1. Bifurcados
Buenos Aires, Argentina.
Año 2019
—¡Bienvenidos a la tarde de FM Baires 95.7! Mi nombre es Francisco Papalini y los voy a acompañar hasta las doce de la noche. ¡Por fiiiiinnnn bajó la temperatuuuuraaaa! —exclamo, aliviado—. Dieciséis grados en la Ciudad de Buenos Aires, aunque mañana ya sube porque se espera una máxima de treinta y una mínima de veinticinco. Seguimos escuchando buena música, como la que ya está sonando: Hayley Kiyoko, Girls like girls.
Se apaga la luz del cartel de aire y me aparto del micrófono. Antes de que pueda sacarme los auriculares, escucho al operador que me habla desde el control:
—¿Qué te pasa, gordo puto, no saludás? Vení a darme un beso.
Levanto la mirada y encuentro a un chico de barba y pelo enrulado haciéndome gestos desde la cabina de operación. A través del vidrio que nos separa, puedo verlo sentado frente a la consola.
Ricardo no es el único que me dice puto en la radio. De hecho, ya varios compañeros lo hicieron, siempre "en joda". Seguro ya habrán escuchado algo.
Salgo del estudio y voy hasta el control. Obvio que no le doy un beso. No directamente. Richard y yo solo juntamos los cachetes de la cara y hacemos un pequeño ruido a beso con los labios. Es la forma en que nos saludamos en Buenos Aires, sin distinción de género. En algunas provincias de Argentina incluso se dan dos besos. Hablo un rato con él, mientras suena la canción que anuncié.
Soy locutor en FM Baires y AM Metropolitana, las dos radios del gobierno municipal, que transmiten en toda la Capital Federal. Funcionan hace muchísimo tiempo: de hecho, Metropolitana, la que se inauguró primero, cumple noventa años dentro de poco. Los estudios de ambas emisoras están en el mismo pasillo, a pasos de distancia, en un piso alto de un edificio viejo e inmenso, propiedad del Estado.
Casi siempre conduzco en FM Baires. Solo voy a Metropolitana a cubrir cuando falta algún conductor. Los estudios son muy grandes, porque en el pasado venían bandas y cantantes a tocar en vivo.
Entré hace unos meses, después de pasar un casting. Cuando vine a la prueba, estaba muerto de nervios. Había dejado un currículum y un demo hacía años, no podía ceer que me por fin me llamaban.Todavía recuerdo la felicidad que sentí cuando sonó el teléfono y mi jefe me dio la noticia de que me habían elegido. Estuve saltando en el lugar sin parar. Por fin volvía a trabajar en radio. La última vez, hace bastante tiempo, fue en una radio más chica, que pagaba menos. Tuve que dejarla e irme a una oficina porque no me alcanzaba para mantenerme.
Si bien soy un locutor de voz muy grave, eso no me facilitó las cosas. Conducir parece fácil, pero requiere de práctica y entrenamiento. Mis primeros castings fueron horrendos, pero después me fui soltando.
Vuelvo al aire para leer una promo y anunciar un tema musical. Cuando salgo al pasillo y voy hacia la máquina de café, una puntada estalla en mi cabeza. De reojo, veo al fondo del corredor una sombra que cruza de la puerta de las escaleras de emergencia hacia la sala de locutores, pero en cuanto me giro no hay nadie. Qué raro... Me acerco hacia la sala. A esta hora no hay otros conductores. Soy el único del turno noche, porque acaban de jubilarse varios y están buscando reemplazos. Tampoco hay productores... quizás uno del turno tarde vino a buscar algo que se olvidó. Abro la puerta y encuentro un escritorio, un sillón y una fila de casilleros. El lugar está vacío. Me asomo al pasillo y miro de un lado a otro. Termino por encogerme de hombros. Debo estar cansado, por eso veo cosas.
Cierro la puerta con llave y me la guardo en el bolsillo. Antes de irme tengo que dársela a Yolanda, una de las locutoras de la trasnoche. Vuelvo al control, donde Ricardo está comiendo unas galletitas, sentado en la silla giratoria. Veo la consola a sus espaldas, con las luces verdes y rojas, y los faders, botones y luces para controlar lo que sale al aire. Detrás de ella, está el vidrio que nos separa del estudio donde conduzco.
—Che, ¿estamos solos? —le pregunto.
—Sí, gordito —contesta y gira la silla para enfrentarme. Me guiña un ojo—. Es nuestra oportunidad para estar juntos.
