8. Danza ritual

Entramos al baño y caminamos hasta el espejo. Tobías se abre la camisa azul para ponerse el desodorante y miro hacia un costado, aunque de reojo vuelvo a ver ese pecho peludo que acaricié tantas veces... Me pasa el desodorante y se lava la cara. Me abro la camisa leñadora a cuadros, de tonos magenta y azul oscuro... soy tan velludo como él, quizás más. Me perfumo. Cuando vuelvo a abrocharme la camisa, dejo unos botones libres arriba, al igual que hizo Tobi.

Me gusta que no tenga vergüenza de su cuerpo. A mí siempre me dijeron cosas por ser gordo y peludo. Su seguridad me da ánimo. Me lavo la cara y él me ofrece gel para peinarme.

—A ver, pará... —dice, una vez que termino.

Se acerca... casi pega su rostro al mío. La boca se me llena se saliva mientras me acomoda el cuello de la camisa y el pelo. Sonríe y se aleja para mirarme bien.

—Así está mejor. Quedaste lindo... —Se ríe.

—Gracias. Vos también —contesto.

Esos ojos castaños, grandes y brillantes como lunas se encuentran con los míos. El corazón se me acelera. Él se sonroja. Y yo que creía que teníamos todo superado... Creo que nos seguimos gustando.

—Permiso... —escuchamos y vemos por el espejo a Nicolás, que entra con timidez.

Nadie pide permiso para entrar al baño. Pero claro, este pibe lo hace porque Tobías es puto y yo bisexual. No sé qué pensará, que estábamos enfiestándonos o quizás tiene miedo de que vayamos a lanzarnos sobre él. Por Dios, los hetero son tan boludos.

—Eh... ¿me prestás el desodorante? —le dice a Tobi, que está terminando de peinarse.

—Sí, tomá

—Gracias.

Nicolás se encierra en un casillero de un portazo y se pone el perfume. Frunzo el ceño y miro a Tobías, que se ríe y pone los ojos en blanco.

Nico sale y le devuelve el desodorante.

—Bueno, nosotros vamos bajando Te vemos en la fiesta —le aviso.

—Pará, ¿querés que te deje el gel? —le ofrece Tobi—. Me lo das mañana.

—Sí, dale. Gracias...

Salimos del baño y bajamos las escaleras hacia el piso donde están las oficias de producción y la recepción de la radio.

—Las chicas ya están en el patio de la entrada —Tobi mira un mensaje en su celular—, al lado de las escaleras que llevan al subsuelo.

—Genial. ¿Y Gus?

—Viene en un rato. Primero bajó David.

Dios, el novio se va a poner re celoso.

Entramos al ascensor. La puerta se cierra y empezamos a descender.

—Che, quedó una vacante en el informativo, en el puesto que tenía yo antes de pasar a conducción —me cuenta—. Van a hacer un casting para tomar a un locutor, pero no saben cuándo. Andá buscando a alguien para recomendar. Que tenga experiencia y sea buena onda.

—Okey. Dejame pensarlo bien.

Nos quedamos en silencio. Qué raro es tener puesto el desodorante de mi ex, y estar bajando con él hacia una fiesta. Miro su cuello y su barba, recuerdo las veces que lo besé. «Ahora somos amigos», me repito. «Solo eso».

Es triste y lindo a la vez.

Cierro los ojos por un instante y vuelvo al pasado.

***

Era la clase de foniatría y el aula estaba llena de colchonetas y pelotas de goma inmensas que los alumnos usábamos para hacer los ejercicios de relajación y respiración que indicaba la profesora.

Tobi y yo nos hallábamos acostados, uno al lado del otro. Tenía los ojos cerrados, respiraba con un ritmo pausado y, sin embargo, no lograba aflojarme. Quizás era por todo la tensión que estaba viviendo en casa desde mi salida del clóset. Ya había pasado más de un año y mis viejos seguían sin aflojar, sin esforzarse por entenderme. Y a pesar de mis intentos, no encontraba un trabajo que me pagara lo suficiente para irme a vivir solo y eso me estaba volviendo loco.

Seguí intentando con los ejercicios de relajación varias veces. Ya harto, me senté y dejé escapar un bufido.

—¿Qué te pasa, estás bien? —me preguntó mi novio, tomándome del brazo con cariño.

—Pará, soltáme —le dije y me aparté rápido de él. Giré a cada lado y noté que algunos compañeros nos habían visto.

Ya había hecho algo así un par de veces, pero Tobi me entendía y perdonaba. Esa vez fue distinto. Había tanta furia en sus ojos... el brillo que los caracterizaba se sacudió unos segundos, presagiando un terremoto.

