Capítulo XIV. Gran Bretaña
Despegaron hacia Gran Bretaña al día siguiente a las diez y media de la mañana, luego de tomar el desayuno con los señores Sainz, quienes lucían preocupados por haberse atrasado un día más en llegar al país donde correrían su próximo Gran Premio. La agenda por la mañana realmente no estaba ocupada, pero después de su llegada, estarían corriendo de un lado a otro para las actividades que se realizarían de Ferrari.
Para el buen ánimo de Charles, los rumores habían desaparecido casi por completo y las nuevas publicaciones estaban llenas de fotografías de su viaje a Mallorca, por lo que no tendría más problemas con sus padres. Los medios sabían a la perfección que la familia visitaba el lugar todos los años durante el verano, por lo que tener a Leclerc en un lugar tan sagrado y habitual para ellos significaba una sola cosa: una buena relación.
Levantó la vista para ver a Carlos sentado en el sofá de piel beige al frente, iluminado por la ventana con la cortina abierta del jet. Aún había rastros de sueño en sus ojos y estaba concentrado en una llamada que había durado más de lo esperado. Desde antes que empezaran a volar, alguien le había marcado.
Lo que realmente no era malo para Charles, pues eso le daba la oportunidad para pensar en lo que había pasado la noche anterior; en sus pláticas en la discoteca, de regreso al yate y cuando llegaron a la residencia de Antonio. Nunca dejaron de hablar. Había culpado al alcohol por eso, ya que jamás había durado tanto tiempo conversando con Carlos estando ambos en todos sus sentidos. Pero aún buscando un culpable, había sido algo nuevo en los dos, casi como si hubieran pactado una nueva oportunidad para conocerse.
Carlos era... indescifrable. Si lo quería definir de algún modo. No tenía idea de cuáles serían sus próximas palabras y por más que intentase predecir sus acciones, no lo lograba. Durante la noche lo sorprendió varias ocasiones, en las que incluso se rio a carcajadas por sus palabras arrastradas debido a la ebriedad y cuando lo acompañó hasta su habitación solo para saber que había llegado en todas sus piezas. No solía sonreírle mucho y le molestaba la mínima sospecha de Charles en que estuviese preocupado por su estado, pero en ese momento, pareció dejarse llevar por sus sentidos y solamente siguió a sus instintos. Tampoco era como si él se hubiera sentido en sus completos cabales. Las imágenes eran borrosas mientras intentaba enfocar el rostro bronceado de un sonriente Carlos recargado en el marco de su puerta.
Cuando volvió a enfocarse, el madrileño estaba dejando el aparato en la mesa que los dividía.
—¿Has ido a Perthshire? —preguntó repentinamente.
—No he tenido oportunidad —respondió buscando una posición más cómoda en su asiento—. Me han contado que parece salido de un cuento de hadas, dicen también que los hoteles son magníficos y todas las vistas son inolvidables. Suelen decir que los palacios están hermosos y puedes hacer kayak en lagos rodeados de montañas. También me dijeron que los campos de golf son extensos y... —Como si apenas se acabara de dar cuenta de que se había entusiasmado con el tema, cerró la boca y evitó la mirada de Carlos, para finalizar diciendo—: ¿Por qué la pregunta?
El otro le regaló una media sonrisa y se recostó sobre la pared a un lado de la pequeña ventana.
—Rebecca quiere que vaya a conocer a su familia a Perth. Al menos quisiera ir teniendo una idea de qué hay por allá. ¿Esta vez no nos vas a acompañar?
No pudo evitar cerrar los ojos y soltar el aire con exasperación. Se refería a lo de Francia.
—Realmente, quise irme el mismo día que llegamos. Pero Rebecca había preparado todo y estaba siendo demasiado amable conmigo. Iba a sentirme terriblemente culpable si la rechazaba.
—Nos hubiéramos perdido de una pelea asombrosa al día siguiente. Pegas más duro de lo que parece. —Casi como si acabara de desbloquear un recuerdo de la mente de Charles, éste frunció el ceño—. No te sientas mal. Es cosa del pasado.
—Sí, primero nos golpeamos y luego viajo con tu familia a Mallorca. Qué ironía. —Se encogió de hombros como si no terminara por entenderlo—. En fin, no sé si le agradecí lo suficiente a tus padres.
Carlos dejó salir un fuerte suspiro.
—Dios, Charles, basta de agradecimientos. Si decías otro "gracias" en Menorca, me hubiera largado sin ti.
Su celular volvió a vibrar en la mesa, y esta vez leyó el nombre de Lando en la pantalla. Miró a Charles mientras se llevaba el aparato a la oreja y susurró una breve disculpa.
—No sabía que tú y Charles Leclerc se habían vuelto tan buenos amigos —dijo Lando tan pronto contestó la llamada—. ¡Me quedé con la idea de que seguían odiándose y esta mañana lo primero que veo son fotos de ustedes vacacionando como mejores amigos!
Carlos maldijo en su mente e intentó poner su celular en el volumen más bajo. Supuso que no había sido oído, ya que Charles sacó su celular del bolsillo de su pantalón y se concentró totalmente en él.
—Buenos días para ti también, Lando.
—Ningún "buenos días", Carlos. ¡Soy tu mejor amigo y no estoy al tanto de esto! ¿Ahora me tengo que enterar por Internet qué es lo que ocurre en tu vida diaria?
—¿De verdad estás molesto?
—No, no estoy molesto. —Soltó un gruñido al otro lado de la línea—. Solo me ha asombrado ver las fotos. Es todo.
