24. Liturgia

El viento helado calándole los huesos y la escasa luminosidad del ocaso impedía cada vez más orientarse. La dirección de sus pasos había cambiado un sinfín de veces y Shinichi comenzaba a sospechar que Shūichi solo quería marearlos y aprovechar los elementos poco variados del bosque para evitar que recordaran el camino. Si la situación no mejoraba se verían obligados a detenerse y buscar algún tipo de abrigo.

A medida que avanzaban, el sendero se volvió mucho más hostil, era casi imposible caminar sin tropezarse. El único rasgo que evidenciaba la mano humana por esa trocha, eran unas figuras geométricas formadas por delgadas varillas de madera colgadas por hilos a las ramas de los árboles, complementadas con varias cabezas de animales de granja y por el inconfundible goteo carmesí al ser muchas de ellas recién cercenadas.

Para fortuna de los muchachos, cuando la caminata parecía ser más eterna, vislumbraron una estructura construida con piedras.

Las antorchas iluminaban la entrada de lo que parecían ser las ruinas de un viejo alcázar.

—Primera advertencia —dijo Shūichi —No respondan y no reciban nada de nadie.

Unas carcajadas provenientes del interior perturbaron la tranquilidad de las aves, las cuales volaron disparadas de las copas de los árboles, inquietando demasiado a Shinichi y Heiji para rebatir.

El ambiente en el interior era caótico, parecía que se estaba organizando una fiesta, cada uno realizaba una actividad diferente, moviendo muebles y trayendo cosas en bandejas y canastas tejidas. Un grupo de chicas jóvenes, la mayoría muy cautivadoras, movían los pliegues de sus vestidos holgados de telas oscuras y sus cabezas adornadas con sombreros puntiagudos.

Una de ellas se acercó a Shinichi y él no pudo evitar el contacto no consentido.

—¿Quieres saber cuándo conseguirás esposa? —lo tomó de las manos trazándole los pliegues palmares observando, según ella, su fortuna —Chico guapo.

—No —se liberó con cuidado del agarre y se guardó las manos en los bolsillos —Muchas gracias.

Intentó avanzar y no perder de vista a Shūichi, pero una de las quiromantes se atrevió a meterle la mano por el cuello de la camisa y sacarle la cadena de la que colgaba su relicario. Lo observó con los ojos inundados en picardía y con un gesto grotesco, le pasó la lengua por encima.

—Te escoltaré a donde quiera que vayas —dijo con voz suplicante e intentó enganchar su brazo con el de él —O al menos déjame ofrecerte una copa de vino.

—No —titubeó pensando en la advertencia de no dirigirle la palabra a nadie —Por favor...

El rostro de la joven estaba tan cerca del suyo que Shinichi se arrepintió de memorizar sus rasgos, que parecían ser cada vez menos humanos.

Unos dientes demasiado afilados, la parte blanca de los ojos manchada un color amarillento poco sano, maquillados alrededor con tinta negra esparcida de manera uniforme al igual que la pintura roja de sus labios. Casi parecía que acababa de succionarle la sangre a algo... o alguien.

—No será necesario, ambos vienen conmigo. Limítate a tus deberes.

Shūichi tenía a Hattori muy bien agarrado del hombro izquierdo de la camisa y se apresuró en hacer lo mismo con Shinichi. La muchacha lo miró sumisa y obedeció la orden del mayor.

Con la misma protección hacia los dos, los obligó a apresurar el paso hacia un pasillo un poco más angosto donde escaseaba la luz de las velas y las antorchas, hostigándolos de información con respecto al lugar y la afluencia.

Shinichi reconoció un listado de individuos con facultades adivinatorias, intérpretes y practicantes de la magia. Estuvo tentado de consultar con la tarotista, pero sus deseos se vieron apagados cuando Shūichi comentó con una grácil voz nostálgica, que la mujer había perdido hace un tiempo la vida.

Al cruzar por un nuevo umbral, Shinichi quedó estático.

