24. Regresivos
Me despierto con ganas de ir a hacer pis. Veo a Nico durmiendo sobre mi pecho. Recuerdo todo lo que sucedió en las últimas horas... imágenes de su cuerpo se amontonan en mi mente, al igual que distintas sensaciones de placer. No puedo creer que estuvimos juntos... No me acuerdo nada más después de que terminamos. Se ve que nos quedamos dormidos. ¿Qué hora es? Tenemos que ir al trabajo.
Me separo de él con cuidado, para no despertarlo. El chico se acomoda sobre la almohada y sigue durmiendo. Agarro mi celular. Respiro aliviado. Tenemos una hora y media. Menos mal que vivo cerca de la radio.
Veo una llamada perdida de Ivana. Voy a tener que decirle que ya fue... No. No voy a acelerarme. Quizás todo se pudre con Nico.
Giro hacia él. Siento tanta ternura al verlo durmiendo en mi cama... Me pego una ducha. Después entro al cuarto en silencio y abro uno de los cajones con cuidado para sacar un calzoncillo limpio.
Miro por la ventana. Afuera sigue la tormenta y hace un poco de frío. Tapo a Nico, antes de salir del cuarto. Buffy salta del sillón al verme y se pone a correr por el living.
—¿Estás celosa? —La acaricio, cuando se detiene en la cabecera del sillón doble—. Nico te cae bien, ¿eh? Espero que sea una buena señal.
Le pongo comida en su pote, que está en la cocina, y vuelvo al living.
Dejo de caminar cuando las luces empiezan a parpadear. ¿Qué pasa? Me llama la atención mi reflejo en el espejo de la pared... Del otro lado del vidrio veo a los espíritus con forma de hombre de hojalata, moviéndose detrás de mí en una especie de danza siniestra. Giro, asustado, pero no los encuentro. Miro de nuevo hacia el vidrio, pero ya no están ahí.
Siento un aroma espantoso y doy unos pasos, alejándome del espejo. Escucho crujidos en la madera del piso. Cuando miro a cada lado, encuentro a los hombres de hojalata, que me rodean. ¡Se manifestaron! Se agazapan, listos para atacarme...
Me cubro con mis brazos, mientras mi gata hace bufidos y salta para arañarlos, pero los atraviesa como si fueran fantasmas. Por un instante, se vuelven transparentes.
Uno se abalanza sobre mí y choca contra una fuerza, que lo arroja por los aires. Es mi aura, que se expande desde mi pecho como un fuego magenta.
Los otros seres de piel metálica se apartan.
¿Querían asustarme, eh? ¡No lo van a conseguir!
Me concentro en mi poder y el fuego crece todavía más. Cubre todo mi cuerpo y luego forma una burbuja a mi alrededor.
Los enemigos retroceden. Ahora ellos tiemblan. Las llamas magentas se concentran en mis manos y disparo. El fuego y la burbuja que me rodean desaparecen.
—Fran... ¿Qué le pasa a la gata? ¡¿Qué son esos monstruos?! —grita—. ¿Fantasmas?
Nico se protege de los hombres de hojalata que corren por el departamento, mientras terminan de desintegrarse.
—Son los espíritus que nos persiguen. Hay más, con otras formas.
—Me recordó a un sueño. Ya estuvimos luchando con ellos en el astral, ¿no? —pregunta.
—Sí.
—Hasta ahora, en este plano, solo había visto a las brujas y los felinos —comenta—. Los atacaste con tu aura... Era ese fuego magenta.
—Sí, Nico. Solo lo había usado en el plano astral, nunca en la Tierra.
Se acerca y me toma de las manos. Me mira de arriba abajo.
—Qué increíble —dice con una sonrisa—. ¿Estás bien?
Asiento y le doy un besito.
Lo observo: vino descalzo, vestido con sus bóxers violetas y la remera puesta al revés.
—Pudiste echarlos sin usar un sello... sos muy poderoso —reflexiona.
—No sé cómo lo hice... fue como por instinto. Tenemos que acabar con estos espíritus. Cada vez se manifiestan con más fuerza.
—Ahora estoy con ustedes. Los cuatro vamos a poder vencerlos.
Nico se agacha para acariciar a Buffy, que se refriega contra él.
—Vamos a la cama de nuevo. —Sonríe.
