Dentro de la Confusión

La avenida Universidad tiene cuatro canales en ambos sentidos, frecuentemente transitados; en la isla que separa los canales de circulación, hay hileras de morichales(1). Ibrahim siempre cuestionó la estética urbanística de la ciudad: palmas muy altas y calles despejadas de cualquier tipo de sombra natural donde resguardarse del inclemente sol.

Por otro lado, las amplias aceras se encontraban arrebatadas de tiendas de moda, papelería, música, agencias telefónicas, relojerías y una que otra perfumería de donde salía un nauseabundo aroma, producto de la mezcla de esencias e inciensos tan profundos que le obligaron a taparse la nariz. 

Caminó ensimismado en sus pensamientos, hasta llegar a una esquina donde un enorme samán sobresalía. Aquel era su sitio preferido, era el toque fresco de la ciudad, allí se encontró con Itzel.

Su amiga era una joven de piel trigueña, ojos grandes café, cabello castaños oscuro, largo y liso, frente amplia, labios gruesos, tenía un rostro redondo, muy bien esbozado. Era de esas chicas seguras que sabían lo que querían, adónde irían, con madera de líder, libre, creativa. 

El "Sol del atardecer" era muy atrayente, por lo que Ibrahim siempre se había sentido cautivado por su belleza y presencia. «Si no fuera gay, estaría irremediablemente enamorado de ella», le había comentado a Aidan. 

Pero lo que Ibrahim nunca había reparado era que Itzel también estaba fascinada con su seriedad, aplomo e inteligencia, y lamentaba con toda su alma que él jamás fuera a verla como ella lo veía.

—¡Itzel Graciela! —la saludó, observando la bolsa que llevaba repleta de libros—. ¿De compras?

—Ibrahim Gustavo —respondió sonriendo, siempre le había sorprendido que las iniciales de sus nombres coincidieran—, solo me preparo para este nuevo año escolar. No pienso quedar por debajo de tus notas.

—¿Competencia? Me encantan las competencias. ¿Te nominarás como tutora?

—¡Pues claro! Cualquier actividad que me dé puntos extras es bienvenida.

—¿Y si te dan a Saskia Jiménez?

—¡Grrr! —gruñó, llevándose el dedo índice a la boca mientras hacía un gesto para vomitar—. No hay nadie más ignorante en el colegio que ella.

—Logré que pasara al Quinto Año —comentó, riendo aún por el gesto de su compañera.

—Y con ella, la pandilla de ineptas... En fin, no pienso arruinar mis esperanzas de un año espectacular por causa de esas taradas —dijo, despidiéndose con un beso rápido en la mejilla.

Ibrahim la vio alejarse, sacudiendo su risueña cara, cruzó la esquina del samán, caminando por la amplia y tranquila calle Ruíz Pineda, la cual terminaba en Bahía Arroa, lugar en donde vivía Aidan.

Tocó el timbre de la marfileña casa, siendo recibido por Dafne. Estaba visiblemente malhumorada, su cabello caía por delante de sus hombros, su mano derecha sostenía la puerta.

—¿Qué? —lo saludó—. ¿Vienes a ufanarte por tu Donum de Neutrinidad?

Ibrahim la miró extrañado, mientras Aidan se acercaba con una mano en el bolsillo trasero de su bermuda, en franelilla y comiendo una manzana. Dafne lo miró blanqueando sus ojos, dio media vuelta y subió las escaleras.

—Me imagino que acaba de escupir todo su ácido en ti —lo saludó, golpeando sus manos con los pases acostumbrados—. Hoy no es su día.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Puedo atravesar cosas —soltó, caminando hacia la cocina. Ibrahim decidió seguirlo—. Creo que se llama Don de nuecinidad.

Neutrinidad —corrigió.

—¡Exacto! El hecho es que puedo atravesar cualquier cosa, cualquier cosa que no sea una estúpida butaca. ¿Tú? —Se detuvo al darse cuenta de que sí él tenía un Don, su amigo también debía tener uno—. ¿No te ha pasado nada extraño?

—¿Si atravesar la cama y caer del segundo piso aterrizando en la cocina no es un Don...? Entonces, creo que mi vida sigue siendo normal.

—¡Viejo, no bromees! ¡A la mierda! Toda esa basura de la profecía es real. Lo que quiere decir...

—Lo que quiere decir que los líderes de los otros tres Clanes están entre ustedes —completó el abuelo—. Deben encontrarlos y unirse. Tienen que restablecer la Hermandad.

