Celos
Ibrahim no tuvo que darle muchas explicaciones a sus padres sobre la herida de su cuello. Solo el mencionar a los Harusdra fue suficiente para que le dictaran toque de queda.
De ahora en adelante no iba a poder salir sin alguno de ellos. Ni siquiera pudo convencerlos después de levantar unas hojas de papel, lo único que consiguió fue el permiso para ir a entrenar el fin de semana con Itzel o Aidan, y eso porque todos habían coincidido en que más que una necesidad era una urgencia.
Él sabía muy bien que eso iría más allá. El Clan Sidus sería informado de los ataques. Todos estaban en peligro, pero a él lo que más le preocupaba en aquel momento era el hematoma de su cuello. Parecía una gargantilla gótica. No quería ni imaginarse las burlas y los comentarios homofóbicos al respecto.
Mas no todo fue tan cruel a la mañana siguiente. El clima no mejoró, aun cuando la presencia de la lluvia había desaparecido. El cielo seguía cubierto de nubes grises como gases de emulsión, tan compactas que no hacían dudar sobre la existencia del Sol. Tomó un suéter pasándose la cremallera hasta el final.
Era viernes. Ya vería lo que pasaría el lunes con su moretón.
Bajó las escaleras con su morral en la espalda, tomó el desayuno y se marchó con su papá.
En cuanto llegó al instituto, la lluvia volvió a hacer acto de presencia, por lo que tuvo que correr para no mojarse.
En el pasillo tropezó con Itzel, esta iba menos abrigada que él, por lo que lo miró extrañada.
—Estás exagerando, Ibrahim —le comentó—, pero te ves muy bien con ese suéter. Si fueras de mi tipo te besaría.
—¡Oh! Creo que debo agradecer el comentario.
—No lo hice con esa intención —respondió entrando al salón de Aidan. Este se encontraba leyendo sus apuntes—. ¿Estudiando?
—¡¿Eh?! —contestó Aidan levantando la mirada—. Me estaba quedando dormido. En este país debería existir una Ley donde se prohíban las clases los días de lluvia.
—O cuando los estudiantes han sido atacados —aseguró Ibrahim.
—¿De qué hablas? —le preguntó Itzel, mientras Dominick entraba al salón, saludando con un gesto de su mano. Ibrahim se bajó la cremallera del suéter—. ¡Qué rayos...! —exclamó acercándose para ver más cerca su cuello—. ¿Qué te pasó? —le interrogó horrorizada, llevándose las manos a la boca.
—A ver —dijo Dominick, dándose cuenta de que aquello era el cardenal más feo que había visto en su vida—. ¡Compadre, está de muerte!
—Ayer nos atacaron —contestó Aidan con seriedad—. Corrimos y... —se interrumpió con la llegada de Saskia.
Esta no venía sola. Griselle la acompañaba. Itzel miró consternada a todos lados. Su presencia en aquel salón estaba justificada, pero no la de Dominick. Sin embargo, a este poco pareció importarle que lo encontraran con ellos en aquel salón.
—¡Guao! ¿Se puede saber qué hacen todos ustedes aquí? —les preguntó Griselle.
—No es tu problema —respondió Aidan.
—¿No me digas que ahora son amiguitos? —agregó observando fijamente a Dominick.
En ese momento, Maia cruzó la puerta, y detrás de ella Irina. Itzel y los demás vieron como sus Sellos comenzaban a resplandecer con un dorado intenso, el color había cambiado, pero ninguno podía ver quién era la que tenía el otro Sello, el de Ignis Fatuus. Mas a ninguno le dio tiempo de pensar en eso.
Maia no sabía que Irina estaba detrás de ella, pero sí percibió el aroma de Dominick. Este no dejó de sonreír dulcemente desde que la vio, pronunciando su nombre. Maia corrió a abrazarlo.
Ibrahim se dio cuenta de que la mirada de Aidan pasó de lánguida y brillante a torva en un parpadeo. Y él sabía cuál era el motivo. En medio del salón, entre su mesa y la puerta estaba Dominick arropando completamente a Maia con su cuerpo y ella sonreía como niña entre sus brazos.
El mayor temor de Ibrahim, en aquel momento, era que Aidan hiciera algo para separarlos, y por primera vez agradeció que Irina estuviera allí para hacer el ridículo.
—Algunas personas suelen volverse fáciles con el clima.
—¡Irina! —exclamó Itzel.
—¡Vamos! No sé de qué te asombras.
—No permitiré que le hables así —le contestó Dominick en tono amenazador. La tensión de sus músculos hizo que Maia llevara sus manos hasta sus bíceps, lo detuvo.
—No, Nick, déjala. Hoy no me importan sus insultos, ni sus insinuaciones —dijo, sonriéndole—. ¿Vendrás a casa? —El corazón de Aidan dio un vuelco: Iba a matarlo, ¡lo iba a matar!—. Gonzalo llega esta tarde y sé que estará encantado de verte.
—¿Y me imagino que el algodón de azúcar de Ignacio viene con él? —le respondió con poco ánimo.
—No. Iñaki se quedará un tiempo más con mis tíos.
—Iñaki, el valeroso —se mofó.
Nadie estaba entendiendo sobre qué iba la conversación, pero era evidente que Aidan no era el único celoso en el salón.