—Tenemos que ir a la radio...
—Dale, Fran... Estamos cerca.
—Nico...
Me besa y se aprieta contra mí. El corazón me late con fuerza, al darme cuenta de que Nico no se quiere ir corriendo de acá, como la otra vez...
—¿Y... los espíritus? —consulto, mirando alrededor.
—Olvidate, ya los echaste. Vamos, no perdamos tiempo —dice con tono seductor.
No puedo resistirme. Volvemos al cuarto, a la cama. Se pone de espaldas a mí y lo abrazo por detrás para besar su cuello. Cierro los ojos, siento las puntas de su cabello corto haciéndome cosquillas en los párpados, como la primera vez que estuvimos juntos en este cuarto y lo cuidé porque estaba borracho.
Empieza a parárseme de nuevo y lo apoyo. No me importa si tenemos sexo o no. Podría quedarme así y dormir por siempre envuelto en su perfume. Me invade el sueño...
Me encuentro el desierto, en medio de la noche. Veo las estrellas en el firmamento y puedo reconocer constelaciones, aunque nunca las estudié. Percibo un movimiento... una mano que toma la mía.
Despierto. Nico presiona sus nalgas contra mí y empieza moverse. Las acaricio. Me invade la calidez de su piel, a través de la tela del bóxer. Empiezo a embestirlo y las ondas de placer suben hasta mi cabeza. Lo beso en la nuca y el cuello, mientras él se aprieta más contra mí.
Tiene los ojos cerrados. Muerdo despacito su oreja y los abre durante un segundo, para mirar hacia atrás. Se sonroja enseguida y entierra la cara en la almohada.
—¿Qué pasa? —le digo con suavidad—. ¿Te da vergüenza?
Asiente.
—Estás conmigo, Nico. No pasa nada... Olvidate de eso. —No responde—. Bueno, si querés lo dejamos.
—No...
Se gira hacia mí y me besa. Me empuja con sus manos para dejarme boca arriba. Luego me chupa el cuello y baja hacia los pezones, se desliza por el pecho, deteniéndose por momentos, como si quisiera saborerar todos los vellos que lo cubren. Me río cuando sus bigotes me hacen cosquillas. Se detiene en mi panza. Saca su lengua y la lame, una y otra vez. Después baja hacia mi bóxer, me aferra del pene y lo muerde con suavidad. Me saca la prenda.
—Tenés la piel más oscura acá...
—Sí. ¿Nunca estuviste con un morocho?
—Eh... no. —Se queda mirando mi pija. Después, la acaricia moviendo la mano hacia arriba y hacia abajo, con mucha delicadeza—. Es hermosa... Tan grande, tan negra y suave, al igual que tus huevos. —Me los lame y unas cosquillas me recorren toda la zona—. Me encantan.
Sube de nuevo y su boca caliente me devora poco a poco. Respira agitado por la nariz, tratando de llegar hasta el final. Después se aleja jadeando. Se limpia un poco de saliva del bigote y los labios. Me agarra la pija de nuevo y comienza besarla. Se la traga de nuevo con sed, con gemidos y caricias, con desesperación. Se separa otra vez y empieza a toser.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
Asiente y se aparta unas lágrimas de los ojos.
—Me atraganté.
—No seas ansioso —Hago una media sonrisa y le guiño un ojo—. Calmate, me voy a quedar acá todo el tiempo que quieras.
Sonríe, pícaro. Se abalanza sobre mí, pegando sus labios a los míos; su lengua entra y busca y me llena. Lo tomo de los hombros para alejarlo un poco.
—Ponete de costado —le pido.
Me hace caso y me quedo detrás de él, observando la forma de su cuerpo, envuelta en sombras que no logran ahogar su palidez. Acaricio su espalda, su cintura, su cola. Me acerco a él, lo apoyo y beso su cuello, sus hombros, su espalda, a medida que mi mano baja más... Agarro su pene, que está duro como una roca, y lo acaricio.
—Fran... hace mucho que no... eh... —titubea.
—Tranquilo.
Lleva su brazo hacia atrás. Me toma de la cintura y me acerca, acoplándome de nuevo a él.
—¿Despacito? —le pregunto.
—Sí...
