Antes ella que la Hermandad

Sentado con una taza de café en la mano, Gonzalo esperó a que su prima saliera del baño. Amina tenía un rostro mucho más animado en comparación con el del día anterior, el vestido blanco con diminutas flores de muchos colores serenaba su apariencia. Él sonrió, mientras ella dividía su cabello para recoger la parte delantera con un gancho.

—Simplemente, hermosa, mi Amina.

—¡Gracias! —exclamó inclinando dulcemente su rostro.

—Veo que anoche fue una buena noche.

—¿Bebes café?

—Sip.

—Si quieres la versión completa debes traerme una taza de café.

—Me conformo con la versión resumida.

—Lo busqué fuera de la fiesta y charlamos. Luego tú y yo volvimos a casa.

—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Eres muy astuta! Has ganado, iré por tu taza de café.

Mientras Gonzalo salió de la habitación, ella caminó hasta su escritorio, rodó su blanca silla y se sentó abriendo la segunda gaveta a mano derecha. Con su mano tanteó hasta dar con unos zarcillos de perlas azules que comenzó a ponerse cuando su primo apareció. 

Este se recostó de la mesa, colocando la taza de café frente a ella. El aroma subió hasta su rostro, Maia cerró sus ojos aspirando la dulce fragancia matutina. Tomó la taza y bebió un sorbo.

—Hablamos. Él es la persona más tierna del mundo, Gonzalo. Le expliqué que no podía estar con él, y prometió no convencerme de lo contrario porque no deseaba que viviera el infierno que él estaba viviendo.

—Me imagino que se refiere a la Fraternitatem.

—Sip. Intentó hacerme entender que no era seguro estar cerca de él, que no se perdonaría si algo me llegara a pasar por su culpa.

—Muy noble, sí, en especial viniendo de un Ardere. —Bebió de la taza.

—Es un Ardere con un gran corazón, pudo ser egoísta, pero aun así no quiso... Sentí sus lágrimas en mis manos, ¡ni te imaginas cuánto me ha llorado! Y eso me lastima, ¿sería capaz de protegerme si se entera que soy una Ignis Fatuus?

—La verdad creo que el problema no es que descubra que eres del Clan de Ackley, sino que eres la Primogénita y tienes una misión.

—No pienso vengarme de él, ni hacerle daño a nadie.

—¿Aun cuando eso vaya en contra de tu propia gente?

—¿Acaso no es suficiente el sacrificio que estoy haciendo, Gonzalo? ¿No es una prueba de lealtad tener que renunciar a él? No puedes entenderlo, porque no has amado como yo.

—No, quizás no, pero sí puedo asegurarte Amina que moriría antes de verte sufrir, antes de verte morir.

—Y yo no puedo lastimarlo, sin lastimarme. Si me vengo de Aidan, si le quito la vida, entonces  me volveré loca del dolor y te arrastraré conmigo. ¿Le daremos el poder al enemigo solo por conseguir una venganza? ¿Tan poco valor tienen nuestras vidas?

—¿Tanto lo quieres?

—Lo quiero, sí, mas podría asegurarte que él me quiere más.

—Y te querrá hasta que descubra quién eres, hasta que la realidad les haga entender que nuestros Clanes nacieron para ser enemigos.

—No convertiré mi amor en una tragedia griega, Gonzalo. No lo sacrificaré, ni daré más de lo que tenga que dar.

Maia se levantó, dirigiéndose a la puerta con la taza de café en la mano. Gonzalo aún seguía inmóvil, recostado de la mesa, observándola con la taza pegada a sus labios.

—Amina, ¿pagarás nuevamente con tu vida?

Ella se volteó. No pudo evitar que una lágrima solitaria recorriera su mejilla.

—Solo si ustedes me obligan a ello.

Gonzalo caminó hasta ella y la abrazó. Besó con devoción sus cabellos mientras su prima se aferraba a él.

—Quiero que seas feliz, y lo sabes. Por ti soy capaz de dejar a un lado mi rivalidad con Ardere, y si Aidan es, como creo que es, lo suficientemente bueno para ti, entonces, lucharé por ustedes, por su felicidad.

