Reina Muerta, ...

—Inicio del Epílogo—

Aidan seguía de rodillas en la arena. Las horas habían pasado y el sol comenzaba a ponerse, pero ni siquiera la cercanía de la noche les motivó a marcharse, solo Saskia e Ibrahim estaban lo suficientemente serenos como para ayudar a los otros a volver en sí.

Dominick lloraba en silencio. Por momentos llegaba a arrepentirse por no apoyar a Aidan, aun cuando seguía desaprobando la amenaza a uno de los suyos. Pudo haber hecho lo que nadie más hizo: ir a hablar con Maia o en su defecto con Gonzalo; se lo debía a su amiga. 

La inquietud lo estaba obligando a buscar el paradero de su cuerpo. Ignis Fatuus tenía que responderle. Lo haría por él, por ella y por Aidan. 

Levantándose, se sacudió la arena para echarse a correr hacia la residencia Santamaría.

Ibrahim lo vio pasar al lado de Aidan, aun así, este no se movió. 

La noche se estaba tornando fría. Una fuerte brisa soplaba en la costa. Ibrahim se acercó a su amigo, arrodillándose a su lado. Pasó su mano por la espalda, colocándola en su hombro. 

Aidan seguía viendo fijamente el lugar por donde Ignacio había desaparecido con el cuerpo de Maia. Ya no habían lágrimas en sus ojos, no podía llorar, aun cuando el dolor era tan grande que el simple roce del brazo de Ibrahim le hizo sentir que lo estaban desmembrando.

—Aidan, debemos irnos. Ya no podemos hacer más.

Él no respondió. Se llevó las manos a la cara, intentando aliviar el peso del yugo que presionaba su corazón. Gimió, luego volvió a colocar sus manos sobre sus muslos, respiró profundamente, poniéndose de pie.

—Por favor, lleven a Itzel a casa.

—¿No quieres que te acompañe? ¿Puedo hacer algo por ti? —insistió Ibrahim.

—No —respondió con un dejo de voz—. En estos momentos nadie puede hacer algo por mí. —Le tendió la mano, la cual apretó firmemente y se marchó.

No tuvo más opción que obedecer, regresando con Saskia y con Itzel. Esta última estaba acostada en las piernas de la otra chica, con la mirada puesta en el vacío. Ella, que siempre había sido de carácter fuerte, decidida y luchadora, se encontraba derrotada, herida y lastimada en lo más profundo de su integridad. 

Ese día su confianza fue socavada, víctima de las decisiones de Maia y del desespero de Aidan; al final, en sus manos, recaería la muerte de una de las personas que más había estimado, de una persona que consideraba amiga. 

Ibrahim, en un intento por hacerla reaccionar, la trajo hacia él. Ella se aferró con tanta fuerza a su pecho, que este creyó que lo partiría en dos.

—Ya todo ha pasado —confesó, recostando su cabeza sobre sus cabellos—. Te has portado como una heroína.

—Aidan quiso matarme, y... por mi culpa Maia murió... ¿Cómo puedes llamarme heroína?

—¡Lo eres! —contestó Saskia—. Yo me hubiera derrumbado, y te puedo asegurar que todos hubiésemos muerto.

—Lo dices porque no sabes lo que significaba Maia para Aidan.

—Pronto se le pasará. Conocerá a otra chica, lo cual no es tan malo considerando que la Primogénita de Ignis Fatuus ha muerto. Ya no correrá más peligro —le respondió Saskia.

Sus palabras hicieron que tanto Ibrahim como Itzel la vieran con enojo. Un ser humano había muerto intentando salvarlos, ¿cómo podía tener semejante opinión al respecto? Pero, ¿qué le podían exigir a una persona que nunca había sido estimada ni valorada por nadie, que era incapaz de apreciar la vida que se había sacrificado por ella?

Dominick llegó a la casa Santamaría. Esta estaba iluminada solo por los postes de luz eléctrica apostados a lo largo de la cuadra. La residencia se mostraba lúgubre, como si un mal espíritu habitaba en ella. 