—Parece un sueño hecho realidad —comentó Ibrahim mirando atónito el cielo raso.

—¿El sueño de quién? —cuestionó Aidan, abriendo la nevera para servirse un poco de agua—. Abuelo, si la Hermandad sirve para darle el Don a mi hermana cuenta conmigo, pero si es para esas patrañas de mantener el orden y velar por el indefenso...

—Los Dones no se ceden. En todo caso, deberás morir —comentó Ibrahim, mientras Aidan tomaba un poco de agua—, de lo contrario el Don nunca volverá a tu hermana.

Aidan expulsó el agua para no ahogarse. Esta salió disparada como un chorro a propulsión, mojando toda la franela de su amigo. Él quería deshacerse de ese Don, eso no lo dudaba, pero dar su vida era un precio que se negaba a pagar. 

Iba a opinar cuando una inquietud cruzó su mente: ¿Por qué Ibrahim y él compartían el mismo Don? Aquello no era común, no era la regla de los Dones de la Hermandad. En todos los siglos de vida que tenían los Clanes, nunca hubo ni un solo antecedente donde los Dones fueran compartidos por los Primogénitos.

—Creo que al final las cosas si se salieron de control —opinó su abuelo, al darse cuenta de que los razonamientos de Aidan eran correctos.

La muerte de Ackley y Evengeline en manos de los demás Clanes no solo desvaneció los Munera, también la Fraternitatem Solem, como institución, desapareció. Ahora, ¿de qué le servía a esta futura generación compartir el mismo Don?

Dafne continuó molesta con Aidan por el resto de la semana. Ni siquiera su amoroso padre pudo convencerla durante el desayuno del lunes. Le instó a sentirse orgullosa de la misión que le habían encomendado a su hermano. 

Ese intento por reconciliarlos fue lo último que Dafne pudo aguantar, comenzó a proferir maldiciones contra Evengeline por enamorarse de Ackley y morir sin descendencia.

Aquella mañana fue bochornosa para Aidan. Aun cuando él solía bromear con ella y hacerla enfurecer, jamás la había visto con tal arrebato de ira, que en ciertos momentos, solía descargar contra él. La situación estaba comenzando a preocuparlo.

—Por favor, Dafne.

—No, Aidan. Ni lo intentes. De por sí, ya ha sido suficiente compartir el mismo vientre contigo. Pero, ¿qué te hayas quedado con mi Don? ¡Eso es el colmo!

Aquellas palabras penetraron como agujas afiladas en su corazón. Con el rostro compungido, intentó detener a su hermana, pero Dafne desapareció entre la multitud. Iba a echarse a correr tras ella cuando Ibrahim apareció. Este no tuvo que preguntarle nada, supo, gracias al rostro del chico que el conflicto con Dafne no había mermado.

—Esto es una maldición —comentó—. Dafne se arrepiente de ser mi hermana y...

Detrás de Ibrahim pasó Irina. Aidan no pudo continuar hablando. 

A la chica la acompañaban sus amigas: Griselle, Martina y Saskia. Para Aidan y todo el colegio, Irina era una de las estudiantes con el rostro más hermoso. 

En ese breve segundo, al cruzar su mirada con la de ella y verse obsequiado por su encantadora sonrisa, mientras batía su cabellera castaña al aire, ignorando al resto de los mortales que hipnotizados se volteaban para admirarla, se olvidó por completo de sus conflictos familiares. Irina tenía un poder sobrenatural sobre él.

Ibrahim se volvió para ver lo que ocurría, descubriendo a Irina detrás de él. Decidió dejar su conversación para otro momento. Golpeó levemente el hombro de su amigo y se encaminó hacia la entrada del instituto sumergiéndose en el río de personas que iban sin rumbo fijo.

Ese día, Maia se arregló, pensando dar una buena impresión en la escuela. Se vistió con una falda corte A que caía suavemente sobre sus rodillas, y una tierna blusa de encajes que hacía juego con sus zapatillas. Escondido en su carpeta iba su inseparable bastón blanco. Podía jurarse a sí misma que no le usaría, sin embargo sabía que lo más prudente era llevarlo consigo. 

Había repasado tantas veces el camino hacia el auditorio que su memoria no le fallaría, llegaría a este sin ayuda alguna. 