Un sudor frío recorrió su espalda experimentando por primera vez temor real hacia una persona.

El hombre de cabellos grises que había visto aquella noche en el lago, lo acechaba desde el otro extremo del lugar con ojos de tiburón hambriento. Su mirada penetrante sin intermisión no ocultaba el rencor que le tenía al hermano mayor de la familia Kūdo.

Se sintió en completa desventaja, después de todo, aquel seguía siendo un espacio cerrado y él no estaba seguro de poder salir de allí.

Sin quitarle la vista de encima, Shinichi lo vio susurrándole algo al oído de un joven de cabellos amarillos que estaba sentado a su lado.

—Avanza—volvió a exigirle Shūichi.

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Finalizaron el recorrido en una endeble y torcida habitación, la que a diferencia de la otras, esta era demasiado tosca, con el techo a medio terminar y paredes que no amortiguaban el ruido de los golpes provenientes de las peleas del exterior, Shinichi podía oír los ¡zas! Y ¡paf! con claridad.

—No dejen que le entren las moscas a la boca.

Shūichi dio un solo aviso y parecía no estar bromeando.

Con el cuerpo tembloroso, Hattori se apegó a su lado, intentando disimular la incomodidad que le provocó el olor y los pequeños ocupantes del lugar.

Un grupo de trece niños de diferentes edades jugueteaban, sin supervisión, entre las sucias mesas de madera con lo que a simple vista parecían ser entrañas y tubérculos. Estaban vestidos con un camisón blanco con salpicaduras rojizas cerca de las mangas y el pecho. Lo más desconcertante de todo, era que los menores actuaban con completa normalidad, pero en cuanto notaron la presencia de los tres mudaron ligeramente el semblante a uno más tímido.

Uno de ellos se acercó a paso lento quedando frente a Shinichi.

—Señor —lo nombró con timidez —Deme la oportunidad de buscar el tesoro con usted.

La pequeña hizo una leve reverencia y estiró sus manitos ofreciéndole un ojo de ganado vacuno cubierto de moscas volando a su alrededor.

La luz del farol era pálida, evitando que los rasgos de la niña se vieran con claridad, pero por su tono de voz, Shinichi descartó la posibilidad de que se tratase de Shiho.

Sabía que si se ponía ansioso comenzaría a actuar con imprudencia, así que prefirió mantener el silencio por si alguno de esos insectos portadores de enfermedades se le colaba dentro de la boca, pero lo que no hizo, fue rechazar la particular ofrenda. Estaba atado a un sentimiento angurriento, la culpa por no haber salvado a Ayumi exigía ser alimentada y no resistirse a la inocencia que le ofrecían las criaturas que se cruzaban en su camino.

Un cerdo adulto pasó embistiendo con desesperación a su lado.

El chillido del animal perturbó sus oídos cuando uno de los niños más altos le abrió sin piedad las tripas de un solo hachazo.

—El amo Toichi se alzará una vez más—prometió al resto, enderezando sus hombros.

Hattori tembló y se le nubló la vista, las náuseas se volvieron incontrolables por lo que terminó expulsando el contenido de su estómago sobre los pies de Shinichi. De no haber estado acostumbrado a la emesis de sus hermanos menores por darse atracones de comida dulce, su reacción podría haber sido la misma.

—El joven agradece sus gestos —Shūichi curvó una sonrisa hacia la pequeña y se dirigió al resto del grupo — Necesito el área despejada.

Los niños no preguntaron ni soltaron una palabra más, se dispersaron hacia el resto de habitaciones.

Shūichi comenzó a recolectar elementos para comenzar su labor. Shinichi hubiese preferido que no trabajase en la mesa de una sala dedicada a la aruspicina, su cabeza se revolvía de solo ver las tripas viscosas y contaminadas esparcidas aquí y allá.

—¿A qué te dedicas? —quiso saber Hattori —¿Eres un vidente?

—Soy un aojador —respondió con orgullo.

—Espero podamos confiar en ti.