Abro bien los ojos durante unos segundos, con el rostro acalorado. Me está haciendo una joda. Quiero decir algo, pero las palabras no aparecen en mi mente. Ricardo se ríe, divertido por mi incomodidad.
—Sos un boludo —respondo, por fin.
—No te enjojes, che. —Se sigue riendo y yo me quedo en silencio, serio.
Qué fácil es para los hetero hacer chistes. Estoy por regresar al estudio cuando Ricardo me pasa unas galletitas como ofrenda de disculpas y las acepto. Son de chocolate con crema, riquísimas.
—Ecuchá, te hablaba en serio —retomo la conversación de hace un rato—. ¿Estamos solos o no? Me pareció ver a alguien en el pasillo.
—Tranquilo, estamos solos. Lo imaginaste, Fran. —Me mira con media sonrisa—. Quizás, ¿fumaste algo raro?
—Cortala. —Le doy un golpecito amistoso en el hombro, antes de volver al estudio.
Sigo trabajando hasta terminar la jornada y luego vuelvo rápido hacia casa. Por suerte conseguí alguilar un departamento barato a unas quince cuadras de la radio. Entro, le pongo comida a Buffy, mi gata naranja, y me tiro en la cama tan pasado de cansancio que me duermo enseguida.
***
Es de madrugada y estoy inquieto. Camino por mi departamento buscando a alguien. No sé quién es, pero percibo que se encontraba acá hasta hace poco... Ahora solo quedó una estela azulada, flotando en el aire. Buffy me mira y maúlla. El sonido sale expandido en un eco cavernoso y vibrante, como unas ondas doradas que vuelan por el espacio. En cuanto llegan hasta mí, me atraviesan, fundiéndose con mi cuerpo. El pelaje de mi mascota se enciende como fuego. Levanto mi mano en el aire y mi piel pierde su color marrón, volviéndose transparente. Después regresa a la normalidad, aunque fluctúa por momentos.
Me muevo por el living; siento que me desplazo en un medio más denso, aunque reconfortante. Es como estar sumergido en agua tibia. Observo el ambiente, maravillado. Cada cosa emite su propia luz, de distintos colores, que se proyecta en el aire. El póster de David Bowie, los libros en los estantes, el mueble vidriado donde guardo los patos y las tazas... todos brillan con intensidad.
Me interrumpe un sonido, agudo y molesto, y siento que su vibración me recorre de pies a cabeza. Me tapo los oídos, pero no dejo de escucharlo. Es la alarma del celular. Camino hacia el cuarto para apagarlo y me quedo duro. Además del celular titilando, me encuentro a mí mismo durmiendo en la cama. ¿Cómo es posible? Me miro el pecho, los brazos y las manos, que ahora se vuelven completamente transparentes. Me siento inmenso, poderoso, como si estuviera enchufado a una corriente de energía. Empiezo a flotar... ¡Dios mío! ¿Qué está pasando?
—¡Quiero despertar! ¡Quiero despertar! —exclamo y mi voz se expande por el aire en forma de ondas de color magenta que salen de mi garganta
Me desespero al ver que sigo elevándome y estoy cada vez más lejos de mi cuerpo. Escucho sus ronquidos.
¡Nooooo! Trato de impulsarme hacia abajo, nadando en el aire, pero no logro moverme y sigo ascendiendo. Ya dominado por el miedo, me contraigo en posición fetal. Luego siento un sacudón.
Abro lo ojos, sobresaltado. Me llevo una mano al pecho, miro alrededor. Estoy en el cuarto, acostado. Otro de esos sueños... Apago la alarma del celular y me siento. A pesar del susto, me levanto con la cabeza despejada, lleno de fuerza. Se ve que descansé bien.
Buffy maúlla en la puerta y corre a frotarse entre mis piernas. A medida que la acaricio, termino de despertarme. Me pongo unos jeans grises y una remera, y voy a lavarme la cara. Como hoy falta un compañero a la radio, tengo que cubrirlo. El problema no es levantarme temprano, ni hacer horas extras, porque después me las devuelven con un franco. Lo que me estruja el corazón es que voy a trabajar en el mismo horario que mi ex.
¿Cómo me metí en esto? Cuando mi jefe me llamó para pedirme que viniera en este horario, estaba medio dormido. Por eso no pude pensarlo bien y acepté. Si hubiera recordado que era su turno...