Me giro hacia la mesa de luz y prendo la lámpara. Abro el cajón y saco el lubricante y un forro. Abro el envoltorio y pongo el preservativo sobre mi pene. Empiezo a bajarlo, pero me aprieta.
—¿Todo bien? —me pregunta, al escucharme resoplar.
—Sí...Esperá un cachito.
Nico gira hacia mí y me mira de arriba abajo, preocupado. Tomo aire y me armo de paciencia. Poco a poco, logro desenrollar el preservativo hasta el final.
Nico sonríe y empezamos a besarnos. Me masturba con delicadeza, como le enseñé. Está menos desesperado que antes.
Siento un escalofrío en la barriga y tiemblo. ¿Estoy nervioso?
Nico me da la espalda y se queda aguardando. Paso la mano por su cintura y extendiendo la caricia hacia su cola, descendiendo poco a poco... hasta ese punto tibio. Lo acaricio con la yema de mi dedo, con mucho cuidado. Nico suspira, hunde la cabeza en la almohada y mueve las nalgas hacia mí, pidiéndome que entre.
—Shhh, aguantá que si no te va doler.
Asiente.
Busco el pomo de lubricante entre las sábanas. Lo abro y lo aprieto, embadurno mis dedos. Luego vuelvo a acariciar a Nico ahí, untándoselo. El chico tiembla.
—¿Te gusta?
—S-sí... seguí.
Presiono ligeramente con mi dedo, que es bastante grueso. Comienza a entrar... La respiración de Nico se acelera. Avanzo con paciencia, sintiendo un cosquilleo inmenso en el pecho.
—Ay... —se escapa de su boca, mientras se agarra de mi cintura.
—¿Paro?
—N-no...
Suspira y sigo hasta el final. Escucho su aliento entrecortado, lleno de deseo y mi corazón estalla de ternura. Me muevo en su interior, atento siempre a él, besándolo en el cuello, el hombro, el pelo de su nuca. Una vez que empieza a retorcerse de placer, salgo y vuelvo a entrar, acariciándolo un rato con dos, después tres dedos.
—¡Fran! —exclama, volteándose hacia mí—. Metémela...
Saco mis dedos con lentitud, el chico se acurruca, estremeciéndose de placer. Entonces, agarro mi pija con una mano, y apoyo la otra en su nalga. La separo con gentileza y lo penetro de a poco.
—Tranquilo —le susurro en la oreja, antes de besársela.
Él se retrae, viene hacia mí, pidiéndome que me sumerja aún más. Obedezco, sin acelerarme. No dejo de acariciar sus hombros, su espalda, lo lleno de besos. A pesar de que lo dilaté, me está costando.
—Tocate —le pido.
—¿Qué?
—Tocate, así te abrís más.
Su mano baja; empieza a masturbarse. Se relaja, como sabía que iba a pasar; y entro por completo en él... Toda mi pija se llena de su calor y una sensación de placer me recorre de pies a cabeza. Se aferra a mis brazos con un gemido mientras, llevado por la emoción, lo atraigo aún más hacia mí.
Me muevo con suavidad. Estiro el brazo para acariciar su pecho, que solo tiene unos cabellos en el centro, y luego sus pezones, que están bien duros. Me excita todavía más saber que lo está disfrutando tanto.
—¿Querés... boca abajo? —me pregunta.
—Sí, pero... soy muy pesado, te voy a aplastar.
—Aplastame... Quiero que lo hagas.
Giramos lentamente, todavía acoplados, y caigo con dulzura sobre su espalda. Me levanto para embestirlo y Nico lleva una mano hacia atrás. Me acaricia la panza y tira de sus vellos, mientras sigo deslizándome una y otra vez dentro de él, en su calor.
—Amor, voy a acabar.
¿LE DIJE AMOR?
—Ay, sí... acabá. Acabá, hermoso. Quiero sentirte.
Aprieto sus hombros y muerdo su espalda. Respiro con fuerza, mientras sigo cayendo... Me invade un hormigueo tibio en la ingle, en medio de una emebestida. Gimo, invadido por los espasmos cálidos, cosquilleantes, hermosos, que estallan dentro de él.
Me derrumbo en su espalda y me quedó así por unos instantes, mientras tiemblo por los escalofríos agradables que todavía me recorren.
