9. Campanada antinatural
No podía rebatir, ni defenderse, ni ponerse de pie. No le quedaban fuerzas.
Shinichi se quedó allí, con las rodillas pegadas al piso mientras escuchaba a Ayumi explotar en llanto, a sus padres marcharse para buscar consuelo entre ellos y sus otros dos hermanos estáticos sin saber que hacer.
-Esposo, por favor -Chikage elevó la voz mientras lo seguía -Piénsalo bien antes de expulsarlo.
-No lo quiero aquí -fue lo último que se escuchó antes de que se marcharan por completo.
El arrepentimiento lo golpeó de inmediato y deseó poder devolver el tiempo para corregir sus errores. Se conformaba con despertar acalorado en medio de la noche para darse cuenta de que todo era una pesadilla, pero por supuesto, no fue así.
Estaba tan desorientado que perdió la noción de la dimensión física en la que vivía. Se quedó solo en la misma posición notando el desgaste que le provocó el roce de la madera a sus rodillas que crujieron una vez que logró ponerse de pie.
Como un muerto viviente deambuló hasta su habitación juntando fuerzas para poder obedecer la orden de su padre. Se despojó de todo objeto que no fuese su ropa y material de estudio. Volver a llenar la maleta que hace tanto poco había vaciado le parecía una ofensa gravísima a su persona y lo que más le afectaba era que en el fondo creía que su padre hacía lo correcto.
Un mal hijo tenía que ser disciplinado.
A pesar de que ya no era un niño lo educaría una institutriz. Fue la mejor opción y la más rápida que encontró su padre para volverlo integro y devoto. Parecía que removerían sus bases desde lo más esencial para no volver nunca más avergonzar a su familia de esa manera.
Su padre volvió a recordarle que seguía teniendo el mismo comportamiento de niño y que no lo dejaría volver hasta que se demostrara lo contrario.
Lo último que recibió de él al momento de despedirse fue una carta destinada a un tal señor Suzuki donde explicaba la situación solicitando que por favor lo recibieran en su hacienda.
Con inocultable decepción miró por última vez a sus tres hermanos, quería intentar adivinar quien de ellos lo había perjudicado de esa manera, pero había sido pasado a llevar de forma tan brusca que sus habilidades estaban apagadas al igual que su estado de ánimo.
Sabía que su carruaje lo esperaría y que nadie se tomaría la molestia de obstaculizar sus últimos movimientos en Villa Beika. Aprovechó esos minutos que existían en lo que el sol terminaba de asomarse por completo para dedicar un adiós a quien consideraba importante.
Con su maletín en mano cruzó el otro lado de la calle y llamó a la residencia Hattori atravesando la pequeña reja que rodeaba la parte delantera dando unos amigables golpes a la puerta.
No obtuvo una respuesta positiva, lo único que escuchó fueron unos ruidos provenientes de la parte de atrás de la casa que no pudo ignorar.
Intentó esquivar la maleza mal cuidada para no estropear tanto su calzado y rodeó la pared hasta llegar al huerto trasero. La casi invisible luz del alba le impedía ver con claridad, pero estaba seguro de haber oído voces en la cochera, se acercó de a poco procurando no tropezar al caminar guiándose solo por esos sonidos.
Sin embargo, una vez más su mala ventura le recalcó que había nacido para pisar lugares en los momentos menos apropiados, volviéndolo irremediablemente participe, casi declarándole que si no se trataba de muertes serían escenas de lo más incómodas.
Encontró a quién buscaba, pero no de la manera en la que hubiese querido.
Heiji se hallaba bien acompañado de la misma chica de ojos verdes que había visto en la calle del mercado la primera vez que Shinichi había pisado el pueblo. La tenía apoyada contra la pared, con una pierna enrollada en su cintura enterrando sus manos morenas en esa piel de porcelana y sujetándole el mentón para obligarlo a besarlo. Ella dejaba escapar gustosos suspiros mientras le acariciaba el rostro con ambas manos correspondiendo a todos sus roces obscenos.
-Joven Hattori, por favor -se retorció la muchacha entre sus brazos -Tengo que irme, mi madre me espera para que la ayude en la granja de los Hakuba y luego tenemos que ir al puesto del mercado.
-Quédate un rato más -le suplicó volviendo a concentrarse en su cuello conteniéndose por hincarle los dientes -Hace tanto tiempo que no te pasas por acá.
-Ya le dije que sospechan de nosotros -repitió para que entendiera -Hable con su padre, tal vez podamos volver a hacer los quehaceres aquí un par de días a la semana.
Hattori guardó aquella recomendación dentro de su cabeza y se concentró en apegar su cadera mucho más y volviendo a invadirle la boca. Se sentía especialmente apasionado, no dejaba de respirar entrecortado cada vez que la joven contestaba a sus caricias con suspiros agudos.
La diversión no les duró mucho tiempo, Shinichi encontró prudente separarlos antes de que sobrepasaran todo tipo de línea o peor, que alguien más llegara y los sorprendiera.
-Ejem -fingió toser y pensó - ¿Es que acaso nadie posee un poco de respeto en estos tiempos?
La pareja se separó de inmediato, la muchacha se bajó la falda y se cubrió el rostro con ambas manos. En un acto de protegerla, Heiji se colocó con posición defensora por si se atrevía a hacerle algo.
-Ah, eres tú -dijo intentando sonar despreocupado -¿Qué haces aquí?
-Por lo que escuché su padre no está enterado de sus revolcones con la hija de la empleada -afloró esa actitud atropelladora, la cual no fue muy bien recibida.
-¡Esto no es de tu incumbencia! -fue brusco, pero en seguida se giró para mirar a la nombrada y tranquilizarla -Kazuha, ve. Y no te preocupes que esto no saldrá de aquí -amenazó al aire.
La joven hizo el intento de peinarse con las manos y bajarse torpemente la enagua para salir de allí.
-¿Así que a esto se refiere cuando dice que ha quedado con un comerciante? -preguntó sabiendo la respuesta.
