Prueba de Lealtad
Rafael se sentó con su nieto en el comedor de la casa. Giró su tenedor enrollando la pasta mientras lo miraba fijamente, pero Aidan parecía ignorarlo. Rafael sonrió. Si su nieto no hablaba durante una de las comidas era porque algo lo estaba preocupando, lo suficiente como para no concentrarse en otra cosa. Lo conocía demasiado bien.
—Hijo, tienes ojos de mapache.
—¡Je! —Sonrió mientras intentaba masticar la pasta que se había introducido en su boca—. Es la segunda persona que me lo dice.
—Y quizás, quien esté más preocupado por ti.
—¡Abuelo! —exclamó dejando el tenedor a un lado para concentrarse en el anciano. La influencia de su abuelo era tan poderosa que de nada le valía hacerse el fuerte—. Volví a soñar.
—¿Con Ackley?
—No, abue. Esta vez solo estaba Evengeline. Abue, ¿sabe algo de una última profecía...? —Se detuvo, mirando a un lado para ordenar sus ideas—. No, no es una profecía, es una visión. ¿Sabe algo sobre la última visión de Evengeline, una que la incluía a ella?
—Bueno, las crónicas cuentan, gracias a su madre —le aclaró—, que un día antes de morir, Evengeline salió al bosque llegando a la casa toda sucia. Dijeron que fue un ataque previo de Ackley, pero después de su muerte se aclararon las cosas, descubriéndose lo del matrimonio y todo lo demás. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque la vi siendo atacada por un dragón. Primero el dragón devoró el Sol y luego fue a por ella. Estuvo tendida por un buen tiempo en la grama. Quise ayudarla —se lamentó—, pero no pude. —Sus suaves y tristes ojos verdes enternecieron a su abuelo.
—¿Era Evengeline u otra persona?
—Era Evengeline. ¡Y era hermosa! Quizás ahora no justifique tanto a Ackley —dijo volviendo a la pasta—, cualquiera se hubiera enamorado de una chica así.
—¿Incluso mucho más hermosa que Irina?
—Muchísimo más.
—Quiere decir que Maia no tendría ningún chance si Evengeline estuviera viva.
—No creo que sea sano empatarse con una mujer de más de trescientos años, que ¡de paso! Es una especie de tía abuela.
—¡La verdad, Aidan! —le ordenó, limpiándose con la servilleta de tela que tenía en sus piernas.
—Ni Evengeline, ni Irina, ni la misma Miss Venezuela van a cambiar lo que siento —confesó, viéndolo. Su abuelo solo sonrió con ternura—. ¿No me dirá que estoy loco, que nadie en su sano juicio puede enamorarse de una persona en menos de tres semanas?
—¡Tienes toda la razón! —exclamó, levantándose—. Pero esas son preguntas que tú debes hacerle a tu corazón, no a mí, Aodh —pronunció mofándose. Colocó una mano en el hombro de su nieto—. Y, no me preguntes por qué, pero si esto ocurrió así es por algo.
—Abue. —Se paró detrás del anciano terminando de recoger la mesa—. Hoy tuvimos reunión de la Hermandad. Al parecer Irina es la sexta Primogénita.
—¿En serio? —preguntó incrédulo.
—Sí. El hecho es que la mitad del grupo quiere que nos alejemos de Maia.
—¿Lo estás dudando?
—No quiero lastimarla.
—¿Cuáles crees que son sus sentimientos por ti? —le preguntó enjabonando los platos.
—No lo sé. Todo es distinto con ella. Ni siquiera puedo coquetearle como lo haría con otras.
—¿Por qué no le cantas?
—No quiero asustarla. Por los momentos me conformó con ser su pareja de baile.
—Primero averigua lo que ella siente y luego decide lo que harás. Aidan, le causarás más dolor alejándola si siente algo por ti, que si le das igual. El fin de una amistad duele, pero es un dolor fugaz y perdonable. —Le tendió el plato.
Aidan tomó el plato secándolo. Su abuelo tenía razón. Eso complementaba la charla que había tenido con Maia, al final todo se trataba de su felicidad y de cómo lucharía para alcanzarla.
Él sabía muy bien lo que tenía que hacer.