—Estás mintiendo. Y no es que haya querido ocultártelo, simplemente se me pasó por alto. Estaba demasiado pensativo respecto al artículo que salió antes, ¿lo viste?
Fue imposible no darse cuenta de cómo Charles levantó la cabeza al escuchar sus últimas palabras, pero de inmediato la bajó.
—¡Claro que lo vi! —exclamó sin poder seguir ocultando sus emociones—. ¡Y no había nada de mentira en lo que leí!
Carlos no pudo evitar reír. Claro que no había nada falso en el artículo que Oñoro y él escribieron juntos.
—Te explicaré más a detalle cuando te vea.
—¿A qué hora te podré ver hoy?
—A partir de las siete estaré libre. Te llamo después de esa hora.
Después de colgar, dejó de nuevo el aparato en la mesa y esperó a que Charles también lo hiciera. Seguía viendo algo en la pantalla de su celular con una ligera sonrisa y luego tecleaba sin parar durante segundos, para esperar con la cabeza recargada en su mano, y luego reírse por lo que parecía ser un nuevo mensaje.
Era tan misterioso.
Y por mucho que le molestara admitirlo, la curiosidad no cedía.
Incluso se estaba volviendo más grande.
Luego de cuatro horas llegaron a Gran Bretaña. Un auto los recogió y los llevó al hotel donde se hospedarían junto a los demás pilotos de la parrilla durante los próximos cuatro días. Y a partir de que llegaron a la habitación, todo se dedicó a trabajo y más trabajo. Fueron llamados para ir a recoger sus playeras del equipo y después los llevaron al circuito de Silverstone para realizar una entrevista tras otra y un paseo por el circuito. Fred no habló mucho acerca de los rumores, Carlos intuyó se debía a que se esfumaron tan pronto como llegaron.
El día se pasó más rápido de lo esperado, una de las entrevistadoras sí se tomó la molestia para mencionar el tema del artículo de su mala relación, a lo cual Carlos respondió que llevaban una buena amistad fuera y dentro de la parrilla. Charles buscó su mirada en ese momento y le sonrió. Pensó que lo había hecho únicamente para darle veracidad a sus palabras.
Salieron a firmar autógrafos fuera del hotel y les regalaron pulseras. Carlos tomó una pulsera rojo con blanco con las iniciales de su compañero y tomó otra de una fanática, esta con colores amarillos y rojos que llevaba el número cincuenta y cinco.
Dadas las siete de la noche, apenas estaba dirigiéndose a su habitación cuando encontró al piloto de McLaren delante de la puerta. Ya no llevaba puesta su playera naranja del equipo, sino que traía puesta una sudadera ligera color gris. Y ni siquiera recibió quejas de parte del británico, Lando dio unos pasos al frente y lo abrazó desde sus hombros.
—Te extrañé —admitió con suavidad, dándole una sonrisa tan pronto se apartó de él—. La última entrevista duró menos de lo esperado así que llegué al hotel antes. Me encontré a Fred en el camino y le pregunté tu habitación.
—Apenas pasaron cuatro días desde la última vez que nos vimos, enano —le dijo con alegría, sabiendo lo mucho que exageraba Norris con los días. Llevó sus dedos a la cabellera rizada y la enredó—. ¿Qué te parece si vamos a cenar? Me recomendaron un restaurante a dos calles de aquí. Dijeron que la comida estaba deliciosa. Solamente quería darme un baño rápido, ¿me esperas?
Lando asintió y ambos entraron a la habitación. Se recostó de inmediato en la cama frente a un sillón y miró hacia la ventana abierta frente a una pequeña mesa y dos sillas, que dirigía a la ciudad llena de edificios iluminados. Los aviones cruzaban el cielo oscuro, pero a esa altura el bullicio de la ciudad era imperceptible.
Durante las últimas semanas, se dedicó a pensar acerca de sus sentimientos. Las visitas de su amigo (sí, su amigo sexual, odiaba admitirlo) se estaban haciendo cada vez menos frecuentes, ya que solía poner excusas sobre el trabajo para no verle la cara. Necesitaba pensar. Y todo el tiempo libre se dedicó a hacerlo, a veces mientras jugaba videojuegos o cuando preparaba algo desastroso en la cocina, pero no conseguía llegar a una respuesta. Se dedicaba a acostarse y mirar al techo por horas, pensando: «¿Qué es lo que quiero? ¿Cómo se supone que debo nombrar a estos sentimientos?», pero no llegaba a nada. Nunca.
Carlos salió del baño en menos de cinco minutos y cuando lo vio salir con una toalla sujetada debajo de su abdomen trabajado y sus pectorales definidos, por poco se le cae la mandíbula al suelo. Tragó saliva y se obligó a mirar hacia otro lado.
En menos de diez minutos estuvo listo. Lando tenía una guerra interna cuando salieron de la habitación, a lo lejos el sonido del elevador sonó en señal de que las puertas se abrían, y unos segundos más tarde, escucharon voces. Dieron vuelta en el pasillo y encontraron a Max y Sergio a punto de subir al elevador.
—¡Esperen, esperen! —dijo Lando apurado, tomando a Carlos del brazo para entrar con él.
Max puso la mano en la puerta del elevador para detenerlo y cuando entraron se dieron cuenta que Charles y Pierre también estaban ahí. Todos con ropa casual.
—¿Adónde van? —preguntó Max con el dedo alzado hacia los botones de los pisos del hotel.
—Al área de recepción —respondió un sonriente Norris después de que las puertas se cerraron. Max presionó el botón del primer piso.
—De hecho, ¿tienen algo que hacer hoy? —esta vez fue Checo—. Max nos recomendó un lugar donde hay juegos de láser, estamos a punto de ir para allá.
