El Chico Nuevo
La mañana estaba siendo algo tediosa para Ibrahim; se había dado cuenta de que ni Aidan ni Itzel compartían la sección con él. Detestaba el sistema automático de selección de estudiantes, aquel sería su último año y por lo visto, no lo pasaría con sus mejores amigos.
Para él era muy complicado relacionarse con la gente, en su mayoría los consideraba muy sosos y corrientes como para detenerse a conocerlos. Lo que más lamentó fue tener a Irina y a Martina en el salón de clases, la cual no paraba de hacer estupideces para llamar la atención de todos.
Antes de que sonara el timbre de recreo, y él saliera corriendo al rescate de Maia, la puerta del salón fue abierta de forma inesperada, apareciendo ante toda la clase un chico de cabellos oscuros, espalda ancha y manos gruesas, ojos marrones, pómulos ligeramente alzado, barbilla recta. Vestía unos vaqueros y una franela gris claro que se le ceñía en sus bíceps y en su pecho. Venía acompañado de la Coordinadora.
La docente los dejó pasar. Mientras caminaba a la mesa que le habían asignado, Ibrahim contempló como el salón se sumía en un profundo silencio. Cada paso que daba lo hacía reafirmar su masculinidad, quitándole la respiración a más de una. Incluso, la inalcanzable Irina, le siguió hipnotizada desde la puerta hasta su asiento.
Una vez que llegó allí, el novato tiró sus dos libretas sobre la mesa, rodó la silla, sacó un lápiz de una de ellas y rápidamente comenzó a copiar lo que había en la pizarra, actitud que invitó a la profesora a continuar con la lección.
Poco le importó a Ibrahim la presencia de aquel sujeto, pero por el cambio de comportamiento de Irina, pudo intuir que su amigo se la pasaría muy mal.
La docente decidió terminar la clase cinco minutos antes, permitiéndole a los jóvenes relacionarse entre ellos. Ibrahim observó como la "princesa de hielo" se deslizó grácil hasta la mesa del chico nuevo.
—¡Hola! Soy Irina. En nombre del Colegio "Costa Azul" quiero darte la bienvenida a nuestra comunidad estudiantil. ¿Cómo te llamas?
El joven se encontraba escribiendo cuando Irina lo abordó. Levantó la vista, sin bajar el lápiz. La observó por un brevísimo instante. Era hermosa. Acomodando su postura, cruzó los brazos sobre el cuaderno, luciendo aún más sus trabajados músculos, le dedicó una sensual media sonrisa, haciendo que Irina se mordiera el labio inferior.
—¡Gracias, preciosa! Mi nombre es Dominick.
—Puedo mostrarte el colegio, ¿si quieres? —lo invitó apoyando las manos sobre la mesa para acercar su rostro al de él.
—Es una oferta tentadora. Sin embargo, prefiero andar solo. —Las pupilas de Irina se dilataron ante el rechazo—. Aunque, si me llego a perder, no dudaré en buscarte.
No esperó a que Irina le contestara. Bajó su mirada al cuaderno y tomó rápidamente los últimos apuntes. Irina no sabía cómo disimular el rechazo; por su suerte, el timbre sonó.
La mitad del grupo yacía apilado en la puerta intentando salir, lo que le dificultó a Ibrahim llegar a tiempo al salón de Maia. Le había fallado.
Ibrahim apareció en el enorme patio del colegio, un tanto conmocionado, seguía preocupado por causa de Maia.
Vio a Aidan sentado, solo, en una mesa, y a Maia con su bastón blanco haciendo la cola para comprar comida. Se dirigía hacia ella cuando Aidan lo llamó, desviando su trayectoria. Su amigo sacó del morral(1) un termo de té frío.
—¿Trajiste los panes? —preguntó, dándose cuenta de que Ibrahim estaba entretenido viendo hacia la cantina—. ¿Ocurre algo? —lo interrogó sirviendo el té.
—Estoy esperando... —Se interrumpió, observando la incertidumbre en el rostro de Aidan. Hizo una ligera pausa, tomando el vaso que le ofrecía—. ¿No hay una chica invidente estudiando contigo?