«Seguro mi inconsciente me jugó una mala pasada», pienso, mientras subo por el ascensor. «Ojalá no venga hoy o entre más tarde, cuando yo ya esté al aire en FM Baires». Como trabaja en Metropolitana, que está en el otro estudio, quizás, solo quizás, si no me muevo de mi silla en todo el turno, evite cruzármela.
Se abre la puerta del ascensor y llego a la recepción de la radio. Cuando voy hacia el fichero, encuentro ese cabello largo, rubio y sedoso.
Karina habla sonriendo con una de las productoras, pero en cuanto me ve, se calla y se pone seria. Nos quedamos así durante una fracción de segundo, que parece congelarse. Se ve increíble: maquillada a la perfección, elegante, con ropa a la moda. Lleva una campera de jean con tachas, zapados con tacos, una pollera irregular, que le queda perfecta.
Antes era demasiado flaca y andaba con una postura encorvada. Ahora transmite fuerza y seguridad. Está mucho más hermosa y radiante que cuando salía conmigo.
Yo, en cambio, vine con mi barba de varios días, los pantalones más gastados que tengo y una remera de Radiohead que me aprieta la panza inmensa. Siento un nudo en el estómago.
Nuestras miradas siguen conectadas solo por un instante más, en el que noto que sus ojos verdes se humedecen y algo de rubor invade sus mejillas.
—Hola, Kari, ¿cómo estás? —La voz se me quiebra.
Carraspeo y me acerco a saludarla. Cachete con cachete, ruidito a beso. Volver a sentir su perfume es un golpe en el pecho que me deja sin aire.
—Hola, Fran.
El silencio vuelve a reinar, mientras busco mi ficha con el pulso temblando. Marco la entrada en el aparato y subo hacia el piso donde están los estudios. Me tropiezo en el último escalón antes del descanso. La risa de Karina sube desde el piso inferior, a través del hueco de las escaleras. Probablemente le hace gracia algo que dijo la productora, pero es como si se burlara de mí. Camino a toda velocidad hasta la FM, escapando de ella.
Por suerte no vuelvo a cruzármela en todo el turno. Después, sigo con el mío, así que termino trabajando catorce horas seguidas. Llego exhausto a casa. Apenas logro tirar la mochila en un sillón y ponerle comida a Buffy. En cuanto me arrojo a la cama, los ojos se me cierran solos.
Es una tarde calurosa. El aire que entra por la ventana choca fresco contra los vellos en la piel transpirada de mi pecho. Estoy sentado en la cama de mi cuarto, desnudo. Karina entra en la habitación, trae mi camisa blanca entreabierta, dejando ver sus hermosos pechos. Hay uno que asoma del lado izquierdo, y me permite ver su pezón rosado y pequeño. Ella se da cuenta que lo estoy observando. Sonríe, entrecierra los ojos, y se lleva una mano a él, para acariciarlo. Acerca su otra mano a sus labios e imprime un beso que me arroja en el aire. Sabe que eso me excita. Me paro. Mientras me acerco, se desabotona la camisa y la deja caer al piso. La beso. Acaricio los pechos, bajo hacia la panza y llego a su cintura. Le acaricio la cola por sobre la ropa interior. Meto mi mano para sentir por fin la piel detrás de la tela. La sigo besando, su respiración se agita. Llevo mi mano hacia adelante, buscando el clítoris. Lo encuentro y comienzo acariciarlo. Primero despacio y después más fuerte. Karina gime entre un beso y otro, se aferra a mis hombros con fuerza. El calor sube por mi pecho y me cubre un escalofrío, mientras sigo acariciándola. Llevo los dedos un poco más abajo, hasta meterlos en su vagina húmeda y tibia. Los muevo; adentro, afuera, adentro, afuera. Me abraza y la beso con intensidad. Siento los dedos totalmente mojados... Karina se aparta de mí y me mira sonrojada. Se acuesta en la cama y me mira con los ojos brillantes. Mi pene se hincha todavía más, late.
—Vení —me dice.
Me abalanzo sobre ella y entro. Se estremece de placer. La beso, bajo hacia su cuello, luego subo y le muerdo el lóbulo de la oreja, mientras sigue gimiendo. Mi corazón late cada vez con más intensidad, pareciera alimentar la ternura y el amor que siento por ella. Este se expande, es como una energía que sale de mi cuerpo para fundirse con la de ella y cubrirnos por completo. Vuelvo a besarla, dulce. Nuestras manos se unen, y se aprietan con fuerza, no quieren soltarse nunca más...