—¿Y duele? —preguntó Lando.
—No tanto. Creo que puedes modificar la sensibilidad del chaleco —explicó el mexicano—. Es la primera vez que voy también, el año pasado no pudimos ir.
El madrileño elevó una ceja hacia Lando y este asintió en respuesta, demasiado emocionado ante la idea. Ambos accedieron a ir y más tarde cenarían juntos en el restaurante que propuso Carlos.
Sus ojos se dirigieron al espejo al fondo del elevador y sin querer se encontró con la mirada de Charles puesta en él. No habían tenido demasiado tiempo para conversar después de llegar a Gran Bretaña.
Cuando llegaron al área de recepción, todos salieron a las prisas, a excepción de Leclerc, quien parecía más calmado. Carlos lo esperó y recordó lo que tenía para él.
—Te conseguí esto. —Se quitó la segunda pulsera que llevaba en su muñeca izquierda y se la tendió. Charles la tomó entre sus dedos y notó que había sido hecha especialmente para Carlos, ya que llevaba sus colores y su número—: Para no levantar sospechas.
Un chófer los recogió en la entrada principal del hotel, rodeada por guardias de seguridad que intentaban mantener el control de los fanáticos y los paparazzi que querían cruzar los postes separadores.
Charles alzó la mano en forma de saludo antes de entrar a la camioneta y los gritos resonaron en el lugar.
Todos entraron a la espaciosa Cadillac Escalade. Viajaron por las calles de Gran Bretaña hasta que dejaron lejos el hotel.
—¿Cómo se sienten para esta carrera? —cuestionó Max en la camioneta, sentado a un lado del chófer mientras Sergio, Charles y Pierre estaban en la segunda hilera y Carlos y Lando al fondo—. ¿Ya están listos?
—Creo que será un desastre —dijo Sergio angustiado—. Siempre hay accidentes en Silverstone.
—¿A quién quieres engañar? —habló Lando con burla—. Tú vas a ganar. Siempre ganas aquí.
—¿Qué dices? Tu carro parece un cohete ahora —se quejó el rubio—. El mío parece el tractor descompuesto de mi abuelo.
La conversación continuó en un debate entre todos sobre qué carro era mejor de momento. Todos concordaron que se trataba del McLaren, pero que aun así Max se sacaba unas estrategias del trasero para poder vencerlo. Y a veces era favorecedor para los Ferrari, quienes aprovechaban sus batallas para escalar posiciones.
Finalmente, la Cadillac se detuvo frente a un edificio oscuro decorado por luces rojas.
«Spicy n' Wet Chilli» leyó Carlos en la entrada del establecimiento. Dos guardias cuidaban la entrada. Frunció el ceño y vio que Charles estaba en la misma situación que él.
—Qué raros nombres le ponen ahora a los juegos de láser —dijo Norris con el ceño fruncido.
—¿Estás seguro que es aquí? —preguntó Sergio cuando bajó, mirando hacia los alrededores por si algún coche de paparazzi los había seguido hasta ahí, pero al parecer aún no los encontraban.
—Sí. Es aquí —aseguró Max, estirando sus extremidades cuando descendió de la camioneta.
Lando fue la cabeza del grupo cuando todos se encaminaron a la entrada del lugar. Uno de los hombres corpulentos de traje negro los reconoció y rápidamente los invitó a ingresar.
—¡Adelante, sean bienvenidos! ¡Cualquier servicio que necesiten es completamente preferencial para ustedes!
Carlos marcó una línea entre sus cejas, entre sorprendido, pero más confundido. ¿Cualquier servicio?
Cruzaron por un pasillo rodeado por cortinas negras y cuando dieron vuelta al final, gracias a una luz que se coló por una de las cortinas, pudo diferenciar la sonrisa enorme que se formaba en el rostro de Max.
Checo estaba quejándose de la poca iluminación, pero el holandés le aseguró que era para que se lograran distinguir los rayos infrarrojos de las armas.
Cuando dijo eso, una alarma comenzó a sonar en la cabeza de Carlos.
Una cortina se abrió de par en par y la música estalló en todos los rincones del edificio. Lo primero que enfocó fue a un hombre bailando en un tubo alto con una cola de gato esponjosa. A Sergio se le subieron los rojos a la cara cuando vio a una mujer semi desnuda viéndolo fijamente a los ojos. Pierre se cubrió la cara al siguiente instante y Lando sonrió emocionado por la astucia de Max, quien daba todo su esfuerzo por no reírse de sus caras petrificadas. Carlos miró a Charles a su lado, quien le regresó la mirada sumamente avergonzado.
Lando dirigió la vista a hombres y mujeres. Específicamente a hombres, los cuales exponían sus abdómenes trabajados brillantes por sudor y hacían movimientos demasiado seductores delante de mesas rodeadas por damas.
Una mujer con orejas y cola de gato color morado, se acercó a Sergio y le tocó el brazo con una sonrisa perversa, casi como si ronroneara por desearlo. A Max se le esfumó toda clase de ánimo alegre al ver dicha acción.
—Se acabó la broma. Vámonos.
No fue lo suficientemente rápido para tomar a Sergio y acarrearlo lejos antes de que la mujer se acercara y le pasara la lengua por su mejilla, relamiéndose los labios al terminar de saborearle la piel. Checo se quedó quieto como una momia, sin comprender qué había pasado, y Lando estalló a risas mientras Max lo tomaba del brazo y lo arrastraba fuera del establecimiento echando humo por las orejas.