—Sí.
—¿Y has sido incapaz de hablarle? —lo cuestionó, escandalizado.
—Lo intenté, pero fue la primera en salir del salón.
—Pobre Maia —se condolió—. Estaba muy entusiasmada.
—¿Ya la conocías?
—Sí, la conocí hace una semana, pero con lo de la Neutrinidad se me olvidó contarte.
—Baila muy bien —comentó mordiendo uno de los panes granjeros que Ibrahim le había ofrecido; en el proceso, desvió su mirada del rostro contrariado de su amigo—. Me escuchó cantar esta mañana —le explicó.
—¿Le permitiste...? —Se contuvo al darse cuenta de lo elevado de su tono de voz, reduciendo el volumen de manera que solo fuera audible para Aidan—. ¿Le permitiste escucharte? ¡Ni siquiera a mí me has dejado!
Aidan iba a responder cuando vio entrar a Irina y su séquito. Estaba mordiéndose el labio sensualmente, mientras sus amigos, murmuraban, empujándose entre ellas. Siguiendo la trayectoria de sus indiscretas miradas, Aidan descubrió a un joven robusto, que proyectaba seguridad al caminar.
Al parecer el chico no se había percatado de la atracción que ejercía sobre los presentes o quizás estaba tan acostumbrado a ella que no le importaba. Cualquiera que fuese el motivo, tampoco le permitió darse cuenta que hacia él iba una chica haciendo maromas con su carpeta, la bandeja con comida y su bastón, terminando por tropezarla.
Con un rápido movimiento, Dominick la sostuvo, evitando que se cayera, como ocurrió con todo lo que la chica llevaba en la mano, al tiempo en que Aidan e Ibrahim se ponían de pie.
—¡Oh! Disculpe —dijo nerviosa, sintiendo la fuerte mano que le sujetaba la cintura—. En verdad lo siento. ¡Soy tan torpe!
Todo el patio contemplaba. Aidan iba a acercarse pero Ibrahim lo detuvo.
—¿Maia? —preguntó el chico, un tanto incrédulo. El dulce e inmaculado rostro de su amiga de la infancia se había alargado un poco, dándole una bonita forma ovalada, sus suaves y casi imperceptibles pecas, sus ojos marrones cobrizos perdidos en la oscuridad pero tan límpidos e inocentes, su hermosa cabellera castaña cayendo ligeramente ensortijada sobre sus hombros. Estaba asustada, lo sabía. Lo sentía—. ¿Maia, eres tú?
—¿Nick?
—¡Maia! —gritó, alegre, atrayéndola hacia él. Ella respondió a su abrazo captando su olor a mandarina, cuero rubio y canela. Era él, su amigo, el niño que había conocido aquella tarde, llorando detrás del parque por su madre enferma. Ahora era mucho más alto que ella, muchísimo más—. Pensé que nunca más te vería. Pero, ¡ven! ¡Te compraré otra merienda!
Sin dejar que respondiera, la tomó del brazo, colocándolo sobre su hombro, se dirigió a la cantina(2). Sin hacer cola, compró para ella y para él.
Aidan e Ibrahim se vieron. Al parecer aquella era la chica más afortunada que habían conocido. Pero ellos no fueron los únicos sorprendidos. A Irina, aquel trato tan particular que Dominick le mostraba a esa extraña, no le había gustado.
—Es solo una ciega —comentó Griselle.
—Debes hacerle entender que todo el mundo está detrás de mí, Griselle —ordenó Irina a la joven de tez bronceada, cabello liso y teñido de rubio medio, ojos café y sonrisa irónica.
Cerca de las canchas de básquetbol había un frondoso árbol de mango. Debajo de este una mesa desocupada. La mitad de la misma estaba llena de mangos que habían caído dejando parte de la cáscara y de su pulpa en la mesa. Pero la otra mitad estaba limpia, adornada con unas cuantas florecillas amarillas que se habían desprendido del árbol.
Dominick ayudó a Maia a sentarse, para luego acomodarse a su lado.