-¿Qué quieres? - Heiji se limpió la comisura de los labios con el pulgar.
-Vine a despedirme.
El muchacho lo miró con los ojos muy abiertos relajando la actitud anterior.
-¿Despedirte? ¿Te marchas?
-Mi padre... -dudaba de si decirle la verdad o no, pero era lo más cercano a un amigo que había tenido en mucho tiempo -Me enviará a la casa de unos conocidos a un par de horas de aquí.
Le contó casi todo lo sucedido omitiendo las partes donde se sentía denigrado, Heiji le devolvía la mirada con algo de lastima sin perderse detalles de sus palabras. Intentó advertirle que lo mejor era pedirle al señor Kudō no expulsarlo de esa manera de casa, pero Shinichi parecía convencido con la idea de obedecerle en todo a su progenitor.
-En ese caso -le extendió la mano para estrechársela -Buen viaje, amigo mío. No dude en escribirme si necesita una mano.
Por primera vez en muchas horas, Shinichi sonrió de verdad y no tardó en devolverle el cálido gesto.
Su travesía comenzó cuando ya hubo la suficiente luz para alumbrar el camino. Creyó que su transporte sería una berlina como a las que estaba acostumbrado, pero su padre quería mostrarle hasta el final su descontento.
La carreta del comerciante era tirada por dos viejas mulas que parecían estar al borde de caer dormidas, de vez en cuando eran obligadas a acelerar el paso que solo servía para que la endeble madera se moviera irregularmente junto con la mercadería dando la sensación de que se volcarían en cualquier momento cuando atravesaban la falda de los cerros.
Decidió dejar de mirar atrás cuando el pueblo ya no estaba al alcance de su vista, Shinichi suspiró resignado entendiendo que no se trataba de un mal sueño, tornó la vista hacia adelante, directo a la nuca grasienta del hombre que lo llevaba.
-No se aflija tanto, joven - habló el hombre con voz acogedora -Los campos a los que se dirige lo esperan con cielo abierto.
No les quedó de otra que comenzar a intercambiar palabras entre ellos para sentir que el insípido viaje era más corto.
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Se esperaba una choza húmeda y mal oliente, de las típicas que recibían viajeros, pero al parecer había juzgado mal a su padre, sin estar presente le demostró que aún respetaba y cuidaba un poco de su integridad. Apostaba a que su lecho sería mucho más cómodo que el actual y la comida de más calidad.
Se despidió del mercader deseándose mutuamente la mejor de la suerte y pisó su nuevo hogar. No fue necesario golpear la puerta porque esta se encontraba abierta.
La casona de los Suzuki era un lugar impresionante. No era ni parecido a las granjas del pueblo. Empezando por que olía a limpio, era luminosa y decorada por los adornos más modernos, las habitaciones eran amplias y bien equipadas. El verde césped que la rodeaba era tan brillante y natural que daban ganas de tenderse por horas, los grandes árboles estaban perfectamente alineados a los costados e incluso el balido de las ovejas era más elegante que cualquier otro.
Una joven de no más de dieciséis años apareció casi de un brinco frente a él y lo miró de arriba abajo con ambas manos posadas sobre su cintura.
-¿Mi padre pretende que me comprometa conti... usted o algo así? -lo recibió asumiendo eso por la buena pinta del joven Kudō.
Shinichi alcanzó a torcer la boca. Tuvo que tragar saliva para disimular un poco ese flechazo ofensivo que sintió atravesar su pecho y su entrepierna. La chica no había soltado esa frase con tono antipático, todo lo contrario, su voz fue tan sincera que lo hirió el doble.
-Por su bien espero que no -su intención era tranquilizarla, pero al parecer sonó más amenazante de lo que quería.
Ella le sacó la lengua dejando su presentación hasta ahí.
Adivinó que el hombre que apareció en seguida detrás era su padre.
-Bienvenido -movió su bigote -¿Necesita alojamiento?
-Buenas tardes, me imagino que usted es el dueño de este lugar -cuando vio al hombre asentir se atrevió a sacar la carta del bolsillo de su camisa y se la entregó -Mi nombre es Shinichi, soy hijo de Yūsaku Kudō, él me dio esto para usted.
El hombre expandió un poco los ojos al reconocer el nombre y desplegó el sobre para comenzar a leer rápidamente las letras sobre el papel junto a la muchacha que no dudó en asomar la nariz por detrás de su espalda. Ella turnaba su mirada boquiabierta entre la carta y él con cada vez más curiosidad.
-Entiendo -dobló la carta y se la guardó en el bolsillo quitándoles la oportunidad de leerla como correspondía -Por favor siéntase como en casa -aunque ya había utilizado un trato amable con el joven esta vez lo hizo notar más -Se hospedará en la mejor habitación que tenemos y no dude en pedir lo que desee -lo obligó a avanzar por el largo corredor que daba directo hacia una escalera al segundo piso -El servicio está disponible noche y día -explicó mientras subían los escalones -En caso de cualquier problema no dude en buscarme a mí o a mi hija -esperaba que ambos entendieran que solo por ser hijo de quien era tenía asegurado un trato especial -¿Quedó claro, Sonoko?
-Será... -elevó una ceja con la mirada clavada en Shinichi.
La señorita Sonoko Suzuki era una joven de semblante vanidoso, emanaba tal seguridad que eso mismo lograba que el resto cumpliera sus caprichos. Le gustaba usar un sombrero de paja adornado con listones de colores que cambiaba todos los días para ir a juego con el resto de su ropa ostentosa que tenía suerte de permitirse. Caminaba todo el tiempo de aquí para allá meneándose igual que un pavo real.
Se despidieron con cordialidad y por fin lo dejaron solo para poder acomodarse.
Como siempre, no se equivocaba, la habitación era demasiado cómoda, con grandes muebles para reacomodar su ropa y sus pertenecías, incluso contaba con un área exclusiva para poder asearse. Hubiese sonreído de dicha de no ser por la culebra de sensaciones amargas que se había adueñado desde la boca de su estómago hasta su garganta.
