22. Ese café tan pospuesto. Parte 2

Me pido tres medialunas. Lo único que puede calmarme a esta altura es la comida. Cuando me las traen, se asoma una cabeza por la puerta, empapada.

—¡Nico!

—Hola... —Se acerca rápido y me saluda con un beso frío en el cachete.

—Estás re mojado... ¿No te trajiste nada? ¿No sabías que iba a llover?

—Salí corriendo. Ni miré el pronóstico del clima. Soy una vergüenza de locutor.

Me río.

—Andá a secarte al baño, dale.

—Sí. —Empieza a alejarse.

—Pará... ¿qué te pido?

—¿Vos que te pediste?

—Un cortado.

—Lo mismo.

—Okey, andá.

Dios mío. Por fin llegó el momento... ¿Qué quiere contarme? ¿Querrá salir conmigo o solo soy un fetiche para él? Todavía no puedo creer que pasaron veintidós días (los conté, no pude evitarlo) desde la fiesta en la que se emborrachó y terminamos besándonos.

Llega un mensaje a mi celular.

Ivana: Todo bien, Fran. No pasa nada. Querés que nos veamos?

Francisco: Estoy re ocupado en estos días. Hablamos y te confirmo.

Ivana: ok

¿Acaso olfatea que estoy con Nico? ¡Basta! No puedo pensar en eso. Nico y yo solo vamos a hablar. No significa nada. Siento una puñalada en el corazón al pensar que es probable que Nico me quiera cortar el rostro ahora mismo, o decirme que solo quiere acostarse conmigo.

El mozo trae su café cortado, justo cuando Nico vuelve a sentarse. Verlo ojeroso y despeinado, todavía con algunas gotas cayéndole del pelo, me produce una ternura inmensa. La escondo lo más que puedo, detrás de una expresión seria.

Me sonríe y siento como si unos fuegos artificiales estallaran en mis mejillas. Me desarmo por dentro, pero mantengo mi rostro inescrutable.

—¿Querés medialunas?

—No, gracias. Fran, te pido disculpas. Yo... me porté como un boludo.

Me quedo callado, sin poder creer lo que escuché. Hasta ahora, nunca me crucé con un tipo que me pidiera disculpas así. Me lo quedo mirando, concentrado en seguir ocultando las emociones.

—¿Qué querés, Nicolás?

—Bu-bueno... vos... dijiste que podíamos conocernos mejor, ¿no?

—¿Qué?

—Vos me invitaste primero a tomar el café. Y me dijiste eso.

—¿Qué querés, Nicolás? No me des vueltas.

Se pone todo colorado y mira hacia un costado.

—Está bien. Yo... quería verte. Verte fuera de la radio.

—Okey. ¿Para qué?

—Eh...

Nico se queda observándome. Siento calor en el rostro y aparto los ojos. ¡Dios! ¿Por qué no podemos hablar claro? Parecemos dos adolescentes.

Se me ocurre algo para decirle, aunque dejo que el silencio se estire... y que Nico se ponga cada vez más incómodo. Se lo merece.

—Fue lindo lo que me dijiste esa vez en la fiesta de la radio...

—¿Qué cosa?

—Cuando bailamos juntos. ¿Te acordás o no?

—Más o menos. Estaba muy borracho.

—Nico, no te hagás el pelotudo. Dijiste que yo era hermoso. —Lo miro fijo y su cara se pone todavía más roja—. Que te gustaba desde el primer día que me viste.

—Eh... yo... eh...

—Supongo que no me vas a hacer contarte todo lo que me hiciste y querías hacerme afuera de la pista, cuando me agarraste de prepo en la calle. Justo enfrente de acá... Puedo señalarte la persiana del local contra la que me aplastaste para besarme.

Empieza a sonar el celular de Nico. Lo mira con expresión asustada.

—¿Quién es? —No debería preguntarle, pero estoy tan alterado que no puedo contenerme.

—Mi novia...

—¿Sabés qué? —Me levanto de la mesa, re caliente—. Mejor me voy.

—¡Fran! ¡Fran, esperá!

Nico se levanta y me toma del brazo. Justo lo que quería que pasara... escondo la sonrisa, antes de girar hacia él. Los mozos nos miran, inquietos.

—Atendé, yo me voy.

—No voy a atender. Sentate. Por favor, volvé a la mesa. ¡Dame cinco minutos, cinco!

Le hago caso. Durante un rato no hablamos ni nos miramos. Yo recupero el ritmo de mi respiración y el de los latidos de mi corazón. Me trago la furia, la angustia, la ansiedad que pasé todas estas semanas y que quiere salir de mi ser como una explosión.

—Ya te pedí perdón, con sinceridad. Sé que me porté mal con vos en la fiesta y después te ignoré. Pero tenía miedo. Te había visto un par de veces antes, cuando te cruzaba en los pasillos. Pero pasar a trabajar con vos fue muy fuerte. Y después empezó eso de los espíritus. No pude manejarlo.

