Tarde de Lluvia
Las puertas del instituto eran un completo caos. Los estudiantes estaban aglomerados en la salida. El sudor —consecuencia de la cercanía y del encierro— y el olor a la ropa mojada —muchas veces cargados con un fuerte aroma a moho— hacían complicado el respirar, sin contar con el bullicio de los chicos.
Desesperada, Dafne gritó en medio de la gente, por lo que Ibrahim la llevó a un lugar más alejado, donde podían respirar mejor. Se recostaron de la pared que daba hacia la puerta de salida. Debían esperar a que escampara.
De brazos cruzados les encontró Itzel, uniéndose al grupo. Dejó caer su morral a un lado y miró, con los otros dos, hacia la puerta.
—Terminarán asfixiados —comentó.
—La hierba mala nunca muere —agregó Dafne.
—¿Podrías hacer un poco de tu magia Ibrahim? Quizá las nubes se marchen —inquirió Itzel.
—Manejo el viento Itzel Graciela, mas no soy Stromie.
—¿Tienes otro Don? —le cuestionó intrigada Dafne, pero con un tono de voz tan agudo que además de hacer que se tocaran el pabellón del oído, casi no pudieron entender lo que dijo—. ¿Por qué no me habías dicho? —Continuó golpeándole el brazo con el puño de su mano.
—Ocurrió ayer... Cada día los profesores exigen más, por lo que tener o no un Don, en estos momentos, no es relevante para mí.
—¿Es por eso que se reunieron en el segundo recreo? ¡Entonces, no digas que fue poco relevante!
—Algo así —respondió Itzel, intentando calmarla, mientras Ibrahim hacía muecas como borrego—. Pero, Ibrahim Gustavo, las nubes se mueven por acción del viento, lo sabes, ¿verdad?
—No haré un espectáculo aquí.
—¿Ocurre algo? —preguntó Dominick. Venía con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón de mezclilla.
—Solo oxígeno irrespirable —dijo Itzel, señalando con la barbilla a la multitud parada en la puerta—. Y Stromie se niega a despejar el cielo.
—Creo que puedo hacer algo al respecto.
—¿Tú también tienes Dones?
—¡Claro, Daf! Él es Thor.
Dominick miró muy seriamente a Itzel, aunque el comentario le hizo gracia.
—Lo intenté anoche —aclaró Ibrahim—, pero no funcionó. O bien no tengo la fuerza suficiente o la brisa que produzco no es para ese fin.
—Bueno, es que la lluvia de anoche fue algo natural... Tu Don es sobrenatural —agregó Dafne.
—Pienso que tiene razón. Cuando mi Don se manifestó, nubes gris plomo se acumularon alrededor de mí, pero no relampagueó, tampoco hubo un diluvio. La tormenta que se desató, ya estaba pronosticada.
Pronto vieron que las personas comenzaron a salir corriendo. Fue la señal precisa para hacer lo mismo. Las nubes indicaban que solo estaban dando una pequeña tregua, la suficiente para alcanzar alguna parada o un techo donde refugiarse.
Aidan subió las escaleras de su casa. Tenía todo el cabello mojado, y la parte frontal de su ropa.
Maia se incorporó. El abrigo de este estaba completamente empapada, pero ella no se había mojado más que el pantalón y las zapatillas. Aidan se dirigió a ella para ver cómo estaba, sonrió al ver que grande le quedaba el abrigo, los puños del mismo le cubrían completamente las manos, dejando fuera solo parte de los dedos anular, medio e índice de cada mano. El borde que a él le caía en la cintura, a ella le llegaba casi a la mitad del fémur.
Elizabeth salió, observando a su hijo completamente mojado, mientras contemplaba a la chica que estaba con él.
—¡Mamá! —exclamó asombrado, Maia se volteó—. Ella es Maia. —Detrás de Elizabeth apareció el abuelo—. Hemos corrido, pero la lluvia nos alcanzó.
—Mucho gusto —saludó Maia, tendiendo la mano al vacío.
