TIEMPO VALIOSO





El camino de regreso fue como permanecer en trance. En todo momento mis pensamientos estaban en el edificio reducido a escombros, lo cual me alejó de sentir la realidad y el suelo bajo mis pies. Y fue así, hasta que llegué al castillo.

Los ojos de mi difunta madre me observan, guardan con detalle la felicidad que tenía el día en que hicieron el retrato, junto a mi padre. Fue como un gesto involuntario pasar al pasillo de los retratos. Sin tan solo viera los ojos de mamá de frente y no en una pared, sin duda mi mente estaría en calma ahora. Mis anhelos desaparecen tan veloz como un pestañeo.

He vuelto al castillo para interceptar mi condena. Buscaré retrasar el objetivo de los caídos. Todavía deseo conseguir la paz y evitar un futuro catastrófico.

Bajo la cabeza y continúo caminando hacia el congreso. Actuaré como nunca se ha visto. Habrá personas que se decepcionen más aún con este acto, pero no me detendré. Si de algo estoy seguro, es que, Armida no debe tomar su lugar como heredera al trono. Y nuestra relación se destrozará nuevamente, espero volver a reconstruirla. Es mi hermana, la adoro. Pero en estas circunstancias, es un peligro para el reino que ella pueda llegar a pensar en ser reina. Porque si alguien puede destruir el mundo, es Armida.

Mi capa se mueve por la brisa que provocan los rápidos pasos que doy. De vez en cuando parezco correr, con desesperación. Tengo de lado, el hecho de que Elena tendrá distintos puntos de vista desde los demás miembros. Tomará su tiempo.

Mis pasos se detienen abruptamente. El congreso está rodeado de guardias y ellos ya deben estar al tanto que fui desvinculado temporalmente de la familia real, eso conlleva que ellos ya no me obedecen. Soy un ciudadano más, que transita por el castillo. Mis derechos desaparecieron y eso me lleva a la interrogante de cómo ingresar.

¿Si provoco un escándalo?

Mi presencia por sí sola, es un acto de atención. Alteraré a los guardias. Así que, con firmeza en mis pasos, me muevo. Me quito la parte de la capa que cubre mi rostro. Eso conlleva a que todos me observen. El rostro de cada guardia no se ha inmutado, pero sus ojos me analizan. Creo que piensan muy bien cómo deben actuar.

—Por favor, les ordeno que me dejen pasar —hablo con autoridad, serio.

Todos no reaccionan. Me confirma que les cuesta pensar qué hacer.

—Señor, vuelva a su habitación —dice un guardia, después de varios segundos en silencio incómodo.

No cambio mi expresión. Estoy decidido.

—Solo deseo ingresar. Debo hablar con Elena.

—Le recuerdo que en estos momentos ya cuenta con la autoridad suficiente para dar órdenes, señor —responde el mismo guardia.

Es claramente obvio que esta situación los ha incomodado.

—No me interesa —elevo mi tono de voz —. Déjenme pasar.

Se comienzan a mover más cerca de mí.

—Soy el heredero al trono de Alteria. Deben obedecer a su futuro rey —continúo. Esta vez más enojado y decidido.

Ellos siguen acercándose. Hago lo mismo.

—Señor, regrese a su habitación.

Niego con mi cabeza.

—Tendrán que llevarme, porque por mi voluntad no iré.

Mi idea está funcionando. Espero que esto sea suficiente para llamar la atención.

— ¿Qué sucede aquí?

La voz de tía Alka. Una descarga de alivio invade mi cuerpo.

—Alteza, su sobrino no debería estar aquí —comenta uno de los guardias —, debe esperar en su habitación hasta el momento de su sentencia.

Tía Alka asiente con lentitud. Sus ojos marrones me analizan. Solo necesito de su ayuda.

—Déjenlo pasar —suelta, con autoridad.

—Alteza, no podemos.

—Es una orden, obedezcan. Ahora.

Con mi mirada trato de expresarle mi gratitud. Aunque, distingo un leve brillo de decepción. La entiendo, me equivoqué. Pero mi error no deben pagarlo más personas inocentes.

Subo las escaleras, cuando los guardias se hacen a un lado y me dejan avanzar. Mis pasos son veloces. Me detengo en la puerta para recomponerme y respirar más calmadamente, lo necesito.

Me adentro al congreso y camino directamente a la sala dónde está Elena y los demás, incluyendo a Darius. Confieso que estoy nervioso, alterado. Son circunstancias peligrosas donde debo pensar bien lo que voy a decir, ya que, deberé ser convincente en todo aspecto. Necesito otra oportunidad para reparar mi error y encontrar la manera de seguir con mi objetivo respecto a la nación caída.

Suelto aire por mi boca una última vez e ingreso. De inmediato hay rostros que expresan sorpresa, entre ellos está el de mi consejero y sus aliados. La mirada oscura de Elena es la siguiente.

— ¿Qué haces aquí? —interroga la mujer, con seriedad.

Los demás murmullan palabras que no entiendo. Darius se levanta de su puesto y camina hacia mi dirección.