Se sentó en la cama aflojándose los primeros botones de su camisa intentando que así la tensión disminuyera y para su sorpresa ese simple gesto se sincronizó con su estado emocional. Por fin pudo librarse del estrés que tenía guardado desde la tarde en la que vio a Kaito y Ran besarse, cuando su padre lo golpeó y cómo sus hermanos a penas se habían despedido de él.
Los primeros días le costó incluso comer, su semblante moribundo lo limitaba a asistir a sus lecciones redundantes e instructivas, la ética era comprensibles para cualquiera. Y luego se encerraba a leer. El resto del tiempo lo gastaba en practicar en el piano del área común y en observar por la ventana como los niños de edades seguidas disfrutaban del aire fresco inventando todo tipo de juegos que los hacían reír y correr sin parar.
Como Shinichi era un joven bien vestido y educado nadie lo miró en menos, los más pequeños incluso lo trataban de «señor». Poco a poco se fue soltando con quienes convivía, incluso con la madre de Sonoko, la señora Tomoko Suzuki, quien se caracterizaba por aparecer de vez en cuando lanzando órdenes a todo el servicio y dirigiéndose al resto de manera arrolladora, más no era una mala persona.
Le gustaba también prestar ayuda cada vez que podía, sobre todo a los menores que rondaban la edad de Ayumi, echaba de menos resolver sus dudas y guiarla para poder darle una visión más clara de la vida. Cuando pensaba en ella, el rostro de los mellizos ocupaba gran parte de su mente, se engañaba a sí mismo al pensar que les nacería enviarle una carta mal redactada narrando sus incontables travesuras.
También le hubiese gustado saber de su madre, después de todo lo había cobijado en su seno como si fuese un hijo de su propia sangre y nunca lo trató de manera injusta.
Sabía que el señor Shiro Suzuki le había enviado una carta a su Yūsaku el mismo día que llegó para confirmar su llegada y estadía permanente, así que por ese lado podía sentirse tranquilo.
-¿Es hijo de una bruja? -preguntó uno de los pequeños sentado a su lado en la mesa de la cocina.
Shinichi casi escupió la taza de desayuno.
-¿P-por qué lo dices?
-No puedes embrujar a alguien que tiene sangre de brujo. Llevo mucho rato intentando lanzarle un hechizo y usted no se inmuta -agitó una rama de árbol delante de su rostro.
Al compartir con niños en casa se había vuelto inmune a ese tipo de intromisiones, la capacidad para omitir e ignorar el ambiente molesto se había desarrollado solo a lo largo de los años.
-Shhh -Sonoko lo obligó a guardar silencio llevándose un dedo a la boca mirándolo feo.
-¿Qué le enseña usted a los niños, Sonoko? -preguntó Shinichi.
-Nada, un juego tonto -respondió nerviosa.
-¡Pero vi tu colección de libros de... -no pudo continuar. Una mano le cubrió la boca.
Ante la información, Shinichi arrugó el gesto y miró fríamente a la joven impulsiva, su naturaleza curiosa había despertado por fin y se propuso a ocupar su tiempo en averiguar en que pasos andaba la joven.
Sus aposentos estaban a pocos metros del suyo, así que esa misma noche, cuando el silencio regía en toda la hacienda se atrevió a tocar la puerta. La luz de la lámpara estaba encendida, por lo que no había que ser demasiado listo para deducir que Sonoko aún estaba despierta.
Volvió a llamar unas dos veces, pero la respuesta seguía siendo negativa. Se acarició el mentón con dos dedos dudando de si debía o no abrir la puerta.
Y su temeridad le ganó, abrió con cuidado por si se encontraba a la joven en paños menores y con la vista aun pegada en el suelo, saludó:
-Buenas noches, señorita Sonoko, disculpe mi intromisión.
Subió de a poco los ojos ya que no fue castigado verbalmente por su imprudencia, solo para darse cuenta de que ella no se encontraba allí.
Tuvo la sensación de haber vivido con anterioridad esa situación. Tres mocosos lo habían entrenado toda su vida para momentos como ese, así que supo perfectamente lo que tenía que hacer. Abandonó la habitación antes de que alguien del servicio lo viera y se prestara para malos entendidos.
Comenzó a vagar por toda la casona.
No la encontró en la sala, ni en la cocina, ni en el resto de áreas comunes, observó por la ventana buscando algún rayo de luz que la acusara de estar bañándose a la luz de la luna, pero, así como a sus hermanos aquella vez que jugaron a las escondidas, el lugar también se había tragado a la joven Suzuki.
No volvió a bacilar, sabía de la existencia del depósito que estaba detrás del almacén justo donde terminaba la cocina. Caminó guiado por la luz de las velas cruzando puerta tras puerta hasta dar al final del laberinto.
La abertura mohosa en la pared era como un cartel de bienvenida. Apoyó la yema de los dedos y con una mano abrió el umbral.
Sus ojos no podían creer lo que veía; velas, hierbas secas colgadas de las paredes, incienso, dibujos y escritos esparcidos en los muebles y paredes, acompañadas de piedras planas con símbolos talladas en el centro, pero por sobre todo estanterías con libros, muchos de ellos por todas partes con explicación detallada. También había piedras preciosas, cada una más especial geométricamente y de diferentes tonalidades que alimentaban el apetito de cualquiera.
Aquel lugar olía como... a magia.
-¡Shinichi! -sentada en una silla apoyada en la pared estaba Sonoko cerrando un libro gigantesco en la mano -Digo...Joven Kudō -la había pillado desprevenida -¿Qué hace levantado a estas horas?
-Lo mismo debería decir yo de usted -no se atrevía a dar un paso más -¿Qué es todo esto? ¡Le diré a su padre!
-¡Espera! -volvió a tutearlo y se puso de pie para detenerlo -Por favor no lo haga, deme la oportunidad de explicarme.