—¿"Pará"? ¿Que te suelte? —preguntó, indignado.

Todos giraron hacia nosotros.

—Tobías, hablemos después.

—No quiero hablar después.

Se levantó de la colchoneta y salió del aula como arrastrado por un huracán. La profesora me miró preocupada y me dijo que fuera a buscarlo. Mis compañeros también. Pero no les hice caso.

No me lo crucé en el recreo. ¿Dónde estaba? Recién lo vi unos minutos antes de la clase siguiente, en la entrada al aula. Estaba con Sara. Me acerqué a ellos, pero me ignoraron por completo. Nuestros compañeros nos miraban y murmuraban.

Era la última clase que teníamos. Apenas terminó, él salió a toda velocidad y fui tras él. Lo alcancé cuando empezó a bajar las escaleras hacia la planta baja.

—Tobi, esperá.

—Quiero irme a casa, Fran.

—¡Tobi! —lo agarré del brazo y se detuvo. El chico suspiró, molesto—. Hablemos, dale —insistí.

—Ahora no. Otro día.

—Tobi...

—¡Basta, Fran! Me voy a mi casa.

En ese monentó, él se apartó de mí, tirando de su brazo, al igual que yo había hecho en clase de foniatría... y tuve que soltarlo. Solo pude ver cómo bajaba y, cuando lo perdí de vista, me quedé escuchando el eco de sus pasos en las escaleras.

El viernes, Tobías me ignoró por completo en el instituto. Tampoco respondió a mis llamados durante el fin de semana.

—Tobi, ¿qué pasa? ¡Hablame! Por favor. ¡Te extraño!

El tiempo para grabar en el contestador de su celular se acabó. Yo lloraba y empezaba a imaginar lo que iba a suceder.

El lunes, decidimos faltar a la clase de Historia. Después del recreo, nos quedamos en el patio con paredes sucias y grafiteadas del segundo piso que se fue vaciando de a poco.

—¿No me querés más? —le pregunté, mientras mirábamos las estrellas juntos, sentados en el piso.

—Fran, yo te quiero. —Se llevó las manos a la cara y empezó a llorar. Era tan lindo y dulce, incluso en un momento así—. Pero ya no aguanto más. Cuando salías con Alejandra no te escondías.

—Sabés que nuestro caso es distinto.

—Quiero salir con alguien para quien nuestra relación no sea algo distinto. —Se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

—No, Tobi, no. —Me giré hacia él, desesperado por tomarlo entre mis brazos, aunque no me atreví a hacerlo—. ¡Por favor, yo te amo! Entendeme, para mí es difícil.

—Para vos. Nuestros compañeros piensan que es genial. ¿No escuchaste los rumores? Les parecemos re tiernos.

—Y-yo... no me importa lo que diga el resto. Es nuestra vida privada. No me interesa hacerlo público.

Tobías me miró con bronca durante un instante, después llevó sus ojos irritados hacia el cielo. Durante un momento, me pareció que estaba viendo algo.

—Te entiendo. Fran... —afirmó, con un hilo de voz—. Te voy a querer siempre, ¿sabés? Aunque de otra manera. No quiero esconderme más.

—¿Qué? Tobi...

Estiré la mano hacia él, que se levantó, alejándose.

—Quedate tranquilo: no se lo voy a contar a nadie. Vamos a mantener tu vida privada a salvo.

Me dirigió una última mirada llena de tristeza y se fue, dejándome solo. Me quedé observando el vacío y mi vista se nubló a medida que mis ojos se humedecieron En cuanto parpadeé, sentí las lágrimas tibias cayendo por mi rostro, una y otra vez.

***

Vuelvo al ascensor, al lado de Tobías. Por un instante, me parece que somos los mismos de entonces. ¡Dios! Me siento tan... tan arruinado. Pienso en mi fracaso con Karina, en que iba a casarme con Jonathan, en mis viejos que nunca se esforzaron por comprenderme, en mi cuerpo que está gordo y cansado y mi corazón que ya no cree en nada... ¿Pasaron tantos años y todo lo que hice terminó mal? Soy un desastre.

Siento un dolor inmenso en el pecho. Es como si todas mis heridas siguieran en carne viva y las sintiera de golpe, luego de esconderlas por mucho tiempo.

—Eu, ¿qué te pasa? —Me pregunta Tobías.

—N-nada... —Hago fuerza para no llorar.

—Fran... te odié por mucho tiempo, pero ya pasó, ¿sabés? Creo... creo que fui cruel con vos cuando nos separamos. Perdón.

