¿Te quedarás?
Los minutos se le estaban haciendo eternos a Maia, lo suficiente para no poder evitar encontrarse con Irina. Venía con Griselle, lo supo porque reconoció la voz de la chica que la había amenazado, la tenía grabada en su memoria, estremeciéndose por completo.
Irina se paró frente a la invidente, mirándola de arriba abajo.
—Querida por mi Dominick y defendida por mi siempre fiel Aidan —comentó Irina. Maia escuchaba con atención la melodiosa voz de la joven que la invitaba a confiarse en ella. El corazón de Maia comenzó a golpear salvajemente en su pecho—. Creo que debo explicarte algunas cosas, pequeña ciega inútil, porque soy misericordiosa, y sé que no puedes ver. Te lo ilustraré para que, por tu bien, puedas comprender y asimiles toda la información. —Colocó una mano para apoyarse de la pared en la que Maia seguía recostada, se acercó a su rostro, tanto que esta podía sentir el aliento tibio de la chica golpearle la cara—. Mi nombre es Irina, soy la chica más popular de Costa Azul. Este año es mi último año, y es el más importante de todos, ¿sabes por qué? No, obviamente no lo sabes. —Se acercó aún más—. Lo es porque este año pienso jugar un rato con Dominick, que por cierto besa muy, muy, muy bien —comentó, lamiéndose los labios—, y saldré del liceo en los brazos de Aidan, o quizás —dijo, irguiendo su postura mientras se llevaba un dedo a la mejilla—, lo haga al revés. ¡Cómo sea! El hecho es que no te quiero ver cerca de ninguno de los dos, ¿entendiste?
Maia afirmó, justo cuando la puerta del Salón de Oficio se abrió. Su cuerpo sintió el nerviosismo que emanó de Irina, quién titubeando pronunció el nombre de Dominick.
—No tengo tiempo —respondió el chico doblando a la izquierda, por lo que no se percató de que Maia se encontraba detrás de la puerta que él acababa de abrir.
—¿Irina? ¿Griselle? —murmuró Itzel, observando como su Sello comenzaba a desaparecer.
Saskia no tardó en levantarse, dejando su composición sobre la mesa para lanzarse detrás de sus amigas.
—Creo que ahora estamos todos completos —comentó Ibrahim, viendo como la puerta se cerraba.
—No —respondió Itzel, pensativa—. Debe... tiene que haber otro miembro.
—Es imposible que exista un sexto miembro. El Clan de Ignis Fatuus desapareció hace casi cuatro siglos —contestó Aidan.
—Aidan Aigner, con el respeto que Ardere se merece —dijo Itzel—, no existe ningún registro que certifique que el Clan haya desaparecido de la faz de la Tierra. Además, he estudiado muy bien la profecía, es a lo que mi Clan se ha dedicado todo este tiempo, y te puedo asegurar que sería imposible tener Dones sin un integrante de Ignis Fatuus.
—Pero la leyenda dice que el Clan fue destruido —le recordó Ibrahim.
—Eso no es fácil de demostrar, aunque tampoco puedo confirmar lo contrario.
—¿Quiere decir que, además de nosotros, el sexto miembro estaba aquí, muy cerca? —preguntó Aidan, recordando que Irina y Griselle estuvieron paradas en la puerta.
—Sé qué es lo que estás pensando, Aidan. Creo que una de esas dos chicas es la sexta Primogénita. Quizá se encuentre en las mismas condiciones que Dominick y no entiende nada de esto.
—¡Maia! —gritó Ibrahim, mientras los otros lo miraban con una clara expresión de «¡¿Qué?!»—. La dejé esperando afuera —señaló.
—Entonces, vamos. —Se aventuró Aidan, dejando su escrito sobre el atril. Pensar que, probablemente Griselle la vio, lo hizo estremecerse—. Tengo que entregarle su carpeta —se excusó.
—Yo me quedo —dijo Itzel, contemplando cómo los chicos desaparecían tras la puerta.
Maia tenía el rostro bajo cuando Ibrahim y Aidan la encontraron. Las palabras de Irina sobre Aidan se mezclaban con las expresadas por Ibrahim, causándole confusión. No podía creer lo que le había contado de Dominick, así como no entendía de qué manera, ella, una chica tan simple, podía ser un estorbo para sus planes.
—¡Hey, preciosa! —dijo Aidan, sacándola de sus pensamientos—. Sin pensarlo, me quedé con tu carpeta.