-Que sea rápido -pestañeó fingiendo autoridad.
Se formó un momento de silencio y miradas impacientes entre ellos dos.
-Eres un chico inteligente -ella se tocó el mentón mirándolo de arriba abajo con ojos sugerentes -Tienes clase, talento, eres guapo y beneficiosamente engreído, lo que hace que aumenten las ganas de soltar mi propuesta.
Su tono coqueto lo puso en alerta, no podía guiarse por el orden natural de las cosas, Sonoko había demostrado con muchas actitudes que a pesar de la clase alta en la que había sido educada, podía saltarse cierto tipo de etiquetas.
Shinichi temía que iba a proponerle un trato muy sucio, que intentaría manipularlo o confesarle que estaba perdidamente enamorado de él y le pediría matrimonio a cambio de que no se fuera de la lengua.
-¿C-cómo? -dio un paso atrás cuando ella se le acercó -¿No debería ser yo quién suelte este tipo de propuestas? -estaba tan nervioso que sus mejillas ardían en un color rosado.
Sonoko tomó aire y se cruzó de brazos tomando una actitud madura.
-¿Quiere ser mi asistente?
-¡Perdone pero debo pedirle permiso a su padre primero! -cerró los ojos para comerse un poco la vergüenza por tomar esa precaución apresurada -¿Espere? ¿Qué? -quedó como un tonto al intentar descifrar las palabras de la chicha -¿Por qué?
Sonoko soltó un bufido y rodó los ojos antes de tranquilizarlo y explicarle todo.
No era una historia tan larga y difícil de entender. Ese lugar parcialmente oculto llevaba generaciones allí. Al ser sector exclusivo de los empleados los dueños pocas veces se paseaban más allá de la cocina, después de todo no era un área que a ellos les correspondiera.
La joven Suzuki narró los acontecimientos de como una vez cuando tenía diez años descubrió a una de las trabajadoras de la cocina encerrarse en ese lugar por horas. Ella exigió saber que tanto hacía allí dentro y a la pobre mujer no le quedó de otra que dejarla ver el lugar con sus propios ojos.
Le explicó que aquello era propiedad de una vieja matriarca que prestó sus servicios por muchos años en la hacienda de los Suzuki, cuando no era más que una simple vivienda pequeña.
La niña quedó encantada con los relatos y cada uno de los objetos capturaron su atención infantil y obligó a la mujer a instruirla en ese tipo de prácticas y conocimientos.
Por desgracia, hace a penas unos meses la mujer había desaparecido y no se había vuelto a saber de ella, por lo que Sonoko se quedó sin su preciada compañía y con muchos enigmas sin resolver.
-Es por eso que necesito de su ayuda -volvió a pedir cuando terminó su relato.
-¿Y qué tengo que ver yo con estas tonterías paganas?
-No son tonterías -aseguró mucho más calmada para que la tomara en serio -Puede comprobarlo usted mismo. Muchos de estos textos hablan de la eficiencia de la medicina natural. Hemos tratado a gente de todas las edades y sobran los rituales que nos han hecho salir de momentos difíciles. Esta es la única fe que realmente me ha dado resultados.
-La fe la obtenemos de Dios -aseguró convencido.
-Dele la oportunidad -rogó otra vez -Con la inteligencia que posee estoy segura de que puede entender esto mucho más que yo -torció una sonrisa de mal augurio -Además ¿No fue por este tipo de practicas que fue expulsado de casa?
Le dio a Shinichi donde más le dolía, se molestó al saber que Sonoko sabía más de lo que debía y no quiso seguir discutiendo con ella.
Terminó medio aceptando aquel volátil acuerdo con ella siempre y cuando no lo presionara para realizar actos barbáricos en contra de otros, después de todo, se engañaba a sí mismo al decir que no le interesaba conocer un poco de sus supuestas raíces.
No fue hasta el día en que uno de los niños enfermó que se interesó por salir a la naturaleza a buscar las plantas que uno de los libros recomendaba para poder crear un remedio efectivo contra esa agresiva enfermedad a los pulmones.
Y esa misma mañana recibió una visita inesperada cuando regresó de aquel paseo por el pequeño bosque.
Un carruaje yacía estacionado en la entrada tirado por un hermoso caballo negro y justo al lado de la puerta, una figura conocida lo obligó a acelerar el paso.
-Ha...Hattori -lo nombró completamente anonadado. Su visita lo había pillado por sorpresa -¿Qué lo trae por aquí?
-Qué gusto me da volver a verte -lo saludó con un cálido apretón de manos -Pero no ha sido cosa mía, al menos no de la manera en la que hubiese querido.
-¿A qué se refiere?
-Se trata de tu hermano, él...me pidió que por favor lo trajera -aceleró sus palabras para no alargar esa conversación ligeramente innecesaria -Dice que es muy urgente, así que comprenderá que su padre no sabe nada de esto -se acercó a la puerta del carruaje y lo obligó a bajar -Ven.
Shinichi no se esperó jamás que Kaito fuese a visitarlo, mucho menos solicitando la ayuda de Heiji Hattori, pero le consolaba tanto verlo que podía dejar todas las preguntas para después.
-Hermano... -se le escapó llamarlo así.
-Shinichi -lo nombró apenas lo visualizó al bajar.
Aunque la distancia era poca corrió hacia él, las ganas de darle un abrazo lo quemaban por dentro, su mal estado demandaba contacto físico y darse cuenta de que podía tener un hombro en el cual desahogarse lo hacía sentir mucho más ansioso, pero por respeto se contuvo.
Kaito solo quedó de frente a un paso de separación.
-Necesito hablar contigo, por favor hermano, escúchame -pidió.
-¿Vienes a admitir tus culpas? -saludó con resentimiento.
-¿De verdad piensas que yo te haría algo así? -preguntó ofendido -Nunca te he hecho daño.
-¿No? -arqueó una ceja al notar que a su hermano le fallaba la memoria -¿Qué hay de esa vez que dejaste los calcetines mojados en la escalera? Por tu culpa resbalé y me abrí la cabeza -lo miró feo, pero sin rencor al recordar la descalabradura.
