4: ¿Algo de drama?
—Hoshi, ¿qué fue eso?
—¿No te gustan los libritos de chats?
—NO.
—Oh... lástima.
Se alejó volando. Suspiré y decidí que era mejor olvidarlo.
Era hora de que Manuel llegara a recogerme. Tocó la puerta y ahí estaba él, radiante. Extra radiante, de hecho, parecía que le habían puesto un reflector encima. Miré arriba. Sí, había un bombillo encendido iluminándolo, uno de sus guardaespaldas lo sostenía.
Okeeey...
—¿Nos vamos, nena?
—Ay, ni digas "nena", no vayas a invocar a... —Empezó una estruendosa música y luces de discoteca acompañadas por humo que brotó por el suelo.
—¡Ja! ¡Ja! —Apareció Harry en escena de un salto—. ¿Alguien lloraba por verme? —Sacó un enorme ramo de rosas y me lo dio.
Estaba atónita.
—¡Oye, nene! —empezó a reclamar Manuel—. ¡El que hayamos pasado una noche de locura juntos no significa que te deje acercarte a mi chica!
—¡Estás celoso porque me ama, nene!
—¡Ay, por favor ya! ¡Niños! —Me miraron sorprendidos—. Se me hace tarde. ¿Nos podemos ir?
—Claro —respondieron ambos. Al darse cuenta de ello se miraron y gruñeron.
Manuel tomó mi mano y avanzó. Di un corto gritillo de sorpresa por el tirón que me dio. Subí al auto sintiéndome triste. Mi amigo había cambiado en verdad. Concentré mi vista en mis manos y me percaté de que el ramo de rosas ya no estaba.
—Hoshi —susurré—, dices que estamos en comedia romántica, algo me dice que es la comedia lo que está influyendo más en las cosas ilógicas que pasan.
Apareció en mis piernas.
—Pues sí, para deshacernos de la comedia deberíamos intentar con drama.
—No, no, no, no. Solo decía. No gracias.
Mi boca cayó abierta al llegar a la casa de María. Enorme, con su entrada curva, esa que recorrían los autos como en hotel para pasar dejando a los clientes y retirarse. Era tan de otro mundo y yo tan ignorante de eso que ni siquiera sabía cómo se llamaba, qué vergüenza.
María salió ni bien nos estacionamos.
—¡Manuel! —Lo tomó del brazo y fruncí el ceño—. Vamos adentro, hay algunos piqueos.
¿Acaso era una fiesta? ¿No se suponía que haríamos algún trabajo?
Al entrar a la enorme sala, quedé atónita. Un mayordomo nos recibió. Absurdo. Estaban los dos señores amargados, el castaño que me miraba con molestia, y el pelinegro que también. Me senté en el sofá entre los dos, sintiendo sus vistas quemándome.
Ay, ¿qué rayos tenían?
María se llevó a Manuel a la gran mesa en donde había piqueos. Me mordí el labio, yo también quería probar de lo que había.
—Mientras la rubia tontea con el tipo, hagamos algo del trabajo, ¿no? —renegó el castaño.
—Empieza si estás tan emocionado —renegó el pelinegro.
No pude evitar reír un poco, por lo que me gané sus miradas de odio otra vez.
—Ustedes dos parecen estar estreñidos. —Solté una carcajada.
Abrieron sus bocas, ofendidos.
Manuel miró hacia donde estábamos al escucharme reír, pero María tomó su atención otra vez. Le dio de probar algo en la boca y sentí todo un bajón, la sonrisa se me borró. ¿Qué demonios le pasaba?
—¿Te pone celosa? —quiso saber el pelinegro. Tenía una sonrisa de suficiencia.
—El Roquefeler no se va a fijar en ti, lo sabes —dijo al castaño.
Tragué saliva. Claro, la chica de clase media y el millonario.
—Me llamo Paul. —El pelinegro extendió la mano.
—Yo Edgar. —El castaño también me extendió la mano.
Al no saber a quién saludar primero, le di mi mano derecha al de mi izquierda y mi mano izquierda al de mi derecha.
—Ya, avancemos de una vez —murmuró Edgar.
Abrieron sus portátiles e hice lo mismo.
Casi no podía concentrarme, no con María jugueteando con mi Manuel. No lo soportaba casi.
—Ella es su ex —susurró Paul—, eso escuché. Y de vez en cuando tienen sus reencuentros, tú sabes.
