Un Poder Incontrolable

Maia había despertado en la arena. Escuchó el murmullo de las olas en la orilla. Todo estaba tan calmado a su alrededor que con gusto se hubiese quedado allí acostada, pero una risa baja, gutural y burlona la hizo reaccionar poniéndose de pie rápidamente. 

Volvió su cuerpo hacia el lugar donde provenía el sonido y estiró sus manos. Unos breves minutos era lo que le quedaba al Donum de Ignacio en ella, pero esos minutos le darían ventaja: ¡Alguien tenía que venir a por ella!

—Eres una estúpida al retarme.

—Sabías muy bien que no me quedaría de brazos cruzados.

—Lo sé, siempre has sido una idiota. Lo supe desde el momento en que fuiste corriendo a los brazos de tu enemigo. No sabes cómo disfrute ver la forma en que te ibas enamorando de él. ¡Ustedes, los Ignis Fatuus, son tan predecibles!

—No creas que tu plan nos ha separado.

—¿Aún piensas, querida, que él estará de tu lado? —Maia bajó de soslayo su rostro—. No, no lo hará... en especial porque cree que mataste a su «amado abuelito».

—¡Pero yo no lo hice! —le gritó Maia.

—Eso no importa, tú, yo, da igual. Fue un plan perfecto. Experimentar el placer de ver a toda la maldita Fraternitatem enfrentada fue ¡lo máximo! Sentí una satisfacción comparable al éxtasis cuando le arrebataste el Donum a tu guardián. ¡No sabía lo débil que eres!

—Él los iba a matar.

—¿Y eso que importa? ¿Acaso no fueron ellos quienes le quitaron la gloria a tu Clan?

—¿Viniste a charlar o qué? —le respondió cansada de la conversación. No quería desviarse del objetivo, debía vencerla, poco le interesaba lo que la Imperatrix tuviera que decir sobre sus decisiones.

Con un brusco movimiento de su brazo, Maia le envió una ráfaga de fuego a su enemiga.

—¿Eso es todo? —se mofó.

Tomando impulso con ambas manos, la Imperatrix, desde la distancia, la golpeó, haciendo que su cuerpo volara unos metros desde su posición. 

Pudo oír su risa, mientras que su cuerpo adolorido le indicaba que rodar por la arena no era nada agradable. Se apoyó en sus brazos, y por inverosímil que fuera, sintió como recuperaba su fuerza. Sus ojos centellearon en cuanto escuchó el canto del Phoenix.

—¡Vamos, Griselle! ¿No me dirás que eso es todo lo que tienes? —contestó poniéndose de pie, de espalda a ella.

Griselle la atacó, pero su golpe esta vez fue a dar con una pared invisible. 

Itzel había extendido su mano, se encontraba a un kilómetro de ellas. La Primogénita de Lumen seguía dudando si Maia era o no confiable, pero en ese instante prefería estar del lado del Fénix que del Dragón.

Para sorpresa de Maia, la Imperatrix solo rio. Era como si ella, más que nadie, deseara ese momento.

—¿Crees en las profecías? —indagó Griselle.

—¿De qué hablas? —preguntó Amina, posicionándose frente a ella.

—¿Qué si crees en las profecías?

—Mi pueblo no es un pueblo de profetas.

—Es una lástima, Amina, porque si creyeras en ellas te aseguro que no estuvieses aquí.

—¡No puede ser! —pronunció quedamente Ibrahim al darse cuenta de que la rival de Maia era Griselle.

Esta iba vestida de blanco, con un traje ajustado al cuerpo y su rubio cabello recogido en un moño bajo. Resaltaba su bronceada piel, sus labios rojos como la sangre y su porte de femme fatale.

—¿Estás bien? —preguntó Dominick, parándose al lado de Maia.

—Sí. No deberían estar aquí.

—No es momento de discutir eso —le respondió Aidan, quien se había detenido a su derecha. Llevaba en su mano el arco.

Todo mejoraría después de acabar con la Imperatrix.

—¿Y dónde están tus Custodes, Amina? —se burló—. Solo ellos faltan para completar el hermosos cuadro que estoy observando.

—¿Griselle? —cuestionó Saskia.

Frente a ella estaba la misma chica que les había atacado en el colegio, pero sin máscara. En su frente, mejilla, clavícula, omóplato, brazo y mano resplandecía la silueta del dragón serpenteando en su cuerpo.