Kaito se excusó intentando aguantar una risa al recordar.
-Aún estaba muy pequeño.
-¡Fue hace dos años!
La risa natural ayudó a que los sentimientos encontrados se disiparan haciendo más difícil negar la petición.
La expresión del menor daba tanta lástima que para el mayor fue imposible no cedera a ella. Le pidió que lo siguiera dentro de la casa y lo invitó a su cuarto. Los dos invitados echaron un vistazo encantado a todo lo que podían y luego dejaron a Heiji con una de las damas de la cocina para entretenerle el estómago mientras ellos hablaban.
-Sé que nunca fallas en los objetivos que te propones -inició la conversación invitándolo a tomar asiento en la cama junto a él -Pero ¿Cómo convenciste a Hattori para que te trajera hasta aquí?
Estaba casi seguro de que algo había ocurrido. No cualquiera se ofrecía voluntariamente para hacer un viaje de siete horas arriesgándose a ser descubierto y creía que eso también tenía bastante que ver.
-Lo pillé en el bosque con una joven, estaban... ¿besándose? -se encogió con gesto avergonzado. La escena con la que se había topado era tan explícita que aún le costaba dejar de pensar en ello y tampoco podía describirlo porque no lo terminaba de entender -Él... se veía muy acelerado, era como si quisiera comerle el cuello -se puso aún más rojo de lo que estaba -Por alguna razón le tocaba muy fuerte el pecho. Creo que le estaba haciendo daño, porque ella estaba como llorando.
Shinichi lo interrumpió antes de que la conversación se tornara mucho más incómoda. Estaba claro que su hermano aún no entendía de esas cosas y él no iba a ser quien se las explicara.
-Ya - rodó los ojos recordando que él también lo había visto haciendo algo similar -Tú no lo imites -le fue inevitable darle una advertencia antes de pasar a algo más importante -¿Cómo han estado las cosas en casa? -formuló con una pizca de esperanza.
De verdad esperaba que su padre hubiese comentado algo relacionado con su regreso.
-Diferentes -admitió -Tú ausencia es palpable. Ya no tenemos quien nos controle tanto y la gente ha empezado a formular sus propias teorías -puso los ojos en blanco al recordar las tonterías que había oído entre los vecinos -Que la maldición de la casa te mató o algo así. Sobre todo, porque hemos tenido bastantes cucarachas.
-¿Cucarachas? -torció la boca con asco.
Asintió mirándolo de frente con las piernas cruzadas, jugueteaba tanto con sus dedos que Shinichi tuvo que posar una mano sobre las suyas para obligarlo a detenerse o terminaría por contagiarle esa inquietud.
El simple contacto bastó para que el menor le mostrara una imagen de la que nunca había sido testigo, al menos no de esa manera.
El adolescente comenzó a llorar a lágrima viva demostrando que el sentimiento lo tenía guardado el tiempo suficiente para hacerle daño. Y solo por eso supo que se trataba de su hermana.
-Tengo mucho miedo -con su mandíbula temblorosa logró modular.
-¿Qué fue lo que sucedió? -se preocupó de verdad. La posibilidad de que algo grave hubiese pasado eran altas y él no tenía por qué enterarse -¿Aoko está bien?
Nombrarla solo sirvió para que manara más sufrimiento de sus ojos.
-E-está bien, pero no sé por cuánto -tosió para poder aflojar su garganta –Está metida en algo muy malo.
-¿Qué tan malo? -sentía que con cada palabra su temor aumentaba -Kaito, sé que entre ustedes se cubren y saben todo lo que hace el otro, pero si está en peligro es importante que lo digas.
-Es que no te puedo decir.
-¡¿Por qué no?! -comenzó a desesperarse. Solo quería ayudarlos y mantenerlos a salvo -Tienes que confiar en mí si no quieres que no suceda nada grave.
-Lo siento -negó -Pero no puedo.
-¡¿Entonces a que has venido?!
Soltó su frustración en un grito, su visita solo estaba sirviendo para preocuparlo y era una prueba más de que nunca iba a ser capaz de conectar realmente con ellos. Era casi como si envidiara ese encadenamiento emocional que tenían Kaito y Aoko, una dependencia que sobrepasaba lo sano, que quedaba demostrado cada vez que alguien intentaba pisar su terreno más allá de lo permitido, intentar aquello era convertirse en el villano.
-Quería verte, pero no para que... -se trababa tanto al hablar como cuando era pequeño. Encontrar las palabras era complicado, no solo tenía una madeja de sentimientos en el pecho. También influía que ellos nunca habían sido mucho de hablar. Kaito solo lo veía como una figura a la que tenía que obedecer y fastidiar de vez en cuando
-No tienes que resolver los problemas todo el tiempo -se sorprendió a si mismo al decirle lo que había entendido hace poco gracias a que lo conversó con Aoko -Está bien que seas nuestro hermano mayor y que tu prioridad sea velar por nosotros, pero hay otras veces que solo...solo nos basta con que nos escuches y ya.
Cuánta razón carreaban esas simples palabras, esa coherencia desmedida de la que ni él estaba consciente era lo que le hacía falta. Desde el día en que nacieron habían obligado a Shinichi a ser la persona que los guiara estrictamente y por eso mismo, se les privó de demasiadas cosas. Porque, aunque compartieron la mayoría de la crianza a la par, siempre estaba ese latigazo dándole por la espalda para recordarle que no podía perder la compostura o los más pequeños lo imitarían.
Gracias a los pocos días que llevaba ahí y a su habilidad de observación Shinichi asimiló que a veces demostrar preocupación y apoyo real bastaba simplemente con sostenerle la mano a quien se lo pedía.
-¿Quieres que esta sea una de esas veces? -esbozó una sonrisa tímida y lo invitó con la mirada a confiar en él.