El celular de Nicolás vuelve a sonar y él lo apaga.

—¿Por qué jode tanto tu novia? ¡Estoy harto!

Me levanto de la silla otra vez.

—Fran, no. Quedate. Necesito hablarte.

—Solo eso querés, ¿no? Descargarte, llorar un poco y no hacerte cargo de nada. Si viniste a que te consuelen, mejor andate con ella. Chau.

Antes de que pueda moverme, Nicolás se levanta de su silla y me toma de los hombros.

—¡Cortala, Fran! ¡Yo te amo a vos! —Se estremece, sorprendido por sus propias palabras. Se sienta y apoya las manos en la mesa. Hago lo mismo, cuando las piernas me tiemblan—. Pienso en vos todo el día, se me escapa tu nombre cada dos frases. —Su tono de voz es bajo y tembloroso—. Cuando me duermo y tengo esos sueños en los que viajamos... Después me despierto con el aroma de tu pelo en la almohada. Y me viene esta sensación de que te conozco de antes. —Se lleva una mano al pecho—. A veces, cuando me mirás, aparece en mi mente la imagen de un río con palmeras y unas dunas y siento tu mano apretando la mía. Aunque no puedo ver nuestros cuerpos.

—Nico...

—Fran, te amo. —Empieza a llorar—. No puedo evitarlo.

Me quedo paralizado. El bar está en silencio. Ni siquiera se escucha jugar a los del salón de billar. A pesar de tener sobre nosotros la mirada asombrada de los mozos y de los otros clientes, no me siento expuesto. Es como si se hubiera formado una burbuja cálida a nuestro alrededor, un espacio y un tiempo solo de los dos.

Dijo que me ama... El corazón me late a mil por hora. Me muero por tomar esa mano pálida y pequeña que miré con cariño tantas veces, pero me contengo. Nico me clava una mirada enrojecida.

—¿Vos me querés?

—Obvio que sí —contesto, seco—. Pero no pienso sufrir. Si vas a estar con tu novia y conmigo, no me interesa.

—La voy a dejar. No me gustan las mujeres. Intenté convencerme de todas las maneras de que era bisexual, como vos, pero cada vez que estaba con mi novia o fantaseaba con otras chicas, aparecías. En principio creí que te sumabas a esa imagen mental, pero después... todo lo demás desapareció. Solo quedabas vos.

—¿Nunca estuviste con un tipo?

—Sí, varias veces. Antes de salir con Daiana, cuando iba a bailar con amigos o solo. Un par de veces me hice el que no sabía que estaba en un boliche gay, o el hetero borracho y confundido. También me acosté con dos tipos que conocí con un perfil falso en una aplicación y no los volví a ver. Me hizo tan mal engañar a Daiana... Pero me convencí de que era algo que no iba a pasar nunca más. Sé que estuve mal, yo... Qué horrible. Ya fue, no quiero acordarme de eso. Me da mucha vergüenza.

»Hace mucho tiempo que vengo negando lo que me pasa y ya no lo aguanto. Eso tiene que terminar. Necesito asumir que me gustan los hombres.

—Te cuidaste cuando te acostaste con esos tipos, ¿no?

—Sí, obvio.

—Menos mal. —Sonrío.

Estiro los dedos hacia su mano, que se abre para unirse a la mía. Nico me sonríe y el brillo de sus ojos me encuentra por primera vez en todo su esplendor.

—Al final, nada de esto era lo que venía a contarte...

—¿Qué? —Me sorprendo.

—Quiero decir que necesitaba y quería decirte esto. Pero hay otra cosa... Vas a pensar que estoy más loco todavía.

—No pasa nada, bombón. —Levanto su mano de la mesa y se la beso. Nico parece estar derritiéndose—. Decime.

—Cuando tenía cinco o seis años, se aparecía gente en mi casa. Personas con la piel pálida y brillante. Pero ese brillo era helado, se parecía a la luz de la luna. —Me invade un escalofrío al escucharlo. Es lo que vi en esa pesadilla—. Muchos eran como estatuas de mármol. Y me hablaban, aunque no siempre les entendía. Hombres, mujeres, niños, ancianos. Algunos con heridas o enfermedades. Varios me pedían que los curara y, a veces, en mi sueños, lograba hacerlo. Luego se iban en una luz.

»No podía dormir. Mi mamá me llevó con una bruja que le dijo que yo tenía el tercer ojo demasiado abierto y me lo cerró con un hechizo. Lo olvidé y me convencí de que solo habían sido pesadillas de mi infancia. Hasta ahora. Desde que estamos viviendo esto en la radio... empecé a verlos de nuevo. Los ignoro, porque si les presto atención, se me pegan.