—Mierda. —Max estiró la manga de su playera larga y frotó con fuerza la mejilla de Sergio hasta que se puso roja y se quejó del dolor—. No fue buena idea.
—Dios, ya no podré creer nada de lo que salga de tu boca, Max —se quejó Pierre, poniendo los ojos en blanco al ver las luces fuera del lugar—. Debí haberlo previsto.
—¿Al menos existe ese juego de láser? —preguntó Carlos, frustrado—. ¿O todo fue mentira?
—¡Vamos, qué aguafiestas! Yo quería quedarme —reprochó Lando con ambas manos en el bolso de su sudadera—. Bueno... Ahora que lo pienso, creo que no todos estamos solteros.
Los ojos de Norris fueron a detenerse en Leclerc. Aún seguía demasiado desorbitado recordando a la mujer gata y Checo como para haber escuchado sus palabras. Cuando volvió a la realidad, todos lo estaban mirando.
—Tú no estás soltero, ¿cierto? —prosiguió Lando.
Y no pensó demasiado su respuesta.
—Lo estoy.
Todos los presentes fruncieron el entrecejo, incluido Carlos.
—¿No estabas con Saint Mleux?
Un breve silencio invadió el lugar donde se encontraban los seis chicos. Charles se mordió el labio inferior. Decir que era un contrato por bienes iba a ser sumamente...
—Sí existe el juego de láser —interrumpió Max, apartando la vista de Sergio porque con mirarlo le volvía a subir la ira—. Está a unas cuantas calles de aquí.
El monegasco suspiró con alivio cuando dejaron de enfocarse en él. Carlos lo había visto bien.
—Te iba a matar si decías que nunca existió —confesó Checo, dirigiéndose a la camioneta que aún los esperaba afuera.
Cuando llegaron al verdadero local, las letras gigantes les confirmaron que estaban en el lugar correcto. Se sentían unos completos idiotas por haber creído que aquel sitio oscuro de luces rojas era lugar para juegos de láser.
Sergio esta vez entró después de todos mientras Max iba adelante. Charles caminaba junto a Pierre en una conversación respecto a sus familias y Carlos estaba a un lado de Lando. Una mujer los atendió detrás de la mesa de recepción. Tenía la cara pintada como militar, pero hablaba con suma dulzura.
—Bienvenidos, ¿cuántas personas son?
—Somos seis —dijo el holandés.
—Excelente, ¿serán dos equipos de tres personas?
Max asintió sin cuestionar a nadie.
—Perfecto, el primer equipo puede adelantarse a la siguiente estación, ahí recibirán su equipo y armamento y les explicarán las reglas del juego y los diferentes escenarios que tenemos a disposición. El segundo equipo puede pasar a la otra estación a la derecha.
Max volteó hacia los demás y, sin dudar, eligió a Sergio para su equipo. Pierre de inmediato suplicó para que lo uniera a su trío, porque estaba seguro de que si era del equipo enemigo, perdería sin duda. Max era demasiado competitivo en cualquier cosa. Por eso todos estaban esperando a que él eligiera y nadie se atrevería a rechazarlo. Afortunado Checo.
Finalmente, eligió a Pierre, pues no parecía estar dispuesto a callarse.
—Vamos —le dijo Carlos a los otros dos para dirigirse por el suelo alfombrado iluminado por colores violetas hacia la segunda estación, donde un hombre joven los esperaba también con las mejillas pintadas con franjas negras.
Les entregó sus chalecos receptores de alta tecnología, sus armas láser inteligentes y gafas de visión nocturna, explicándoles cómo colocarlos y de qué manera usar las armas y las gafas.
—Tenemos cinco diferentes escenarios, pueden elegir cualquiera de su gusto para comenzar. Cuentan con dos horas de duración. El equipo con mayor puntos gana. Cuiden sus espaldas.
El mapa elegido fue el subterráneo, donde no había luz y tenía un nivel de dificultad extrema.
Así es, fue seleccionado por Max.
La recepcionista llegó y les regaló unos frascos con pintura negra para el rostro, de cortesía. Lando se volteó hacia Carlos y pidió que le pintara dos líneas en cada mejilla. Cuando giró para seguir con Charles, éste ya tenía una linea a cada lado del rostro perfectamente marcadas. Se había puesto su chaleco negro, tenia las gafas verdes colgando en su cuello y su arma en mano. Carlos tenía que admitirlo. Le quedaba bastante bien.
Cuando todos estuvieron listos, se dirigieron al subterráneo, que en realidad, se trataba del sótano. Bajaron por los escalones y cruzaron pasillos angostos de paredes grises carcomidas y grafiteadas a propósito. Las suelas de sus calzados se oía a cada paso mientras una guía les explicaba las características del mapa. Era una especie de laberinto oscuro en forma de túneles que conectaban a la base del enemigo. En algún punto del camino, Lando preguntó si dolía y si podía cambiar la sensibilidad, pero la guía negó.
El juego se llamaba buscar y destruir. Max se emocionó demasiado ante la idea, diciendo que él jugaba ese modo en Call Of Duty. En cada base de equipo, había una caja inmovilizada con un botón que debía ser presionado durante cinco segundos para ganar.
Los ganadores obtendrían veinte puntos y el chaleco aguantaba únicamente cinco disparos antes de que quedaras fuera automáticamente desvivido, así que cualquier equipo podía lograr una máxima de treinta y cinco puntos.
El equipo de Max, Sergio y Pierre tomaron el lado norte del mapa, mientras Carlos, Lando y Charles se quedaron al lado sur. Solamente ciertas secciones estaban iluminadas, por lo que tendrían que encender y apagar manualmente las gafas de visión nocturna.
