Capítulo 1
I. Hora de volver a casa, Changbin (1ª parte)
POV. Changbin
Observó al pequeño que descansaba sobre su sofá, durmiendo plácidamente, como si no hubiese sido el culpable de que su mundo se viniese abajo en un santiamén. Yoona había muerto por culpa del ataque de una manada enemiga, había caído salvaguardando la paz de los suyos y protegiendo a su cachorro como la guerrera que siempre había sido. Ahora que ella no estaba, era él quien debía ocuparse del muchacho hasta que llegase a la mayoría de edad. De la noche a la mañana se había convertido en el padre de un cachorro sin manual de instrucciones. Él, que no sabía cuidar de si mismo, que se alimentaba a base de comida para microondas y que se pasaba las noches tras la barra de un asqueroso pub de mala muerte ganando lo suficiente como para pagar el alquiler de aquel triste piso, debía hacerse cargo de otro ser vivo. No podía hacerlo y el simple hecho de estar considerando lo contrario, le demostraba que no estaba capacitado para ello.
Se llevó otro cigarrillo a los labios y dio una profunda calada para aliviar su nerviosismo. La mejor opción que tenía era llevarle con sus abuelos, de vuelta a su casa. Ellos sabrían cuidar al hijo de Yoona mejor que él. No había nacido para ser padre, ni si quiera tenía intención de buscar un compañero con el que asentar la cabeza. Había dejado atrás el mundo de los lobos, las cacerías y el apareamiento. Le gustaba vivir como un humano, temía volver a dejar salir al salvaje que llevaba dentro y dañar a los suyos como siempre había hecho. Definitivamente, debía tomar la decisión correcta por una vez en su vida y llevar al niño con alguien capaz de darle lo que necesitaba. Sería un trabajo fácil. Solo tendría que aguantarle hasta llegar al norte, al hogar de su antigua manada, y dejarle allí.
— Es hora de volver a casa, Changbin —Se dijo a si mismo mientras acariciaba la cabeza del pequeño cachorro que seguía temblando en un sueño inquieto. Cuanto antes cortase cualquier posible lazo con él, antes podría volver a su vida.
Gruñó al recibir los primeros rayos de sol sobre su rostro y se revolvió en la cama, buscando algo con lo que poder taparse para seguir durmiendo. Se incorporó de golpe, alarmado , cuando sintió un cuerpo a su lado. Tardó uno segundos en recordar todo lo que había pasado el día anterior y en procesar que aquel diminuto intruso que había osado tumbarse en su cama, no era nada más ni nada menos que su propio hijo. ¿Cómo había llegado hasta allí? Juraría que lo había dejado en el sofá, ¿Por qué demonios estaba en su cama? Pasó sus brazos por su menudo cuerpo dispuesto a llevarlo de nuevo a su sitio, pero el pequeño se lo impidió acurrucándose contra él.
— Mamá... —Murmuró entre sueños, abrazándose más a él y provocando que un bufido molesto se escapara de su garganta. Se acabó el dormir hasta tarde.
— Eh, cachorro, arriba —Trató de alejarlo como pudo, separando su cuerpo tanto como el colchón le permitía.
No hubo respuesta, solo consiguió que se volviese acercar más aún si era posible. Sus manos agarrando su camisa, buscando la protección que solo él podía darle. ¿Por qué tenía que pasarle esto a él? Solo quería un poco de tranquilidad, alguna excursión furtiva entre las piernas de una humana y un mundo lejos de los aullidos a la luna, el pelaje suave y las carreras nocturnas. Tocaron a la puerta con insistencia, una, dos, tres veces. Maldijo entre dientes su suerte, apartando al pequeño con brusquedad y saliendo disparado a enfrentarse al molesto visitante. Miró el reloj que colgaba de la pared y bufó de nuevo. Las nueve de la mañana no eran horas para acudir ante él y eso solo podía significar que se trataba de su mayor dolor de cabeza. Su lobo interior gruñó, pidiéndole permiso para acabar con la molesta presencia.
— Buenos días, inspector Bang ¿A qué debo su agradable visita?