¿Por qué me dice esto de repente? ¿Cómo sabe que acabo de recordar esa época? Entiendo que hace reiki, pero eso tampoco lo hace un telépata... ¿o sí?

—Yo también cometí errores. Debería haber estado orgulloso de salir con un chico tan lindo y bueno como vos. Disculpame. Era un cagón.

La cara se me enciende y el corazón me late con fuerza. No puedo mirarlo a los ojos.

—Ya fue, no pasa nada. —Sonríe, enternecido—. Escuchar tus disculpas me hizo bien, después de tantos años. —Me palmea en el hombro.

—A mí también.

Vuelvo a sentir esa llamarada a la altura del pecho... la que sentí la primera vez que los dos condujimos. Él abre bien los ojos. Creo que también la percibe.

El ascensor se detiene.

—Apurate —indica Tobi cuando las puertas se abren, señalando su celular—. Sara dice que nos estamos perdiendo las mejores canciones. —Se ríe.

Bajamos las escaleras hacia el salón del subsuelo hecho de paredes vidriadas, en las que cuelgan flores y lámparas led con forma de notas musicales. Los cristales tiemblan, traspasados por la vibración del sonido. El lugar está lleno de personas que bailan al ritmo de una cumbia cheta, iluminadas por luces parpadeantes de distintos colores.

Veo la barra en un extremo. Al otro lado, sobre una tarima, se encuentra el DJ. Hacemos fila para comprar unas cervezas. Tomamos un poco y bailamos un rato. Después nos movemos por la pista, buscando a nuestros compañeros.

—¡Ahí está Sara! —Tobi la señala y nos acercamos a ella.

Baila con Ámbar, la productora del info de la tarde, y otros locutores de la trasnoche. Están un poco mareados, se ve que tomaron bastante. Saludo a operadores y productores de la radio que se sumaron a la fiesta.

Todavía no vi a Karina... ¿Y si está con Nicolás? Quizás ya están bailando en algún lado...

Suena una canción que soy muy viejo para reconocer, pero que le encanta a los más jóvenes. Aplauden, silban, se ponen a saltar. Mis compañeros se enganchan. Todo el mundo está descontrolado, es como si quisieran quitarse el estrés de la jornada de trabajo de encima.

Me saca a bailar Carolina, la operadora del programa. Trago rápido lo que me queda de cerveza y tiro el vaso de plástico en el suelo.

Es un poco más alta que yo, y eso es decir bastante. Cuando se acerca a mí, antes de hacer un giro, veo mejor su rostro: es muy linda. Tiene pecas en las mejillas, ojos verdes y brillantes, pelo negro que le cae enrulado.

Otras personas bailan a nuestro alrededor; se menean, giran y se abrazan, se detienen para hablarse al oído y hacerse bromas. Por fin veo a Nicolás; está en un rincón. Solo. Me tranquiliza que no esté con Karina... ¿Qué me pasa? ¿Por qué me preocupo por eso? Mi ex ya fue, no me tiene que importar.

Nicolás me mira bailar con Carolina, mientras da unos tragos a su bebida con expresión es seria...quiero hablar con él, pero Caro me hace dar una vuelta y cuando miro de nuevo hacia donde estaba el productor, no lo encuentro.

Me olvido de él y me concentro en bailar con mi compañera. Me acerco para agarrarla de de la cintura, y ella se ríe. Miro rápido sus pechos grandes, de forma más o menos disimulada. Caro sonríe. ¿Me está tirando onda?

Llegan Yolanda y David y la saludan a los gritos. Carolina se separa eneguida de mí, para ablazarlos, y se quedan hablando, medio borrachos. No escucho lo que se dicen, por el volumen de la música.

Alguien me codea. Es Tobi. Me pone un vaso de cerveza en la mano.

—Fui por otra cerveza a la barra y te traje una, de paso. —Explica, antes de dar unos sorbos a su bebida.

Me propone un brindisy acepto.

—Miralos. —Señalo a un grupo de operadores varones que bailan agarrados de las manos.

—Qué loco, en nuestra época hacías eso y te gritaban puto. Ahora los hetero bailan con sus amigos sin problema —reflexiona.

—Qué suerte que se haya avanzado tanto y que los pibes no tengan que perseguirse por eso. —Sonrío con ternura.

—Sí, son una generación menos acomplejada.

Terminamos rápido lo que queda de nuestras bebidas.

—¿Querés bailar? —Le extiendo la mano—. Por todas esas veces que no me mostré con vos, cuando salíamos.

Tobi me mira, inquieto. Aunque las luces de colores no me dejan distinguirlo bien, me parece que está sonrojado.