—Pensé que se odiarían. Creo que me equivoque. ¡Al final todos son unos idiotas!

—No tenemos porque complacerte, cucaracha —le respondió Itzel.

—¿Cucaracha? ¿Sabías que las cucarachas pueden sobrevivir a un ataque nuclear? Y adivina, ¿quién saldrá con vida de aquí?

—Ciertamente no serás tú —le contestó Ibrahim.

—«Hubo una vez dos jóvenes enamorados... eso no podía ser, su Fraternitatem Solem se los prohibía». —Aidan apretó fuertemente el arco—. Si me lo preguntan eran unos ingenuos, muy pocos inteligentes. A ambos les hubiese ido mejor si hubieran aceptado vivir separados. Les aseguro que la vida les habría sonreído.

—Tú no sabes nada de Evengeline, ni de Ardere. —El Sello de Aidan refulgía ferozmente.

—¿De Ardere? Te puedo asegurar "pequeño fuego", que yo sé más de Ardere que todos tus contemporáneos. —Eso causó extrañeza en todos—. ¿Acaso no puedes reconocerme, querido primo?

—¿De qué hablas?

—Soy Agatha.

Más de uno intentó contener la risa. ¡Era imposible! La inmortalidad de un cuerpo no estaba probada, solo en libros podía ser cierta, aun cuando ellos ya no sabían que podía o no ser real. Únicamente, Maia mantuvo la seriedad.

—¿Y se supone que debemos creerte? —le preguntó Itzel dando un paso al frente.

—Eso es su problema. Yo quería el poder de mi prima, y deseaba que muriera. Esa era la única forma de tenerlo. La muy maldita de Evengeline siempre tuvo todo lo que debía ser para mí: el Donum, la devoción del poderoso Edward, y la fidelidad y pasión de Ackley. ¡Claro que quería arrebatarle todo! Y lo hice. Fue muy fácil espiarla, y darme cuenta del consumado amor entre Ackley y ella. Eso hizo que el Don de este se saliera de control; al parecer nunca quiso aceptar que desobedecer las reglas de la Fraternitatem Solem solo nos beneficiaría a nosotros, los Harusdra.

Si Griselle no les estaba mintiendo entonces era cosa grave lo que acababa de decir. Probablemente, por ese mismo motivo había asesinado al abuelo de Aidan, para separarlos y volver a repetir la misma historia.

—Eso no explica por qué sigues con vida —intervino Dominick.

—La misma actitud problemática de Aurum. Ser pasionales trae desgracias.

—Dígame quién lo dice —se burló Dominick.

—Cada Clan tiene su versión de la historia. Que Evengeline mató a Ackley, que fueron los otros Clanes quienes dispararon. La verdad es que yo, consagrada al Harusdragum, ya tenía el Donum de convertirme en quién quisiera. Fue tan sencillo aparecer en el Clan de Ackley con la apariencia de Evengeline. 

»Pero mi prima también se presentó, y eso arruinó todo mi plan. Todavía no sé cómo pudo llegar allí, pues la había dejado muy malherida en el bosque. Decidí acabar con ella, iba a dispararle y el idiota de Ackley se atravesó. No fue mi culpa que la flecha fuera a dar directo a su corazón.

—No puede ser —murmuró Maia.

—El joven guardián, tonto, miope y cobarde, nunca vio a la verdadera Evengeline en los linderos del bosque. Él solo huyó detrás del niño, y yo lo dejé porque no me interesaba su vida, ni la del pequeño. Solo quería el Donum de Evengeline, y me dispuse a tomarlo. Esta ya estaba abrazada a su difunto esposo, llorando... ¡Era tan romántico! —se burló—. Pero la muy sucia tenía un as bajo la manga. Me maldijo, me cedió un Donum que solo un ignorante puede desear y me obligó a vagar por este mundo a la merced de un desaparecido Ignis Fatuus.

—No entiendo a qué Donum te refieres. —Amina quiso saber.

—¿Nunca te preguntaste Amina por qué tu madre no sobrevivió a mi ataque? —le cuestionó, los otros se observaron extrañados, confusos ante lo poco que sabían de la vida de Maia—. Si tú hubieras conservado la inmortalidad de tu Donum, tu madre hubiese sobrevivido.

—No quiero ser inmortal, puedes quedártelo.

—No creo que en ti actúe de la misma manera, niña —se pavoneó—. Pero este Donum me puede ayudar a tener el tuyo, porque, a fin de cuentas, ya me hice con la ternura de Rafael, ya un Ardere se sacrificó, ahora me vendría bien una Ignis Fatuus.

