16. Visibles. Parte 2

Me conmueve recibir tantas historias de chicos y chicas bisexuales como yo, a los que les pasaron cosas similares. También encontramos algunos mensajes de fans de Jonathan, enojados conmigo, pero son los menos.

Durante una pausa, escucho un crujido en la mesa. No le doy importancia, pero se repite. Miro a Tobi y a Kari, que tiene la vista fija en la mesa. Un tercer crujido. Nos miramos.

Siento un escalofrío, cuando noto dos sombras, una a cada lado de mí. Las penumbras las abandonan como serpientes ondulantes y de entre ellas emerge por fin su verdadera forma: son las brujas verdes. Doy un grito y me levanto, asustado. Se mueven rápido. Hunden sus manos en mi pecho y quedan adheridas a mí.

—¡Fran! —gritan Tobías y Karina, horrorizados.

Me siento y comienzo a temblar, invadido por el frío. ¡Me están quitando la energía! Trato de defenderme, pero las fuerzas me abandonan enseguida.

Todo empieza a oscurecerse a mi alrededor. Solo puedo derrumbarme en mi silla.

—¿Qué está pasando? —Escucho la voz de Nico, lejana. Creo que acaba de entrar al estudio. Ya no veo nada y me invade el sopor.... Estoy por perder la conciencia—. ¿Qué son esas cosas? ¡Fran! ¡¡Déjenlo tranquilo!!

Recupero la vista y encuentro a Nicolás frente a mí, que suelta unos papeles y apunta las manos extendidas hacia mí. El brillo violáceo y cálido que emiten me trae de regreso a mi cuerpo. El poder se expande y Nico queda envuelto en su aura. La luz se mueve a la altura de su pecho para formar un sello violeta: el círculo con la serpiente en el centro. Nico lo toma y lo arroja hacia mí.

El sello vuela hasta mi pecho. Entra en él.

Me estremezco, grito invadido por su calor.

En menos de un segundo, se expande y me envuelve en una burbuja. Percibo cómo me recarga con su energía. Su fuego espiritual violeta expulsa a las criaturas de mi interior; la sensación es que se alejan en una ola de viento frío.

—¡Para eso son los sellos! —grita Karina, conmocionada—. Para atacar a los espíritus en el plano físico.

Tobías la escucha y señala a los enemigos, que todavía siguen acá. Volvieron a ser sombras y vuelan en círculo sobre mí. Parecen aves rapaces, atentas al momento oportuno para atacarme de nuevo.

La mirada de Tobi es determinada. Extiende ambas manos hacia ellas. No llego a ver nada, pero siento una fuerza tibia que se las lleva lejos.

—Chicos, ¿están bien? ¿Qué está pasando? —Carolina, la operadora, entra corriendo al estudio con una expresión de terror.

—¿Qué hiciste? —le pregunto a Tobi y lo miro, sorprendido.

—Les lancé el sello que vi esa vez... la estrella de cuatro puntas dentro del círculo. Solo con visualizarlo, salió de mi aura y lo usé para terminar de expulsar a los espíritus a otra dimensión.

—¿No viste el sello de Tobi? —me pregunta Karina y niego con la cabeza—. Yo sí; fue hacia los espíritus y se los llevó. Era de color azul brillante.

—No lo vi, pero lo sentí. Lo que sí ví, fue el sello de Nicolás —afirmo, antes de señalarlo—. Era de luz violeta. ¿Cómo aprendiste a hacerlo?

—Yo... ni idea. —Se acomoda el bigote—. Lo sentí vibrando en mi pecho, estiré las manos y apareció... Me recuerda a algo que viví en un sueño.

—Estás recordando —le digo y doy unos pasos hacia él—. Sabés lo de los viajes astrales.

Sacude la cabeza.

—No quiero enterarme nada de eso. —Se aleja.

—Nicolás...

—¡Basta! —exclama, molesto—. Estamos trabajando. Tenemos que seguir con el programa. —Se da vuelta y camina rumbo al control. Carolina empieza a seguirlo.

—Caro... —la llamo y se detiene.

—¿Qué está pasando, chicos? No vi ninguna de esas luces o sellos de los que hablaban —me dice.

—Nos persiguen unos espíritus —le explico—. Por eso todo esto.

—¡La puta madre! ¡Lo que me faltaba! —Se lleva una mano a la frente—. Trabajar en un programa embrujado.