Despierto con lágrimas cayendo por el rostro. El recuerdo de Karina se siente como una puñalada ardiente en mi corazón. Ya pasaron dos años... Prometí no volver a ponerme mal, así que me controlo. Me seco las lágrimas y salgo de la cama, rumbo a la ducha. Una vez limpio, desayuno algo y luego voy a hacer unas compras, para aprovisionarme. Más tarde, me toca volver a la radio. Es momento de dejar el dolor atrás... La vida sigue.
***
La jornada se pasa volando y ya casi son las doce de la noche, mi horario de salida. Agarro mi mochila, que está en la sala de locutores y estoy listo para irme. Bajo a toda velocidad las escaleras del noveno piso, donde se encuentran los estudios de la radio, y voy hacia el fichero para marcar la salida. Agarro la ficha de cartón, que está en una hilera ordenada alfabéticamente, y la pongo en el aparato. En cuanto la sella, con un sonido metálico, vuelvo a colocarla en su lugar. Apurado, voy hacia los ascensores y aprieto el botón llamador. Me quiero ir ya. No vaya a ser que me lo cruce... Se abre la puerta. Casi doy un respingo al ver al único ocupante, que reconozco enseguida. Es un hombre de unos treinta años, de barba tupida y cabello castaño. El flequillo largo enmarca esos ojos que se abren mucho al encontrarse con los míos.
Tobías.
—Hola Fran —dice, saliendo del ascensor, y me abraza con fuerza—. ¡Tanto tiempo!
Me invade un calor inmenso al tenerlo contra mi pecho. Vuelve a mí un perfume dulce y fresco, que creía olvidado. El chico se separa y me quedo en silencio, buscando qué responderle... Siento la mente congelada. Nos quedamos así durante unos segundos.
—Qué bueno que hayas entrado a la radio... ¡Te felicito! —comenta él, con una sonrisa sincera. Se aleja del vestíbulo, avanzando hacia el fichero, y lo sigo—. Me enteré hace poco... ¿por qué no me avisaste? —pregunta, mientras marca su entrada en el aparato.
—Iba a hacerlo, pero... yo... no sé —le digo y sonrío, encogiéndome de hombros.
Sigo sintiendo calor, ahora concentrado a la altura del rostro. Lo miro de arriba abajo. Esta un poco más gordo de la última vez que lo vi y eso le da un aire tierno. No sé si quedarme y seguir hablándole o si irme corriendo de acá.
—Estoy re contento por haber entrado a la radio —comento—. Por fin te cruzo...
Me clava la mirada y frunce el ceño. Creo que mi comentario fue un poco raro... ¿sonó como que estaba ansioso, esperando verlo? Me invade un sudor frío, bajando por mi espalda. El corazón se me acelera. Fue hace muchos años. Esto tiene que haber quedado atrás, bien enterrado...
El pasado me golpea como una ola y me sumerge en el recuerdo. Vuelvo a nuestra época del ISER, el instituto donde nos conocimos cuando estudiábamos para ser locutores.
Era el segundo año y nos había tocado preparar un radioteatro en grupo, así que nos juntamos con otros compañeros en un café. El lugar estaba dentro del edificio de la estación de Retiro y era de estilo clásico: con pisos de madera, techos altos con arañas y una barra central, bien iluminada. Habíamos conseguido instalarnos en una mesa que pronto se llenó de tazas con té y café a medio tomar. Todos teníamos los libretos en las manos y practicábamos las líneas de nuestros personajes. Tobi había escrito el guion en base a las ideas que le habíamos dado hacía una semana, en clase. Ahora solo faltaba rendir el radioteatro ante el profesor. La clase empezaba en media hora...
Miré el texto mientras me pasaba una mano por el rostro lampiño. Después, me acomodé el flequillo largo. Aunque siempre fui gordito, en ese momento estaba bastante más flaco que ahora. Mis ojos fueron hacia Tobías que se encontraba sentado frente de mí; traía el pelo corto y una barba candado, recortada con prolijidad. Leí unas líneas en voz alta y Tobías me interrumpió para hacer correcciones en el texto, que dictó a los demás. La chomba que llevaba tenía los botones abiertos... Mientras él también anotaba los cambios en su libreto, mi mirada no dejaba de escapar hacia el cabello tupido en su pecho. Tragué saliva.