—Como amigos —aclaro y asiente con una sonrisa.

Lo tomo de las manos. Siento su perfume cuando me acerco a él para hacerlo girar.

Me doy cuenta de que su sonrisa sigue volviéndome loco, después de tantos años. Nos apretujamos más, siguiendo el ritmo de la cumbia. Mi ex me hace dar media vuelta y, cuando quedo de espaldas a él, me toma de la cintura y empieza a menearse.

Lo sigo. Siento un cosquilleo que desciende por mi espalda, mientras nos agachamos bailando.

¿Qué estoy haciendo? ¿Me emborraché ya? ¿Qué van a pensar los demás...?

Basta. No debería importarme nada de eso.

Un calor me cubre de pies a cabeza. Deseo tanto que me besen, que me abracen. Tobías, Caro, Karina. ¡Alguien! Estoy tan solo.

Nos levantamos y giro hacia él, para bailar de frente. Lo abrazo.

—Te quiero mucho, ¿sabés? —le digo al oído.

—Yo también. —Se separa con suavidad y me acaricia el rostro—. Está por bajar Gus. Me voy a esperarlo a la puerta.

—Bueno... Dale, andá.

Me saluda con un gesto de la mano, antes de desaparecer entre la gente. Me invade la angustia y se me humedecen los ojos. «Controlate, Fran», me digo.

Voy hacia donde está Sara y me pongo a bailar junto a ella. La chica se ríe. Seguro vio toda la escena con Tobi y lo está disfrutando. A pesar de eso, el asunto me causa gracia y también me río. Cuando trato de dar unos pasos, me tambaleo.

—¡Gordo, estás re mareado! —me dice Ricardo y niego con la cabeza.

—¿Querés fumar? —me pregunta una chica a mi lado. No la había notado hasta ahora.

—No, gracias.

Es una morocha hermosa. Las luces tiñen su rostro de verde por unos segundos, antes de encandilarme. Pienso en sacarle charla, pero en cuanto me recupero ella me guiña un ojo y se va sin más.

—¡Flaca, volvé! —le grito.

La borrachera que tengo, la música, la gente histeriqueando a mi alrededor... Todo me puso re caliente. Quiero acostarme con alguien.

—¿Qué hacés, Fran? Estás hablando solo. —Ricardo otra vez.

—Hablaba con una piba, me ofreció fumar.

—Te drogaste, chabón. —Se burla.

—Che, que solo me tomé dos o tres vasos de cerveza...

Dejo de reírme en cuanto me recorre un escalofrío. Miro hacia el centro de la pista, donde las personas bailan apretujadas entre los destellos de distintos colores. Veo una figura que se manifiesta solo cuando aparecen las luces blancas, para luego desvanecerse entre los resplandores multicolores.

Sacudo la cabeza, convencido de que es una ilusión. Vuelvo a mirar y encuentro de nuevo a la figura, aunque esta vez ya no desaparece y puedo distinguirla a la perfección.

Parece una bruja de piel verde y ropas negras, como la de la película de El Mago de Oz, pero no tiene el gorro. Lleva el cabello largo y sedoso, con el que se cubre parte de la cara.

La criatura observa a las personas que la rodean y sonríe con maldad. Luego, se relame la boca. ¿Acaso las está saboreando? Da un paso hacia la persona que tiene más cerca, pero se interrumpe al cruzar la mirada conmigo y frunce el ceño. Me estremezco, asustado. Y ella reacciona igual, dando unos pasos hacia atrás. Acaba de comprender que yo sí puedo verla, a diferencia del resto.

Se recompone enseguida. Sonríe despacio, para mostrarme sus colmillos. Reconozco en ella los rasgos de la morocha que me habló recién. ¡Esa chica era una ilusión, una máscara de este ser!

La bruja estira la mano con uñas afiladas y avanza hacia mí.

Algo sale de su cuerpo; son unas sombras que la rodean. Su número aumenta cada vez más. Los que bailan se apartan de ellas con giros y pasos normales, dándoles espacio en la pista. Lo hacen sin inmutarse, como si solo las percibieran de forma indirecta, con una consciencia que les hace ignorarlas y apartarse de su camino a la vez.

Las sombras empiezan a temblar y, luego de un instante, se transforman en copias de la bruja. Se está multiplicando... En total, hay diez dobles a su alrededor, todos mirándome como a una presa.

—¡Puta madre! ¿Qué es eso? —escucho a mi lado y giro. A unos metros, encuentro a Karina sosteniendo un vaso de cerveza y con la vista fija en las criaturas.