Tocó el timbre pero nadie respondió. Se le ocurrió la idea de revisar la cerca y las esquinas de la casa en busca de alguna cámara de vigilancia que pusiera en alerta a los inquilinos. Él era un Aurum, y probablemente no le dejarían entrar, mas su presencia los haría salir. Sin embargo, no había nada, la residencia no estaba vigilada.

Insistió tocando el timbre, ni siquiera por la reja se veían sombras. La casa estaba en total penumbra. Gritó como si en ello se le fuese la vida, pero no consiguió nada, todo seguía silencioso. Lo intentó una vez más llamando a Gonzalo y a Maia. Silbó, mas solo consiguió que los perros de los vecinos ladraran tan fuerte que terminaron ahogando sus gritos. No le quedaba otra cosa por hacer, solo traspasar la cerca. 

Estuvo más de media hora mentalizándose para que el Don de Neutrinidad se hiciera presente, pero este parecía estar en modo desactivado.

Derrotado, se tiró en la acera, con la espalda recostada de la pared y las manos entre sus cabellos. Las lágrimas acudieron una vez más a sus ojos. Si no estaban allí debían encontrarse en algún hospital o en una funeraria. 

Si Costa Azul fuera tan pequeña como parecía, él la hubiera buscado por toda la ciudad.

A su mente acudió la pequeña niña de mejillas sonrojadas y risa cálida; ella siempre estuvo allí para él, lloró con él cuando su madre murió, y lloró la tarde en que se despidieron. El destino los había unido, y sin embargo les había escrito un trágico final. 

Sacó su teléfono, no se daría por vencido. El celular de Maia estaba fuera de cobertura y Gonzalo desviaba las llamadas.

Se enfadó, mas entendía, en aquel momento de dolor uno solo quiere estar rodeado de amigos, de seres queridos, y en el instante en que él había decidido confiar en Irina selló su distanciamiento, excluyéndose definitiva de la vida de Maia.


Eran las nueve de la noche cuando Aidan entró a su casa. Su padre vino corriendo de la cocina cuando escuchó la llave pasar por la cerradura. 

Apenas se miraron. 

Aidan entró en la salita de estar. Aún permanecía en la estancia el aroma a tabaco y caramelos de coco de su abuelo, en el rincón seguía presente su silla mecedora. Era extraño estar en esa habitación vacía y tan llena de él.

Se tiró boca arriba en el sofá, sus piernas quedaron fuera del mismo, el mueble no era lo suficientemente largo como para contener toda su humanidad. 

Supo que su papá se había acercado hasta el umbral de la puerta que daba entrada a la habitación, así que se llevó las manos al rostro, cubriéndose por completo los ojos y parte de las mejillas.

—Pensé que te había ocurrido algo.

—¿Cómo está mamá? —preguntó intentando mantenerse sereno. Su abuelo no estaba allí para servirle de confidente, para darle un buen consejo. De su padre solo esperaba una reprimenda.

—Mucho mejor. Se ha levantado —contestó, trasladándose hasta el mueble que estaba a la izquierda del sofá—, y tu tía le ha hecho un caldo de huesos. ¡Sabes que le encanta! Luego se ha vuelto a dormir, sin necesidad de sedantes. Hoy fuiste un enorme apoyo para tu madre.

Mas Aidan no cambió su postura; las lágrimas se acumularon en sus ojos, necesitaba reprimirlas.

—Hijo, ¿ocurre algo? Puedes hablar conmigo. —Su preocupación era evidente, se notaba en su tono de voz. Pero Aidan solo se refugió en su brazo, apoyando el codo en su nariz para cubrirse más—. ¡Aidan! —murmuró.

—¡La han matado papá!

—¿De quién hablas?

No puedo evitar llorar. Su padre esperó a que su hijo recuperara la fuerza para continuar. Aidan se sentó de un solo golpe, haciendo espacio para su padre en el sofá.

—Puedes confiar en mí.

—Papá... nos hemos equivocado... la Imperatrix nos ha tendido una trampa y hemos caído en ella.