—Nico... no sabía. Ves a los fantasmas...

Asiente.

—Por eso no quería aceptar lo de los espíritus de la radio. Sabía que si me abría a eso todo iba a volver. No quiero empezar a encontrar fantasmas por todas partes, atraerlos en multitudes, como cuando era chico.

Cubro sus manos con las mías.

—Eso no va a pasar. Hablemos con Tobías y Karina. Seguro ellos o Gustavo van a encontrar la forma de ayudarte. Y si no son ellos, yo lo voy a hacer. Buscamos a la bruja a la que fuiste cuando eras chico o a otra. ¿Tu mamá sabe esto?

—Se lo dije hace unos días. Está viendo la forma de solucionarlo. No tiene idea de dónde puede estar esa bruja.

—Tranquilo. Vamos a resolverlo. Confiá en mí.

El chico hace una sonrisa triste y asiente. Aprieta mis manos con fuerza.

—Che... Queda un rato largo hasta que entremos a la radio —le digo, después de unos instantes en silencio—. ¿Querés ir a casa? Estamos a unas diez cuadras, más o menos.

No responde durante unos segundos. Casi puedo ver los engranajes girando a toda velocidad en su cabeza.

—Dale...

Pago la cuenta y salimos del café.

—Vamos —le digo y sonríe, asintiendo.

Tomamos por Callao hacia el lado del Congreso. El silencio me pone algo incómodo, pero entiendo que los dos estamos procesando mil cosas. ¿Qué va a pasar cuando entremos a mi departamento? ¿Qué querrá hacer? ¿Cómo nos vamos a sentir?

Me encantaría tomarlo de la mano, aunque sea para calmar la ansiedad de los dos. Pero no voy a hacerlo, porque estamos en la calle. Ahora no hay problema con eso, al menos en la Ciudad de Buenos Aires, pero Nico todavía está en el clóset y si alguien nos ve podría ser muy incómodo.

Pasamos por la puerta del Congreso, donde hay un grupo pegando carteles con sus reclamos en las rejas del frente.

—Es por acá —le digo a Nicolás después de unas cuadras, antes de doblar en la esquina.

Mientras espera a que abra la puerta del edificio, se queda más pálido que de costumbre. Una vez en el ascensor, nos miramos durante unos instantes y empiezo a reírme.

—¿Qué te pasa, boludo? —Sonríe.

—Parece que estuvieras yendo a una ejecución. ¿Seguro querías venir?

—Callate. —Salimos del ascensor y me da un empujoncito suave.

Entramos. Mi gata viene a saludarnos y se refriega enseguida en las piernas del chico.

—Hola, linda. No te vi la otra vez. —Nico se agacha y la acaricia—. ¿Cómo se llama?

—Buffy.

—¿Como la Cazavampiros?

—Sip.

—Ahora entiendo todo.

Dejo las llaves en una mesita y voy hacia la cocina.

—¿Te gusta Britney? ¿Y Coldplay? —Me habla desde el living—. Perdón, estoy chusmeando tus CDS.

—Sí, igual ya casi ni los escucho. Ahora uso playlists de YouTube. Porque soy muy pobre para tener Spotify. ¿Querés té, Coca Cola...?

—¡Por Dios! ¡Tenés la biografía ilustrada de David Bowie!

—Okey, mirá tranquilo. ¿Un té de limón está bien?

—Sí...

Cuando vuelvo con las tazas, lo encuentro chusmeando mis libros de Cabezón Cámara y Mariana Enríquez. Tiene un peluche de Beetlejuice en la mano, que me compró Karina en la feria de San Telmo cuando éramos novios. De pronto, siento un nudo en la boca del estómago. Me enamoré y me separé tantas veces... Mierda, no sé si quiero volver a pasar por todo eso.

—Ey... —Me dice, antes de acomodar mis cosas en el mueble y acercarse. Me ayuda a poner las tazas en la mesa—. ¿Qué te pasa?

—Nada. Ahora traigo unas galletitas de vainilla.

Una vez que nos sentamos, Nico empieza a comer y a beber rápido. Está muy nervioso. Acerco mi mano a la de él y la acaricio, para calmarlo. Su rostro vuelve a encenderse, su mirada se agranda y humedece.

—Tengo miedo. —Suspiro.

El chico deja de masticar y me mira.

—Yo también.

—Sos más chico que yo —le retruco—. Todavía no sabés lo que es separarte. Varias veces.

—Estuve con Karina antes que Daiana.

—¿Cuántos años tenías cuando te peleaste?

—Veintiseis.

Me río.

—Cuando sos más grande, te cuesta más. Duele más... Nunca conviviste, ¿no?

—Recién ahora, con Daiana.

—Bueno, yo sí. Con Karina. Y con Jonathan. Separarse... Llevarte las cosas, hacer el bolso. Te destroza.