Aidan disparó, pero el cuerpo de Griselle comenzó a arder con tanta fuerza que los chicos retrocedieron.

—Tus flechas no le harán nada —confesó Maia—. Y mis Custodes vienen en camino.

—¿Los esperamos? ¿Es eso lo que intentas decirnos? —le preguntó Ibrahim.

—Ellos no nos ayudarán. —Volvió en sí, dirigiéndose a todos—. Itzel necesito que extiendas dos paredes, una ante Griselle y otra a nuestras espaldas.

—¡No puedo hacer eso!

—Saskia te ayudará.

—¿Cómo? —le preguntó Saskia, dudosa de lo que le estaba proponiendo—. ¿Por qué debemos confiar en ti?

—Porque todos queremos salir de aquí vivos —le gritó Dominick.

—Proyéctate. Toma a Itzel y proyéctate con ella.

—¡Nunca lo he hecho! ¡Es una locura!

—¡No es el momento para ser racionales! —le gritó Maia sintiendo como el poder de Griselle crecía ante ellos—. Piensa que estás en dos lugares diferentes, siente la fuerza de la naturaleza dentro de ti, el sonido de tu corazón, y todo fluirá. Ibrahim debes concentrar oxígeno dentro de la burbuja que Itzel creará, porque el ataque lo extraerá por completo.

—¿Y nosotros qué hacemos? —preguntó Aidan.

—Atacar juntos. Itzel... una cosa más.

—¡Dime!

—Me quedaré fuera de tu campo de protección.

—¡Esto es una trampa! —gritó Saskia.

—Puedo protegerme. No te preocupes por mí. Y pase lo que pase, no dejen que el campo se desvanezca, ni que mis Custodes entren. —Sus ojos brillaron llenos de fuego, era como si sus iris tuviera llamas vivas en ellos, causando asombro a todos, esta visión solo les animó a obedecer—. Dominick... ahora sabrás por qué no puedo ver.

Saskia abrazó a Itzel, controlando su respiración, no le fue tan difícil obedecer a Maia, había estado trabajando en su Don, por lo que subir el nivel no era un esfuerzo sobrehumano para ella, así que se proyectó con su amiga, mientras esta extendía sus manos. 

Un domo azul celeste se hizo alrededor de ellos, un poco asfixiante, por lo que Ibrahim unió sus manos haciendo que las corrientes de aire fluyeran dentro de él. Aidan y Dominick corrieron, dando un salto. Debían atacar antes de que el domo se cerrara por completo. 

En cuanto dispararon la flecha y la centella, cayeron al suelo con gracia, observando como el domo terminaba de cerrarse sobre sus cabezas.

Fuera de este, Maia echó a correr hacía Griselle, mientras esta retrocedía con torpeza al recibir el golpe del ataque de Dominic y Aidan.

Medrosamente, observaron cómo el cuerpo de Maia se convirtió en un vórtice que impactó contra el cuerpo tambaleante de Griselle. 

La explosión fue tan impactante que los chicos retrocedieron. Agradecieron que Itzel tuviera los ojos cerrados, de lo contrario, hubiese retirado sus manos al ver llegar el golpe de luz. Aidan y Dominick buscaban con angustia el cuerpo de Maia entre todo aquel resplandor.

La explosión se replegó como una bomba atómica, pero extrañamente su poder se dirigió hacia el lugar de origen, como un bumerang, impactando contra el domo, lo que hizo gritar a Itzel.

—Creo que deberíamos concentrarnos solo en el frente —propuso nervioso Ibrahim.

Dominick se volteó para darle la razón cuando vio las balas de fuego de Ignacio chocar contra el campo.

—¡Creo que eso sería una mala idea!

Ninguno entendía el porqué hasta Gonzalo, repentinamente, comenzó a disparar contra el domo, o por lo menos estuvieron confusos hasta que entre la humarada un bulto oscuro se aproximó con velocidad hacia ellos.

No supieron de quién se trataba hasta que el cuerpo de Maia chocó contra el campo, haciéndolo estremecer. Había una luz alrededor de ella, lo que le indicó a Ibrahim que el escudo de protección de la chica estaba cumpliendo su función. Aidan subió el rostro, pues la joven estaba suspendida unos dos metros del suelo. Dominick se le acercó.