Su mamá la dejó en la acera, frente a las escaleras, dándole un beso y deseándole lo mejor del mundo, además de una serie de indicaciones, entre ellas que no dudara en llamarla si algo ocurría.

Entrar al instituto no fue complicado, lo que la llenó de confianza. Tal como lo había practicado en toda la semana, fue capaz de dar cada paso sin vacilar, pero una vez dentro todo cambió. 

El ruido producto de las voces disonantes, la mezcla de olores, los cuerpos apretándose, desplazándose contra ella, cruzándose en su camino, la desorientaron por completo. 

Más de una vez intentó retroceder para reiniciar su conteo mental, dándose cuenta que solo estaba empeorando la situación. En un intento desesperado decidió orientarse a través de las paredes, comprobando que aquello también era una misión imposible de realizar, pues muchos de sus nuevos compañeros estaban recostados en ellas y no le daban permiso para continuar su camino.

Tantas fueron las veces que había intentado retroceder y continuar en vano, que la ansiedad comenzó a apoderarse de ella. La respiración se le estaba haciendo más pesada, tuvo que llevarse la mano al pecho, buscando calmar su asustado corazón. 

El mundo exterior era un caos, y su mundo interior estaba desmoronándose. Sentía que de un momento a otro sería absorbida por un agujero negro. La sensación de vacío crecía en su interior. Entonces, sintió una mano fuerte que sujetó su brazo. La voz, que escuchó al pronunciar su nombre, y el aroma suave a vainilla le hizo pensar inmediatamente en Ibrahim.

—¡Ibrahim! —dijo ligeramente emocionada, pues sabía que aquel instante de confusión podía equivocarse.

—Te llevaré al Auditorio. Es imposible andar por estos pasillos durante la primera semana. Todos están excitados saludándose e inventando situaciones novedosas que, supuestamente, hicieron en vacaciones, cuando la verdad es que la única diversión que tuvieron fue ver televisión y jugar en alguna consola prestada. Pero, tranquila —observó al sentir la presión leve de la mano de la chica sobre su brazo—, la próxima semana comenzarán a faltar o a llegar tarde, así que se te hará más fácil desplazarte.

Maia le sonrió, lo que complació a Ibrahim. Mientras caminaba con ella, sujeta a su brazo, no pudo evitar sentir lástima por su situación. Él conocía mejor que nadie la naturaleza del corazón de aquellos jóvenes, sabía que poco les importaría la discapacidad de Maia, y que cuanto más esta tardara en aceptar que no podía engañar a todos durante el año escolar completo, le sería más fácil involucrarse y adaptarse a la dinámica escolar.

El Auditorio estaba repleto de estudiantes, por lo que decidió sentarse cerca de la entrada, previniendo que Maia quisiera salir del mismo, así no tendría dificultad de volver al pasillo, ya despejado. 

Pronto iniciaron los docentes coordinadores a hablar sobre sus proyectos y actividades extra-cátedra que ofertaba a los estudiantes. 

Mostrando poco interés en lo que estaban hablando los profesores, Ibrahim navegó con su mirada por todo el Auditorio, intentando localizar a Aidan, pero solo consiguió la reluciente cabellera dorada de Dafne, unas filas más allá de la suya.

Pensó en salir a buscarlo cuando el director tomó la palabra. El Auditorio se vino abajo en pitos y gestos de fastidio. Aquello prometía ser un espectáculo de magnitudes incalculables. Sería una tragedia no estar allí para verlo. Y tal fue su convicción que dejó que Maia saliera sola de aquel lugar.

Desde que entró al instituto, Aidan había decidido no participar en el acto de inicio del Año Escolar. No tenía ánimo para compartir con sus amigos, ni con nadie. En aquellos momentos solamente deseaba estar solo. Llenar su silencio con música. 

Había pactado con el encargado del coro que en sus horas libres se quedaría encerrado haciendo algo de música. No era que le gustara, solo le hacía olvidarse de su realidad. «Por lo menos es mejor que ahogarme en el alcohol», le había comentado a Ibrahim.

Tenía talento para ello, pero este no era del dominio público. Quizá muchos le habían oído cantar o tocar, pero nunca darían con él. Era un don que mantenía oculto. Era solo para él. Sabía que podía transmitir la esencia de sus sentimientos, y estos eran muy privados para compartirlos.

Te escribo en un rincón

donde siempre me has tenido

en soledad.

Hundido en un rincón

entre polvo

y el olvido(2).

