El barco
Al darse cuenta, ya unos leves rayos de sol alumbraban el inmundo calabozo y los pasos de los guardias se podían escuchar claramente. Entraron en la habitación, le dieron a vestir, en lugar de los acostumbrados harapos, un vestido sencillo, negro y sin alegría, y la llevaron a la fuerza al auto que la esperaba fuera del lugar. Sin oponer resistencia, se quedó quieta y callada dentro del transporte hasta que llegaron al puerto. Dos barcos enormes se divisaban claramente en las cercanías, pero ¿cuál era el barco que arribaría a Japón? Gato Negro leyó los nombres de los navíos: Sweet Heart y Darkstar. Uno de ellos debía ser el esperado por ella, pero no pudo distinguir cuál era hasta que una voz lo anunció.
-¡El Darkstar con rumbo a Japón zarpará en cinco minutos!
Mientras sus custodios estaban ocupados con el equipaje, ella se escabulló entre la multitud y se subió a escondidas en el barco recién anunciado. Los guardias al no poder encontrarla, llamaron al jefe y le informaron.
-Imbéciles, ¿Cómo se les puede escapar una niña que no conoce nada del mundo exterior?
-Se…señor, ya mandamos a buscar en el barco, pero ella no se ha subido.-dijo uno de los secuaces titubeando.
-¿Qué barco registraron?
-El Sweet Heart, señor.
-¡Idiotas, detengan el otro! ¡Ella va al país donde está su madre!-gritó el jefe.
Todos los esfuerzos fueron inútiles para detener el buque. Todas las esperanzas de recuperar a su prisionera se habían desvanecido frente a ellos. Por otro lado, ella, acurrucada junto a las cajas del almacén, celebraba con una silenciosa sonrisa su victoria sobre su padre y su libertad. Se quedó dormida al poco rato, regalándole su mente los últimos recuerdos que tenía de su madre: cuando la enseñó a hablar y a leer, las historias que le contaba del mundo exterior, las canciones que le cantaba para que se durmiera en las noches tormentosas, todas esas hermosas cosas que se piensan al dormir.
Se despertó por el ruido del barco, el cual anunciaba que se llegó al destino. Saliendo de su escondite, se dispuso a bajar del navío cuando uno de los marinos la vio salir del almacén.
-¡Hey, pequeña ladrona, ¿Qué hacías ahí?!-gritó el hombre.
El marino la persiguió hasta la cubierta y la acorraló en el costado hacia el puerto, pero no la pudo atrapar. Ella, sin dudarlo, saltó del barco hacia tierra, dio varios giros en el aire y cayó levemente agachada. Mientras el hombre lo trataba de comprender, ella echó a correr, mirando a todos lados.
Luego de un rato de carrera, se detuvo a respirar un poco y a ver el mundo por primera vez. El sol le dio en su blanca piel, el cielo no se resumía en una ventana y la gente no la trataba como un monstruo ni la golpeaba. Todos los cuentos de su mamá eran reales y estaban ahí, frente a ella. Estaba perpleja de las maravillas que se había perdido durante toda su vida. No tardó en recordar por qué estaba allí: para reunirse con su madre. ¿Dónde se encontraría esa estatua de la que le habló el extraño?
-Voy hasta Hajiko por un cliente.- dijo un taxista cerca de ella.
Acercándose al hombre sin decir palabra, le sujetó la manga de abrigo y lo miró seria y fijamente.
-Hola, pequeña, ¿quieres venir a Hajiko también?-le preguntó con una cordial sonrisa.
Ella asintió, mirando el auto amarillo y agachándose en el techo de este.
-Pe…pero, no puedes ir ahí, es peligroso…
Sin dudarlo, volvió a asentir y peinando sus plateados cabellos, el taxista se limitó a llevarla hasta el lugar. Sin darle la más mínima importancia a los movimientos del auto, Gato Negro se sintió como en un sueño del que no quería despertar. Las calles, la gente, los edificios, la belleza del mundo pasaban frente a sus rojizos ojos sin ella poder concebir aún que fuera real. En uno de los giros el taxi se detuvo y el conductor abrió su puerta.
-Ya hemos llegado, pequeña, puedes bajar.
Ella bajó del techo y se dirigió a la estatua rodeándola varias veces y mirándola fijamente.
-Hm, supongo que no tienes dinero…Bueno, no importa, de todas formas, no ocupaste ningún asiento.-dijo el taxista cerrando su puerta y encendiendo el auto.-Ten cuidado por ahí.
Sin dejar de mirar el animal inmortalizado, con curiosidad y algo de miedo, escuchó una voz gentil y femenina que se le acerca lentamente.
-Veo que te interesa mucho Hajiko, es un perro muy fiel, dicen que esperó a su amo que había muerto hasta morir él, pero que nunca desistió.
Era una chica de corto cabello amarillo brillante, de ropas vivas y coloridas y una sonrisa sin igual, se diría que era todo lo contrario a Gato Negro. Al mirarla de arriba a abajo, no tuvo dudas, ella era la persona que le había dicho el desconocido.
-To…tok…-balbuceó la niña en voz baja.
-¿Qué dices, pequeña?
-¡Tokubetsu!-gritó con todas sus fuerzas y se desmayó.
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