El hombre ante él era tan atractivo que cortaba la respiración y cualquier persona que tuviese ojos en la cara, se daría cuenta. En otras circunstancias hubiera tratado de coquetear con él, era su forma favorita de hacerle perder la paciencia; pero tenía que vigilar que el niño no se despertase. No sabría explicar su presencia allí y bastantes problemas tenía con la policía como para que se le escapase el hecho de que se transformaban en seres con hocico que corrían sobre sus cuatro patas. Pensó en todo lo que había hecho por él. Cada vez que se metía en líos, era quien acudía a su puerta o lo llevaba a comisaría para tratar de solucionarlo todo con rapidez. También había sido quien le había dado dinero para que pagase los meses de retraso a su casera y quien había puesto la mano en el fuego por él cuando se metía en problemas. Desde que llegó a la ciudad, perdido y con ganas de escapar, siempre había estado atento. Si no hubiese sido por su ayuda, habría acabado dejando salir su lobo interior y atacando al primer humano que se hubiese cruzado en su camino. Lo había acogido en su casa y curó sus heridas a pesar de las quejas de su mujer que no quería un delincuente en casa. ¿Qué pensaría si supiese que sus constantes ataques de ira y las peleas se debían a su naturaleza?¿Qué diría si se enterase que en el fondo no era más que un pobre lobo que se creía humano?
— Déjate de tonterías, sabes por qué estoy aquí —Se cruzó de brazos lanzándole una mirada cargada de enfado mal contenido. De no haber sido un amante de la ley, a Changbin no le cabía a menor duda de que lo habría estrangulado allí mismo—. ¿No te bastó con el tipo al que le partiste la nariz la otra noche que tuviste que atacar a otro anoche?
— No sé de que me hablas, Bang —Soltó molesto. No tenía por qué ser el culpable de todos los heridos, vivían en una ciudad lo suficientemente grande como para que hubiese más de un tipo con ganas de golpear a los demás—. Para tu información, ni si quiera fui a trabajar —Maldición, ni si quiera había avisado al jefe de que no iría. Tendría problemas para pedir los días libres que necesitaba para llevarse al cachorro lo más lejos posible de su mala vida—. Ahora, lárgate a molestar a otro. Tengo que ocuparme de asuntos más importantes.
— Deja el teatro, un testigo te ha vis...
El inspector calló de golpe al encontrarse con la mirada soñolienta de un pequeño niño que al descubrir que no estaban solos, se escondió tras las piernas de Changbin que no supo como reaccionar. Miró al hombre de pie en el umbral de la puerta y luego al cachorro que se aferraba con fuerza al pantalón de su pijama. ¿Qué se hacía en estos casos?¿Le daba una palmadita en la espalda y lo lanzaba contra el visitante para que viese que no le iba a hacer nada?¿Lo escondía en la habitación como si no estuviese y le ordenaba que se quedase allí? Se pasó la mano por el pelo, pensativo. Por suerte, el hombre fue más rápido y antes de que pudiese hablar, se colocó de cuclillas para estar a su altura y le dedicó una sonrisa amable. Ahí aparecía el verdadero temperamento del policía, ese que le llevó a acogerle en su casa sin pedir nada a cambio y a prestarle más atención que a cualquier bravucón de la ciudad. Era un bonachón adicto a las causas perdidas y que se derretía ante la presencia de cualquier niño. Él y su esposa llevaban mucho tiempo tratando de tener uno, pero lo único que conseguían era que su relación se deteriorase y un abismo se creara entre ellos, frustrándose el uno con el otro. Aún recordaba la cantidad de copas que le había servido la noche da la última discusión, abatido y dejando llevar por el alcohol para olvidarlo todo.
— C-Changbin, ¿Quién es? —Se escondió más aún, tratando de huir del alcance de su mirada. No podía culparle. Había permanecido durante mucho tiempo en un pueblo donde únicamente había gente de su especie. Ahora que no tenía necesidad de protegerse a si mismo porque había llegado a su meta, podía dejarse llevar.
— Inspector Bang —La voz de Changbin sonó más molesta de lo que pretendió, pero el olor del miedo que llegaba hasta él conseguía sacar a la luz su instinto, uno que pensó que nunca llegaría a tener. Maldita naturaleza. ¿Cómo iba a proteger a un crío asustadizo e incapaz de formar una frase sin tartamudear más de dos palabras seguidas? Él necesita que le dieran afecto y Changbin era incapaz de tenerle cariño a nada o nadie que no fuese él mismo—. Te presento a mi cach... hijo, el motivo por el que ayer no fui a trabajar —Entrecerró los ojos al sentir el agrado que producía la palabra en sus labios y se recordó que pronto dejaría de estar con él. Todo volvería a la normalidad.