Lo vio asentir y soltando un gran suspiro aceptó, se rascó la mejilla dudando de si ofrecerle calidez. Kaito estaba creciendo cada vez más rápido, pero para él seguía siendo un niño travieso al que había comprender y entregar cariño.
Con tiritones por no saber cómo demostrar afecto físico alargó su brazo izquierdo invitándolo a formar un medio abrazo. El menor gateó esos escasos centímetros hacia él tomándose unos breves segundos antes de apoyar la cabeza a la altura de las clavículas de su hermano.
Shinichi soltó un refunfuño suave cuando Kaito se abrazó a su cuerpo bien tallado y cayeron hacia atrás pegando la espalda en la cama. En un reflejo involuntario, imitó lo que solía hacer Aoko cuando se ponían en esa posición. No soltó su cabeza para mantenerla bien pegada a ese espacio entre el pecho y su cuello acariciándole la mejilla con el dedo pulgar.
Kaito soltó una risita nasal, el dedo torpe del mayor estaba helado, pero se notaba el esfuerzo que ponía en el gesto. Y ahora lamentaba no haber aprovechado el tiempo de calidad entre hermanos cuando las oportunidades siempre habían sobrado.
-Gracias -agregó sin dejar de sorber la nariz.
-Tampoco es que quiera tus mocos en mi ropa -lo molestó para que hiciera algo al respecto.
Se tocó el bolsillo en busca de un pañuelo para sonarse la nariz y detener ese ruido molesto, pero al sentir ese objeto sólido recordó que lo traía consigo.
-Te traje esto -respiró fuerte haciendo sonar la mucosidad y le entregó el relicario a su hermano -Me impacienté cuando me di cuenta de que no te habías ido con tu cadena.
Shinichi la recibió con las palmas abiertas sin saber que decir.
-G-gracias -no reaccionó mucho, pero eso no le quitó los buenos modales -La verdad es que lo dejé en casa a propósito. No me trajo más que problemas.
Kaito se olvidó del pañuelo y procedió a limpiarse la nariz con la manga de la camisa.
-Pero siempre lo has traído contigo -le recordó -No eres tú sin ese objeto... -sus recuerdos se devolvieron como una caña de pescar cuando pica un pez -Tú... ¿En qué momento lo recuperaste?
Un silencio tenebroso se plantó entre ambos, esa parte de la historia había sido omitida por seguridad de todos.
-Podría contarte, ya que papá me echo de casa no vale la pena ocultar nada -tomó la cadena con tres dedos y la dejó en suspensión meciéndola de un lado a otro por lo menos un minuto en el que se tardó en responder -Pero supongo que estamos a mano ya que husmeaste entre mis cosas.
-Husmee entre tus cosas -confirmó Kaito con la vista oscilante en el relicario.
La forma en la que repitió sus palabras capturó su atención, leer tantas cosas respecto a prácticas que no se basaban en la ciencia lo estaba quebrajando y no quería concentrar su energía en creer que la hipnosis diera resultados tan instantáneos aunque algunos escritos así lo hubiesen afirmado.
Para él no era más que una teoría para generar controversia, así que detuvo el movimiento.
-¿Has vuelto a ver a Ran? -no iba a desaprovechar sus preguntas.
-Si -y él no iba a mentirle -Hemos vuelto a la rutina, Aoko, yo y ella, ya sabes, vamos a la escuela juntos, luego nos reunimos en casa. Me gusta su forma de ser, es una chica increíble; inteligente, atenta y muy buena con todos -enumeró las cualidades que más lo atrapaban -Siento que su carácter ayuda un poco a no meterme en tantos problemas. Somos una buena combinación, nuestros hijos tendrías buenos genes -sentía a su lado el cuerpo de su hermano tensarse con cada palabra que agregaba -Me concentro tanto en pasar tiempo agradable con ella que mis ganas de moverme de un lado a otro se calman, pero este último tiempo he tratado de...ganar distancia. Ya no me siento tan cómodo con ellas.
-¿Por qué no? -Shinichi se extrañó. Su hermano siempre había encajado bien entre los demás y aquello que decía era bastante positivo en cuanto a una futura unión con Ran.
-No lo sé, desde ese día en que ella me besó la mejilla me he sentido raro -le avergonzaba tanto decirlo, sabía que podía ser juzgado si se daba a entender -Mi cuerpo...se siente diferente, es como si quisiera comer, pero no tengo hambre. Si pienso mucho en ella me dan ganas de tenerla cerca.
Se quedó callado para no retroceder en ese pequeño avance comunicativo que habían logrado.
-¿Cerca, cómo? -preguntó tranquilo para no hostigarlo.
-Abrazarla, muy fuerte -sentía que volvía a estar colorado producto del pudor -Y no soltarla. Solo que cuando me imagino eso mi rostro se pone caliente y me cosquillean las piernas.
No necesitaba decir más, Shinichi entendió a qué tipo de sensaciones se refería y eso lo puso muy incómodo. Su padre había tenido esa conversación con él alguna vez y solo porque fue testigo de una escena que no debía. Por andar de curioso vio a sus padres en un momento demasiado íntimo.
-Kaito, tienes que apagar esos calores -susurró reverente volviendo a acariciar su mejilla con el pulgar para que volviera a quedar en claro que no lo estaba regañando -No es correcto si no están casados o terminarás siendo un sinvergüenza como Hattori.
Le dio por volver a elevar el relicario para agregar algo de movimiento al momento ya que su hermano optó por guardar silencio. Agitó el medallón una y otra vez de izquierda a derecha hasta que este agarró un ritmo oscilatorio que cautivó a ambos.
-No seré un sin vergüenza como Hattori -Kaito volvió a repetir obediente la última oración.
-Además, te guste o no yo soy el mayor y tengo derecho a comprometerme primero que tú -continuó sin variar las vibraciones de sus cuerdas vocales -Ese día te pedí que te olvidaras de Ran, lo mejor será que conozcas a otras jóvenes que estén a tu altura -no se inmutó en que los ojos de su hermano seguían el movimiento metiéndolo en un estado de trance -Quiero que te enamores de alguien más.