Su actitud hostil y seductora quedó a un lado. Ella era la única persona, después de su abuela, con la que podía mostrarse tal cual como era, sin máscaras. Había aprendido a ser transparente con ella, quien conocía la esencia misma de su ser.
La sensación de ser un niño, refugiarse en los brazos de su madre, sentirse amado, comprendido, protegido se habían esfumado por completo cuando se separaron. Maia se había convertido en una bella joven, risueña como siempre, transmitiéndole paz y dulzura.
—Y cuéntame, ¿cómo es que Leticia e Israel te dejaron asistir a un colegio como este?
—Creo que decidieron darme un voto de confianza —dijo bajando el rostro.
—Al parecer no estás muy contenta. Si quieres puedo pedir cambio de sección.
—No... Espera un momento. —Un tanto sorprendida, sonrió, sacudiendo la cabeza—. ¿Soy tan obvia?
—Creo que puedo leer tus pensamientos —contestó risueño, dándole un suave empujón en el brazo, con su hombro.
—Ha sido un día muy extraño. Pero esta es una batalla que pedí me dejaran combatir y no pienso darme por vencida. Aprecio mucho tu ayuda, también la de Ibrahim. —Se dio cuenta de que el chico había quedado en buscarla al salón de clases, y ella lo había olvidado—. ¡Oh, no! ¡Ibrahim! —exclamó, llevándose una mano al cabello—. ¡Qué tonta soy! ¡Tan bien que se ha portado conmigo!
—Basta, pequeña mártir —la tranquilizó—. Quizá nos vio juntos y decidió darte un poco de espacio... Soy un tanto intimidante.
—Lo he notado —contestó sonriendo con picardía al recordar sus enormes brazos y duro pecho.
—¿Con qué te estabas aprovechando de mí cuando nos abrazamos? —le cuestionó, riendo con descaro.
Maia se recogió apenada, por lo que la atrajo hacia él, abrazándola con ambos brazos, mientras ella ponía sus manos sobre su brazo izquierdo. Él besó sus cabellos, percibiendo su olor a jazmines y manzanas. Esta cerró sus ojos.
En aquel momento el timbre sonó. Se levantaron para dirigirse a sus respectivos salones.
Saskia se podía dar el lujo de presumir por tener uno de los mejores cuerpos de todo el instituto, el cual distaba mucho de su personalidad. Era sumisa, de baja autoestima, por lo que su amistad con Irina le prestaba inmunidad y la subía a lo alto de una pirámide que por sí sola no podría escalar.
Había llegado al Quinto Año gracias a las continuas presiones que Ibrahim ejerció sobre ella durante todo el año escolar pasado, su retribución fue guardarle un resentimiento muy cercano a la frontera del odio.
Esa mañana, cuando lo vio tan protector con aquella extraña, deseó saltarle encima y golpearlo. Si él no la hubiese ayudado, ella hubiera repetido el grado, y quizás, solo quizás, Irina le hubiese ignorado un tanto más.
Sus sentimientos abstractos no le permitían saber cuándo estar agradecida o no, ser buena o no... pero, ¿cómo iba a saberlo si ni siquiera ella sabía lo que quería?
Encerrada en el baño, escuchó el timbre de entrada a la tercera y última hora de la mañana. Se dirigió al lavamanos, miró su demacrado rostro en el amplio espejo que se extendía desde el tope de granito hasta el blanco techo. Posó su mano sobre la perilla de la pila, pero sus dedos la traspasaron, sintiendo el frío metal deslizarse a través de su piel. Horrorizada se fue hacia atrás, atravesando la puerta de formica de uno de los cubículos donde estaban los retretes.
Miró alrededor. Aquello no podía estarle pasando. ¡Se había convertido en un fantasma!
Dando un paso adelante volvió a salir al pasillo. Se observó fijamente en el espejo. Su cuerpo parecía una mala imagen holográfica que se movía suavemente como el mar en calma, pero que, a cada segundo, se hacía más ¡transparente!