Dios, ¡qué bajón! ¿Por qué estoy hablando de esto? ¿Tan hecho mierda estoy?

—Yo... le hice muchísimas promesas a Daiana. Que más adelante nos íbamos a casar. Hasta hablamos de tener hijos. —Se lleva las manos a la cara—. Siento como si fuera a detonar una bomba atómica y destruir todo un planeta. Pero no puedo seguir viviendo así. No quiero ser una mentira.

»Uno de los tipos con los que estuve tenía una doble vida... —me sigue contando—. Mujer e hijos y no le importaba mentirles. Entiendo porqué lo hacía, pero... yo no podría. No quiero esa vida.

—También me pasó —le confieso—. Conocí a un hombre por chat, unos meses después de cortar con Tobi. Fue algo arriesgado, pero necesitaba saber qué me pasaba, qué podía llegar a sentir si estaba de nuevo con un varón.

»Nos acostamos y... cuando terminamos, se levantó y me dijo que tenía que irse a ver a la esposa. Nunca la había mencionado antes, yo creí que era soltero. Fue como un baldazo de agua fría.

»Cuando le pregunté porqué me lo había ocultado, me contestó que él era bisexual, que lo bisexuales éramos así. Me dijo: «yo me enamoro de las mujeres, con los varones me divierto». Después agregó: «no te vas a poner en puto y enamorarte, ¿no?»

—Qué forro. —Nico adquiere una expresión triste.

—Sí. Desde ese momento, supe que no quería convertirme en una persona así. También entendí que una cosa es ser bisexual, que es solo una orientación, y otra es ser mala persona. Ese tipo había usado una etiqueta para justificarse. Si algún día me caso con una mujer y en algún momento quiero acostarme con un hombre, no quisiera tener que ocultarlo; preferiría hablarlo con ella y plantear una pareja abierta. Pero hasta ahora, siempre deseé tener vínculos monógamos.

Nicolás me observa mientras bebe el té. Sigue nervioso. Ya me imagino las preguntas que le taladran la cabeza.

—Nico... Si... si nosotros decidimos estar juntos... probemos, pero, si decidimos estar juntos, yo te voy a querer a vos, ¿sabés? No tenés que sentirte inseguro. No es como que necesito las dos cosas y me desespero si tengo una sola. Cuando estoy con alguien, estoy con alguien. Punto.

—Ya sé. —Me aprieta la mano con fuerza—.Soy tu productor, lo escucho en cada uno de tus editoriales. No te voy a decir todas las cosas feas que les dicen a los bi. No te voy a discriminar. Gracias por aclararlo, igual.

Sonrío y nuestros ojos se encuentran. Empiezo a acercarme a él, muy despacio. Él me imita. Me inclino y lo beso.

Enseguida, siento algo similar a una llovizna de energía, muy relajante, que me cubre y se extiende hacia él.

Mi corazón late con fuerza a medida que nuestros labios se juntan, una y otra vez. Nos levantamos de las sillas y lo abrazo. Acaricio su pelo corto, sus mejillas y nos volvemos a besar.

—Te quiero... no sé porqué, pero te quiero. —Se me escapa, entre unos gemidos.

—Yo también.

En ese instante, noto que mi energía crece para unirse a la de él. La fusión de nuestras auras nos envuelve en una burbuja cálida y poderosa. Entrecierro los ojos y puedo verla a nuestro alrededor, formada por franjas de color magenta y violeta.

Cuando mi lengua se abre paso hacia la de él, comienzo a percibir los latidos de su corazón, emitiendo vibraciones y zumbidos... sincronizados a la perfección con los míos. Debería estar impresionado, sin embargo la calidez de nuestra energía y la ternura del momento me tranquilizan.

—Fran, ¿vos también ves las luces? —me pregunta y parpadea, segundos antes de que todo vuelva a la normalidad—. Ya desaparecieron.

—Sí...

—¿Qué fue eso?

—Nuestras auras. Estaban fundidas. —Lo aprieto contra mí.

—Genial. —Sonríe.

¿Acaso lo que vimos significa que Nico y yo tenemos una conexión especial? No. No voy a ilusionarme. Además, ya tuve antes un fenómeno parecido con... no quiero recordarlo ahora. Voy a disfrutar el momento. Lo tomo de la mano y señalo la puerta de mi cuarto con la cabeza.

—¿Querés ir?

Asiente.

Nos acostamos. Por fin tengo a sus ojos saltones y brillantes frente a mí. Acaricio su bigote canchero, ese que se retuerce cuando se pone nervioso. ¿Qué va a pasar de ahora en más? ¿De verdad va a dejar a su novia?

Me olvido de todo eso, cuando vuelve a besarme.

Me encuentran en instagram.com/matiasdangelo


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