Shinichi se resintió un poco al no obtener retroalimentación, deshizo el movimiento con el relicario y giró el rostro pensando que Kaito se había quedado dormido, pero si esa era la situación actual, lo estaba haciendo con los ojos abiertos.
Lo llamó varias veces por su nombre para hacerlo reaccionar, pero no era posible despertarlo. Su hermano tenía la vista pegada en la pared de enfrente sin expresión alguna, sus brazos y sus piernas estaban rígidas sobre la cama y su respiración apenas estaba presente. El cuerpo del menor estaba tan rígido que Shinichi creyó que había sufrido muerte súbita.
-Kaito, no es divertido -se puso frente a él y lo movió bruscamente -Sé qué hace años que no jugamos a imitar cadáveres, pero esta vez no tengo ganas -optó por cachetearlo un poco y apretarle los labios en una forma infalible de hacerlo reaccionar.
Comenzó a desesperarse y nuevos pensamientos se plantaron como culpa. Una vez más temió de su procedencia, no podía ser casualidad que las dos veces que utilizó aquel objeto las cosas desbordaran lo normal aun cuando ambas habían sido acciones diferentes.
Unos golpes en la puerta irrumpieron en ese mismo momento, Heiji entró girando la manilla sin esperar invitación para recordarle a Kaito que estaban con el tiempo justo y que lo mejor era marcharse antes de que se les hiciera tarde.
-Niño, es hora de irnos -se dirigió a él de manera paternal aun cuando su diferencia de edad también era casi inexistente -¿Qué les sucede?
Ver a los dos hermanos en esa situación extraña también lo preocupó.
-¡Hattori! -ordenó el mayor de los Kudō -¡Necesito agua!
El moreno corrió hacia la otra puerta que había en la habitación y tomó la jarra con agua que encontró encima del buró. Volvió junto a ellos y entregó lo solicitado a Shinichi. Este lanzó su contenido sin dudarlo sobre el rostro de Kaito una vez que la tuvo en sus manos.
El agua empapó parte de la cama, pero no importó. El alivio que sintió fue más reconfortante que cualquier otra cosa cuando su hermanito pestañeó y se sentó de golpe quitándose el exceso de agua fría que le perforó los poros.
-¡¿Qué está mal contigo, bastardo?! -el insulto brotó de sus labios como reacción natural.
-Creo que es hora de que te marches -apoyó ambas manos sobre sus hombros conectando sus miradas para garantizarse a sí mismo que Kaito estaba bien.
Se devolvieron unos pestañeos confusos antes de aceptar la realidad. El tiempo de encuentro había sido casi una burla, pero era lo mejor para todos.
Los muchachos regresaron a su medio de transporte acompañados de Shinichi, quien dio unas últimas palabras de aliento a su consanguíneo.
-Por favor, cuídate y cuida a nuestras hermanas -no sabía muy bien que decir -Si puedes escríbeme de vez en cuando para tener noticias de ustedes -el otro asintió desde su asiento sacudiéndose otra vez el cuello húmedo de la camisa -Y...ven a verme otro día.
Shinichi alzó la mirada cediendo su angustia y sus ganas al otro para que se compadecieran de él.
-Volveré pronto -prometió.
Una última sonrisa tímida selló el momento entre ambos antes de que el carruaje partiera su camino hacia el horizonte.
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Lo que podría haber sido una travesura se convirtió en algo más; aceptó darse una oportunidad para indagar las bases de esas prácticas, creyendo que eso podría acercarlo un poco a entender que pasaba con él y esa conexión peculiar que tenía con el relicario que cada vez que lo agitaba desencadenaba una situación caótica.
Miró ansioso por la ventana hasta que el vehículo se perdió de vista y corrió hasta la habitación de Sonoko abriendo la puerta de par en par.
-¡Sonoko! -la llamó con desesperación en su voz. La chica soltó un grito, esta vez si la había pillado intentando acomodarse el corsé, pero al tener una hermana de la misma edad no le importó -¡Acepto! ¡Acepto ser tu asistente! -pegó su cuerpo al suyo zarandeándola de los brazos desnudos -¡Por favor enséñeme todo lo que sabe!
Ese tipo de prácticas eran mucho más complicadas de conseguir resultados positivos que cualquier ecuación matemática o mezclar compuestos químicos. A alguien con limitada capacidad no se le podía pedir algo así.
Para su alivio, Shinichi ya se sabía los significados de cada una de las simbologías, que elementos se usaban para cada ritual e incluso podía aplicar un poco de adivinación con herramientas como piedras y cartas con diferentes dibujos en ellas.
Su actitud se fue transformando de a poco.
Ya no se sentía ese joven inseguro frente a las figuras de autoridad, la libertad en sentir y expresarse brindaba calidez a su personalidad que estaba terminando de formar ya que muy pronto sería un adulto.
Acomodó su horario, por la mañana tenía sus lecciones de siempre, por las tardes practicaba piano y en la noche bajaba a hurtadillas al almacén para enfocarse solamente en la tan castigada paganería.
Una tarde lluviosa salió para compartir con los niños y jóvenes que correteaban debajo del agua. Ellos lo tomaron de la mano y lo jalaron hacia el exterior. Hicieron una ronda de risas y saltos demostrando que la verdadera diversión era darse un baño de lluvia torrencial. Una, dos tres vueltas bastaron para hacerlo soltar una carcajada limpia.
Fue conciente de que había maneras diferentes de ser feliz, no siempre agachando la cabeza, espacios donde las niñas podían ser niñas y que todo lo relacionado con la magia podía ser suyo.
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Aún le daba vueltas en la cabeza la visita de su hermano, desde el momento en que Kaito dio indicios de que algo andaba mal supo que tendría que resolver ese enigma él solo. Así que esa misma noche decidió ir un poco más allá, volvió a repasar los apuntes de la meditación y en medio de velas e incienso se concentró en seguir los pasos de lo que le podía dar una respuesta mucho más cercana.