En la cámara principal, la zona que protegerían, debían de armar su plan rápido. Era de las pocas zonas que contaba con luz.
—Alguien debe proteger y los otros dos buscar —indicó Sainz en su base—. Podemos ir por distintas direcciones o podemos ir juntos.
—Soy muy malo recordando —soltó Lando, viendo la caja en una mesa al fondo del cuartel—. Los laberintos se me dan muy mal, así que me quedaré aquí a proteger.
—Muy bien, iremos a buscar la caja. Si alguien llega a encontrarte, recuerda que tienes cinco segundos.
Carlos se acercó a él y le revolvió su cabello rizado. Lando le sonrió y se acomodó el arma a la altura de su pecho.
Los otros dos se dirigieron hacia la derecha saliendo de la cámara principal. Ambos se colocaron sus gafas de protector verde con correas negras y activaron el modo nocturno.
—¿Seguimos juntos o vamos separados? —le preguntó a Leclerc.
—¿Te digo la verdad? No quiero ir solo. Si me encuentro con Max, estaré muerto antes de pestañear.
—¿Habías jugado antes? —dijo Carlos, apuntando a la izquierda en el siguiente pasillo con su rayo infrarrojo para luego proseguir. Charles se avergonzó, había entrado por su casa sin tomarse la precaución de apuntar antes.
—Esta es mi primera vez.
Durante la infancia, esa clase de actividades para sus padres nunca fueron prioridad. Tenía nueve años cuando nació Arthur, y su atención había sido dedicada enteramente a él.
—La mía también —confesó Sainz. A diferencia de la infancia de Charles, él había sido un niño con demasiados recuerdos llenos de diversión, mas nunca había ido a un juego de armas porque a sus hermanas no les gustaban.
—Estamos jodidos.
Más adelante, escucharon las pisadas de otra persona. Carlos de inmediato llevó un dedo a su boca en señal de que hiciera silencio y Charles asintió, revisando detrás de él para asegurarse de que su espalda estaba protegida. Estaban a mediados de pasillo y el rayo infrarrojo de su contrincante apuntaba que estaba dirigiéndose hacia donde ellos se encontraban. Carlos apuntó hacia su espalda y le indicó con señas que debían regresar. Iban a regalar diez puntos y Lando quedaría solo si los encontraban.
Charles dio marcha atrás y regresó por el pasillo que habían transitado antes con la mayor sutileza posible. Se escondió apoyándose en la pared, pero la longitud de ese túnel no era extensa y su franco derecho estaba completamente descubierto.
Carlos se recargó en la pared a su lado.
—Debemos esperar a que venga —susurró hacia la oscuridad—. Nosotros estaremos preparados, él no.
Charles asintió, pero ni siquiera fue visto. Se concentró en los pasos que provenían del pasillo izquierdo mientras miraba a su derecha. Allá en el fondo, parecía que algo se iluminaba. ¿Era su imaginación? ¿O sus gafas estaban dañadas? Ladeó levemente la cabeza y procedió a apagar sus gafas.
Un rayo infrarrojo estaba apuntando a esa pared.
¿No estaba a su izquierda?
Cuando volteó a dicho lugar, también se dio cuenta que estaba apuntado. Mierda.
—Estamos rodeados —susurró. Carlos miró a ambos lados y maldijo por lo bajo. Los pasos estaban lo suficientemente cerca. No había modo de que los dos se largaran a correr o los alcanzarían.
—Este es el nuevo plan. Tú corres y te diriges al otro túnel por el que veníamos y yo intercepto a mi izquierda. Debe estar más cerca que el de allá. Si logro vencerlo, será mucho más sencillo que ambos acabemos con el que quede. Tú estarías al frente y yo a su espalda. O al revés.
—¿Y si no logras vencerlo?
—Podré hacerlo. ¿No confías en mí?
En realidad, no.
En cuanto el español se volteó y salió desesperado, el monegasco dejó de mirarlo para concentrarse en el próximo escondite y se echó a correr. Sus pisadas resonaron con fuerza y otras se le unieron a la trotada. El chaleco se movía de arriba hacia abajo y su arma se hacía más difícil de cargar en movimiento.
—¡Checo! ¡Carlos está aquí!
Era Pierre.
Los pasos apresurados no se dirigieron hacia Charles, sino que siguieron de largo, lo que significaba que Carlos tendría un dos contra uno. ¡Maldición! Empezaron a sonar disparos a lo lejos mientras corría de regreso.
—¡No! ¡Checo, ayúdame! ¡Me dieron! —gritaba Gasly entre los disparos—. ¡Duele, agh!
De pronto sus pasos cesaron y se quedó inmóvil. ¿Y si era una trampa? ¿Y si vencieron ambos a Carlos y estaban mintiendo para atacarlo con más sencillez?
Se acomodó a la vuelta de la pared que había cruzado para esconderse, y esperó. No volvió a escuchar a Pierre. Un silencio inundó el laberinto subterráneo, y de repente, cuatro disparos se escucharon.
Tenía los nervios a flote, pero debía esperar. Ese era el camino para llegar a la guarida. Así que quien sea que quedara, debía pasar por ahí.
—¿Charles? —Suspiró de alivio cuando escuchó a su compañero—. Tengo a Checo. Lo utilizaremos como rehén para llegar a Max.
Salió del escondite con nerviosismo. A través de la oscuridad y los grises y blancos, distinguió a Checo sujetado por la espalda por Carlos.
—No te preocupes, si llega a hacer alguna tontería, está a un tiro de morir... Muy bien, Checo, es ahora cuando nos dices dónde está ubicada tu base.