—Es mejor que salga —me aconseja. Odio como se expresa. Parece notoriamente enfadado conmigo. Es obvio, estoy retrasando su objetivo primordial.

—Estoy temporalmente suspendido —le recuerdo —. Solo he venido a hablar con Elena, a solas.

La mujer de cabello negro sonríe con diversión.

—Parece que o fue clara con mis palabras, Archibeld. Sal de aquí.

—Por favor —ruego —. Este no es el momento para dividirnos y lo sabes, Elena. Es lo que la nación caída quiere.

— ¿Cómo estás tan seguro?

—Lo estoy, porque vi con mis propios ojos el desastre que provocaron. Y creo que es solo por una misión y es dividirnos. Ellos sabían que me culparía a mí por lo sucedido. Así la familia real quedaría al borde del colapso y tendrán la ventaja a su favor. En estos momentos deben estar saqueando otro sitito, mientras todos procesamos y las familias lloran a sus seres queridos —explico, sin estancarme en mis palabras —. Por favor, Elena. Piénsalo.

La congresista no habla, por varios instantes solo el silencio abarca la habitación.

—Necesito que abandonen de la oficina —dice de repente.

Hay cierta incomodidad y objeción antes sus órdenes, pero finalmente se obedecen.

—Archibeld, siempre creí que eras un tanto inútil para ser rey. Pero tu madre te defendía cada vez que le sacaba el tema. Ahora entiendo por qué.

Me quedo en silencio. Elena es una de las mujeres más influyentes en el reino, su larga trayectoria como presidente del congreso, le ha traído el respecto de la familia real. Mi madre era una admiradora suya y su mejor amiga.

—Tienes corazón. Supongo que con un toque de altruismo y empatía. No solo por tus ciudadanos, sino que también por tu enemigo.

—No son nuestros enemigos, Elena —intervengo, trato de ser respetuoso —. Eso es lo que intentaba decir con el envío de un diplomático. Solo somos dos naciones que se construyeron por errores del pasado. Y no quiero volver a repetirlos.

—Es una propuesta casi imposible de cumplir. Sobre todo si viene de alguien que es descendiente directo de Clemente —añade. Se levanta de su puesto, al centro de la gran mesa —. Puede que los caídos busquen llevarnos ventaja, pero también quieren venganza.

Muevo mi cabeza de arriba hacia abajo, asintiendo.

—Y sabes que no se detendrán.

—Pero podemos retrasar sus acciones —excuso, con sinceridad —, Ayúdame a hacerlo más sencillo, Elena.

—Y eso incluiría retractarme de mi decisión de suspenderte temporalmente.

—Sí. En estos momentos anunciar que Armida será la heredera al trono, provocaría la extinción de todos. Nos guiaría directo a una masacre que acabaría con ambas naciones.

Elena camina por entre las cuatro paredes.

—Puede ser —dice finalmente —-. Sabemos que Armida tiene la personalidad más volátil de la familia real y eso la puede llevar a cometer actos apresurados y erróneos.

—Es un riesgo que no debes aceptar, Elena. Por favor, déjame seguir en esta misión. No volveré a fallar.

—Cualquiera de las dos decisiones afectarán. Una puede hacerlo más que otra y ya el daño está hecho.

Una mujer con un carácter firme, eso la convierte en una persona difícil de hacer cambiar de parecer.

—Ve afuera. Necesito pensar. Y diles a los otros que decidiré sola.

Obedezco y abandono el lugar. los demás miembros del consejo y del congreso, miran desentendidos. Les indico lo que Elena me comentó. Sus rostros se retraen en desconcierto.

Camino más lejos, cuando distingo a tía Alka entre los demás.

—Gracias, tía —suelto. Con total sinceridad. Ella siempre está cuando más la necesito.

—No agradezcas. Solo lo hice por el bien de Alteria.

Es una respuesta que esperaba. Los ánimos siguen tensos y los demás aun no procesan que después de siglos, fuimos atacados.

Armida y Lionel ingresan al congreso. Supongo que Darius llamó su presencia, para escuchar el veredicto de la congresista.

Lionel se acerca, pero mi hermana no lo hace. Sinceramente prefiero que guarde distancia, ya que, si conversamos, solo terminaremos en una discusión.

— ¿Por qué los demás miembros están afuera? —cuestiona mi primo.

Tía Alka le responde y lo pone al tanto de la situación.

El ambiente sigue tenso. Creo que incluso hay miedo hasta de respirar cuando Elena muestra su presencia. Me desamino, porque no tardó demasiado en decidir, eso me hace pensar que no cambió la decisión. Seré removido y alejado de la familia real.

Hace una señal con su mano que anula el poco bullicio que hay. Se acomoda en el atril del centro y los demás miembros ocupan el espacio alrededor. Los guardias me indican posicionarme en el centro, para escuchar mejor la sentencia.