—Tranquila —le dice Karina—. La protección que hicimos sigue en pie a pesar de esto y creo que ahora, con esos sellos, tenemos una forma de detenerlos.

—Me quedo tranquila... No sé cómo voy a dormir al llegar a casa.

—Mañana te traigo una vela de protección. Hecha por mí —le promete Kari.

—Carolina te necesito acá, hay que volver al aire —la voz de Nicolás, que está en el control, irrumpe desde los parlantes del estudio.

La operadora pone los ojos en blanco, después mira a Karina, complacida, y asiente.

—Gracias —dice antes de irse.

Intercambio miradas con Karina y Tobías. Hablamos rápido, antes de que Nicolás insista con que sigamos conduciendo.

—¿Podré hacer yo tu sello? —le pregunta Kari a Tobi mientras observa sus manos.

—Puede ser, igual creo que cada uno tiene el suyo —responde él—. Viste que el círculo con la serpiente dentro se formó con la luz violeta del aura de Nico y el círculo con la estrella salió de la mía, que es azul.

—Eso significa que Karina y yo tenemos que descubrir nuestros propios sellos... —digo, al comprenderlo.

—Sí. Es lo más probable —opina Tobi.

—Ahora que lo recuerdo, mis amigas del aquelarre virtual me habían dicho que podían ser sellos individuales... —nos cuenta Karina—. Como un fragmento de la geometría sagrada personal del alma. Me había olvidado de decirles.

—¿Geometría sagrada del alma? ¿Qué es eso? —pregunto.

—Antes de materializarse, cada elemento y cada ser del universo es diseñado en una plantilla de energía, hecha de luz: la geometría sagrada —explica Tobi—. Incluso nuestros cuerpos y nuestras almas. Ahí se guarda toda la información, dones y talentos, en su versión auténtica. Cuando encarnamos, es normal que la conexión con esa plantilla se interfiera y que no podamos expresarnos en nuestro mayor potencial. Si la conexión se pierde del todo, caemos en la oscuridad. Somos nuestra peor versión, la más siniestra. Por eso es importante fortalecer la conexión con nuestra geometría sagrada.

—O sea que esos sellos son como anticuerpos naturales que nos envían nuestras almas desde una dimensión más armoniosa para repeler a los espíritus en el plano material —sugiero.

—¡Exacto! Buena analogía —concede Tobías.

—¡¿Se dignan a hacer aire de una vez?! —El grito de Nicolás sale de los parlantes y nos sobresalta—. Somos periodistas, no caza-fantasmas.

A pesar de su mala onda, nos hace reír. Nos ubicamos de nuevo frente a los micrófonos y asiento. Se prende la luz de aire y seguimos con el programa.


***


Terminamos exhaustos. La cantidad de llamados y mensajes en las redes fue abrumadora. La sonrisa no se nos borra de la cara, aunque tenemos los ojos hinchados y con ojeras.

Pasamos un rato por la sala de locutores, donde nos felicitan nuestros compañeros del informativo y del turno que sigue. Varios me dicen que soy muy valiente y me cuentan historias de parientes y amigos de quienes siempre supieron que eran bisexuales, porque se corrían rumores, pero que no se atrevían a salir del clóset.

—Tengo que irme —dice Nicolás, luego de mirar su celular.

—No, quedate, estamos celebrando. Tomá algo más. —Le ofrezco un vaso con gaseosa.

—No, gracias. Mi novia me espera —contesta, sin levantar la mirada del aparato.

—Okey...

—Si te vas, bajo con vos y me tomo un taxi a casa —dice Karina.

—Dale —responde Nico—. Tengo un montón de llamadas perdidas de mi vieja. ¡Ya me está llamando de nuevo! —Contesta—. Hola, ma. Tranquila, ma. ¡Ya te dije que no soy gay! —Pone los ojos en blanco. Nos saluda a todos con la mano y le indica a Karina que lo siga. La rubia obedece, con una sonrisa incómoda, y nos saluda con un gesto—. Estábamos discutiendo por problemas entre ambas radios... —escucho las últimas palabras de Nicolás, mientras se alejan por el pasillo y la puerta se cierra detrás de ellos.

Giro hacia Tobías y David, que se ríen. Gustavo se acerca y abraza a Tobi desde atrás.