—Fran... no puedo respirar... —su voz sale ahogada.
— Perdoname. Vení... —Lo abrazo—. Pongámonos de costado.
Giro despacio, trayéndolo conmigo, hasta acomodarnos.
—Tomá aire. Voy a salir despacito.
El chico asiente. Le doy unos besos pequeños en la nuca, para que se tranquilice. Acaricio una de sus nalgas, y la separo un poco antes de sacar el pene, todavía erecto.
Nico hace un pequeño gemido. Lo abrazo y sigo besándolo, él sigue tocándose hasta que sale el líquido blanco, empapando los vellos de su abdomen. La imagen es bellísima y me conmueve tanto que me produce un leve temblor en la boca del estómago.
—Qué lindo... —Lo acaricio en la mejilla.
Se da vuelta hacia mí, todo transpirado, con la respiración entrecortada, y nos miramos.
—¿Te gustó? —pregunto, recostando mi cabeza en su pecho.
—Sí. Mucho. ¿A vos?
—También. —Siento cómo pasa sus dedos por mi cabello—. Mucho.
Me saco el forro y lo tiro en el piso. Cierro los ojos y me dejo caer en la oscuridad tibia, abrazado a él. Mi felicidad es absoluta.
***
Despierto y me siento liviano, tranquilo, fuerte. Tengo la sensación de estar debajo del agua, acunado por una marea suave de un lado a otro... Giro hacia Nico, que se halla envuelto en su aura de tono violeta claro. Su imagen se desdobla y se alterna entre su cuerpo físico acostado en la cama y otra forma que surge en medio del resplandor. Esta despide como un fuego etéreo.
Me atraviesan vibraciones y me observo... estoy envuelto en llamas de color magenta. Muevo mi mano y es como si se desplazara por un medio denso y cálido, cruzado por líneas de energía. La pongo delante de mí y puedo verla: está hecha de esa fuerza magenta, por momentos traslúcida.
Miro hacia abajo y veo mi cuerpo material, con mis manos físicas descansando sobre él.
—¿Fran? —La voz de Nico surge en unas ondas luminosas que me atraviesan como si estuviera hecho de gelatina y se expanden por el cuarto—. ¿Qué es esto?
Giro hacia él y lo encuentro en su cuerpo astral, observándolo. Está tratando de sentarse, pero no puede hacerlo porque todavía no termina de despegarse del físico. Sus ojos se ven como unos pequeños soles violetas.
—Tranquilo. Estamos por salir del cuerpo físico. Relajate.
Nico se recuesta de nuevo y lo imito. Empezamos a vibrar, sus ondas se funden con las mías y un zumbido nos recorre de pies a cabeza, llenándonos de energía.
Me invade la sensación de caer por un tobogán, cuando termino de salir del cuerpo y quedo suspendido en el aire. Nicolás lo hace unos instantes después y vuela hasta donde me encuentro.
Está envuelto en el fuego violeta de su forma espiritual, que por momentos fluctúa y adquiere su apariencia de todos los días. Observa la cama, donde duermen nuestros cuerpos entrelazados. Luego baja la mirada hacia su cuerpo astral y estira los brazos.
—Soy como un fantasma...
—Sos un espíritu —lo corrijo—. Estás conectado a la fuerza vital del universo.
Gira hacia mí.
—Te rodea un halo fucsia. —Acerca su mano. El brillo de nuestras auras se funde por un momento y crea un halo púrpura en el espacio que queda entre los dos—. Yo nunca... nunca había salido del cuerpo así, al menos de manera consciente. Recuerdo que me dijiste que lo hice en sueños, pero esto... ¡Es increíble! Como de otro nivel.
Lo tomo de las manos. Sonríe y el poder empieza a circular entre ambos formando de nuevo ese halo púrpura, que se expande. Notamos maravillados una forma plateada que se desplaza entre ambos para formar un símbolo del infinito que nos une a los dos a la altura del pecho. Se desvanece enseguida.
—Fran... no estamos solos.
Miro hacia adelante. Frente a nosotros hay un pequeño grupo de sombras que flotan sobre nuestros cuerpos físicos. Llego a contar cinco.
—¿Qué son esas cosas? —pregunta Nico.
—No sé...
—¿Son los espíritus de la radio?
—No, se ven distintos.