—¡¿Eh?! Sí —respondió, llevándose las manos al rostro, para calmar el calor de sus mejillas—. Sí, lo sé, ¿cómo te fue con el castigo?
—Todo bien. Hice una composición sobre la dignidad de las personas —comentó, tomando su mano para colocarla en su brazo—. Espero que el profesor Suárez rectifique en cuanto a su comportamiento. No estuvo bien que te tratara de esa forma.
—¿Quién es Irina? —preguntó de repente, haciendo que Ibrahim y Aidan se dirigieran una rápida mirada.
El primero sonrió con ironía, el segundo se sonrojó.
—Es una arpía.
—Es... es... ¡Ibrahim!
—A ver Maia, como oficialmente ya eres parte de nuestro grupo, debes saberlo. Este zoquete ha estado desde hace un par de años enamorado de Irina, suplicándole su cariño, pero lo que aún no sabe, o por lo menos no le da la gana de aceptar, es que ella siempre ha jugado con él.
—Eso no es cierto, Ibrahim.
—¡Ah no! —exclamó un tanto irritado—. ¿Acaso no sabes por qué Dominick estaba detenido?
—¿Qué tiene que ver él con esto?
—¡Chicos! —Maia intentó calmarlos.
—¡Se estaban besando descaradamente en el salón de clases! Irina no te tiene ni la más mínima consideración. ¿Cómo crees que llegará a quererte? —Aidan lo miró con rabia e Ibrahim experimentó, por primera vez, la ira de su amigo—. ¿Sabes qué? Me retiro. No quiero seguir siendo el abogado del diablo, no seguiré haciendo el papel del idiota que intenta que veas lo que no quieres ver.
Dándole un beso en la frente a Maia se retiró. Esta seguía con su mano en el brazo de Aidan. No comprendió completamente lo que había ocurrido, sin embargo intentó detener a Ibrahim, pero sus gritos no fueron suficientes para hacerlo regresar, y no podía seguirlo.
—Prometió quedarse conmigo hasta que mi mamá llegara —murmuró.
—Tranquila, yo me quedaré contigo.
En silencio recorrieron los pasillos del desértico colegio, llegando a la entrada del instituto. Decidieron sentarse en las escaleras. Maia llamó a Leticia. En cuanto terminó su llamada, metió el celular en su bolso, para luego recoger sus piernas, cubriéndose con su falda.
—¿Conoces a Dominick? —le interrogó Aidan.
—Sí, es un amigo de infancia.
—¿Y era así?
—¿Así como?
—Pues, capaz de... hacer lo que hizo.
—No —dijo sonriendo—. Aunque las personas pueden cambiar. ¿Quieres mucho a Irina?
—Me gusta, pero nunca podré ver en ella lo que quisiera ver.
—¿Y qué es lo que quieres ver?
—Poder mirarla a los ojos y verme reflejado en ellos, no como soy físicamente, sino como en realidad soy.
—¿Y tú la conoces lo suficiente como para verla tal cual quieres que ella te vea?
Aidan sonrió con tristeza. No sabía con exactitud quién era Irina, y a eso se le añadía la probabilidad de que esta fuera la heredera del Clan Ignis Fatuus, una razón de peso para alejarse de ella.
—¿Te quedarás? —respondió con melancolía.
—Me quedaré —contestó Maia, dándole un ligero empujoncito en el hombro en el justo momento en que Aidan se movía hacia ella, quedando tan juntos que pudo sentir la respiración del chico en su pómulo.
—Gracias —murmuró Aidan, dándole un suave beso, embriagado por el olor de su cabello.
Ambos podían sentir la respiración del otro. Eran dos completos desconocidos sintiendo que estaban unidos desde mucho tiempo atrás. Estaban a gusto con aquella cercanía.
—Manzanas verdes —susurró Aidan cuando Maia escuchó el auto de su madre cruzar en la esquina.
—¡Mi mamá! —exclamó, levantándose ruborizada, con Aidan detrás de ella—. ¡Nos vemos mañana, Aidan Aigner! —se despidió.
—¡Hasta mañana, Maia Santamaría! —respondió, subiendo su mano.
Maia abordó el auto, mientras él sacudía sus pantalones de mezclilla y tomaba su morral. No sabía lo que tenía esa chica, pero se estaba sintiendo extrañamente atraído por ella.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top