Elizabeth y Rafael se vieron, comprendiendo de inmediato que la chica no podía ver. Ella tomó rápidamente su mano entre las suyas, sintiendo el abrigo impregnado de agua.
—¡Debes quitarte eso cuanto antes! —exigió—. Te enfermarás si lo llevas puesto. ¡Ven! —dijo mientras Maia obedecía. Por suerte para ella el resto de su ropa estaba seca—. Debes quitarte esos pantalones, te prestaré uno deportivo, mientras lavo y seco el que traes puesto —explicó, llevándola por los hombros al interior de la casa.
—Veo que le ha caído muy bien —comentó el abuelo, tomando el abrigo de la mano de su nieto.
—¡Aidan a bañarse! —escuchó a Elizabeth gritar desde la cocina.
Aidan sonrió, no sin antes dar una mirada a la calle. No había nada. Suspicazmente, el abuelo le detuvo, colocando una mano en el hombro.
—¿Ocurre algo?
No podía mentirle. Nunca le mentía a su abuelo.
—Nos estaban siguiendo. —Tomó un breve instante para aspirar con fuerza—. Los Harusdra estaban detrás de nosotros. —El abuelo se mostró preocupado, aquello no era una buena noticia—. No le quise decir nada a Maia, la lluvia me sirvió de pretexto.
—Eso quiere decir que los verdaderos Dones se están revelando.
—¿Por qué tengo la ligera impresión de que sabe más de lo que nos dice? —reclamó Aidan.
—Esto no es juego.
—Me temo que esa parte ya la descubrimos —dijo molesto. Luego de girar su rostro a la derecha se mordió el labio inferior. Debía calmarse—. Sé que no es su culpa. En verdad lo siento. Ayer intentaron matar a la abuela del chico que vino a nuestra casa. Todos estamos en peligro.
—¡Tenemos tu Donum para protegernos!
Aidan bufó. Su Don solo se manifestaba cuando dormía, y sus sueños no tenían nada que ver con predecir el futuro.
Entró a la casa, contestándole a su mamá que iría a bañarse. El abuelo se quedó viendo un rato a través de la cortina de agua, pero no había ni una sola alma en la calle.
Saskia abrió la puerta de su apartamento. Estaba hecha un despojo. El cabello y la ropa escurrían agua.
Cerró la puerta tras sí, y se metió al baño. Después de una intensa ducha con el agua más fría que podía encontrar, salió envuelta en una toalla hasta su habitación. Esta era de un lila intenso, con piso blanco.
Colocó su morral al lado del clóset de madera pintada en blanco y crema, sacando la ropa interior y la pijama. Después de vestirse, miró a través de la amplia ventana de guillotina el cielo completamente encapotado.
Tomó un libro de uno de los paneles, lanzándose en la cama.
La primera hoja tenía un escrito similar al del libro que Dafne le regaló a Dominick, con la diferencia de que iniciaba con la siguiente cita: «Al Valeroso Clan Astrum, Mártires de la Verdad. Al Sabio Clan Lumen, Guardianes de la Vida. Al Glorioso Clan Aurum, Defensores de la Justicia. Al Leal Clan Sidus, Celadores de la Ley. Al Honorable Clan Ardere, Videntes de la Luz. Al Poderoso Clan Ignis Fatuus, Guerreros del Sol».
La frase de su Clan cayó como una roca en su corazón: «Al Valeroso Clan Astrum, Mártires de la Verdad». No sabía cómo podía ser parte de un Clan dedicado a dar su vida por la equidad. Ni siquiera podía entender cómo su madre podía formar parte de Astrum.
Se sentía perdida, sin identidad alguna.
Leyó la primera página.
«Fuiste llamado, ¡oh guerrero generoso! A dar tu vida por el Solem. Justo, respetuoso de la Ley, hablas con sabiduría y verdad. Primogénito de una estirpe incorrupta, deseosa de un mundo benévolo».
Cerró el libro. Lo que le había hecho a Maia no tenía nada que ver con el significado de benévolo, la forma en que su madre la trataba no tenía ningún matiz de sabiduría y la única verdad que daba por cierta era que ni siquiera ella sabía quién era.
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