También noto a Nicolás, en el otro extremo, mirándolas paralizado. Justo Tobi y Gus vienen acercándose a la pista, tomados de la mano, y se paralizan al verlas.

Las brujas se ponen a bailar de forma amenazante y se dispersan por la pista. Nicolás suelta el vaso que tenía en la mano y se va corriendo entre la gente. Las brujas avanzan hacia nosotros, rodeándonos. Algo cambia en la atmósfera; las personas y las brujas se vuelven borrosas, todo es una mezcla de figuras. No puedo reconocer a nadie, tampoco distinguir si una de esas presencias amenazantes está cerca.

Debería irme corriendo, al igual que Nicolás, pero no quiero dejar Karina, a Gus y a Tobi con estas cosas. Puedo distinguirlos, a pesar de la atmósfera nebulosa. Kari se aproxima hacia mí y me toma del brazo. Miramos a un lado y al otro, asustados. Me invade un mareo, los rostros se deforman, no sé dónde se encuentra la salida. Las brujas surgen de entre la gente, por momentos estirando sus garras amenazantes hacia nosotros.

En un segundo, vuelven a ser sombras y se disuelven en unas ondas que recorren el lugar. A pesar de estar en un espacio cerrado y con tantas personas, surge un frío intenso.

Solo queda una bruja en el centro de la pista, y no puedo apartar la vista de ella. Omnipresente, poderosa, magnética... de algún modo, con una sabiduría repentina que proviene de un pasado lejano e indefinido, comprendo que la bruja se alimentó de nuestro miedo y de las emociones de las otras personas.

Su poder mental es fuerte. Se siente como una aguja que se clava en mi cabeza y sigue drenándome. Karina me aprieta el brazo y larga un quejido. Le pasa lo mismo.

No sé qué le sucede a Tobías y a Gustavo, no puedo concentrarme en ellos ahora. Solo tengo a este monstruo en mi cabeza... Me resisto. No va a vencerme.

Su piel verde se ilumina, antes de encenderse en llamas del mismo color. Consumen sus ropas, su pelo, quedando una figura de llamas. Cambia de tamaño y forma, volviéndose un poco más alta. Ahora es un varón. Se lleva una mano al rostro para sacarse una máscara.

El fuego se expande y Karina y yo retrocedemos. Las llamas pasan a través de nosotros y de los demás, erizándome los pelos del cuerpo. El poder de la figura se extiende hasta abarcarlo todo.

Ahora se muesta sin su disfraz: es Jonathan. Con el pelo casi rapado, la barba cortada al ras. Más bello que nunca; ya no es el chico inseguro que me miraba buscando amor y aceptación. Ahora se para firme y emana una fuerza inmensa, ese brillo verde de todo su ser.

Me clava sus ojos grandes y castaños, enmarcados por unas cejas que parecen dibujadas a la perfección, y sonríe con maldad, como si hubiera estado esperando este momento hace mucho tiempo.

Mi corazón se acelera al verlo después de tanto tiempo y tiemblo, desesperado por comprender lo que está pasando. Doy un paso hacia Jonathan, listo para hablar con él... y desaparece. La gente vuelve a ocupar el lugar que dejó libre en la pista, bailando como si nada. Parpadeo y miro alrededor, buscándolo. También a los demás. Karina ya no está a mi lado. No veo a Tobi ni a Gus.

¿Qué fue eso?

—¿Estás bien, Fran? —me pregunta Sara, acercándose.

—No sé.... Flasheé algo...

—¿Tomaste una pastilla?

—No.

—¿Querés ir a sentarte?

—No... mejor me voy.

Me alejo de ella. Levanto la mirada y encuentro a Gustavo y Tobías a unos metros, bailando de la mano en la pista como si no hubiera pasado nada extraño. Doy unos pasos hacia ellos, decidido a contarles lo que experimenté. Antes de alcanzarlos, veo cómo bromean y se ríen. Luego giran en medio del baile y se abrazan. Tobías lo acaricia en la barba...

Me detengo. Les doy la espalda, con un nudo en el estómago.

—Mejor me voy... —le digo a Sara al cruzarla y camino rápido para alejarme lo más posible de todos.

No puedo más. La cabeza me va a estallar. Quiero llegar a mi casa y encerrarme en mi cuarto a dormir, a llorar o lo que sea. Esta noche tiene que acabarse ya.

Me tropiezo, mareado. Creo que voy a vomitar, no sé si por la borrachera o por la angustia. Sigo caminando, un poco desorientado. Busco la salida.

En ese instante, una sombra me agarra de las manos y me arrastra con fuerza. ¿Adónde me está llevando?

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