Eso me cayó como agua helada. Peor fue cuando ella se sentó en sus piernas y lo besó. Se me hizo todo un insoportable nudo. Mis manos temblaban sobre el teclado. Había creído que Manuel no era de los que se fijaban en esas chicas, pero ese no era el Manuel que conocía, y al mismo tiempo sí.
Me sentí destrozada.
Cerré la computadora, la guardé y me puse de pie.
—Ya queda poco, ¿lo acaban ustedes? —casi les rogué a ambos. Asintieron.
—Si ya te vas, nos vamos por ahí también —sugirió Edgar—. No aguanto el olor de esta casa.
Junté las cejas, confundida. No olía mal, olía a ambientadores, quizá era eso, muchos no aguantaban esos olores.
—¿Cómo que ya te vas? —vino reclamando Manuel.
—Sí, ya acabamos el trabajo, que, por cierto, María no ayudó a hacer. No la pondremos en la lista del grupo.
La chica se asustó y me hizo hervir la sangre cuando se sobó contra Manuel haciendo puchero como tonta.
—Dile a tu amiga loquita que no sea mala.
Los ojos grises de él clavaban furia en mí, una que él nunca me había mostrado, nunca.
—Karen, no te vas con ellos.
Abrí la boca ofendida.
—Eso era. ¿Tú puedes besuquearte con esa frente a mí y yo no puedo ni irme a casa con otro que no seas tú? No soy de tu propiedad. —Salí casi disparada.
Limpié mis lágrimas y subí a un auto. Era un idiota más, era el colmo, estaba loco si creía que le perdonaría eso. En los libros y películas perdonaban, yo no.
—Está bien, no llores —murmuró Paul mientras subía en el asiento del conductor.
—Perdón, no sabía que era tu auto...
—Descuida. —Encendió el motor.
Mientras nos alejábamos vi a Manuel de pie en la puerta y María tiró de su brazo haciéndolo entrar de nuevo.
Lloré un poco más, dolía mucho.
No me fijé ni por dónde fuimos, ni cómo, pero Paul me dejó en casa sin que yo le hubiera dicho en dónde estaba. Me alivié igual, porque no conocía, no sabía la dirección nueva ni nada. Bajé cabizbaja. Entré a casa y me senté en el sofá. El gato salió de algún rincón y se subió a mis piernas.
—Y aquí estás —susurré. Lo acaricié y maulló.
Suspiré.
***
Encendí la luz de mi habitación, me cambié, suspiré entre tanto.
—¿Estás bien?
Brinqué por el susto. El vecino soltó una leve risa.
—Deja de hacer eso —reclamé.
Al parecer me notó rara, ya que dejó de sonreír de golpe. Resoplé. Acomodé mi cama y lo vi entrar por la ventana de reojo.
—Llamaré a la policía —amenacé dándole cara.
Aunque quería babear. Se había venido tal y como estaba. El torso desnudo, el cabello alborotado, los ojos verdes. Malditos hombres guapos.
—Solo quiero saber si estás bien —trató de calmarme.
Asentí.
—Estoy bien, puedes irte.
Se acercó un poco más y terminó abrazándome. Sentí todo el calor de su pecho en mi mejilla que estaba contra su piel. Acarició mi cabello. Debía admitir que se sentía muy bien.
—Todo está bien —susurró—. ¿Fue tu novio?
—No es mi novio... Bueno, me gusta, pero es solo mi amigo. Ha cambiado.
—Um, o quizá siempre fue así y solo fingía.
Negué. No había forma de decirle: "todo esto es parte de un deseo que tuve". Vaya, fui una genio en desear todo esto, aunque yo quería solo las partes geniales.
—Me llamo Karen —dije en voz baja.
—Mucho gusto.
Sonreí un poco.
—Gracias, ya me siento mejor.
—Muy bien. —Se separó y su calor me empezó a abandonar. Se dirigió a la ventana—. Si gustas te ayudo con ese amigo tuyo, cualquier cosa me dices —ofreció.
Volvió a su casa. Me dispuse a dormir con un poco más de ánimos.
***
"Se dice que en este mundo pasan cosas muy raras. No es la primera vez que alguien es arrestado y culpa a un par de esposas. Y es que dicen que el objeto les inspiró a actuar como en la película Cincuenta azotes de Ray.
Bueno, señoras y señores, no sería la primera vez que una película pone hipocondríacos a todos, ¿eh?"
Callé al despertador. Gruñí como engendro, la pesadilla no se iba. Sonó mi móvil y me sobresalté.
—¡¿Qué?!