—Hoy, hemos sido testigos de la peor catástrofe que hemos sufrido desde nuestro nacimiento —comienza la congresista —. De inmediato se evaluó la posibilidad de culpar al responsable de las centenas de muertes. Es por eso, que el príncipe heredero fue llamado a ser evaluado por el consejo real y el congreso —explica con autoridad —. Como primera penitencia, se le fue destituido temporalmente de su derecho a ser el primero en la sucesión al trono, mientras se decidía su verdadera sentencia.

Agacho la cabeza y cierro mis ojos. Por favor, Elena. No nos condenes a una nueva masacre.

—Y ya está decidido —levanta su voz —. Se volverá a reevaluar la sentencia del príncipe heredero, dentro de tres semanas. Mientras tanto, Archibeld seguirá haciendo sus labores en el castillo y será la autoridad máxima en la familia real. Hasta entonces, se respetará mi palabra.

Vuelvo a levantar mi cabeza. Intento demostrarle a Elena mi gratitud. Ella hace contacto visual conmigo y después se retira. Los otros miembros del congreso la persiguen, enfadados. Los del consejo se les unen. Darius obviamente se acerca a mí y hace una reverencia.

—Alteza, lamento mi anterior actitud. Fue fuera de lugar.

Tengo al consejero más hipócrita de todo el castillo. Me doy vuelta, para volver al castillo. En eso me percato que solo está tía Alka y Lionel. Armida debe haberse ido en cuanto escuchó el veredicto.

—No gastes palabras, Darius. Hace mucho tiempo que conozco tu punto de vista. Y no concuerda para nada con el mío —añado, mientras bajamos las escaleras —. Deberías de tener bastante claro que mantendré mis ideales hasta el final. Aunque como ya ves, incluya el hecho de quedar sin título real.

Lionel se ve más aliviado. Tía Alka también.

Para volver a retomar mis labores, decido ir a la oficina del general. El ejército debe tener información con respecto al ataque. Pero antes, hablo con Lionel.

—Conseguiste tiempo —comenta.

—Un valioso tiempo, que debo ocupar con cautela —añado, ya más relajado —. Necesito pedirte que no te alejes de Armida. Ella necesita contención.

—No tienes por qué pedírmelo, sabes que lo haré.

Sonrío. Siempre he admirado la relación de Armida y Lionel. Sobre todo ahora, ella está vulnerable y en cualquier momento puede estallar en una crisis. Me encantaría estar ahí para ella. Pero solo nos hemos alejado. Es imposible hablar con calma y aclarar nuestras dudas y eso, me afecta.

Muevo mi cabeza en señal de aceptación. Y Lionel se encamina hacia la sala de estrategias.

Cuando llego a la oficina del general. Me sorprende ver mapas con la zona del río Bir. Hay varios puntos marcados con lápiz oscuro. Analizo de cerca y todos son en distintos puntos. No puedo creer que ya estaban pensando en un bombardeo. A penas hoy perdimos a cientos de ciudadanos, el reino está devastado en la tristeza. Y solo piensan en la guerra.

El general ingresa y se sorprende por mi presencia.

— ¿Quién te ordenó marcar los posibles puntos de la ubicación caída, Alan?

Más atrás aparece Sandra.

—Fue su consejero —responde ella, haciendo una reverencia.

Maldito Darius. Solo busca la destrucción.

—Lo pensé —digo, mientras agarro el mapa y lo destruyo —. Mientras yo siga siendo el futuro heredero, no habrá ni siquiera una propuesta de bombardeo, ¿lo entendieron?

—Sí, alteza. Entendido —responde Alan.

—Bien, ahora. Necesito saber el daño que provocó el ataque de los caídos.

—Bueno, derribaron el edificio con explosivos, deben haberlos puesto el día anterior. Deben haberlos robado en la central eólica —explica Sandra —. Alan envió una tropa hace dos horas. Ahora está el doble de patrullada. Deberán pensar muy bien si acercarse o no.

Eso me parece correcto. La nación caída ahora mismo debe estar robando en cualquier lugar. Saben que los extinguidores dejan de funcionar y conocen el horario.

—También necesito que disminuyan el consumo eléctrico en la ciudad. Esa energía la enviaremos a los extinguidores y así podrán estar activos durante ocho horas. Añadiendo así dos horas de funcionamiento. Los patrullajes se harán de día y noche. Y habrá soldados vigilando la granja y los puntos de control.

Alan asiente, aceptando mi orden.

—Además deberemos mejorar nuestro sistema de rastreo. Quiero que ordenes un toque de queda desde las siete de la tarde hasta las siete de la mañana. Y control de identidades. Registren a cada ciudadano y si se niega, arréstenlo.

—Entendido, alteza.

—Daré una conferencia desde el castillo, expresando a los ciudadanos mi sincero dolor por las pérdidas —anuncio —. Diré los nuevos cambios y el porqué. No dejaré que los caídos vuelvan a tomarnos por sorpresa. Esta vez buscaré la manera de que acepten mi propuesta sí o sí. No les daré opción.

Alan y Sandra concuerdan.

Planeo en mi mente mi otra opción. Y necesito a Danel. 

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