Shūichi torció una sonrisa en respuesta y prosiguió con sus tareas. Entre lo ruinoso y usado lo vieron trabajar con completa dedicación, el hombre sabía lo que hacía, sus manos se movían con destreza bajo la luz de las velas prestando atención a cada detalle. Si la actividad de la casa contra la familia Kudō podía repelerse, Shūichi Akai no iba a rendirse hasta lograrlo.

Shinichi no quería interrumpirlo, más necesitaba saber para poder avanzar.

—¿De qué tesoro habla tanto su gente? —preguntó.

—De la fortuna perdida de una estantigua.

El mayor hizo una pausa por si a alguno de los dos curiosos lo interrumpía con una pregunta, pero ninguno abrió la boca.

—El poder desmedido muchas veces conduce por el camino incorrecto. La avaricia y la lujuria no son solo vicios humanos y su gran error fue demostrarlo —murmuró algo para sí mismo y prosiguió —Su compañera pagó por aquellos pecados con su propia vida y él solo quería hacer justicia. Cayó una maldición sobre este lugar, nos maldijo a todos.

—Ustedes también pecan todo el tiempo—se admiró Hattori.

Shūichi lo ignoró. No podía arriesgarse a decir más en ese lugar y para su consuelo, a quien iba dirigido el mensaje lo recibió con perfecta claridad.

—Ten —le tendió a Shinichi el amuleto protector en el que estuvo trabajando todo ese tiempo —Ponlo bajo la cama del blanco más débil.

—¿Por qué me ayudas? —su naturaleza curiosa le exigía conocer la verdad.

No podía confiar en totalidad, aquel extraño no había dudado en prestarle una mano aún cuando parecía cooperar con el lado incorrecto.

Shūichi intentó no mudar la expresión, pero la nostalgia en su mirada fue difícil de camuflar y no pasó indiferente. Sus ojos bajaron hasta posarse en el agitado pecho del joven Kudō.

—Porque...Ella no dudó en ayudar a mi familia.

Shinichi se llevó despacio la mano a la camisa y la posó sobre el relicario que Shūichi podía sentir a través de las telas.

—¿Cómo lo detengo? —demandó Shinichi con entereza.

—Tendrás que dejarlo materializarse frente a ti.

Cuando Shinichi asintió entendiendo todo y se le ocurrió levantar la vista hacia la ventana, las piernas le flaquearon y el pecho le dio un brinco. Vio pegado al cristal, el rostro de un joven rubio sujetando una hoz en su mano derecha.

La niebla nocturna enroscándose en ellos fue su única acompañante de los jóvenes de camino de vuelta al pueblo.

—¿No es ese tu hermano? —preguntó Hattori enfocando la vista hacia el final de la calle.

Una rabia irreprimible atravesó su pecho cuando vio al hijo del magistrado gritarle a su hermano menor

—¿Qué sucedió? —preguntó Shinichi desconcertado por la brusquedad con la que Hakuba trasladaba a Kaito sujetándolo por el cuello.

—He pillado a su hermano in fraganti abriendo las tumbas —lo arrojó sin delicadeza de cara a la tierra húmeda —Seguramente anda saqueando las joyas y dientes de oro de los difuntos. Le sugiero que revise sus bolsillos y de paso, que lo vigile mejor.

—¡No es verdad! —se defendió —Solo buscaba unas hierbas medicinales.

Shinichi echó una rápida mirada a la ropa del más pequeño. Vislumbró sus pantalones salpicados de tierra con un intenso olor a sudor y algo descompuesto. Aquella evidencia lo delataba y a estas alturas tampoco lo sorprendía.

Kaito era el saqueador de tumbas del cual las autoridades del pueblo y su padre tanto hablaban.

—¿Dónde está Aoko? —exigió saber.

—En casa, espero —respondió Kaito agachando la mirada, avergonzado por su descuido —No me mires así.

Aunque quería mirarlo de otra forma para no avergonzarlo más frente al hijo del magistrado no podía desautorizarse él mismo. Su familia ya andaba en boca de todos, debían permanecer unidos.

