Más Fuerte que la Amistad

La tarde había transcurrido en completa calma. Aidan le prestó una franela azul a Ibrahim. El calor era sofocante, intentaba respirar, pero por sus fosas nasales solo entraba vapor de agua, denso, tan caliente que provocaba contener la respiración. La humedad del lugar no mermó ni siquiera cuando el sol comenzó a declinar.

—No pensé que haría tanto calor. Los reportes del clima aseguraban que sería un día fresco.

—Pierdes tu tiempo viendo esa porquería —le contestó Aidan, buscando su ipod en las gavetas de la mesita. Ibrahim se sacó la camisa negra, dejando al descubierto su entallado torso, los músculos del pecho comenzaban a sobresalir, metió sus brazos y su cara por la franela, sintiendo el frío algodón deslizarse suavemente por su cuerpo—. Cuando te dicen que lloverá — comentó sacando el ipod—, puedes jurar que el termómetro llegará a cincuenta grados, ¡el desierto del Sahara te parecerá un refrigerador! Ahora, si dicen que hará calor, entonces terminarás andando en canoa.

—¿No confías en el Instituto de Meteorología?

—No confío en el clima —concluyó, invitándole a seguirlo.

Se dirigieron al jardín de la casa. Pasaron cerca de la piscina, caminando por la grama artificial que terminaba justo ante la extensa arena marfil que se esparcía por varios metros hasta llegar a la playa. 

Ibrahim nunca había entendido porque Aidan prefería caminar diez kilómetros para surfear cuando podía hacerlo frente a su casa, allí también había buenas olas.

—¿Qué quieres escuchar: reggaeton, Chino y Nacho, Linkin Park, Nirvana, Neon Jungle? ¿Mozart? —Ibrahim sonrió—. Son dieciséis gigabites y tengo todas las canciones en carpetas —le aseguró a su amigo, sabía muy bien que a Ibrahim le molestaba los cambios drásticos en estilos musicales.

—No es clima para la música clásica. Algo de Sia, Lady Gaga, será suficiente para mí. —Aidan buscó en su ipod, mientras Ibrahim lo observaba. Su amigo le tendió el audífono, dándole play al reproductor—. Esto levanta el ánimo.

—Una burbujeante bebida con hielo te levanta el ánimo, una piscina con granizo —comentó—. Pero no me quejaré, quizá pierda toda la suerte y se vaya la luz... no hay nada peor que dormir sin luz, con calor y una bandada de zancudos chillándote en los oídos. —Ibrahim soltó una carcajada—. Hablando en serio, ¿crees en eso de la profecía?

—La verdad —respondió, volviendo sus marrones ojos hacia su amigo, que lo miraba con ansiedad—, me gustaría que fuese cierto. A veces me gustaría no ser tan corriente.

—Tú no eres corriente.

—No, soy gay.

—¡Bah! —respondió Aidan elevando su mano en señal de dejadez—. Eso no es anormal; puedes ser gay  y corriente... un gay más. —Ibrahim sonrió recogiendo las piernas—. Recuerdo cuando me dijiste que eras gay, vomité varias veces.

—No es agradable hablar de eso.

—Pero es necesario. Pensé que te enamorarías de mí. —Ibrahim resopló, mientras Aidan estiraba las piernas, cruzando los pies, y apoyaba su cuerpo en sus brazos extendidos, dejó el ipod en la arena—. En ese momento, olvidé que eras mi amigo.

Recién estaba comenzando el año escolar cuando Ibrahim comenzó a mostrarse más introvertido que nunca, metido en libros de poesía y problemas de matemática. 

Para Aidan, su amigo era un chico "normal". La verdad es que sus compañeros, todo el colegio en general, se habían dado cuenta de que Ibrahim no era como el resto. 

Las chicas intentaron coquetear con Ibrahim, besarlo, seducirlo, pero solo encontraban un constante rechazo de su parte, notando que este solo se desvivía por su amigo. 

El rumor se corrió rápido por los pasillos de la institución. Ibrahim fue blanco de burlas e insultos; todo lo soportó en silencio. Se le estaba haciendo difícil ir al colegio, se sentía perseguido, angustiado, despreciado.

El día que decidió no volver más al liceo(1) fue el peor de todos. 

Oscar y Eduardo, dos jóvenes corpulentos del último año fueron detrás de él en el primer recreo, gritándole «marica». Ibrahim apretaba con fuerzas sus libros, intentando caminar rápidamente por los pasillos. Necesitaba escapar de sus hostigadores, justo cuando uno de ellos puso su mano en su hombro, volteándolo con vehemencia, mientras lo empujaba contra la pared. 

El golpe hizo que la columna del joven se estremeciera de dolor, con rostro compungido, se vio obligado, instintivamente, a soltar sus libros, acto que Oscar aprovechó para tomarlo por las solapas de la camisa, subiéndola hasta el mentón. 

Ibrahim llevó sus manos hasta las del agresor. Tenía miedo, pero no lo demostraría.

A ver, marica dijo Eduardo, golpeando con su puño izquierdo a un lado del rostro de Ibrahim—. Una buena paliza te arreglara.

Su cómplice sonrió. Iban a golpearlo cuando una voz se escuchó al otro extremo del pasillo.

