18. Una salida de amigos...
La semana pasa rápido y llega el sábado. Arreglamos con Nico por mensaje de texto que vamos a encontrarnos en la puerta del teatro. Me preparo para dar una buena imagen. Soy el conductor del programa donde trabaja y, por lo que entendí, va a estar toda su familia. No puedo parecer cualquier cosa.
Eso y también que me quiero ver lindo para molestarlo.
Preparo mi look de oso seductor: me acomodo el pelo con gel, me pongo aceite en la barba para que brille y esté suave y perfumada. Después, la infaltable camisa leñadora. Esta es de mangas cortas, en tono magenta, con algunos botones abiertos a la altura del pecho, donde asoma el vello oscuro.
Se me hace tarde. Agarro una campera por si refresca y me tomo un taxi.
En cuanto me bajo, encuentro a Nico en la puerta del teatro, mirando la pantalla de su celular, nervioso. La gente ya entró.
Me acerco y levanta la mirada. Sonríe al verme. Aparece ese brillo en sus ojos. Se peinó el bigote con cera y tiene las puntas un poco curvadas hacia arriba. No sé qué perfume se puso, pero huele riquísimo. El corazón se me acelera...
—Linda camisa —me dice.
—Me gusta más tu chomba. —Señalo la remera polo a rayas negras y violetas—. ¿Entramos?
—Sí, sí. Es re tarde. Mi familia ya está adentro.
El teatro es un galpón acondicionado iluminado por luces azules y violetas, que me encandilan y no me dejan ver nada. Hay un escenario precario al que apuntan los reflectores. Avanzamos entre las sombras hasta las gradas y Nico me guía hacia el lugar que nos están guardando.
Ahora me encandilo aún más porque hay una luz blanca del techo que apunta hacia la audiencia. Entiendo que sean novatos, pero ¿quién mierda les hace la iluminación acá?
—Nico, acordate de llamar al plomero para que te arregle el calefón —dice una mujer de unos sesenta años, que está sentada al lado de él.
—Sí, ma.
—Hola... —Saludo.
—Ah, este es Francisco. Ella es mi mamá.
A pesar de la penumbra, llego a verla: está bien arreglada y lleva el pelo corto y platinado.
—Elvira, un gusto. —Me estrecha la mano y una corriente eléctrica me recorre. Se me erizan los pelos de la nuca y me recargo al instante; ya no siento el cansancio de la semana. Recuerdo que Karina mencionó que esta mujer meditaba y hacía alguna técnica new age. Debe ser buena en eso—. Nicolás habla siempre de vos. Te admira mucho.
—Callate, mamá —contesta él. Me río, ubicándome a su lado.
—¿Cuando sale tu hermana?
—Más o menos a la mitad. —Suspira—. Vamos a tener que fumarnos al resto...
—Seguro alguno canta bien.
—Esperemos. —Sonríe, abandonando su expresión de rezongo—. Gracias por venir, Fran.
—Todo bien.
—Tobías y Gus cancelaron a último momento. Aunque sea Tobi se copó comprando las entradas —me cuenta—. Seguro no querían aburrirse con esto.
Me rio.
La muestra comienza con una pista a todo volumen, que el sonidista baja de pronto. Empiezo a toser cuando largan un humo artificial que se expande por el escenario y viene hacia nosotros. Lo apartamos con la mano.
Primero pasa el grupo de alumnos entonando la canción True Colors, de Cindy Lauper, a medida que van entrando al escenario. Escucho una exclamación de Elvira y Nico me codea cuando entra una chica. Me cubro de la luz mal puesta para verla mejor: delgada, pelo castaño largo y enrulado. Debe ser Florencia.
En cuanto termina la canción grupal, van pasando de a uno. Algunos son mejores que otros, pero en general cantan bastante bien. Nico me aprieta fuerte del brazo en el momento en que le toca cantar a su hermana, que es bastante correcta y logra emocionarme de verdad.
Termina y aplaudimos con fuerza. Me quedo despabilado, así que no me queda otra más que aguantarme la muestra hasta el final. Una vez afuera, esperamos a Florencia. Tardo un segundo en reconocerla sin el maquillaje. Carga un pequeño bolso, donde seguro tiene la ropa que usó en el escenario. Se puso un vestido para la cena. Me doy cuenta de lo joven que es, debe tener diecinueve. Abraza a sus familiares, que la llenan de elogios.
—Hola, un gusto. —Me saluda y me mira de arriba abajo—. Mi hermano siempre habla de vos.
—Gracias. Te felicito, cantaste muy bien.
—Bueno, salgamos para el restaurante que nos vamos a quedar sin mesa —interrumpe Nico, apurado.
—Ay, Nico, pero si reservamos...
—Amigaaaaa —grita un chico de la misma edad que Forencia, sacudiendo una mano en el aire.
—Amigoooo —grita ella y corren a abrazarse.
—Diosa, diva, me encantó como cantaste —le dice el chico.
—Vos estuviste mejor.
—Holaaaa —dice el chico, viniendo hacia nosotros de la mano con Florencia.
—Les presento a Pablo. —Florencia señala a su amigo—. Este es mi hermano, Nicolás, y él es Francisco.
—Un gusto —respondemos al unísono con Nico.
—Ay, ¿son novios? ¡Qué tiernos! —Pablo se lleva las manos a la cara.
—No, no. —Nicolás se pone duro, me mira con expresión aterrorizada—. Tengo novia —aclara—. Él es mi amigo.
