El Caballero de Maia
La mañana fue tan agitada como el día anterior en la entrada del colegio, solo que había un poco más de espacio para caminar, lo que Maia agradeció al subir las escaleras. No se imaginaba que Dominick la estaba esperando, y que un poco más retirado se encontraba Aidan.
Dominick se acercó a ella primero, la llamó, colocando su mano en el hombro, tal como había aprendido a hacerlo de pequeño.
—Eres todo un caballero, Nick —agradeció.
—Hoy no tendrás problemas con nadie, te lo aseguro. —Comenzaron a subir los escalones. El rostro de Dominick era una mezcla de devoción cuando miraba a Maia, pero de furia cuando volvía su mirada al frente. Poco le importaba lo que los demás pensaran de él. Sin embargo, después del escándalo con Irina, el cual se había regado como cenizas en el aire, todo el colegio lo miraba con admiración—. Todo estará bien.
Pero lo que él no sabía era que las verdaderas enemigas de su amiga no se revelarían tan fácilmente, y ella tampoco las delataría. Dominick no pudo evitar tropezarse con Martina, mientras le dirigía una extraña mirada a Aidan que este no comprendió.
Detrás de él venía Ibrahim, quien ignorando hasta a la propia Maia, se detuvo a saludar a su amigo.
—Apenas llovió anoche y tú ya vienes con doble camisa —lo saludó Ibrahim.
—¡Me lo dice el tipo que se viste de negro!
Ambos sonrieron entrando al instituto abrazados.
La jornada académica transcurrió con total normalidad.
Itzel volvió a la lectura de Doña Bárbara.
Ibrahim no dejó de hablar de trivialidades en los recreos con Aidan, notando que la tensión entre él y su hermana no había mermado.
Dominick recogió puntualmente a Maia en cada recreo, y la llevó de regreso a su salón; no le interesaba relacionarse con nadie más, por lo que agradeció que los chicos no insistieran en estar juntos para compartir aquellos extraños secretos sobre la Hermandad, sino que cada uno se concentró en continuar con sus vidas.
Hasta Saskia se sentó, como religiosamente lo hacía, con Irina.
En el último recreo, como una revelación, Martina recordó de golpe el cariño y la pasión con la que Dominick tomó la mano de la ciega y la colocó en su hombro, haciéndoselo saber a Irina.
—Creo que me he dado cuenta, perfectamente —contestó—. Basta ver que no la ha dejado sola en los recreos y ni siquiera se ha dignado a saludarme. Lo que quiere decir que le contó de mí.
—No solo eso, Irina —agregó Griselle, sacándose la chupeta(1) de la boca—. Aidan no se ha despegado de ella en toda la clase. Parece su guardaespaldas.
—Bien, hay que hacerle entender de otra forma. Todas aquí a la hora de salida. En cuanto los docentes se marchen, atacaremos.
Con un sí se comprometieron todas a darle una lección a Maia durante la hora de salida.
El profesor Suárez se presentó ante la clase durante la última hora.
Aidan percibió un ligero temblor en Maia. Le temía. Ese día el docente entró dictando una interminable clase de repaso sobre las Leyes de Mendel.
Al principio, todo fluyó con normalidad hasta que llegó el momento de realizar el ejercicio. Aidan se imaginó que el profesor dictaría el problema, dándole chance a Maia de copiarlo, pero para su sorpresa lo copió en la pizarra.
Esto lo llevó a acercarse a Maia, susurrándole al oído todo el ejercicio. Ella no perdió ni una de las líneas que Aidan le dictó.
Su acción llamó la atención del docente, el cual observó, molesto, a Aidan, pues no toleraba que se hablara en sus clases.
—Señor Aigner. —Aidan lo ignoró, haciéndolo enfadar más—. ¡Señor Aigner! —gritó golpeando la mesa con una regla. Toda la clase subió la mirada—. ¡Estoy hablando con usted!
—Mi apellido no se pronuncia así —contestó secamente, lo que hizo que Maia volteara un poco su rostro hacia él. No entendía lo que estaba haciendo.
—Entonces, ¿cómo se pronuncia? —lo cuestiono con ironía.
—No lo sé. No hablo húngaro.
—¿Se la está dando de gracioso, señor Aidan?
—Tómelo como quiera.
—¡Está castigado! —le gritó. Tenía el rostro tan rojo que inclusive la mitad de la coronilla lucía visiblemente colorada, lo que hizo que al voltearse, Aidan hiciera una mueca de malicia.
Al final, no tuvo más remedio que copiar aparte los ejercicios para facilitarlo a Maia.
El resto de la hora transcurrió en total silencio. En cuanto el timbre sonó, el docente le recordó a Aidan su asistencia al Salón de Oficios.
—Aidan, no puedes continuar castigado —le dijo Maia, mientras él colocaba las hojas con la clase entre sus manos—. Ni copiando mis clases.
—Sé que deseas valerte por ti misma, pero yo conozco muy bien a esta gente. Estaré bien, Maia —le dijo al ver la angustia en su rostro, lo que le llevó a arrodillarse cerca de ella, haciéndole sentir la cercanía de su cuerpo, mientras tomaba su mano—. Estoy dispuesto a pasar todo el año escolar en el Salón de Oficios si con eso hago que la gente te respete.
La adrenalina subió por el rostro de Maia, y su corazón golpeó fuertemente en su pecho, sintió como sus mejillas se calentaban bajo su piel. Aidan tuvo la misma sensación, notando como su propia mirada se enternecía.
La puerta se abrió de golpe, irguiéndose rápido. Dominick apareció, mirándolo con seriedad. Las palabras de Dafne se hicieron presentes en la mente de Aidan «...creo que le importa mucho... Tu amigo y tú compartirán mucho tiempo juntos en el Salón de Oficios».
Aquel chico no le desagradaba, pese a que se sentía ofendido con su presencia desde que se enteró de que había besado a Irina, y que no conforme con eso, había sido capaz de ignorarla durante todo el día, dando la impresión de que aquel beso fue solo un pasatiempo. Pero si le estaba comenzando a molestar su interés por Maia, al punto del resentimiento, aun cuando entendía que habían sido amigos desde niños.
—¿Estás lista? —le preguntó Dominick—. Llamaré a Leticia para que venga a recogerte. Hoy debo llegar temprano a casa para almorzar —explicó sin prestarle atención a Aidan, que seguía con la mano de Maia entre las suyas.
—¡Oh, Nick! Creo que me quedaré un rato organizando mis apuntes. No te preocupes, puedes irte —contestó, sonriéndole—. Yo llamaré a mamá para que me venga a buscar.
Aidan y Dominick cruzaron una fugaz mirada. Si hubieran podido desprender chispas de sus cuerpos, no hubieran podido evitar entrar en combustión.
—Bien, me retiro —comentó Aidan, soltándole sutilmente la mano a Maia. Antes de salir se arremangó la camisa, sujetando con la mano izquierda la tira de su morral.
—Creo que yo también debo irme —dijo, dándole un beso en la mejilla—. No te quedes hasta tarde.
—No te preocupes. Termino rápido y me voy.
***
(1) Chupeta: Chupete, paleta, piruleta, chupetín.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top