—No se los diré. Y Max es su último contrincante, así que los hará papilla a ambos cuando vayan por la caja.
A Charles eso no le gustaba. Por los quejidos de Pierre, sabía que los disparos de verdad dolían.
—Tengo varios planes. Siendo que tú eres la debilidad de Max, podemos usar todo a nuestro favor.
Sergio puso los ojos en blanco detrás de las gafas. ¿Por qué todos le repetían lo mismo? ¿Acaso no se daban cuenta de cómo lo había tratado Max antes?
Charles había bajado la guardia. Cuando Checo les dijo que Max estaba en su base, ¿eso era realmente la verdad? Nadie se puso a pensar en qué pasaría en el caso hipotético de que los tres enemigos hayan decidido salir a buscar y abandonar su guarida. Todo podía ser real, y a la vez podía ser mentira.
Pero se había confiado demasiado al ver que Sergio no tenía su arma.
Por eso fue que, cuando le dio un cabezazo a Carlos y le arrebató su arma a Charles, ambos tardaron muchísimo en reaccionar. Cinco disparos habían sido suficientes para acabar con Leclerc.
El madrileño gruñó y quedó fuera también Sergio cuando se sobrepasó con los disparos, quizá lo había rematado con diez balas.
—¡Oye! ¡Eso duele, maldito! —se quejó una vez que se detuvo.
—¡Eres un tramposo, Checo! ¡Me diste un cabezazo!
—¡Nadie me dijo que no podía darlos!
Ahora no había rehén y Charles tenía que abandonar el mapa para esperar por un desenlace impaciente.
Miró a su compañero con tristeza por su pésima aportación y procedió a subir por las escaleras con cara de derrota. Al llegar al piso principal, Pierre se burló al ver a ambos salir, como si no hubiese sido él el primero en morir.
—¿Quién mató a quién? —fue lo que preguntó cuando se acercó.
—Carlos iba a matar a Checo, pero decidió mantenerlo de rehén. Luego Checo se volvió loco y me arrebató el arma y me mató —explicó Charles a la brevedad, soltando una risa después de eso. Sonaba absolutamente ridículo.
Pierre chocó la mano con Sergio y lo felicitó por su hazaña. En realidad, sí había sido un movimiento inteligente, debía admitir Charles. ¡Y qué tonto había sido él!
—No entiendo porqué siguen insistiendo que soy la "debilidad" —hizo comillas con los dedos— de Max. Son unos idiotas por pensar eso.
—Es más que claro —dijo el francés—. ¿No viste cómo reaccionó cuando esa mujer te lamió la mejilla? ¡Casi enloquece!
—¿Y eso qué? ¿Tú no enloquecerías al ver eso si hubieras sido tú el que nos arrastrara hasta ahí?
—Ni siquiera me hubiera importado —alegó con honestidad—. Todos nos reímos a excepción de Max. ¿En serio no te diste cuenta?
Mientras tanto, Charles se lamentaba pensando que Carlos no lo volvería a elegir como compañero nunca jamás.
Claramente en Ferrari no le gustaba, ahora cualquier otro ámbito había quedado descartado.
Ah, mierda.
—Charles.
La voz del español lo sorprendió. Miró hacia las escaleras que llevaban al subterráneo y figuró a Carlos bajo las luces violetas de la recepción. Había dejado el arma en el mapa o había perdido. Sus gafas estaban aún sujetadas a su cuello y las marcas de guerra estaban ligeramente borrosas en sus mejillas.
Bajó la cabeza con pena.
¿Habían perdido?
Era su culpa.
—Ganamos.
Levantó la mirada y vio la sonrisa triunfante en el rostro contrario. Sergio se puso al brinco de inmediato y comenzó a preguntar cómo rayos había ganado.
—Max corrió a buscarte en cuanto escuchó tus gritos y dejó la base desprotegida.
El susodicho terminó de subir y tan pronto apareció, Checo lo fulminó con la mirada.
—¡Ya estaba muerto! ¿A qué ibas a buscarme? ¿Primero nos llevas a un club de strippers y ahora pierdes? ¡Eres campeón del mundo!
Charles no pudo evitar reír ante el arranque de ira de Sergio. Max no estaba rojo de furia, estaba rojo de vergüenza. Perder ya le era difícil, ahora que Sergio se lo reclamara, debía ser doscientas veces peor.
—Entonces los perdedores nos pagarán la cena, ¿cierto? —dijo Lando una vez que se hizo presente—. Ni siquiera tuve que hacer nada. Eres increíble, Carlos.
Le dio un buen choque de manos y no se pudo contener para abrazarlo con alegría. Charles se limitó a observarlos.
Pierre señaló a una butaca llena de accesorios.
—Dijeron que los ganadores tienen recompensas gratis.
Norris eligió seis llaveros de armas diferentes para todos. Incluso cuando le dijeron que solo podía elegir tres, reclamó que no se iría sin un recuerdo para sus otros amigos perdedores.
Para cuando llegaron al restaurante de cortes finos que sugirió Sainz, todos estaban muertos de hambre. Verstappen estaba seguro que se comería el plato vacío si no les servían la comida rápido y Norris tomaba refresco para intentar calmar su hambre, pero eso solo le causaba más sed.
En pocos minutos, sus platos fueron servidos. Se veían deliciosamente apetecibles. Cuando Sainz miró a Leclerc, notó que aunque todos se habían quitado los restos de pintura, él seguía teniendo manchas en su mejilla.
Sin ser consciente, extendió la mano hacia él, pero tan pronto su dedo tocó su mejilla, éste se alejó de inmediato por mero reflejo.