Cantó la dulce y triste melodía. Las lágrimas se aglomeraron en sus ojos, encendiendo sus bronceadas mejillas. Tenía tanto dolor dentro de él.

La puerta del salón fue abierta cuidadosamente. Maia caminó con la mirada fija hacia el lugar donde provenía aquella melodía, de donde fluía la melancólica y aterciopelada voz. Aidan tenía los ojos cerrados, necesitaba contener sus lágrimas, las cuales comenzaban a deslizarse por su rostro. 

La cercanía de alguien lo puso en alerta, abriendo sus ojos, se detuvo de golpe, bajando iracundo del escritorio en donde estaba sentado, mientras sujetaba con fuerza el brazo de la guitarra, y con su mano limpiaba bruscamente sus mejillas.

Frente a él estaba una joven, dedicándole una tierna sonrisa. Su mirada parecía encontrarse perdida en un mundo de sueños y fantasías. Era la primera vez que la veía, lo sabía porque de haberla visto antes le hubiera recordado fácilmente. Notó como un sutil rubor comenzó a embellecer sus mejillas. El cabello castaño caía, envuelto en suaves ondas, sobre sus hombros.

 A pesar de sentirse molesto, la faz de la chica le brindaba cierta serenidad. Su sola presencia hizo que abandonara sus impulsos de gritarle y correrla de aquel lugar que era tan sagrado para él. Tuvo la extraña sensación de haber estado con ella desde siempre. El vacío que el dolor estaba dejando en su alma comenzó a llenarse de paz.

Maia inclinó un poco su rostro, preguntándose qué había ocurrido con la música que escuchó. Preocupada, pensó en el papel de tonta que estaba haciendo en aquel instante. Cuando intentó reaccionar, Aidan buscó la manera de detenerla.

—¿Acaso no leíste el papel que coloque en la puerta? No puedes entrar en este salón. —Aquello no fue un buen comienzo, su voz sonó áspera, cuando lo que quería era retenerla en aquel sitio un poco más. De inmediato, se recriminó por ello, maldiciendo por debajo.

—¡Oh, lo siento! De verdad, no pensé —respondió apenada, bajando su rostro. Estaba teniendo el peor de los días—. Lo siento, en verdad —continúo compungida—. Discúlpame. Me dejé llevar por el sonido del instrumento y de tu voz. —Aidan se estremeció, sus palabras habían sido más bruscas de lo que se había imaginado—. De verdad, no quise —finalizó, dando media vuelta mientras extendía una de sus manos como si necesitara ayuda para ubicarse y poder salir de allí.

—¡Espera! —suplicó, haciendo que la misma volviera a estar frente a él—. Discúlpame. Siento haber sido tan arenoso(3). —Ella hizo un gesto de estar extrañada—. ¡Grosero! Quiero decir, grosero, molesto. Es que tengo un pequeño problema con eso de que me vean cantar. No ha sido tu culpa.

—Entonces —comenzó con picardía—, ¿puedo quedarme? —Aidan la miró asombrado, en ningún momento quiso darle la impresión de que podía quedarse más de la cuenta—. Soy invidente, no podré verte cantar, así que prometo no ser un estorbo. —Él no dijo nada, su silencio fue suficiente para hacerle entender que no estaba asimilando lo que le estaba diciendo—. Soy ciega, será muy difícil para mí verte cantar.

—¡Oh, oh! —Fue lo único que pudo exclamar. Ella se había tomado, literalmente, lo de «tengo un pequeño problema con eso de que me vean cantar». Usó la palabra ver, y ella no podía ver. Y, al parecer, ella sería la primera persona que lo escucharía, sentada frente a él. Las reservas con sus compañeros lo había llevado a esconder su identidad, aunque no ignoraba el hecho de que muchos lo habían escuchado, pero ninguno había osado plantarse frente a él y escucharlo. Sonrió con aire de suficiencia. Esa chica no era nada tonta—. En tal caso —dijo soltando la guitarra, caminó hacia Maia tomando su brazo con delicadeza, mientras la dirigía a una de las pocas sillas colocadas frente al escritorio—, haré una excepción, permitiré que me escuches.

—¡Es un gran privilegio! Es la primera vez que asisto a un concierto en vivo —comentó rápidamente, sin poder evitar escuchar la risita que por debajo se le escapó a Aidan, unos ligeros hoyuelos aparecieron en sus mejillas. Sus ojos se llenaron de picardía, y se lo permitió, porque Maia estaba ignorante de todo ello.