—Gracias, mi Custos.

—De nada, mi princesa.

Aidan tomó una franela cuello panadero menta de franjas rojas, se colocó los dijes que le había regalado Ibrahim y salió al pasillo. 

Rafael iba hacia las escaleras cuando se topó con él. Le sonrió. El rostro de su nieto estaba demacrado, sus ojeras seguían sobresaliendo como una máscara tatuada a su piel, sin embargo lo encontró mejor de ánimo, incluso llegó a sonreírle con aquella extraña mueca infantil que hacía que sus ojos se tornaran de un verde esmeralda.

El chico pasó la mano por los mechones de su frente dejando su rostro al descubierto. Él también podía ver lo orgulloso que estaba su abuelo. 

Rafael colocó su mano en el hombro izquierdo de su nieto y abrazados bajaron las escaleras.

—¿Reunión con la Hermandad?

—Eso es correcto, abue.

—Veo que estás...

—¿Contento? —le preguntó, mientras hacía girar su mano derecha sobre su muñeca, lo que Rafael comprendió como un claro «¿Más o menos?»—. Pues no es tan fácil como parece. Ella me quiere abue, y ¡yo la amoooooo! —exclamó en el instante que sus mejillas se sonrojaban.

—Entonces, ¿estarán juntos?

—Nop... Verá abuelito, no quiero exponerla al peligro al que yo estoy expuesto. No me perdonaría si algo le llega a pasar.

—¿Y ella que dijo al respecto?

Por primera vez Aidan pensó en ello. Maia no le había pedido explicaciones a pesar de sus argumentos tan escuetos, tampoco hizo pregunta alguna cuando él se refirió al abismo en el que estaba cayendo.

—Ahora que lo pregunta, ¡es tan extraño! Casi le dije que mi vida estaba en riesgo y ella solo se centró en el hecho de que no podía verme, y eso ya no me importa.

—¿Qué piensas hacer?

—No lo sé, abue. Quiero ver adónde va a parar todo esto de la Hermandad, si en algún momento deja de ser peligroso —suspiró—, o si nunca dejará de serlo. Entonces, decidiré. Por los momentos, me conformaré con tenerla cerca, como amigo.

—Poca cosa aspira el heredero de Evengeline.

—Bien, por lo menos no terminaré entregando mi Clan como lo hizo ella.

—¿Eso es lo que verdaderamente temes?

—No entiendo.

—¿Por eso estás renunciando a ella? ¿Por eso tienes miedo de luchar? ¿Temes fallarle a la Hermandad por protegerla?

—Temo perderla antes que perderme o perder la Hermandad. Un par de noches atrás lloré tanto que sentí que los ojos se me secaban, el corazón se me hizo añicos, y ¿sabe qué es lo peor? Que en ese momento no había lágrimas, ni gritos, ni desmayos que pudieran disminuir el dolor, porque la verdad, hacerlo desaparecer, de plano, ¡era imposible! Creo que si me hubiesen quemado vivo no hubiera sufrido tanto.

—¡Muchacho! —exclamó, frotando su hombro—. No sabes lo que dices, ¡nunca te has quemado!

—Créame, abuelo, desde anoche sé muy bien lo que es morir quemado.

—¿De qué hablas?

—Volví a tener uno de esos sueños raros. ¿Recuerda el que tuve con Evengeline y el dragón? —Rafael asintió—. Fue algo parecido, pero no era Evengeline la que se enfrentaba con el dragón, era yo, y estaba en esta época. Bien, iré a desayunar, son las diez. —Confirmó viendo su reloj—. Y si me atrevo a llegar tarde, Itzel me dirá hasta del mal que moriré. —Caminó hacia la cocina.

—¿Almorzarás aquí?

—Nop —gritó—. Al parecer, sobró tanta comida de la fiesta que Itzel la llevará al parque... Será un inolvidable picnic de la Fraternitatem Solem.