—Aún tienes pintura —le hizo saber—. Déjame quitártela.
Charles dudó si volver a acercarse o encargarse por sí mismo, pero terminó cediendo. Carlos movió el pulgar suavemente y quitó todos los restos de pintura de la zona.
—¿Ustedes ya son amigos? —preguntó Max de inmediato cuando vio a Charles cerrando el ojo izquierdo mientras le limpiaba—. Vi sus fotos en Mallorca. Incluso visitaste a los Sainz.
¿Cómo les iban a decir que todo había sido un plan para desmentir los rumores? Bueno, probablemente ellos lo entenderían, ¿no?
—Sí, somos amigos —dijo Carlos, separándose de él una vez que terminó de limpiarlo.
Bueno... tal vez sí habían empezado a serlo.
Sergio dejó salir un suspiro lleno de satisfacción.
—Eso es bueno. Me alegro mucho que hayan decidido dejar el resentimiento atrás.
«Sí, porque tú no lo has podido hacer» se reprochó Checo en sus pensamientos.
Terminaron de cenar y se dirigieron de vuelta al hotel. Todos tomaron el mismo elevador, el primero en bajar fue Pierre, luego seguía Lando y al final los demás, pero el piloto de McLaren no bajó y cuando todos se despidieron saliendo del elevador, Charles se dio cuenta que Carlos y Lando entraban juntos en la habitación de al lado. Ellos dos debían tener una amistad increíble.
—Hay algo que quiero decirte —dijo Lando cuando cerró la puerta de la habitación de Carlos. Se acostó en el sofá justo al frente de la cama matrimonial y miró al techo de la habitación, sintiendo los nervios subiendo por su cuerpo—. La verdad, es que planeaba decírtelo desde que estuvimos en tu restaurante, pero me dio miedo pensar con qué cara me mirarías si te lo dijera.
Carlos se sentó en el colchón y miró a su amigo.
—No necesitas contármelo si no quieres. Si todavía no te sientes en confianza para hacerlo, puedo esperar.
—Pero quiero hacerlo —replicó frustrado. Sus manos fueron a cubrir su rostro y suspiró delante de ellas para finalmente dejarlas sobre su cabello—. Necesito hacerlo. He pasado meses queriendo contarte y creo que hoy es el momento adecuado para hacerlo.
Su corazón comenzó a latir cada minuto más rápido. Los escenarios de una confesión empezaban a hacerse presentes en su mente, uno tras otro. ¿Era amor? ¿O simplemente los nervios de no saber qué podía ocurrir?
—¿Crees?
—No, definitivamente lo es.
Lando se incorporó del sofá y miró a su mejor amigo con ojos decisivos.
—Me gustan las mujeres —confesó.
Carlos de inmediato formuló una sonrisa. Ya sabía para dónde se dirigía.
—Eso es perfecto.
Las cejas de Lando se curvearon y su rostro se volvió más frágil, temeroso de sus propias palabras.
—Y me gustan los hombres —continuó.
—Eso también es perfecto.
¿Y si te dijera que probablemente estoy enamorado de ti?
¿También dirías que es perfecto?
—La verdad es que no me gusta este tema de salir del clóset —dijo el piloto de McLaren—. No lo veo realmente necesario y probablemente eres la única persona a la que se lo he confesado así, pero de verdad quería que lo supieras.
—Aprecio que hayas tenido la confianza para decírmelo —comentó con alegría—. ¿Cómo es que lo supiste?
Lando tragó saliva con dificultad, como si se hubiera atravesado una piedra en el camino que le hizo carraspear. Bien. De acuerdo. Ya había llegado hasta ahí, lo siguiente que debía decirle era que, muy probablemente, sentía algo por él. Su amistad no se iría a la basura. Conocía perfectamente a Carlos y él no era la clase de hombre que huía de sus problemas, sino que les daba cara y los enfrentaba. ¿Pero sus sentimientos eran un problema? ¿Por qué pensaba de ese modo?
Dos sencillas palabras estaban en la punta de su lengua.
«Por ti».
Eso era todo lo que debía decir. Así de sencillo sería expresar lo que estaba sintiendo y tal vez hacerlo lo ayudaría a encontrar la respuesta que tanto estaba temiendo descrifrar.
—Lo descubrí en el Gran Premio de Singapur el año pasado, por...
El golpe de una puerta y varios gritos en el pasillo los sacaron por completo de la conversación. Lando apresuradamente miró a Carlos y éste asintió. Sabía perfectamente quiénes eran. Pero lo más extraño de la situación, es que ellos dos nunca, pero nunca, peleaban a los gritos fuertes.
Norris dejó el sofá de un brinco y Sainz le siguió hasta la puerta. A su izquierda, Leclerc también estaba saliendo recién duchado.
Tan pronto voltearon hacia el fondo del pasillo, vieron a Sergio empujando a Max del pecho con una fuerza desmedida. El rubio tenía el labio roto y estaba limpiándose con el dorso, la sangre que provenía de la herida. Carlos bajó la mirada a los nudillos de Sergio y supo al instante quién había dado el golpe.
—¿Qué hubieras hecho si algo más les hubiera pasado? ¡Hay un límite para hacer tus estupideces! ¡Ni siquiera pensaste en lo que podría pasarles!
Checo estaba hecho una completa furia. Parecía otro hombre. Él no solía tener esa mirada asesina, no gritaba tan fuerte y mucho menos golpeaba. Su entrecejo estaba fruncido y sus ojos rabiosos perforaban como cuchillas.