Maia desplegó su bastón dirigiéndose a la entrada del instituto. Dominick tenía que asistir a clases de Deporte, por lo que se despidieron al salir del Auditorio. Estaba emocionada con la sorpresa que le había dado su amigo, el hecho de que aprendiera todos los pasos de bailes en un solo día, además de admirable, era una muestra del aprecio que sentía por ella.
Al llegar a la puerta, una mano se posó sobre su hombro. Sabía que era un chica la que le había tocado por la menuda mano. Efectivamente, no tardó mucho en enterarse de que se trataba de Saskia.
—Necesitamos hablar.
—¿No se supone que deberías estar en clases?
—No creo que se den cuenta de mi ausencia —ironizó—. Sé quién eres.
—¡Ah! Me imagino que lo sabes. —Sonrió—. No sé si lo recuerdas pero me perseguiste con tus amigas hace un par de semanas.
—Hablo de la Hermandad. Lo sé todo.
Maia palideció. Lo primero que cruzó por su mente fue Ibrahim. ¿Cómo pudo traicionarla? Ella le había dejado muy claro que no quería saber nada sobre la Hermandad, ni los demás miembros, no quería ser descubierta, ni conocer sus identidades, solo quería vivir su vida en paz.
Luego, recordó la escena con Irina, esta no tenía ningún motivo para guardar aquel secreto, es más, ni siquiera tomó la precaución de pedirle que no comentara nada.
Sea quien sea la persona que habló, lo único cierto era que Saskia ya lo sabía, y que, por lógica, ella debía ser una de las Primogénitas. Así que se relajó lo más que pudo, intentando mantener la farsa.
—No sé de qué estás hablando. —Se volvió para seguir su camino.
Pero Saskia la sostuvo con fuerza por el brazo, volviéndola hacia ella.
—No quieras pasarte de lista conmigo.
Maia tenía la cabeza gacha. Cerró sus ojos por unos segundos, sintiendo el fuego abrasador que le traspasaba como suave brisa, devolviéndole la vida a sus ojos. Subió lentamente su mirada hasta posarla en la clavícula de Saskia. Su Sello dorado se reveló: Un Sol rodeado de rosas.
—Astrum. —Sonrió.
Esta vez fue Saskia la que se atemorizó. Sintió que su piel se congelaba, su cuerpo no le obedecía. Como en una pesadilla, deseó gritar pero sus labios permanecían pegados, su rostro se desencajó por completo, derritiéndose del terror.
Los ojos de Maia se habían transformados. El apacible marrón cobrizo había desaparecido dándole paso a unas iris llenas de llamas, había fuego en ellas y, de no ser por sus pupilas perdidas, se hubiera muerto del terror.
Pero esta no la miró a sus iris, solo fijó su mirada en la clavícula, y vio el resplandor de su Sello activarse, proyectándose sobre su blanca blusa.
—¿Quién eres? —murmuró, casi tartamudeando.
—¿No se supone que lo sabes? —Maia cerró sus ojos, batiendo su cabeza con un poco de fuerza. Sus cabellos sujetos en una cola se movieron de un lado a otro. Al abrir sus párpados, sus ojos habían vuelto a la normalidad—. ¿O no?
—¡Eres un monstruo!
—No, no lo soy... y es una suerte para ti. De serlo no estarías aquí, conmigo. —Saskia dio un paso atrás.
—Todos creen que eres una pobre indefensa. Solo estás fingiendo.
—¡Todos fingen, Saskia! Tú lo haces, tu amiga lo hace, pero por el bien de la Hermandad y por el tuyo propio es preferible que te quedes callada —le ordenó—. No estoy jugando, así como te puedo asegurar que mi poder supera al tuyo, con creces.
—Eso podemos comprobarlo.
—¿En verdad quieres hacerlo? —Guardó silencio, haciendo una pausa para permitirle a Saskia pensar su respuesta. Pero esta no dijo nada—. ¡Bien! Eso creía. No quiero saber nada de la Hermandad, ni que la Hermandad sepa nada de mí. Y recuérdaselo a tu amiga. —Le dio la espalda—. Ya una vez le salve la vida. Y no lo volveré a hacer.
El rugir de la moto de Gonzalo hizo que Maia bajara las escaleras. Saskia la vio marcharse.
En otra circunstancia no le haría caso, pero el miedo que le hizo sentir fue suficiente para ella.
—¿Qué quería? —le preguntó Gonzalo.
—Es la Primogénita de Astrum —confesó, abrazándose a la cintura de su primo.