—Mi nombre es Aidan Aigner —comenzó—, y lamento informarte que no soy tan bueno como te imaginas. —Se acercó al escritorio, con la guitarra en la mano, tomando la posición que había dejado cuando fue interrumpido.

—Déjame a mí juzgar eso. Cantar implica mucho más que tener una hermosa voz, y sea lo que sea que te esté ocurriendo solo hace que la melodía sea más vivida, más real. —Aidan la miró, al principio con miedo, no quería que sus emociones fueran expuestas de aquella manera; luego con admiración, contemplándola, con la guitarra en sus piernas y la pajuela entre sus dedos índice y medio—. Pero, quizás me vea sugestionada y complaciente porque me has permitido "verte" cantar —concluyó con picardía, haciendo énfasis en la palabra verte.

—Pero puedes escucharme. Bien —dijo haciendo una mueca coqueta—. Por cierto, aún no sé cuál es tu nombre.

—Maia Santamaría.

—Entonces, Maia Santamaría, espero puedas disfrutar esta canción.

Sin decir más, colocó sus dedos sobre las cuerdas y comenzó a cantar. La luz entraba nítida en la estancia. La sonrisa de Maia era extensa. De vez en cuando entrejuntaba sus labios para tragar. La emoción se le estaba acumulando en la garganta. Más de una vez, Aidan pudo verla cerrar sus ojos.

La música, el sonido aterciopelado y afinado de su voz la iban transportando a un mundo que hasta ese momento había sido completamente desconocido para ella. Y él, ni siquiera era capaz de imaginarse lo que le estaba haciendo sentir, pues él también tenía sus sentimientos a flor de piel.

Aidan no pudo evitar contemplarla, no se atrevió ni a parpadear. Sus lágrimas se convirtieron en admiración. Intentó, sin lograrlo, bajar su mirada para procesar sus emociones.

Esa canción era para Dafne, para Irina, pero se convirtió por completo en una dedicatoria a esa extraña, que por ratos se estremecía sintiendo su dolor. Y descubrió que compartir su música no era tan malo.

Siento el aire espeso,

ya ni puedo respirar,

me dueles hasta el hueso

mientras invento esta canción(2).

Cantó, viendo las mejillas de la chica ruborizarse.

Una vez terminada su ejecución, dejó la guitarra a un lado, preguntándole a Maia que le había parecido. Tuvo que esperar a que esta se recuperara.

—No puedo entender por qué no quieres ser escuchado.

—Hay cosas que nos avergüenzan decir.

—Creo que estoy en deuda contigo. ¿Me permitirías mostrarte lo que puedo hacer? Así podremos avergonzarnos mutuamente.

Aidan sonrió, con esa sonrisa torcida y a la vez tan perfecta. Sus verdes ojos se iluminaron, brillando con intensidad.

—Muéstrame qué puedes hacer —le retó.

—¿Tienes dónde conectar esto? —preguntó, sacando su celular—. Canción número cinco, detener. —Le ordenó al aparato, tendiéndoselo luego a Aidan.

—Sí, claro que tengo donde conectarlo. —Lo tomó, dirigiéndose al amplificador que estaba cerca de la ventana corrediza.

Maia aprovechó aquel espacio de tiempo para preguntarle qué tan desocupado estaba el espacio, respondiéndole que estaba prácticamente vacío, mientras arrimaba las sillas hacia las paredes.

Acostumbrada a sentirse segura, Maia se dedicó a contar sus pasos, esbozando una vaga idea sobre la cantidad de espacio con la que contaba. Caminó hasta tropezar con una de las paredes, dejando allí su maletín y la carpeta. Volvió al centro del salón, le indicó a Aidan que podía encender el reproductor. Enseguida la música invadió toda la estancia, y ella comenzó a bailar.

Aidan pensó que aquello era una broma, ¿cómo una chica invidente podía ser tan buena bailarina? En verdad tenía mucho talento. Completamente extasiado, no pudo darse cuenta de que Maia lo invitaba a bailar con ella. Tuvo que obligarse a reaccionar para salir a su encuentro. Dejándose llevar por la música, intentó seguir el ritmo e imitar los pasos de la grácil chica.

Y el "Efecto Irina" se hizo presente: Su Don, su hermana, y hasta la propia Irina dejaron de existir por esos cuatro minutos. Se atrevió a reír, a disfrutar de la alegría que aquella extraña le ofrecía, saltando con brazos extendidos, expresando la música a través de su cuerpo. 