—¿Se quedan un rato más? ¿Nos hacen compañía en la trasnoche? —nos pregunta.

—Si, Tobi, dale, te extrañamos —dice David.

—Está bien. —Tobías asiente—. Fran, ¿te quedás? Los demás no pueden tomar alcohol... o no deben, porque están trabajando —le saca la lengua a David, que se encoge de hombros y mira su vaso con tristeza—. Pero nosotros ya salimos de nuestro turno... Tengo unas cervezas guardadas en la heladera del informativo. —Hace un gesto de silencio con el dedo.

—Tenés suerte de que no las vi antes —advierte David—. Te aprovechás de que sos el novio del jefe.

—Shhh. No seas envidioso —le retruca Tobi. Me mira—. Vamos a tomarlas a la terraza. Es re lindo ahí arriba, aunque un poco creepy. Corre viento y tiene una vista increíble. Hay que aprovechar antes de que empiece el frío.

—Bueno —asiento—. No sabía que había una terraza...

—Esta radio guarda sus misterios. Es un edificio muy viejo... —explica Gustavo y me guiña un ojo— No todo el mundo puede acceder a la terraza, pero yo conseguí las llaves. Es un secreto del turno trasnoche. Considérense invitados.

—Gracias.

—Pensar que tenemos que encontrarte un reemplazo —recuerda David, mirando a Tobi—. Esperemos que sea copado.

—Las dos personas a las que le tomé un casting fueron un desastre —dice Gustavo y niega con la cabeza—. Fran, ¿tenés a alguien para recomendar? Que tenga experiencia.

—No conozco a alguien que pueda hacer bien el informativo. Al menos, no lo recuerdo. Voy a hacer memoria y te digo. También voy a averiguar entre mis contactos.

—Dale, gracias.

Los demás tienen que empezar a trabajar así que abandonan la sala de locutores. Bajamos con Gustavo y David a la oficina del informativo y sacamos las cervezas. Gus le pasa las llaves a Tobi y nos tomamos el ascensor hasta su parada final: el piso once. Pero todavía no llegamos a la terraza. Subimos por las escaleras hasta el último piso, el número trece: no tiene las paredes pintadas. Son puro cemento. Se huele el polvo y la humedad. Las ventanas están opacas y cubiertas por telarañas de años. La puerta que tenemos frente a nosotros es de metal, con una traba grande cerrada con un candado.

Tobías lo abre y quita la traba. Luego mete otra llave en la cerradura. Lo ayudo a abrir la puerta porque es pesada. En cuanto se mueve un poco, nos golpea un viento fresco. La puerta termina de abrirse con un chirrido que parece el grito de algún animal... Se me hiela la sangre.

Salimos. Todo es oscuridad, debajo de un cielo lleno de estrellas; estamos en uno de los edificios más altos de la ciudad, así que las luces de la calle no pueden ocultarlas.

Se escucha ruido a motores y líquido. Parece como si nos halláramos debajo de una cascada. Es relajante y algo perturbador... Noto unas formas en la penumbra. Son como pequeños montículos y rocas de un bosque siniestro. Tobi aprieta un interruptor y se encienden las lámparas. No son muchas pero lo que antes era un paisaje terrorífico, ahora está un poco más iluminado.

La terraza es inmensa. Llego a ver de dónde proviene el sonido que escuché al entrar: los motores hidráulicos del transmisor de la radio, que están a la derecha. Son enormes. Al lado de estos veo una pequeña construcción, como un cuarto. Se me erizan los pelos del cuerpo al escuchar un sonido mecánico que surge de él... deben ser las máquinas de los ascensores.

Hay estructuras de concreto de las que entran y salen cables. Frente a nosotros se halla la antena de la radio que debe medir unos cincuenta metros.

Tobías avanza hacia el espacio abierto que se encuentra del otro lado y lo sigo. Se trepa a una estructura de concreto, donde se sienta. Me llama con la mano. Lo imito, ubicándome a su lado. Desde acá se ven las torres iluminadas de todo el centro. Diviso el Obelisco en la 9 de Julio. También la cúpula del Congreso Nacional. La vista es increíble.

Tobi abre las cervezas con un llavero destapador en forma de tiburón azul. Chocamos las botellas y empezamos a tomar.

Qué raro es estar acá junto a mi exnovio, después de tantos años, con las estrellas imponentes enfocándonos desde el cielo y el viento que sacude nuestros pelos y pone mi piel de gallina.