—¡No sabía que podía suceder algo así! ¡Sí, fue mi maldita culpa, Checo! ¡Ya lo sé! —Alzaba las manos con frustración, como si no pudiera explicar con exactitud lo decepcionado que estaba con sus propias decisiones—. ¿No ves que me arrepiento? ¿Por qué siempre pareces insatisfecho con lo que hago?
Cuando Sergio se abalanzó hacia él con el puño levantado, Carlos se apresuró a llegar hasta ellos y detenerlo. Su mirada cayó en él y para sorpresa de ambos, el mexicano estaba fuera de sí. Apenas dándose cuenta que ellos dos no eran los únicos en el pasillo. Y en lugar de mostrarse más calmado, pareció que lo había lanzado a una caldera. Hervía de coraje. No sabía exactamente si estaba borracho o había perdido por completo la cordura, pero algo en Checo se encendió en cuanto lo vio. Se deshizo de su agarre de un empujón y apuntó a Max con odio.
—¡Díselo, idiota! ¡Que por tu estúpida broma arruinaste el viaje a Austria y empeoraste todo!
¿De qué jodida broma estaba hablando?
Max se mordió el interior del labio. Tenía suficientes agallas para seguir manteniéndole la mirada a un furioso Sergio, pero no para hablar.
—¿No lo vas a decir? —Checo se rio con ironía—. Cobarde. Siempre has sido un maldito cobarde.
Lando vio cómo la mirada azulada de Max se volvió más oscura y triste. Esas palabras habían conseguido llegar más allá de la barrera que intentaba poner delante de ellos.
—Al parecer no va a hablar —volvió a decir Sergio, suspirando como si estuviera presenciando en vivo y en directo la cosa más aborrecida en el planeta—, pero deben de saber que la razón por la que se perdieron porque no tenían un mapa, fue él. Pensó que sería una buena idea hacerlo para que se llevaran mejor.
El rostro de Max decía perfectamente que no lo había hecho con mala intención; que las cosas se salieron de sus manos y jamás previó que lo demás fuera a ocurrir. Sin embargo, para Sergio eso solo significaba una broma de mal gusto que pudo haber sido muchísimo peor. Por mucho que le agradaran las bromas, había límites. Pero el imbécil de Max Verstappen no los conocía. Trataba a la gente como si no tuvieran sentimientos. O peor aún, como si fueran piezas de un juego que él estaba llevando a cabo, utilizando a la gente a su gusto, burlándose de ellos.
Para bien o para mal, Carlos se mantuvo sereno ante las palabras dichas por Sergio. El mexicano supo que lo hacía para no aumentar la gravedad de la situación, y eso solo lo enfureció más. Se dio la vuelta y se marchó molesto por el pasillo hasta que sus pasos dejaron de oírse.
Los recuerdos volvieron y pensó en cómo había culpado a Charles por la perdida de ese mapa y cuando estuvo a punto de entrar en un completo estado de frustración. Ahora que lo pensaba, muy probablemente se debió a que se sintió culpable por algo que realmente no hizo. Todo por una broma.
—Sé que no va a ser suficiente para remediarlo —dijo el rubio—, pero lo siento mucho por lo que les causé. No tenía las agallas para decirles a la cara a ti o a Charles durante estos últimos días, por eso justo hoy se lo conté a Checo.
Vio de nuevo la herida en su labio. Los ojos azules de Max se notaban afligidos, el dorso de su mano tenía sangre seca y su labio ahora estaba hinchado. Sabía que le dolía más allá de sus heridas físicas. Siempre le había importado lo que Sergio pensara de él.
Carlos se llevó la mano al puente de su nariz y soltó un fuerte exhalo.
—Da igual. Sé que no lo hiciste con ese propósito. Aun así, Charles y yo podemos arreglarlo por nuestros propios medios.
Aunque fuera mentira. No sabían cómo arreglarlo realmente.
Max quiso sonreír, pero al hacerlo solamente le causó una mueca por el dolor.
—Voy a intentar hablar con Sergio cuando se calme.
Se despidió de los tres y desapareció por el mismo pasillo que lo hizo Checo.
Carlos sabía que esa no había sido el único motivo por el que Sergio había golpeado a Max. Llevaba demasiado tiempo acumulando ira hacia él que llegó al borde de la sensatez. Se sentía mal por ambos; ninguno lo merecía.
—Creo que debería irme. —Esta vez fue Lando, pensando que el mundo le decía de maneras diferentes que no debía confesar lo que sea que sintiera por su mejor amigo. Parecía que no sería el momento adecuado.
Charles todavía estaba presente cuando vio que Carlos tomó el brazo de Lando para que no se fuera.
—¿Estás bien? Podemos hablar —le dijo.
Pero aquello solamente le hizo darse cuenta que Carlos era una persona completamente diferente cuando se trataba de él. Era frío, tajante, reservado, y como ya lo había dicho antes, extremadamente impredecible. Y siempre insistía que Charles estaba dispuesto a arruinar su carrera, ¿pero por qué lo decía? ¿Desde cuándo había comenzado a pensar así y por qué simplemente pareció haberlo asumido y aceptado? ¿Nunca podrían hablarlo? ¿Jamás serían capaces de afrontarlo? ¿Por qué le decía a Max que ellos podrían arreglarlo?
—No. Creo que lo mejor será que hablemos otro día. Descansa, Carlos.
Lando parecía afectado. Había algo triste en su mirada cuando se alejó de Carlos y tomó el elevador para dirigirse a su habitación. Charles quería largarse, pero sus pies no se movían. Todas las preguntas estaban llegando sin parar.
Pero, claro, Carlos siempre tuvo razón.
Había sido su culpa.
Desde el día que se conocieron.
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