—Ay, te desperté. —Era Alba—. Perdón, pero es que es mi cumpleaños y quería avisarte que más tarde hay una pequeña reunión en mi casa.
—Claro, claro, ahí estaré sin falta.
—¡Ye! Gracias. —Colgó.
Me levanté lista para iniciar otro día en el "paraíso". Alimenté a Hoshi, no dijo nada sobre si pasaría algo hoy. Pensé en Manuel y entristecí, pero tenía la esperanza de que se reconciliara conmigo, aunque no sabía si lo perdonaría, ya no era el mismo.
Problema: no tenía cómo ir a clase. Era el colmo no tener automóvil, en mi antigua vida iba en transporte público y no había visto uno por aquí. Suspiré y me aparté un poco de la acera, ya que un auto gris se venía un poco rápido por la pista. Para mi sorpresa, se detuvo a mi lado.
—¿Necesitas transporte? —El vecino me hizo señas para que subiera.
Sonreí y subí enseguida, claro, se me hacía tarde. Partió con velocidad.
—Me has salvado.
—Lo he notado. —Me miró y guiñó uno de sus verdes ojos.
Puso música. Ese chico era agradable, podía decir que era el más normal, a pesar de que era la primera vez que lo veía usando camisa. Una vez que llegamos, se estacionó y también bajó.
—No sabía que estudiabas aquí —comenté. Asintió—. Gracias. Eh... Más tarde es el cumpleaños de una amiga, ¿vienes conmigo?
—Claro, será genial.
***
—La toxoplasmosis es llevada de los animales a las personas...
La clase del profesor iba aburrida. Estaba sentada entre los dos señores amargados, Paul y Edgar.
—Apuesto a que no hará nada con respecto a lo que le dijimos, que María no hizo nada —renegó Edgar.
—No, esa mujer lo pone muy caliente —agregó Paul.
—¿Ustedes qué saben? —susurré—. Si no, reclamaré. Dejen de ser tan negativos... y amargados.
—No somos amargados —gruñeron entre dientes.
—Señores —llamó nuestra atención el profesor—. ¿Qué tanto murmuran?
—Nada —habló Paul—. Lo que pasa es que usted... —Suspiró—. Usted nos hace hesitar —se quejó.
Los alumnos rieron. El profesor frunció el ceño.
—¿Qué cosas dice?
—Ey, hesitar significa dudar. ¿No ha estudiado los sinónimos? —Se hizo el ofendido el pelinegro.
—Maestro —habló Edgar—, déjelo. Condone nuestras posibles ofensas. —Más risas de parte de los alumnos. El profesor se puso rojo de cólera—. Qué. Condonar significa perdonar, ¿acaso no sabe?
—Suficiente —refunfuñó el pobre hombre.
***
Salí acompañada por ambos, y me sorprendí al ver a Manuel esperándome al lado de un Audi muy bonito. Estaba distinto, casi podía reencontrar al Manuel que conocía en esa mirada de arrepentimiento.
—Habla conmigo, por favor —pidió.
Tensé los labios. Me despedí de los chicos y fui con mi amigo.
—Bien, dime.
Empecé a caminar y él a mi lado.
—Perdón, no sé qué pasó. Paras con esos dos tipos y siento que podrías dejarme de lado. No quiero que otro esté contigo, no puedo ni imaginarlo.
Arqueé una ceja.
—¿Por qué los celos? —quise saber. Quizá era porque le gustaba.
—Eres mi única amiga. —Perfecto, friendzone—. La única que me conoce bien, con la que nunca jugaría... —mostró una pícara sonrisa—. A menos que quieras jugar. —Le di un empujón—. Ok, ok, no. —Rio un poco.
Nos detuvimos al lado de una pequeña ladera de uno de los jardines.
—Bueno, ya. No voy a reemplazarte, pero no te portes como un loco. Tampoco... —Tragué saliva con dificultad—. Tampoco te besuquees con María, eres testigo de que incluso ni ayudó en el trabajo. ¡Además eres mi amigo, no quiero verte con otra! —rabié. Me tapé la boca asustada y sorprendida.
Sonrió ampliamente, haciéndome ruborizar con esa espléndida sonrisa. Me abrazó fuerte y giramos. De algún modo terminamos cayendo y rodando por la ladera sobre la hierba. Reíamos, hasta que se quejó.
—¡Ay, caramba! ¡La hierba está mojada!
Nos pusimos de pie con rapidez. Vinieron sus guardaespaldas corriendo y nos rodearon con secadoras de cabello. Ridículo.
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