—No sé qué tanto buscas en el cementerio, pero te advierto que lo único que conseguirás será pegarte las pulgas de las ratas —y añadió —No tienes necesidad, papá siempre nos ha dado todo.

Kaito no dijo nada, ni siquiera él sabía lo que buscaba, pero el desespero que le subió por el cuello al recaer en que su tiempo se había agotado y que ya no podría seguir buscando el encargo de aquel ente maligno le carcomió las entrañas.

—¿y tú de dónde vienes a estas horas?

Shinichi no iba a darle ventaja sobre las preguntas que haría su padre por el horario de llegada, prefirió tragarse información y omitir en su discurso la interacción con esos seres nocturnos. Heiji Hattori una vez más demostró su lealtad al prestarse para su mentira.

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—¿Por qué andas tan distraído? —preguntó su padre intentando, para sorpresa de toda la familia, empatizar con su hijo menor —¿Es por alguna muchacha?

—No, papá. No es eso —respondió Kaito con vergüenza.

Yusaku sabía que no valía la pena seguir haciendo preguntas al respecto, Kaito era una persona que le deleitaban los secretos. Suspiró resignándose a la realidad de que sus propios actos habían fructificado a la rebeldía de sus hijos.

—Ya es tarde. Todos a dormir —ordenó con la poca autoridad que le quedaba.

De camino a su cuarto, Shinichi no advirtió en cómo sus pensamientos se desordenaron y su mente se inundó de dudas. Creía amar a sus hermanos por igual, se había criado con ellos y a pesar de ser hijo de otra mujer ellos nunca mostraron una pizca de rechazo al respecto.

Recordó varias cosas antes de dictaminar. Sus emociones se barajaron y volvió al día en que aquel libro prohibido terminó en sus dominios, rememoró la vulnerabilidad de Kaito, el rostro triunfante de Hakuba y a la pobre Aoko llena de bichos y lágrimas.

Shinichi no durmió, meditando la información nueva y las circunstancias y esperando la repetitiva actividad paranormal que impedía el descanso y el sueño de todos.

Su sentido común le hizo entender que no podía seguir esperando, esa noche el amuleto terminó bajo la cama de su hermano.

Los hermanos Kudō salieron a medio día a buscar al mercado un encargo de Chikage. Aoko, por alguna razón, no había querido ir con ellos.

Iban de camino de vuelta a casa cuando Shinichi intentó sacarle información a su hermano sobre sus visitas nocturnas al cementerio. Comenzaba a creer que Kaito, al igual que él, estaba metido en temas igual de túrbidos.

—No es asunto tuyo, Shinichi —insistió ya cansado.

—¡Por supuesto que es asunto mío! —exclamó

Kaito percibió la promesa en aquellas palabras, ¿podía confiar en que Shinichi lo ayudaría a resolverlo?

—Es por una joven —mintió. —Salgo con ella solo para poder olvidarme de ti.

Shinichi frenó el paso de golpe y lo miró a los ojos por un momento, no se lo creía ni él...

—Kaito, por favor. Eres mi hermano, déjame ayudarte.

Su desespero había aumentado tanto que se vio tentado a decir que sí. Separó los labios y cuando estaba por aceptar la propuesta de Shinichi, se encorvó llevándose la mano al pecho con mucho dolor.

—¿Qué tienes?

—Algo anda mal —volvió a sentir una potente puntada a la altura del corazón.

Su hermano acortó la distancia para acariciarle con suavidad la espalda, cuando una turba furiosa con palos y piedras pasó a empujones al lado de ellos en dirección a la plaza del pueblo.

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Holaa 

Volvió la historia, no voy a abandonarla!!!!!!!

No se si es que hay alguien aún la recuerda 🥺 pero he visto que ultimamente ha tenido interacción ¡Muchas gracias por eso! 

Abrazos 

;DD

🧡💛❤️💚💙💜


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