—Lo sé —confesó arrancando la moto.
Eran las seis de la mañana del día jueves. Aidan dormía, tirado boca abajo, atravesando por completo el colchón, con una mano rozaba el piso, cuando su celular sonó anunciándole que había una llamada entrante. Saltó al ser sorprendido por el repique. Tomó el teléfono dándose cuenta de que la llamada era de Irina. Se volteó boca arriba, fijándose en el cielo raso.
Se suponía que ese era su día libre, el día feriado que todo estudiante espera, el que, según reglas generales, debe ser empleado obligatoriamente para dormir hasta tarde, pero una vez más, ella lo había saboteado. Se frotó el rostro con la mano, intentando permanecer despierto.
—¿Qué quieres?
—¡Hola Aid! Alguien quiere hablarte.
Estuvo a punto de insultarla cuando una voz masculina lo saludo con el clásico «¡Alo!». Reconoció aquella voz de inmediato, tenía que ser José, el primo de Irina. De niños habían sido muy buenos amigos, nunca hubiera aprendido a surfear si no hubiese sido por él.
—¿Qué más, mi pana?
—¿Qué onda, bro? —respondió—. Todo bien. Pensé que querías aprovechar algunas olas.
—¿Horita(1)?
—¡Sip! Estaré todo el fin de semana en Costa Azul y me gustaría intercambiar algunos trucos contigo.
—¡Vale! Pero tengo solo hasta el mediodía.
—¿El quite(2)? —preguntó con sonrisa burlona, lo que hizo que se le erizara la piel.
—No. Solo... Nos vemos a las siete y media en el punto muerto. Allí no hay muchos bañistas y las olas son geniales.
—Okey, bro.
Aidan se estiró. De un saltó se puso de pie, se dio un baño, el agua estaba tan fría que lo hizo gritar.
Le hacía mucha ilusión compartir un rato con su amigo de infancia, aunque suponía que Irina estaría presente.
Tomó unas bermudas playeras negras, se puso la franela de neoprano azul cielo, de rayas anaranjadas y amarillas y se calzó sus sandalias playeras. Sacó un pequeño bolso deportivo en donde metió el protector, después de aplicárselo, una toalla y una franelilla verde menta, su celular y sus lentes de sol. Finalmente, se puso la cadena artesanal que le había regalado Ibrahim.
Bajó a la cocina. Abrió la nevera sacando el envase de jugo de naranja, un vaso, hielo, el jamón de pavo y el queso Paisa(3). Tomó un tomate que lavó y rebanó. Buscó los sándwiches en la panera, donde siempre descansaban, dentro de una de las repisas y se preparó unos cuantos panes con mayonesa. Se sentó a masticar tranquilamente.
No había surfeado desde que el Don de Neutrinidad había aparecido, así que pensó en las probabilidades de una caída con un escape similar.
De seguro, José se infartaría, creería que su amigo se habría convertido en una especie de fantasma, aunque no sabía si eso tenía que preocuparle, dado a que Irina era la sexta Primogénita de la Hermandad.
Cuando acabó sus panes, tomó un par de duraznos que devoró en cuatro bocados. Su abuelo apareció en la cocina, iba arrastrando las pantuflas, como siempre lo hacía. Le sonrió mientras se dirigía a la cafetera.
—Veo que amanecimos muy animados.
—Voy a surfear con José.
—¿Ha vuelto a Costa Azul?
—Solo por este fin.
—Recuerda cuidarte de una revolcada.
—Puedo desaparecer. —Se guindó el bolso en el hombro, sujetando la correa.
—O de que te coma un tiburón. —Sonrió viendo como su nieto se dirigía a la salida de la cocina.
—¿Quiere que me mate?
—Tú sabes a qué me refiero.
—¿A qué o a quién? —Ambos rieron en complicidad—. ¡Bendición!
—¡Dios te bendiga! —Aidan salió de su vista—. ¿A qué hora vuelves?
—Al mediodía —le gritó.
—¿Clases de baile?
Aidan regresó, asomándose a través del arco que daba al comedor.
—Sí. Maia —contestó riendo.
Rafael pudo ver en su nieto mucho más que un encaprichamiento. Se estaba tomando sus sentimientos muy en serio. Lo apoyaba pero no dejaba de sentir miedo por él.