En un momento, Tobías se levantó y vino a sentarse a mi lado para señalar algo en mi copia del libreto. Acercó su rostro al mío y me invadió su perfume, que me parecía más intenso a medida que se aceleraba el ritmo de mis latidos.
—¿Entendiste? —me preguntó.
—No, disculpame, me distraje.
—¡Prestame atención! —me golpeó con su copia del libreto en la cabeza y no pude evitar reírme. Hizo un bufido—. Fijate que después de esta línea viene un efecto especial.
—Dale. Al profe la va a encantar lo que escribiste. Está muy bueno...
—Esperemos. Es muy exigente.
Observé su cara de preocupación y sentí ternura. Me fascinaba que fuera capaz de hacer un guion tan bueno. Además, que se lo tomara con ese nivel de responsabilidad lo hacía adorable.
—Va a salir todo bien —le dije mientras se mordía las uñas, repasando la letra.
Levantó la vista y le guiñé un ojo. Se sonrojó. Volvimos a practicar y se relajó, divirtiéndose de verdad. Pero seguía un poco tenso... Me levanté, caminé hasta ubicarme detrás de él y puse mis manos en sus hombros. Empecé a masajearlo.
—Ay, sí. Seguí... es lo que necesitaba.
—Te apuesto a que aprobamos —le susurré inclinándome hacia él.
—¿Qué me apostás? —se rio.
—Si gano, me invitás al cine.
Tardó unos segundos en contestar, que me parecieron eternos.
—Dale...
Dejé de hacerle masajes y volví a sentarme a su lado. Nos miramos en silencio durante unos instantes, hasta que sentí vergüenza y corrí los ojos. Sentía calor y un cosquilleo en todo el cuerpo. Necesitaba calmarme de alguna manera, así que le insistí a los demás para que ensayáramos una y otra vez, hasta que se hizo la hora.
Nos encaminamos hacia el edificio donde se encontraba el ISER: antiguo, con techos altos y escaleras de mármol. Subimos hasta el segundo piso por un ascensor con puerta de reja y atravesamos el pasillo decorado por aparatos viejos de radio y tele, también fotos en blanco y negro de locutores famosos.
Una vez en clase, hicimos el radioteatro lo mejor que pudimos. Me equivoqué en una parte y uno de los efectos especiales no salió, así que improvisé y golpeé la mesa con mis puños para hacer el sonido de los cascos de un caballo. A pesar de los errores, estuvo bastante bien y fue muy divertido. El profesor nos dio una devolución rápida, muy positiva, aunque con incontables correcciones.
En cuanto se acabó la clase, que era la última de la jornada, todos salieron disparando del aula. Eran las diez y media de la noche, y como el Instituto queda al lado de la terminal de Retiro, una zona poco segura, nadie quería demorarse más de la cuenta. Tobías, en cambio, le hacía unas últimas consultas al profesor. Estaba tan metido en lo que le preguntaba, que no se daba cuenta de que el docente también quería irse. Me quedé a esperarlo. Hacía frío. Estaba caminando de un lado otro para no congelarme (había ido con una campera no muy abrigada), cuando el profesor abrió la puerta del aula, me saludó y se alejó rápido. Tobías terminaba de acomodar sus cosas. Una vez que salió al pasillo, se paró en seco al verme.
—¿Te quedaste? Pensé que ya no había nadie.
—Quería felicitarte de nuevo. —Caminamos juntos hasta las escaleras. Me senté y Tobías me imitó—. Te re pasaste con lo que escribiste y además lo produjiste muy bien.
—El profesor no pensó lo mismo... —hizo una mueca y bajó la mirada.
—Sabés que es demasiado exigente... No importa si hubo algún error, es normal. Olvidate.
—Gracias. —Tobi se rio.
—Bueno, al final aprobamos. Te acordás que hicimos una apuesta, ¿no?
—Sí... Voy a tener que invitarte al cine... —contestó.
Nos miramos un par de veces, en silencio. Solo se escucharon unos crujidos a lo lejos, normales en un edificio viejo como ese, y ya habían apagado las luces de las aulas. Estábamos en el tercer piso. Había un cuarto nivel, que estaba clausurado porque faltaba acondicionarlo.
—Che, ya van a cerrar. Vamos —me dijo.
—Te acompaño a la parada de colectivo.
—Dale.
En cuanto nos levantamos, me acerqué un poco a él. Sentí de nuevo su perfume, fresco y dulce. Me miró a los ojos, bajó a mis labios, volvió a mis ojos. Di un pequeño paso y él se puso en puntas de pie...