Y lo logró.
Las primeras sensaciones fueron un vaivén de temblores a su alrededor, cerró los ojos para que la oscuridad diera vida a imágenes en desorden; en seguida una luz anaranjada se formó, la cual rápidamente se transformó en una fogata en medio de un bosque salpicado de verde abeto. Unos llantos femeninos musicalizaron la atmosfera y una noche estrellada fue la nueva imagen dominante.
Las estrellas titilantes por fin le permitieron formar parte del escenario, Shinichi se miró las manos, eran tan pequeñas y suaves como una margarita y a pesar de estar en intemperie una calidez indescriptible lo abrigaba casi obligándolo a no separarse de aquello nunca más.
Una nueva sacudida lo trasladó directo a un gran salón de oro, giró una y otra vez para tener una vista completa. Desesperado por no encontrar nada se detuvo para no permitir que el mareo le revolviera más el estómago.
Unas risas infantiles le acariciaron la espalda, dos niños atravesaron su cuerpo de humo tomados de las manos y doblaron por un nuevo camino que se formó a medida que el par avanzaba.
Tuvo que correr para seguirles el paso y la estructura dorada cambió de a poco hasta llegar a una tonalidad marrón mal gastado. Al estar tan oscuro, los niños encendieron una vela para alumbrar su recorrido, ahora perseguían a un asustadizo gato blanco y el aura que los irradiaba provocaba completa desconfianza y escalofríos. A Shinichi se le ocurrió mirar sus sombras avanzar por las paredes y el susto no fue menor cuando se dio cuenta de que en lugar de dos sombras había solo una.
Era grande y deforme, con un hocico alargado plagado de dientes afilados que competían con las garras que nacían de las puntas de sus largos dedos.
Los niños se detuvieron cuando el escenario cambió a un acantilado, sus pequeños pies descalzos rozaban la orilla, Shinichi intentó advertirles de que era peligroso, pero su voz no era más que una fina expulsión de aire a penas audible. Se desesperó aún más cuando los vio darse bruscos empujones sin piedad para lanzar al otro al vacío y el fin de ambos llegó en forma de rayo casi como castigo divino.
No pudo evitar que sus cuerpos chamuscados rebotaran hacia abajo y con mucho miedo se acercó a la orilla para mirar si por milagros de la vida alguno había sobrevivido. Solo que cuando asomó su cabeza por el precipicio sus pies estaban ahora equilibrándose sobre una delgada cuerda en suspensión.
Sabía que llegaría su fin si la habilidad de caminar sobre ella para llegar al otro lado le fallaba.
Se mente se bañó de una oración repetitiva que lo convencía de que era capaz.
No contó que para hacer su existencia más tormentosa de lo que era, voces entre mezcladas comenzaron a desconcentrarlo en forma de enemigos alados.
Su alrededor estaba formado de un fondo negro iluminado por irregulares fragmentos cristalinos que reflejaban figuras en movimiento repetido; un espectro encerrado en una vieja casa. Un hombre misterioso con sombrero de copa. Un círculo dibujado en madera rodeado de velas. Muñecas rotas. A su padre con gesto afligido y pluma en mano. Una súcubo pegado al techo mirando directo a una cama lista para atacar. Una hoja metálica de la que goteaba sangre. Una llave plateada y finalmente un lugar profano repleto de joyas, danzas y botellas coloridas que desprendían humo.
Unas campanadas le retumbaron repetidamente la cabeza, ser el centro de esa barahúnda lo obligó a taparse los oídos y cerrar con fuerza los ojos. Entendió que había sido mala idea cuando un calor diferente le hizo compañía, sus ojos se abrieron de golpe y pudo ver el fuego consumiendo la cuerda por la que caminaba ardiendo por ambos extremos.
Sucedió lo inevitable, el cáñamo se consumió y no pudo seguir soportando su peso, Shinichi elevó inútilmente las manos para intentar aferrarse a la nada. Llegó al fondo antes de lo esperado, sus piernas se torcieron al inmediato contacto con el suelo junto al resto de sus extremidades que se esparcieron como un muñeco de tela. Su cabeza fue la última en azotarse y abrirse en un gran charco de sangre que terminó de imposibilitarlo por completo.
-Joven Kudō...¡Joven Kudō! -La voz de Sonoko lo liberó de esa prisión a la que había entrado voluntariamente -Se quedó dormido en la mitad del vestíbulo -dijo sin comprender que el otro no era consciente de aquello -La servidumbre despertará pronto, será mejor que vuelva a sus aposentos.
Tuvo que cerrar la mandíbula con ayuda de sus manos, estaba en la misma posición desencajada que en su sueño, con las extremidades desparramadas y adoloridas. La cabeza le zapateaba, su nariz sangraba y su boca estaba abierta en una mueca chueca muy común de los cadáveres que en sus últimos momentos de vida habían luchado por permitir el ingreso de oxígeno al organismo.
Las semanas esperando noticias de su familia se transformaron en meses, las ganas que tenía de regresar a casa se aquietaron con notoriedad gracias a la costumbre, a esas alturas comenzaba a resignarse y creía que sería inevitable casarse con Sonoko ya que su convivencia había mejorado bastante.
Coincidentemente fue en una tarde libre en la que se encontraba leyendo un cuento sobre fantasmas cuando recibió por primera vez una carta.
El cartero le dio el sobre con extrema urgencia y ahí mismo leyó el remitente. Quedó consternado y sus ojos se abrieron incrédulos de par en par al leer el nombre de Ran Mōri al reverso.
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Holaaa! he vuelto
¿cómo están?
Perdón si hay algún error, se me cerró la guea cuando la estaba editando y ando con un tic en el ojo por estrés laboral ;(
No tengo mucho más que agregar más que hay ciertas partes importantes en este capítulo que se darán a entender mejor más adelante 😉
Estoy atenta a sus comentarios
Abrazos
;DD
💛💚💖💙💜
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