escapar.

Tomó la dosis que necesitaba y se acurrucó contra el suelo. Odiaba ser un omega. Odiaba ser tan débil cuando se terminaban las pastillas. Odiaba a la manada que menospreciaba a todo los omegas y les obligaba a tener miedo. Odiaba haber nacido en aquella familia que deseaba un alfa. Odiaba a sus amigos por creer que eran iguales. Odiaba su vida por tener que ocultarse del mundo. Odiaba a su madre que fingía no ver lo que le hacían. Odiaba a su padre por cada golpe que le había dado. Lo odiaba con tanto ímpetu que supo sin la menor duda que si hubiese estado en sus plenas capacidades, se habría deshecho de él con facilidad, sin importar que su sangre corriese por sus venas.

La asamblea tuvo lugar en el bosque, una semana después cuando su celo terminó, y acudieron todos los miembros alfas de la manada con su forma lobuna. Una vez más, los omegas quedaban recluidos en sus casas sin poder participar en la toma de decisiones. Para los demás no eran más que la forma fácil de conseguir tener descendencia y un objeto para tener placer. Hacía años que la situación había cambiado para muchos, pero en las manadas más antiguas, aún perduraban las viejas costumbres. Allí no se hablaba de respeto, no existían las parejas destinadas y el amor no era más que una forma de debilidad. Los alfas tomaban lo que querían cuando querían y si no eras usado por ninguno, no eras más que escoria. Lo mismo ocurría con aquellos que no podían tener hijos o que habían sido rechazados por el alfa que los había marcado. Los que ocultaban su olor y mentían sobre su condición, como era su caso, se consideraban traidores que buscaban la deshonra del clan. Existían dos tipos de castigo: el emparejamiento -forzoso, más cercano a la esclavitud sexual que al cariño- y la expulsión de la manada -una muerte segura-. Para él, un omega que había estado comportándose como un alfa durante toda su vida, que tenía un carácter independiente y que no se dejaba menospreciar por nadie, no habría piedad. El hecho de que su padre fuera uno de los lobos más importantes, no le ayudaría. Solo empeoraba la situación. No hablaría en su defensa y buscaría la forma de perjudicarle. Era un peligro para la manada y nadie querría relacionarse con él, mucho menos aparearse.

- Nishimura Riki - Oyó que anunciaba el beta elegido como testigo para aquel juicio en su cabeza-. da un paso hacia delante y muéstrate ante tu líder.

Ocultando el miedo que sentía, caminó hasta el lugar que le correspondía en el centro del círculo. No mostró su cuello en señal de sumisión ni bajó la mirada de él como dictaba la ley. Si tenía que ser condenado, mantendría su dignidad intacta. Quizás fuese el último día en el que pudiese ser libre y no dejaría que destruyesen su orgullo. Fuese condenado a emparejarse o a la expulsión acabaría muriendo, su alma no soportaría ser tratado como un objeto cualquiera y si se iba, no duraría más de dos noches sin ser devorado por los osos o cazado por cualquier humano. Sin la fuerza que otorgaba una manada, estaba perdido; pero con ella, también lo estaba.

- Se te acusa de traición por ocultar tú naturaleza omega en tiempos de necesidad. Quiero oírlo con tus propias palabras -Habló el alfa con seriedad y desagrado-. ¿Qué eres, muchacho?

Observó a su padre, un imponente lobo negro sentado al lado de su líder, y sonrió con desprecio. Incluso en aquella situación, expuesto a los ojos de miles de criaturas, era incapaz de mirarle como lo que realmente era: su hijo. « ¿Estás feliz, papá? Hoy es el día en el que me perderás de vista. ¿Contento de haber despreciado a tu hijo? » pensó para si mismo antes de volver la cabeza hacia los ojos del alfa de la manada. No era el hijo perfecto que siempre habían deseado y a pesar de que se juraba a si mismo que les despreciaba, seguía esperando el reconocimiento de aquel ser cruel.

- Soy un omega.

- Sabiendo lo mucho que necesitamos repoblar nuestra manada has osado vivir como un alfa más, es despreciable -Murmuró uno de los miembros de la asamblea, seguido por los abucheos y palabras de desprecio de los demás.

Los abucheos y las palabras de desprecio de los demás se clavaron en lo más profundo de su corazón. Todos aquellos que le habían apoyado durante los años que llevaba vivo, los que habían sido sus amigos y los que le trataba como un igual, lo miraron con tal desagrado que quiso salir corriendo de allí. Estaba solo, completamente solo. ¿Qué esperaba?¿Comprensión y apoyo de quienes encerraban a sus parejas en casa y solo acudían a ellas cuando querían satisfacer su propia necesidad? La cruda realidad estaba ante sus ojos, no era más que un omega más, sin valor alguno, prescindible.

- No mereces estar con ninguno de mis lobos. Tus actos serán considerados una forma de desprecio hacia la manada. Estúpido omega sin modales, ¿Quién te crees que eres? -Las palabras del líder resonaron con furia y tuvo que reprimir el impuso de retroceder. Su valentía radicaba en la posibilidad de hacer frente a sus miedo-. Nishimura Rikii, estás expulsado. Tienes 24 horas para salir de mis dominios antes de ser cazado por mis hombres.

Un chillido escapó de su garganta al sentir unos dientes aferrándose a su cuello para arrancarla la marca que les unía. Trató de defenderse, pero lo único que logró fue que el dolor se intensificase. Otro lobo aprovechó para empujarle sobre la tierra y morder su pata para evitar que pudiese huir. No lloró, se prometió a si mismo que no les daría esa satisfacción. Uno a uno fueron golpeándole y mordiéndole hasta que se cansaron. Cuando lo dejaron solo, apoyó las patas delanteras para tratar de incorporarse, pero fue inútil. Malherido y exhausto, con el pelaje empapado en su propia sangre y respirando con dificultad, era incapaz de encontrar una forma de salir de allí. « No quiero morir todavía » era lo único en lo que podía pensar mientras entraba en un estado de semi-inconsciencia. Pudo sentir unas manos cálidas aferrándose a él para levantarlo, el agradable sonido del motor al ser arrancado y una dulce melodía cantada por alguien que era incapaz de identificar. Después, todo se volvió negro.

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