Me dan miedo, pero comprendo que no nos amenazan. Nos observan tranquilos. Parecen esperar algo... Reconozco a la sombra que tiene el bigote de Nico.
Algo se manifiesta detrás de ellas... es un portal, que se abre y muestra un desierto. La arena iluminada por la luna parece un mar azul en reposo. Más allá se ven ruinas, entre la penumbra. Las sombras giran hacia el portal y lo atraviesan. Solo queda la que se parece a Nico, que nos indica con un gesto que la sigamos, antes de atravesar la brecha dimensional.
—¿Qué hacemos? —Nico aprieta mi mano astral. Bajo la mirada hacia la cama y veo cómo nuestras manos físicas repiten el gesto.
Me invade una fuerza inmensa, que expande nuestra aura todavía más. Ya no estoy solo.
—Me cansé de escapar —le digo a Nico—. No sé qué karma estamos moviendo juntos, pero tenemos que averiguarlo.
—De acuerdo. —Mira hacia nuestro nuevo destino—. Vamos...
Con un impulso, atravesamos la puerta astral para sumergirnos en una noche desconocida.
***
Tiritamos en el desierto. Nuestros cuerpos astrales ya no brillan ni vuelan. Son tan sólidos como si estuviéramos acá en carne y hueso. Miro hacia el cielo, repleto de estrellas y con la luna llena gigante en el centro. La arena y algunas palmeras se mueven de un lado a otro, sacudidas por el viento. Frente a nosotros, se encuentran los pilares derribados de una construcción ennegrecida por quemaduras. El suelo está regado de plantas carbonizadas y aplastadas, también telas y objetos rotos arruinados por el fuego.
Tomo a Nico de la mano.
—Este lugar se incendió. Parece una especie de templo —afirmo mientras atravesamos el hueco de un muro, adentrándonos en un patio con mesas destrozadas. Se nota que hubo dibujos e inscripciones tallados en las paredes, que fueron destruidos—. ¿Qué habrá pasado?
Llegamos a la entrada de un edificio más pequeño, también destrozado, en el centro de ese patio. En la parte superior de una pared distingo un sol tallado, con una rajadura en el centro, y los rayos que descienden de él. Pero las figuras que estaban debajo fueron despedazadas.
Entramos a la construcción, pasando por encima de los escombros. Aunque es de noche y las lámparas están apagadas, por alguna razón, la oscuridad no es un problema en el astral. Podemos verlo todo.
Llegamos a un salón central de columnas inmensas, con algunos espacios iluminados por la luz blanca de la luna llena, que entra por las ventanas emplazadas bien en lo alto del templo.
Nos estremecemos al notar más adelante a dos cadáveres carbonizados. Nos acercamos a ellos.
—¿Quiénes son?
—No sé, pero siento que los conozco. —Nico lleva una mano a su pecho.
Miro lo que está detrás de los cuerpos: una mesa elevada y más allá un altar. Ambos en ruinas.
Nicolás aprieta mi mano con fuerza.
—Reconozco este lugar... lo vi en sueños. Pero entonces no estaba así... —dice y empieza a toser.
Cae al suelo.
—¿Qué te pasa?
Me agacho a su lado. Aparece una luz blanca a la altura de su garganta, opacada por una humareda. A medida que tose, esta sale de su ser y se disuelve, hasta que la luz queda limpia.
Nico vuelve a ponerse en pie.
—Vi... vi algo —me explica—. Estaba corriendo por un pasaje subterráneo secreto de este templo. Creo que estaba... por allá. —Señala hacia un rincón del lugar—. Me acompañaban otros dos. Y tosíamos, nos costaba respirar. Escapábamos del humo. Temíamos ahogarnos. Como dijiste, este lugar se incendió.
De pronto, algo me encandila. Parpadeo unos instantes hasta que distingo un hilo de luz púrpura que ondea frente a nosotros. Se mueve hacia adelante y luego vuelve hacia donde estamos. Repite el movimiento una y otra vez.
—Quiere que lo sigamos —dice Nico.
Caminamos alejándonos de los cadáveres calcinados. No quiero mirar hacia atrás. De solo pensar en ellos, me duele el corazón. Saltamos un pilar derribado y luego giramos por un corredor, siempre detrás del hilo púrpura. Este se detiene frente a una pared y desciende, iluminando un pasaje secreto.