Era un espectro fantasmal a través del cual podía mirar sin dificultad alguna, cristalina como el agua de un manantial, densa como el viento. Si alguien hubiera entrado en aquel momento, ¡no la vería!
Poco a poco observó cómo su cuerpo volvía a solidificarse. En cuanto recuperó su masa corporal pasó sus manos desesperada por su cuerpo. Aparentemente estaba completa. Salió corriendo, tropezando en la entrada del salón con Itzel. Se sorprendió al verla llegar quince minutos retarda, esta última solía ser muy puntual.
—¡Vaya, vaya! El primer retraso de la semana —comentó el maestro.
—Lo siento, profesor Ramírez. Tuve que ir a casa —se excusó Itzel.
—Señorita Perdomo, bien conoce las reglas de la primera semana. Sin retardos, ni justificaciones. Ambas están castigadas. De mi clase saldrán al Salón de Oficios a redactar un informe de diez cuartillas. —En el rostro de Saskia se dibujó un claro «¡¿Qué?!», el cual Itzel interpretó como desconocimiento de lo que significaba la palabra "cuartilla"—. Hablarán sobre el respeto y los reglamentos de nuestra institución.
Itzel asintió. La verdad poco le importaba protestar en aquel momento. Se encontraba tan feliz como para desear que el número de cuartillas se multiplicaran. Sonriendo, entró al salón, descubriendo entre sus compañeros de clases a Dafne Aigner, la rubia hermana de Aidan. Saskia entró detrás de ella, refunfuñando, se había olvidado de lo ocurrido en el baño.
Ibrahim había entrado de primero al salón. Sacó su cuaderno de revoltijos y comenzó a escribir la fecha. Automáticamente, sus compañeros entraron haciendo el habitual bullicio. Siguió con la vista el largo desfile de estudiantes, cerrando con Dominick e Irina detrás de él.
Bajando el lápiz se dedicó a observar a la chica. Siempre se quedaba absorto al verla; quería descubrir qué era lo que la hacía tan hermosa, sus facciones eran armoniosas, pero había algo, algo muy sutil y difícil de descifrar que no le terminaba de agradar. Sabía que Aidan nunca se fijaría en él, mas eso no le impedía meterse entre los dos: Esa arpía tampoco estaría con Aidan.
—¡Vamos, Dominick! Debes acompañarme a la hora de salida —insistía Irina—. Prometo que no te arrepentirás.
—Me imagino que no —respondió, volteándose para verla. Irina chocó con sus bien formados pectorales, colocó sus manos con suavidad sobre ellos, mordiéndose una vez más los labios; pausadamente deslizó su mirada desde su pecho hasta los ojos de él. Su mirada se había tornado oscura, su respiración dificultosa.
Dominick colocó una mano en su cintura atrayéndola con fuerza hacia él y la otra detrás de su cuello, metiendo sus manos entre el cabello de Irina, la besó con tal fuerza que la joven se retorció para aferrarse más a él.
Si su entrada en la mañana había provocado un asombroso silencio, ahora todos estaban en shock. Ibrahim no podía creer lo que estaba viendo. Dominick levantó a Irina como si fuera una pluma, sentándola en el escritorio. Iba a colocar una de sus manos sobre su pierna cuando el profesor apareció.
—Pero, ¿qué es esto? —gritó—. ¿Me pueden explicar?
Irina apenada bajó del escritorio, acomodándose el cabello. Dominick le dedicó una media sonrisa al docente, pareciendo más encantador de lo que ya era.
—¿Reproducción? —respondió ingenuamente, levantando los hombros y las manos, lo que provocó la risa de sus compañeros. El profesor se enfureció, golpeando con vehemencia el escritorio, todos se acomodaron en sus puestos—. Tranquilo, profe, solo estábamos jugando.
—¿Jugando? —gritó—. Al Salón de Oficios —le ordenó.
Dominick tomó las libretas que había dejado en su escritorio, saliendo del salón con su encantadora media sonrisa.
***
(1)Morral: Bolso. Mochila.
(2)Cantina: Lugar donde se le vende refrigerio a los estudiantes y docentes durante los recreos o recesos.
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