—¿Qué pasó?

—Papá. —Le miró a los ojos—. ¿Puedo confiar en usted como si fuese el abuelo? —La mirada de Andrés se enterneció, colocando su mano en el hombro de su hijo en señal de aceptación—. Hace algunas semanas los Sellos aparecieron... sé que lo sabe, pero debe conocer todo lo ocurrido, desde el principio. Ese día Itzel nos aseguró que un sexto Sello tenía que estar entre nosotros para que estos se revelaran, un miembro de Ignis Fatuus tuvo que sobrevivir. Su afirmación nos llevó a concluir que esa persona podía tratarse Irina o Griselle, dado a que ellas estuvieron presentes cuando todo comenzó.

—¿Dos compañeras del colegio?

—Sí. Para Itzel, ninguna era digna de confianza. Mientras tanto, nos hicimos muy amigos de Maia —suspiró.

—¿La chica invidente?

—Sip. Queríamos protegerla y se convirtió en la primera misión de la Hermandad hasta que fuimos atacados en el colegio e Irina nos reveló que ella era la Primogénita del Clan Fatuus. La noticia no fue de nuestro agrado, pero la aceptamos, y le creímos. Ayer en el parque... —Se llevó las manos a la cara, ahogando su sollozo—. Presentimos que algo muy malo estaba pasado, corrimos hasta las inmediaciones del lago y encontramos a Maia bañada en sangre con el cuerpo del abuelo en sus brazos. —Andrés apretó la mandíbula con la mirada cargada de dolor, su hijo estaba sufriendo enormemente y él no podía aliviar su pesar—. Irina nos convenció de que ella era la asesina... ¡Fui un estúpido! Le creí, todos le creímos... la desechamos, la excluimos, la creímos una enemiga hasta que nos reveló que ella era la verdadera Primogénita y eso... —Se contuvo, había llegado muy lejos, ¿cómo iba a explicarle a su padre que, tal como pasó con Evengeline, él también se había enamorado de un miembro de Ignis Fatuus?

—Eso te destruyó. —Aidan lo vio horrorizado—. Cuando te dije que podías confiar en mí, incluía tus sentimientos, hijo mío, que no me son indiferentes.

—Papá...

—Tu abuelo habló conmigo. Ambos pensamos que un solo mediador era suficiente. Si hubiese sabido que él corría peligro, lo hubiera hecho yo.

—Papá, pero Maia...

—Lo sé, Aidan. Sé que ella no es la culpable de la muerte de tu abuelo, así como siempre supimos que era la heredera de Ackley.

—Pero, ¿por qué no me dijeron? ¿Por qué dejaron que me enamorara?

—Porque prohibírtelo era arrojarte en sus brazos. Ya no eres un niño, has demostrado temple, sabes lo que es correcto. Esa joven no es mala, podría ser lo más cercano a un ángel en la Tierra. —Sonrió, mientras las mejillas de Aidan se bañaban silenciosamente en lágrimas—. Creo que Ardere tiene una deuda de honor con Ignis Fatuus. Siempre pensé que el motivo por el cual Ackley murió fue por defender a Evengeline, y más lo creí cuando me enamoré de tu madre. Eres tú quien decides qué hacer con ello. Te lo dice tu padre, que también es un descendiente de Evengeline.

—Ya es tarde —confesó, echándose en sus brazos.

—¿Por qué lo dices?

—Porque hoy nos enfrentamos a la Imperatrix y la hemos vencido... pero Amina ha muerto, papá. —Lo abrazó—. Ha muerto en mis brazos. Se sacrificó por nosotros... y yo no pude decirle cuánto la quiero.

Andrés lo abrazó con fuerza. No pudo evitar sentir su dolor y llorar con él. Si lo que le había contado Dafne de la venganza de Ignis Fatuus contra Ardere era verdad, entonces, el dolor de su hijo no solo se estaba cobrando toda la sangre derramada, sino la misma existencia de Ackley.

Y él lo aceptaba.

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