Ambos tenían la impresión de estar en un parque acuático viendo a través de una pecera, pero aquella no era un panorama que querían observar. La luz alrededor de Maia comenzó a mermar, ella tenía los ojos cerrados y de repente apretó con fuerza los puños, gritando desgarradoramente.

Aidan golpeó el campo de protección pero este no cedió. Dominick quedó en estado de shock, no podía oírla pero la tensión del cuerpo de la joven, retorciéndose sobre la pared, era una señal clara de que estaba sufriendo. 

Los gritos, llamando a Amina, llegaban del otro extremo, así como los golpes con los puños de fuego de Ignacio.

—¡Detente! —gritó Aidan—. ¡Quita el muro, Itzel! ¡La está matando!

—¡Si lo quitas todos moriremos! —gritó Ibrahim, mientras Itzel comenzaba a elevar su voz con gimoteos y lágrimas. 

Nadie tenía que decirle a Itzel lo que estaba pasando, ella lo estaba viendo, y sabía que Maia moriría, pero si quitaba el campo todos lo harían. Saskia le hablaba al oído, animándola a continuar, recordándole que lo que estaba haciendo estaba bien porque era lo que Maia quería.

Aidan se dio cuenta de que no le obedecería. Tomó su arco, lo cargó, haciendo aparecer una brillante flecha de obsidiana con la que apuntó a Itzel.

—¡Qué te detengas te digo! —le ordenó con lágrimas en los ojos.

Los gritos de confusión no se hicieron esperar, Dominick cargó su centella, con sus mejillas bañadas en lágrimas y le apuntó a Aidan. 

En ese instante, Gonzalo puso su mano en el hombro de un desesperado Ignacio y le señaló, consiguiendo que este se detuviera.

—Te mataré antes de que tu flecha llegue a Itzel.

—¡Ya estoy muerto! —murmuró, en cuanto Itzel se derrumbó, desmayándose.

El ataque había cesado. El domo desapareció, y el cuerpo de Maia comenzó a caer. En un rápido movimiento, Aidan se volvió, atajándola. 

La presión del ataque fue tan grande que Maia, en todo el tiempo que estuvo pegada al domo, pensó estar siendo aplastada por una ballena. Aidan se agachó con ella en su regazo.

—¡Mi pequeño sol! —murmuró.

—Aodh —susurró sonriendo. Un hilito de sangre salió por las comisuras de sus labios, y su mano derecha cayó desfallecida en la arena. 

El miedo invadió a Aidan. Se dio cuenta de que llorar por todo lo que había llorado había sido en vano, que tener en sus brazos el pálido y frío cuerpo de la persona que amaba era peor que cualquier duda, traición o muerte. Ni sus gritos ni la fuerza de su abrazo la hicieron volver en sí.

Ignacio comenzó a gritarle que la soltara, pero él era incapaz de oír, de obedecer. 

Dominick cayó en tierra, llevándose la manos a la cara para llorar con amargura. Hubiese preferido mil veces discutir con su amiga que verla morir, se arrepentía de haberle hecho caso y de no sacarla de allí.

—Aidan —murmuró Gonzalo en su oído, pero este no atendió, gritando de dolor—. ¡Aodh, debes entregarla!

Aidan la dejó en brazos de Ignacio, quien la levantó para salir corriendo de aquel macabro lugar.

—¿Por qué, Gonzalo? ¿Por qué? —le gritó, aún tendido sobre sus muslos.

—Aodh. —Se arrodilló, sintiendo pena por el dolor de aquel sujeto. Un dolor que era mayor al suyo, ¡y vaya que el de Gonzalo era grande!—. Ella siempre lo quiso así.

—¿Adónde la llevarán?

—Es mejor que no lo sepas..., pero —continuó siendo misericordioso con él—, te prometo que volveré y hablaremos.

Gonzalo se puso de pie observando a Itzel aferrarse a los brazos de Saskia e Ibrahim, a Dominick con el rostro en la arena, mientras que Aidan posaba su fija y compungida mirada en el camino por donde había desaparecido Ignacio con Maia. Suspiró.

Antes de marcharse con su hermano se dio cuenta de que en el lugar donde se encontraba la Imperatrix solo había quedado un montículo de ceniza que comenzaba a dispersarse con el viento. Su vida se había acabado y la de Amina también.

Dio media vuelta y corrió detrás de su hermano, con lágrimas recorriendo sus mejillas.

Atrás dejaba a una destrozada Fraternitamen Solem.


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