— Hola pequeño —El policía suavizó su tono de voz—. Seguro que este inútil se ha olvidado hasta de darte el desayuno ¿Verdad?
El estomago del pequeño rugió como respuesta y sus manos se removieron incómodas sobre su pierna. Se pasó la mano por el pelo, suspirando con fuerza. Debía tener algo decente en el frigorífico. ¿Los niños beberían café? Descartó la idea al recordar que alguien le había dicho que la cafeína no era buena para ellos. ¿Unas tostadas? Se le había roto el tostador y aún no lo había arreglado así que tampoco era una opción. Maldita la hora en la que no aprendió a cocinar.
— ¿Quieres tortitas, pequeño? Soy un experto —Comentó el inspector como si se tratase de un ángel caído del cielo. Su salvación había llegado.
Al ver la expresión de gratitud en el rostro de Changbin, rió, asustando de nuevo al cachorro que se aferró aún más a él. Una vez más, no le cabía menor duda, se convertiría en un omega. Era el padre de un pequeño omega, una razón más por la que debía dejarlo en casa de los padres de Yoona. No sabía nada de sus cuidados ni como debía comportarse con ellos. Su abuela podría aconsejarle mejor que él, no le cabía la menor duda. Por un instante, se imaginó dentro de unos años, dándole la charla a su hijo sobre los cuidados que tenía que tener y amenazando a cualquier incompetente que quisiese acercarse a él cuando llegase su celo. Entrecerró los ojos al darse cuenta del giro de sus pensamientos y se obligó a imaginar lo que podría ocurrir si se descuidaba, la de riesgos que correría con alguien como él.
— No tengas miedo, es un amigo, no te hará nada —Omitió la parte en la que le indicaba que era un humano pacífico y se deshizo de su agarre con más brusquedad de la que hubiese deseado. Por suerte, no volvió a llorar de nuevo—. Ya verás como las tortitas del inspector están para relamerse los labios —Miró al hombre que seguía esperando frente a su puerta—. ¿De verdad no te importa ayudarme con esto? No me gustaría ser un problema para ti, Bang.
— Ya lo eres —Bromeó, mucho más relajado al saber que él no había estado metido en la pelea de esa noche—. Tengo un par de horas antes de ir a patrullar, así que no pasa nada —Revolvió el pelo del niño que le sonreía más tranquilo, confiando en las palabras de su padre—. Además, no me fío de tus habilidades culinarias para darle de comer ¿Y si le intoxicas, Seo?
— Muy gracioso, Bang —Puso los ojos en blanco, ganándose un golpe en la coronilla—. Eso es abuso policial, quiero poner una queja.
— ¿Cómo te llamas, pequeño? —Dijo ignorando las quejas del chico, demasiado acostumbrado a ellas como para saber que se cansaría en cuanto viese que no le hacía caso.
Al oír su pregunta, Changbin se dio cuenta de que ni si quiera le había preguntado su nombre. Una prueba más de su falta de cualidades como padre. Bufó, celoso de que el inspector fuese todo lo que él no podía: humano, bueno y un padre por vocación. Un día con él y sería capaz de ahogarlo o algo peor. Negó con la cabeza, alejando de su mente esos pensamientos oscuros. Procuraría que nada le pasase hasta llegar al norte, una vez allí, él ya no tendría nada que ver y su protección quedaría a cargo del padre de Yoona. Se sentó, observándole cocinar. Había convertido a su hijo en su pinche y se paseaba de un lado a otro dándole lo que le pedía. Era divertido observar la sonrisa que se dibujaba en sus labios o como se mordía la lengua cuando estaba concentrado. Se fijó en el parecido que tenía con él, buscando cada uno de los rasgos que demostraban que era su padre. Tenían la misma nariz y ese mechón rebelde de pelo que nunca quería peinarse, era una copia en miniatura de si mismo con menos temperamento y más asustadizo. Curioso, incapaz de reprimir sus impulsos, desdobló una vez más la prueba de paternindad y buscó su nombre: « Seo Sunoo ». Su apellido... Yoona le había puesto su apellido.
— Sunoo, me pasas un huevo más.