Miro a Nico, asustado.
—Vamos, Fran.
Asiento y bajamos las escaleras. Llegamos a una cámara, donde el hilo se desvanece. El lugar empieza a cambiar. Se ilumina cuando aparecen unas lámparas en los pilares. Las paredes dejan de estar ennegrecidas y se vuelven del color de la arena. Me invade un cosquilleo... mi cuerpo se transforma.
Me vuelvo más alto, mi piel se hace aún más oscura. Desaparece mi vello corporal. Me llevo la mano a la cabeza, donde ya no tengo cabello. Mis ropas se esfuman y ahora llevo un traje de lino. A mi lado se encuentra un joven de piel oscura, de contextura pequeña. Lampiño, trae el cabello rapado y los ojos delineados de negro. Se halla descalzo y viste un faldón de lino. Ya vi a este hombre, en mis sueños; es el que me esperaba recostado en esa cama antigua, con una copa de vino en la mano.
Gira hacia mí e inclina la cabeza en un gesto de respeto. Noto el temor y la determinación en sus ojos. También el cosquilleo que recorre mi pecho. Es mi discípulo y tiene que pasar esta prueba para continuar en el templo.
El silencio es abrumador. Las lámparas de aceite pueblan el espacio de sombras, que siempre se mueven. Algunas parecen cobrar forma humana solo durante un instante.
Miro hacia el piso, donde se halla tallado un molde con la forma de un cuerpo. Me ubico del lado de los pies y hago un gesto a mi aprendiz, para que comience la prueba.
El joven camina hacia una mesa, donde prepara en una vasija una mezcla de hierbas, agua y barro. Termina y susurra unas palabras con los ojos cerrados y las manos juntas sobre el recipiente.
Luego lo toma y camina hasta ubicarse frente a mí, del lado de la cabeza de la figura. Se inclina despacio. Comienza a temblar, su rostro transpira, cuando surge un vapor del recipiente. Este serpentea en el aire segundos antes de que se vierta la mezcla con mucho cuidado. Es un líquido oscuro, con un fuerte aroma a cedro, mirra, incienso y tierra mojada... Se desplaza desde la cabeza hasta los pies de la figura, serpenteando con vida propia.
Mi discípulo se pone de pie y levanta la mirada hacia mí. Está cubierto de sudor. Asiento, para calmarlo.
Cierra los ojos de nuevo y empieza a recitar el conjuro que le enseñé tantas noches. Entre la penumbra, el molde tallado en el suelo comienza a brillar con destellos multicolores. Un fuego transparente lo llena, terminando de formar el cuerpo.
El joven acaba de recitar y abre los párpados, justo en el momento en que el espíritu se eleva del molde. Este me mira unos instantes, luego gira y camina hacia él. Mi discípulo observa el fenómeno con una expresión aterrorizada, también llena de maravilla y ambición. La figura transparente se detiene a unos centímetros de él y se tiñe de negro, convirtiéndose en una sombra.
Mi discípulo voltea hacia mí, sin saber qué hacer.
—Está esperando tus órdenes —le indico.
La visión se desvanece. Me encuentro en la misma cámara, en medio de la oscuridad. Nicolás está a mi lado y se lleva una mano a la boca. Yo estoy temblando.
—Esos... esos éramos nosotros... —dice, entre balbuceos—. Eras mi maestro.
—Sí...
Doy unos pasos hacia el lugar donde vimos el molde. Logro distinguirlo entre la penumbra y se lo señalo a Nico. Traga saliva.
—Salgamos de acá —me dice y asiento.
Subimos las escaleras. Retrocedemos tratando de recordar por dónde vinimos. Cuando pasamos por el salón central, evito mirar a los cadáveres y aprieto la mano de Nico con fuerza.
Salimos al patio, después atravesamos la pared derrumbada hasta llegar al desierto. Estamos cansados, transpirados, sentimos frío.
—Quiero volver a casa —me abraza.
—Yo también.
Nuestros pies comienzan a vibrar, justo cuando aparece el grupo de sombras a nuestro alrededor. Asentimos, agradecidos por lo que nos mostraron. Debajo de nosotros, se manifiesta una luz que nos cubre, para llevarnos lejos de ahí.
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