Para que el plan de Irina diera resultado, Martina debía esperar a que esta le informara que Aidan se encontraba en la playa, alejado de la orilla, en el mar con su primo, de lo contrario arruinaría toda la estrategia.
A las siete y media el teléfono de Martina repicó, indicando la hora de ejecutar su parte. Escribió un mensaje a Maia y a Aidan: «Hoy prueba de baile. Ocho y media. Si faltan pierden».
Maia se encontraba despierta, estaba recogiéndose el cabello cuando el timbre de su celular le indicó la llegada de un mensaje. Lo escuchó, llamando automáticamente a Aidan, pero su teléfono repicó tantas veces que perdió la cuenta.
Un doble repique en su puerta, señal de que Gonzalo estaba allí, la hizo ponerse nerviosa.
—¡Entra! —gritó.
—Mi tía ya tiene el desayuno listo —dijo asomándose, mientras Maia parecía desubicada en su propio cuarto—. ¿Pasa algo?
—No. Sí... ¡Uy! Es que me acaba de llegar un mensaje de Martina diciendo que la prueba de baile es hoy, que si no voy, la perderé.
—¿Y no eran el sábado?
—Sip, pero recién me entero que las adelantaron. Debo estar en el Auditorio a las ocho y media.
—Has ensayado lo suficiente como para darle una lección de baile a esa idiota, así que no entiendo cuál es la angustia.
—Es que Aidan no me contesta. Lo he llamado seis veces, dejando repicar hasta que me cae la contestadora y él, simplemente, ¡no me atiende!
—Quizás está lejos del celular. Tú alístate, come y mándale un mensaje. Yo te llevaré. Te aseguro que antes de que des la prueba él estará allí. —Le dio un beso en la frente—. ¿Bien?
Maia asintió, obedeciendo a su primo al pie de la letra. Se vistió con un par de franelillas, pantalones y zapatillas deportivas, se recogió el cabello en un chongo.
Sacó su bolso donde metió el vestido para la presentación, las zapatillas de baile, ropa para el aseo, el gloss para los labios, un paño y los productos de higiene. Cerró el bolso, caminando hacia el comedor.
—Veo que mi princesa está lista —comentó Israel tomando un sorbo de café.
—Algo así, papá.
—No debes temer, princesa, sabes que eres una de las mejores bailarinas que conozco. —Leticia sonrió ante el comentario de su esposo.
El desayuno pasó muy rápido. Leticia le dio algunos consejos mientras Gonzalo sacaba el auto. Habían pensado en irse en moto pero Israel se los prohibió: Su Amina tenía que llegar en carro al colegio, así se aseguraba de que su sobrino volviera a por su esposa para llevarla a hacer las compras y de recoger, más tarde, a Maia.
Iban a abordar el auto cuando Dominick apareció. Maia podía reconocer su olor a canela y mandarinas, por lo que sonrió al sentirle cerca. Aquello sí que era una verdadera sorpresa.
—¡Guao! ¿Adónde van tan temprano?
—Tengo la presentación de baile.
—¿No es el sábado?
—La han adelantado.
—Deberías venir con nosotros —lo invitó Gonzalo—. Creo que esta señorita está un poco nerviosa y no quiero dejarla sola en el colegio.
—No tengo problema en acompañarla.
—Entonces, móntate.
Contar con la presencia de Dominick tranquilizó un poco a Maia, en caso de que Aidan no apareciera él podía tomar su lugar. Aun así no dejó de repicar y mandar mensajes por todas las redes sociales que manejaba.
Dominick no pudo evitar verla angustiada.
—¡Bailas como ángel! ¿No sé por qué te preocupas tanto?
—Aidan no aparece. Le estoy escribiendo desde hace media hora y aún no responde.
—¿Si quieres pasamos por su casa? —cuestionó Gonzalo.
—¿Y si aún duerme? —preguntó—. No lo creo prudente. Sé que llegará.
Dominick sonrió. Algo le decía que Aidan no se atrevería a bailar con Maia. En el fondo él no era más que una pantalla(4).
***
(1)Horita: Forma venezolana de decir "Ahora". También se usa el "ahorita".
(2)Quite: Una persona que te gusta y podría llegar a ser tu novia o es como una especie de novia pero sin mucho formalismo.
(3)Queso Paisa: Marca de queso blanco venezolano.
(4)Pantalla: Alguien que aparenta ser quien no es.
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