El inspector Bang era el padre perfecto, prepararía tortitas para sus hijos los domingos, les recogería del colegio cuando tuviese turno de mañana y les contaría cuentos antes de dormir. Apoyó los codos en la barra y la cabeza en la mano mientras contemplaba como conseguía hacer reír a su cachorro. Mentiría si no quisiese estar en su lugar, pero... ¿Qué iba a conseguir él? Lo abandonaría por las noches hasta bien entrada la madrugada para trabajar en el bar y conseguir propinas insinuándose a los clientes, no habría desayunos buenos por las mañanas porque acababa tan casado que solo quería dormir y posiblemente no sabría ni como debía vestirle. ¿Los cachorros de diez años se ponían solos la ropa? Ojalá fuese un humano y no un alfa con problemas de ira, todo sería tan fácil...
— Pequeño, ¿Te importa dejarnos a solas? —La voz del inspector le hizo despertar de sus ensoñaciones—. Quiero hablar con tu padre, pero no te preocupes, te avisaré cuando esté listo el desayuno.
Se agachó para quedar a su altura y dejó que le diese un beso en la mejilla. El amargo olor de los celos emanando de Changbin llenó la habitación y agradeció que solo él fuese capaz de captarlo. ¿Qué estaba haciendo con él aquel mocoso? Sus instintos despertaban y él se había esmerado profundamente para mantenerlos ocultos. La necesidad de proteger a alguien despertaba con fuerza y los celos un lobo que veía su paternidad en peligro ante otro le estaban ahogando. Por el amor de dios, estaba deseando echarle de su casa con la nariz rota por el simple hecho de haber conseguido lo que él no: un beso en la mejilla de su hijo.
— ¿Qué vas a hacer con él?
— Voy a llevarlo con sus abuelos.
Los dos hombres se miraron fijamente. No había necesidad de palabras, como siempre, el inspector sabía lo que sentía sin forzarle a dar ninguna palabra. Lo entendía. Le tendió una taza de café recién hecho y su estómago despertó, recordándole que no había comido nada desde el desayuno del día anterior. Observó la sonrisa amable en su rostro y por un instante, creyó estar ante un igual. Tanta fue la fuerza de ese sentimiento que notó como su lobo interior se agitaba, pidiéndole a gritos que le jurara lealtad.
« Alfa »
La palabra se dibujó en su mente, aturdiendo todos sus sentidos. Antes de que sus instintos cobraran sentido e hincara la rodilla en el suelo, el policía se retiró para encargarse de las tortitas y rompió el trance en el que se encontraba. ¿Qué demonios acababa de pasar? Había estado apunto de convertir en su líder a un humano. Se estaba volviendo loco. La falta de sueño y alimento le estaban pasando factura. ¿Qué hubiese hecho si le hubiera prometido lealtad? Cuando un alfa reconocía a otro como su líder nato y juraba protegerlo con su propia vida, el vínculo que se creaba era irrompible. Así nacían las manadas. Habría atado su vida entera a un ser humano y por el simple hecho de que sus instintos se deterioraban con los años. ¿Cómo le hubiese explicado que no podría moverse de su lado?
— Es lo mejor para él —Comentó casi en un susurro—. No sabría darle una buena vida.
— He visto como lo miras, Changbin, no serías mal padre. Solo necesitarías un poco de práctica, pero serías suficiente para él.
— No cambiaré de opinión —Lo miró con tanta seriedad que el inspector supo que no habría marcha atrás. Si creía que el cachorro contribuiría a su salvación, podía esperar sentado porque nunca pasaría.
— Cabezota... —Fue lo único que dijo antes de que ambos se sumiesen en un profundo silencio, roto por el sonido de la espátula contra la sartén—. ¿Cuándo te vas?
— En cuanto terminemos de comer y haga las maletas. Estaré fuera una semana, lo que tardaré en ir y volver.
Un suspiro escapó de sus labios mientras veía como el cachorro entraba de nuevo dispuesto a devorar todo lo que ponían en el plato. Contempló por unos segundos su rostro sonriente y aspiró el dulce aroma de la felicidad que lo impregnaba. Lo fácil que era complacer a su hijo contrastaba con lo difícil que era manejarle cuando era pequeño, siempre descontrolado. Era un rebelde nato, no importaba cuantas veces le ordenaran que no hiciese algo o que estuviese quieto, él haría lo que quisiese. Su cachorro debía criarse en un buen hogar, con sus abuelos. Entonces... ¿Qué era aquella presión que sentía en el pecho?
— Avísame cuando llegues.
— Lo haré.
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