Se dio cuenta de lo poco que ella tenía, y de cómo hacía que un imposible pareciera algo tan sencillo de realizar. Se lamentó ser tan negativo, derrotista: No podía cambiar el hecho de haber sido el elegido, pero sí podía mejorar su relación con su hermana.

La sensación que había experimentado en cuanto vio a Maia parada frente a él por primera vez, aquel sentimiento de haber recobrado el equilibrio en su vida, de tener una felicidad que excede el razonamiento humano, que no te hace gritar de euforia, pero te da seguridad y paz, volvió a repetirse. 

Tantas veces había buscado su ola perfecta, y en ese momento, aquel salón se había convertido en su playa, surgiendo de su interior la ola que tanto había anhelado.

La música dejó de sonar, lo que hizo que ambos se detuvieran. Con las manos en los hombros del otro, se apoyaron para descansar.

—¡Eres asombrosa! ¿Cómo puedes bailar tan bien?

—¿Me lo pregunta el chico que canta como los ángeles y no quiere que lo "vean"?

—Solo te regalé mi dolor.

—Y fue tan intenso que me hiciste descubrir la inmensidad de tu corazón. Si tanto eres capaz de sufrir, tanto eres capaz de amar.

—No sé qué responder a eso. Pero has hecho que mi tristeza se convirtiera en alegría, me has regalado un motivo para afrontar mis problemas, y eso te hace aún más asombrosa.

—Puedo asegurarte que ambos nos hemos compensado, y te estoy agradecida por eso. —Aidan sonrió—. Ahora, ¿te puedo pedir un favor?

—Sí, ¡claro!

—¿Podrías llevarme al Auditorio? Creo que no podré llegar sola.

Aidan rio estrepitosamente, sonrojando a Maia. 

—Tranquila, todos nos hemos perdido buscando el Auditorio—confesó. Desconectando el celular de la chica, caminó hacia el sitio donde había dejado el maletín y la carpeta, las tomó para dárselas. Cogió su brazo, entrelazándose con él. 

Aidan le regresó su maletín, quedándose con su carpeta para facilitarle el traslado.

—Eres una persona muy amable.

—A veces suelo ser un caballero..., solo cuando estoy de buenas —bromeó.

—¿Eso quiere decir que hoy es mi día de suerte?

—Creo que sí... Maia, te puedo pedir un favor.

—¡Claro! Dime.

—No le comentes a nadie que me has visto. —Bajando el rostro, rectificó—. Que me has escuchado cantar. No quiero que me presionen para cantar. Es algo que disfruto, que es muy mío. Aunque se sintió bien compartirlo contigo.

—Tu secreto está a salvo conmigo —contestó, sin agregar nada más.

El breve tiempo que duró el recorrido desde el salón de ensayos hasta el Auditorio, Aidan lo aprovechó para conocer un poco más sobre Maia, cómo había sido su educación en casa y su proceso de aprendizaje para bailar. Ella contaba emocionada su historia, sorprendida de que alguien quisiera conocerla, mientras se cuestionaba por la amplitud del liceo. 

Había memorizado cada camino, cada ruta, y sin embargo le resultaba complicado ubicarse, quizá era consecuencia de las emociones vividas en la mañana, probablemente eso mermó su confianza, o fue el hecho de que nunca se detuvo a considerar la cantidad de personas que podía encontrarse en los pasillos del instituto. Pero, a pesar de todo lo mal que lo había pasado, estaba comenzando a sentirse como en casa: Ibrahim y Aidan habían hecho su día más fácil.

—Señorita, es mi deber informarle que hemos llegado al Auditorio.

—¿No entrarás?

—No soy dado a las largas charlas sin sentido. Pero, de seguro que nos veremos más tarde. He cumplido con mi obligación, gustosa por demás, de traerla sana y salva hasta aquí —dijo colocando su mano en el pómulo de la puerta.

Maia sonrió, empujando la puerta. Aidan pudo contemplar el alboroto que se había formado dentro del lugar hasta que la puerta se cerró detrás de la joven.

***

(1)Morichales: Moriche, Morete. Palma que suele crecer en suelos muy húmedos o sobre el agua. Puede alcanzar los 35m de altura.

(2) "Hundido en un rincón", de Maná.

(3)Arenoso: De trato poco sutil. 

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