—Tengo frío... —Tobi aprieta los brazos contra el cuerpo—. Debería haber traído una campera.

Paso mi brazo sobre su hombro y lo estrecho contra mí. Me mira en silencio, con los ojos brillantes. Se ruboriza.

—¿Mejor?

—Sí...

El corazón se me acelera; me está dejando hacer esto, a pesar de que tiene novio... Observamos las estrellas en silencio. Por un momento, vuelvo al pasado. Recuerdo las noches que pasamos en algún hotel, cuando se me entregaba con la mirada húmeda y los pelos del cuerpo erizados, cuando acariciaba con un amor inmenso los vellos en mi pecho y mi panza, como nunca antes lo habían hecho. Me invade el calor al revivir el día que me ofrecí a él, lleno de miedo, porque era mi primera vez con un hombre. Supo guiarme y contenerme con paciencia y gentileza. Me sentí muy protegido y amado. Podía mostrarme vulnerable, envuelto en sus brazos. Lo aprieto aún más contra mí.

—Fran... —empieza a decir, pero se interrumpe al escuchar que mi celular vibra.

Sin soltarlo, saco el aparato de mi bolsillo. Tengo un mensaje de Karina. Lo abro frente a él, para que lo lea conmigo.

Karina: Fran, me olvidé de decirte algo. Tengo una teoría de porqué aparecieron los espíritus después del escándalo con el video... Se están alimentando de eso. De las peleas, el escándalo, la viralización en las redes sociales. Todo eso genera un montón de emociones y energía que pueden absorber. Por eso cobraron fuerza para manifestarse y atacarte, a pesar de la protección que hicimos. Si Jonathan las está enviando, hay que detenerlo de alguna forma.

—Tiene razón —dice Tobi.

Guardo el celular. No quiero pensar en eso en este momento. Nos quedamos unos minutos así. Disfruto de su perfume, la piel fría de su brazo, que toma calor a medida que la froto con mi mano. Tobi se pone tenso.

—Fran... ya estoy bien. Gracias.

Nos separamos. Silencio.

—Tobi, tengo que contarte algo.

—¿Qué cosa?

No puedo sacar a Nicolás del clóset.

—Hoy justo entré al baño cuando Nico se giró del mingitorio y empezaba a subirse los pantalones. —Sonrío y doy unos sorbos de cerveza.

—Me jodés... Qué situación incómoda. —Entrecierra los ojos y choca su hombro con el mío—. ¿Fichaste? ¿Cómo viene?

—No, tarado. —Me río—. No llegué a ver nada.

—Ay, Dios mío, ustedes dos...

—¿Por qué decís eso?

—Fran. —Pone los ojos en blanco—. Yo sé.

—¿Qué sabés?

—Veo las auras. Se encienden cuando están juntos. Te gusta. Y él también gusta de vos, aunque no lo asuma.

—No me sirve de nada alguien así. Tiene su novia, su vida, sus traumas. Encima es del trabajo. Quiero una relación feliz, en paz.

—No sabés qué puede pasar...

—Tampoco me puedo quedar esperando...

—Tenés razón.

Quiero apagar este cosquilleo que siento en la boca del estómago cada vez que extraño estar con Tobi o Kari, o porque me gusta Nico. Ese youtuber, William Ray, tiene razón. Hace rato que no soy un adolescente. Tengo que dejar de ilusionarme en vano. Cierro los ojos, tratando de olvidarme de Nico. Sin embargo, tengo la imagen de sus cachetes colorados grabada en mi mente.

—Fran, no sé si estoy borracho o veo algo...

—¿Qué cosa?

—Mirá... —Señala un punto en el cielo—. ¿No ves algo moviéndose entre la oscuridad? Tapa a las estrellas.

Entrecierro los ojos. Puedo sentir el mareo de la cerveza, no estoy del todo concentrado. Sin embargo, noto ese manchón en el cielo que dice Tobías. Es como una nube negra, inmensa, suspendida a unos cien metros de la terraza. Gira sobre sí misma, como un tornado.

Se desvanece.

—¿Qué era eso?

—¡Au! —exclama, llevándose una mano a la frente.

Me quejo también, cuando siento una puntada en la cabeza.

—Es un portal, Fran —dice, mirándome asustado—. Hay un portal oscuro flotando sobre la radio.




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