—Él no es tan malo —insistió Amina.
—Nadie que sea tan sobreprotector puede ser bueno —le dijo cortante.
—¿En serio? —resopló Aidan, observando a Dominick con el ceño fruncido y mirada retadora.
Itzel e Ibrahim lo vieron. Seguían sin entender el comentario: Aidan también era sobreprotector.
—Sabes que, Iñaki me quiere mucho. Me protege igual que tú. —De Ibrahim salió un «¡Uff!», aquello había sido un bofetón para los dos chicos—. Cuando lo conozcas...
—De todas maneras no puedo —le interrumpió, intentando sonar lo más dulce posible—. Esta tarde saldré con Irina, ¿verdad?
—¡Claro! —contestó. Al parecer Maia le había hecho un favor.
—¡Oh! —respondió, siempre con su tierna sonrisa—. Entonces, lo verás luego. Sé que Gonzalo estará muy contento de verte.
El timbre sonó. Cada uno se dirigió a su salón. Aidan no saludó a Maia. Tenía demasiadas cosas en qué pensar y estaba muy molesto como para disimular, mas ella sabía que él estaba allí.
En cuanto se sentó en su silla, se volteó al puesto de Aidan. Este se sorprendió pero no la saludó.
—Aodh —dijo recostándose en sus manos, las cuales descansaban sobre la mesa del joven—. Me gustaría mucho que conocieras a Gonzalo.
—¡Claro! Soy el consuelo —pensó viéndola con ironía, mientras ella lucía tan ingenua y continuaba hablando.
—¡No sé qué le pasa a Dominick! —exclamó, molesta.
—Quizá te quiere tanto que le enfada que vayas a comer con otro —estuvo tentado a decirle, pero optó por no emitir su opinión.
Ella no obtuvo respuesta de él por lo que se volvió al frente, repitiendo sus acostumbrados hábitos. No había pasado más de quince minutos cuando Aidan se inclinó en su mesa.
—¡Vale! Quiero conocer a Gonzalo —susurró.
Maia sonrió, sin voltearse. Eso era lo que ella estaba esperando.
En los días lluviosos, el colegio habilitaba el comedor para el esparcimiento de sus estudiantes, el cual no había estado en funcionamiento toda la semana porque el horario académico se había acortado hasta las doce, dando chance a que los alumnos se habituaran al horario académico.
El comedor era del tamaño de un gimnasio, sus paredes eran blancas, con mesas y bancos color arena. Tres de sus paredes estaban adornadas con panorámicas de gran altura, por donde entraba mucha claridad.
El único problema del comedor era que las mesas eran de ocho personas, y no había espacio suficiente para sentarse apartado. Aunque esto no era un problema tan mayúsculo para Maia. Itzel la encontró en la entrada. Tomándola por el brazo se fue con ella a la mesa de Aidan. Dominick se había sentado allí, frente a él estaba Dafne, a su lado Irina y Griselle.
Itzel observó la mesa adjunta descubriendo a Saskia con Martina. Como siempre, ella era la excluida. Sintió pena por esta, pero era poco lo que podía hacer para sacarla de aquella situación, sobre todo porque era ella misma la que tenía que decidir ponerle fin a su tesitura.
En cuanto se sentó, se dio cuenta de que aquello había sido un terrible error hasta Ibrahim se acomodó en su puesto.
—¿Y quién es Gonzalo? —preguntó Irina. Dominick apretó la mandíbula, mientras Aidan se concentraba en su plato.
—Es un primo —respondió, haciendo que Aidan la mirara. Se acordó de los chicos que ella había nombrado el día anterior.
—No son tus primos —refutó Dominick.
—¡Basta, Nick! —le dijo—. ¡Es suficiente! Gonzalo no te ha hecho nada.
Dominick no respondió. Se levantó, con Irina y Griselle detrás de él. Maia metió su rostro entre sus manos, mientras los otros se miraban consternados.
—Quizá por eso está celoso —se atrevió a decir Ibrahim.
—¿Celoso? Gonzalo nunca se fijaría en mí, no es de ese tipo —respondió molesta—, y mucho menos Ignacio. —Bajó el rostro—. Mejor me voy.
—No —le dijo Aidan tomándola del brazo, en un rápido movimiento, pero con tanta ternura que Itzel e Ibrahim se miraron—. Dijiste que era un buen sujeto. Yo lo quiero conocer. Es más, ¿te parece si el domingo nos reunimos en la playa?
—¿Lo invitarás a surfear? —insinúo Ibrahim.
—No. —Sonrió malicioso—. Jugaremos fútbol. Y tú jugarás.
—Sabes que soy malo jugando.
—¡Qué modesto! —exclamó Itzel riendo, mientras Maia se acomodaba nuevamente en su puesto—. Sabes que eres uno de los mejores defensas que tiene Costa Azul.
—No me veré bien jugando con... —Inmediatamente hizo silencio.
Itzel y Aidan lo observaron con curiosidad, dándose cuenta de que Ibrahim no se detuvo por causa de Maia.
En el comedor, algunos de los estudiantes comenzaron a exhibir los Sellos de los Clanes de Ardere, Sidus, Lumen, Astrum y Aurum. Hasta el mismo Dominick que estaba en la puerta, quedó pasmado al ver su Sello en la espalda de ocho compañeros.
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