El beso fue eléctrico y profundo. Lo atraje rápido hacia mí y recosté mi espalda contra la pared. Podía sentir a su corazón latiendo rápido contra el mío, que parecía que iba desbocarse. Era la primera vez que besaba a un hombre y me invadió una mezcla de angustia y deseo; se sentía como un puñal invisible en mis entrañas... doloroso y, a la vez, placentero. Lo abracé todavía con más fuerza y se quejó.
—Pará... no me dejás respirar —dijo con una risita.
Puso una mano en mi pecho y me empujó con suavidad, alejándome.
—Tenemos que irnos —agregó—. Puede venir alguien.
Miré hacia el piso superior y levanté una ceja.
—¿Estás loco? —Sus ojos chequearon el pasillo de nuevo y después volvieron a mí.
Le extendí la mano y la tomó con fuerza. Subimos, perdiéndonos entre las sombras del cuarto piso.
***
Vuelvo al presente, donde Tobías me da unas palmadas en el hombro y comienza alejarse de mí.
—Bueno, me voy al informativo, tengo que trabajar...
Justo en ese instante noto detrás de él a un tipo grandote, de barba tupida, que se acerca hacia nosotros.
—Hola —dice con una voz potente, incluso más grave que la mía.
Tobías se gira hacia él. El hombre tendrá unos cuarenta años. Tiene la piel muy blanca y el cabello castaño oscuro, con algunas canas asomándose. Sus ojos son de un azul intenso y me miran con fiereza. La camisa escocesa violeta que viste le contiene una barriga grande, que asoma redonda. Lleva la prenda arremangada, lo que me permite ver el bello abundante y oscuro en sus brazos. Este también le asoma un poco a la altura del pecho, debajo de cuello, donde la camisa se encuentra desabotonada y muestra más canas.
—¡Hola Gus! —Tobías hace una sonrisa inmensa y se arroja a sus brazos. Le da un beso en el cachete—. Fran, este es mi novio, Gustavo. Es el jefe del informativo del turno trasnoche.
—Hola —le doy la mano y lo saludo con un beso—. Creo que nos habíamos cruzado, ¿no?
—Sí, ya te tengo visto.
Enseguida, me doy cuenta de que no le caigo muy bien. Siento como si sus ojos me taladraran la cabeza. Cuando me suelta, tengo que masajearme la mano. Me la apretó con fuerza...
—Fran y yo fuimos compañeros del ISER —le explica Tobías y Gustavo asiente con una sonrisa—. No nos vemos hace años...
—Muchos años —aclaro.
—Pará, que no estamos tan viejos —aclara Tobías.
Nos reímos. Gustavo hace una mueca.
—Voy yendo para el info —dice y se aleja.
—Yo también me voy —comento—. No quiero llegar tarde a casa.
—¡Uy, dale! No te retrases que si perdés un colectivo a esta hora, el próximo tarda mucho en venir —me aconseja Tobi.
—Tranquilo, vivo a unas quince cuadras de acá.
Lo saludo y ficho en el aparato. Estoy por irme a todo trapo, pero me detiene al tomarme del brazo.
—Antes de que te vayas... —Se acerca hacia mí para hablar en un tono más bajo—. ¿Viste que hay vacantes en tu área? Por todos los que se jubilaron...
—Sí...
—La directora de la radio me habló y quiere pasarme del informativo a tu área. Dice que sonaría bien conduciendo y a mí me viene bien el cambio de horario. Estoy cansado de la madrugada. Voy a hacer una prueba de conducción en estos días. Así que tal vez volvemos a ser compañeros...
La garganta se me seca. Trago saliva.
—Genial. Bueno... chau.
—Chau, Fran.
Camino rápido hacia la salida.
Ya era suficiente con cruzarme a mis dos ex en el trabajo. Lo último que me faltaba era tener que compartir la jornada laboral con uno de ellos, todos los días.
***
Bienvenidos a esta historia llena de romance, espíritus, misterios y terror. Espero que les guste!
Es un spin-off o casi secuela de mi novela "Te rescataré del Infierno", también disponible completa en Wattpad, pero no es necesario leer una historia para entender otra. Eso sí, en "Te rescataré del Infierno" tienen más detalles sobre la historia de dos personajes secundarios, Tobías y Gustavo.
Recuerden que me pueden encontrar en mis redes sociales:
Instagram: matiasdangelo
TikTok: matiasdangeloescritor
Ahí los espero. Saludos a todos!
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