¿Qué coño haces?

Ibrahim reconoció la voz de su amigo. El color le volvió a las mejillas, iba a dejar que lo golpearan, pero ahora la situación estaba pareja. Aidan venía corriendo, tardó en llegar lo mismo que Eduardo en darse la vuelta, y con solo un puñetazo le volteó la cara, doblándolo de dolor, mientras Ibrahim golpeaba la entrepierna de Oscar, quien se inclinó contrariado y molesto, apoyándose en Eduardo, para girarse hacia Aidan.

Ya sé quién es el hombre en esta relación comentó Eduardo.

¿De qué hablas, cerdo?

De ti y tu mujercita respondió señalando a Ibrahim; el rostro de Aidan fue de uno al otro, desencajándose, contrariado por lo que acaba de escuchar. ¿No me digas que no lo sabías?

¿De qué está hablando? le cuestionó con ira a Ibrahim, el cual comenzó a temblar como una hoja, pálido y débil—. ¡Ibrahim! le gritó.

Soy gay.

Inmediatamente, el cuerpo de Aidan se contrajo, sacudiéndose como si fuera un látigo, abrió su boca y una bocanada de comida y jugos gástricos salió de él disparado en la dirección de Eduardo. El olor a comida en descomposición y saliva impregnó todo el pasillo. Oscar se separó con asco de su compañero, echándose a correr por el pasillo. Eduardo comenzó a retroceder maldiciendo.

Aidan, por favor suplicó, Ibrahim.

¡No te acerques! le ordenó, extendiendo su mano en señal de rechazo, en las comisuras de la boca tenía comida. Ni se te ocurra seguirme. —Se limpió, desapareciendo.


—¿Has vuelto a vomitar?

—No. Y no lo haré otra vez.

—¿Aun si te digo que estoy enamorado de ti? —Aidan lo miró con ojos desorbitados, pero no vio nada alarmante en su amigo, por lo que golpeándole el hombro, soltó una carcajada.

—¡Esos no son juegos, hombre! Pero no, aun así no vomitaría. Sentiría lástima y consideración por ti.

—¿Lástima?

—Sé lo que es estar enamorado y no ser correspondido. Desde hace dos años estoy locamente perdido por Irina y ella no se digna a verme. No le deseo mi patética situación a nadie... Si estuvieras enamorado de mí, entonces tu situación también sería patética, pues soy heterosexual. Mas, tendría compasión de ti.

—¿Deseas la lástima y la compasión de Irina?

—Aunque suene humillante, sí, lo deseo, hasta su desprecio es bienvenido, pero ni eso tengo.

—Quieres mucho a una persona que no se lo merece.

—Quizás, y eso es lo peor de estar enamorado.

Ibrahim no dijo nada más. Su situación, ni siquiera en ese punto, podía llegar a ser comparable con la de su amigo. Aidan siempre tendría las esperanzas de que Irina lo miraría, pero él sabía que su amigo jamás sentiría por él más cariño del que sentía. Y sin embargo, en ese momento era más dichoso que Aidan, pues él estaba a su lado y lo aceptaba, mientras Irina nunca sería capaz de apreciarlo.

El sol se fue escondiendo, tiñendo el cielo de un rosa degradado, la brisa comenzó a soplar con sutileza. Los chicos decidieron regresar.


Esa noche, Ibrahim se recostó en su cama sobre las claras sábanas. Acomodó la almohada debajo de su cabeza, mirando el techo. Su mente recordaba cada una de las palabra dichas por Aidan. 

Desde la ventana de la habitación contempló el límpido cielo, reluciente de estrellas.

La claridad prestada de la Luna iluminó el estante que se extendía por toda la pared en donde se apoyaba la cabecera de la cama, descubriendo los distintos lomos de los libros que reposan en ella; al lado de la cama había una mesa redonda con cuadernos cuidadosamente ordenados y una portátil cerca de los mismos. Frente a la cama estaba el cuarto de baño y el clóset.

«...¿Y si la maldición de la Primogénita de nuestro Clan era enamorarse de un Ignis Fatuus?...», escuchó la voz de Aidan dentro de la cabeza, estremeciéndose.

¿Sería muy mezquino agradecerle a Agatha por desaparecerlos? Quizá sí, pero lo menos que necesitaba en ese momento eran más rivales. 

Se enderezó, culpándose por sus pensamientos egoístas, cuando sintió que el colchón se lo tragaba. El suave algodón le hizo cosquillas, mientras los resortes se abrían espacios bruscamente entre su piel. 

Rápidamente, la porosa madera penetró su cuerpo; comenzó a batir sus extremidades, necesitaba detenerse. La oscuridad se hizo por completo; entendiendo que estaba bajo la cama. Se llevó las manos al pecho, su corazón retumbaba con fuerza dentro de su caja torácica. Puso sus manos en la madera, empujando para salir. 

Con medio cuerpo afuera, se detuvo, tocando con desespero su rostro. 

Se levantó, corrió hacia el baño, se observó en el espejo. Estaba completo. Respiró profundo.

—¿Qué pasó? —se preguntó.

Él lo sabía muy bien. Había atravesado la cama.

***

(1)Liceo: Preparatoria.

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