—Ah... —Pablo y Florencia se nos quedan mirando por unos instantes. El silencio es incómodo. El chico levanta la mano para saludar a alguien a lo lejos—. Ahí está mi novio. —Gira hacia Florencia—. ¿Nos vemos en el restaurante?
—Dale.
Una vez que Pablo se aleja, Nicolás suspira aliviado. Nos reunimos con el resto de su familia. Él y su hermana me los presentan rápido. No puedo retener sus nombres, son tantos que me mareo. Llegamos a un restaurante de comida árabe y ocupamos una hilera de mesas. La madre y los tíos de Nicolás charlan sobre temas familiares a la vez que critican cómo cantaron los compañeros de Florencia.
—Mi hijo está en una de las radios más importantes de la ciudad —dice Elvira, de pronto. Se lleva una mano al pecho, orgullosa—. Y vino acá con el conductor del programa donde trabaja, Francisco. Es una estrella. —Me señala y casi me atoro con la comida.
Todos los familiares giran hacia mí y se me quedan mirando. Trago saliva. Dios, qué vergüenza. Cómo exagera esta mujer.
—¿En serio? ¿En qué radio están?
—Los vamos a escuchar.
Nico les dice la sintonía y la hora. Después me mira de costado, riendo. Sabemos que no van a escucharnos.
—A ver, pongan voz de locutor —exige el primo.
—No existe la voz de locutor —le digo.
—Vos sí tenés voz de locutor, Francisco. Vos no, Nicolás.
Dios, qué pelotudo es el primo. Nico pone los ojos en blanco.
—¿Te gusta el humus, Francisco? ¿Te paso el Kepe?
—Sí, gracias —contesto a la tía de Nico y me sirvo lo que me alcanza, aunque no tengo idea de qué es.
Me cuesta coordinar con tanta gente charlando a la vez. Encima, Florencia se pone a cantar a los gritos y un compañero le responde desde otra mesa.
¿Qué mierda hago acá? ¿Qué karma estoy pagando?
—Ay, esa Daiana que no vino —resopla Elvira—. ¿Qué pasó? ¿Al final se pelearon, que viniste con tu amigo?
Daiana... esa debe ser la novia de Nico. Dejo la comida en el plato y lo miro fijo.
—No, no —contesta Nicolás, sin levantar los ojos, mientras corta la comida.
—Y sí, era de esperar. Al final ella no es muy familiera, nunca quiso acompañarte a estas reuniones. —Elvira se encoge de hombros.
—Nada que ver.
—Dale, Nicolás, nos damos cuenta —dice la tía—. Es su forma de ser y hay que entenderla.
—O tal vez deberías conseguirte a alguien mejor —sugiere Florencia, antes de meterse un bocado.
Por debajo de la mesa, toco la rodilla de Nico con la mía. Se atora con la comida y lo golpeo en la espalda hasta que se siente mejor.
—A todo esto, qué lástima que faltaron tu prima Mariana y la esposa —dice el tío.
—Están cuidando la casa de los padres que están de viaje —comenta la tía—. Qué bueno que pudieron casarse. ¿Hace cuánto que estaban en pareja, quince años?
¿La prima es lesbiana?
—Sí. Son divinas. Tan educadas, tan cultas —comenta la madre.
Si la prima es lesbiana y la familia la acepta, ¿por qué Nicolás está tan reprimido? Con la hermana gay friendly, la familia buena onda... Si yo hubiera vivido en un ambiente así me sentiría seguro como para salir del clóset. Supongo que para cada persona es diferente.
La cena transcurre con más charlas en voz alta, gritos de una mesa a otra, fragmentos de canciones que Florencia y los compañeros interpretan de la nada. Qué intenso.
Cuando terminamos, la madre de Nico insiste en pagar y los tíos ofrecen llevarnos a nuestras casas, pero rechazamos porque se tendrían que desviar demasiado. Nos despedimos de todos y salimos. Acompaño a Nico hasta su parada de colectivo. Caminamos en silencio por un rato. Es un alivio, después de la muestra musical eterna y de estar con tanta gente. Una vez que llegamos a la avenida Córdoba, nos detenemos a esperar que los autos nos dejen cruzar. Escuchamos una música apagada y miramos hacia un lado. A unos metros, hay un grupo de personas frente a una puerta, la mayoría varones. Reconozco el lugar; es un bar gay.
—Es Sitges —digo con media sonrisa—. No me di cuenta de que estábamos tan cerca... —Giro hacia Nico—. Me dijiste que lo conocías, ¿no?
—Sí... eh, ya podemos cruzar —indica.
—Okey...
Caminamos en silencio poco más de una cuadra. Antes de llegar a la parada de colectivo, encontramos bastante gente amontonada y nos enteramos de que se rompieron dos formaciones.
—Mierda. Hasta que manden otros colectivos y con tanta gente... Voy a llegar re tarde a casa —dice Nico.
—Te banco.
—No, qué bajón esperar acá. —Se lleva las manos a la cabeza—. Pensar que es sábado, y con este calor. Qué ganas de tomar una cerveza.
—¿Querés ir? —Señalo en dirección a Sitges—. Te invito. Total, con todo lo que tenés que esperar...
—Pasa que, mi novia...
La furia sube desde mis entrañas...
—Okey, tomate un taxi. Yo me voy.
Giro sin saludarlo y doy unos pasos.
—¡Pará Fran...! N-no tengo que regresar ya. Podría seguir estando de joda con mi familia, ¿no? —Se encoge de hombros—. Además, seguro ya está dormida. Vamos a tomar esa cerveza.
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