Rafael se detuvo, escuchar a Aidan pronunciar palabras en latín no solo era gracioso sino alarmante. ¿Cómo había llegado a saber que esa el verdadero nombre de la Hermandad? Era casi imposible, si algo no tenía Aidan era cualidad para aprender lenguas muertas, ni modernas, a lo sumo aprendió el castellano porque sería el colmo no dominar la lengua materna, el inglés nunca se le dio, aun cuando poseía una excelente audición. O, simplemente, estuvo engañándolos todo el tiempo.

Por otro lado, aquellas visiones que comenzaron luego de la aparición del Donum se fueron haciendo cada vez más comunes. 

Rafael sabía muy bien que su nieto desconocía la importancia de las mismas, del cómo cada una de ellas intentaba darle una señal, una orientación para sobreponerse a los acertijos de la vida: Sentir el amor de Ackley por Evengeline tenía que enseñarle respeto y entrega, sacrificio y fidelidad, y Aidan creció, dejó de ser un triste enamorado para conocer los triunfos y las derrotas en el amor, que este sentimiento va más allá de un tonto deseo romántico; su cercanía a Evengeline le mostraba obligación y cautela. 

Su Aidan se había vuelto un chico obediente y leal a la Hermandad, pero no era nada cauteloso, pues, ¿qué se podía esperar de un muchacho cuya única preocupación en la vida era pasar de año escolar y no perder olas de más de dos metros? Y él estaba haciendo mucho más, había rescatado a Ibrahim de las garras de la muerte, había doblegado su recelo con Dominick, incluso dejó de ser tan incisivo con la misma Saskia. Llegó a sufrir por Dafne, comprometiéndose con esa cruz que podía ser mortal para su hermana, y se mostraba atento a las necesidades de Itzel y su familia.

Pero Maia era otra cosa, y Rafael lo sabía muy bien. Esa chica menuda se había convertido en el eje, en la base, en la columna del corazón de Aidan y ambos podían sucumbir si se desplomaba. 

Quizá la decisión de su nieto era la más prudente: Tener a Maia alejada le garantizaba paz a los Clanes y a sus propias vidas, mas no en vano, sus años vividos, le exigían que había algo más y, él creía tener la certeza de lo qué estaba pasando.

Visiblemente aburrido, Gonzalo comenzó a leer todos los lomos de los libros que estaban en la planta baja de la biblioteca, mientras Maia revisaba sus cuentas personales. La casa se había convertido en un pandemónium, y no era para menos, los padres de Gonzalo y su querido hermano menor estarían allí antes de las doce.

Aquella demostración de pleitesía tenía fastidiado el ánimo de Gonzalo, el cual no entendía el porqué sus padres consideraban a Ignacio como el mejor cuando los dos tenían Dones tan poderosos como para proteger a Maia. 

Sin embargo, él tenía un as bajo la manga desde el día en que por poco su prima lo carboniza, él podía ver el Sello de los demás miembros de la Hermandad sin importar si estaban todos juntos o no, y eso, ni siquiera los mismos Primogénitos podían hacerlo todavía. Un Don que lo ponía por delante de su hermano.

—¿Conseguiste algo interesante? —le preguntó Maia atendiendo el caminar angustiado de su primo por la habitación, así como los suspiros que de vez en cuando se le escapaban.

—Nada que me diga cómo sobrevivir a mi familia.

—Tus padres no vivirán aquí.

—Eso lo sé y no me tiene muy feliz.

—¡Pero solo estarás a tres casas!

—¿Te has puesto a pensar en todo lo que me puede pasar en ese trayecto?

—¡Exagerado!

—No sabes lo que daría por cambiar contigo, así sabrías que es vivir con mis padres.

—¡Vamos, Gonzalo! Mis padres no dejarán que te vayas de casa. Mamá está muy unida a ti, eres el hijo gay que nunca tuvo.

—¿Intentas consolarme?

—Nop, tú sabes que es verdad. Mamá te adora, y no dejará que te vayas. A ver, de seguro tiene un plan, debe tenerlo, de lo contrario no estaría tan contenta.

—Quizá sea porque podrás enamorarte de Nachito.

—¡Zalo! ¡Vamos! Mami nunca me impondría sentir algo por alguien.

—Mami, no, pero papi, sí... En fin, Amina, si me voy de esta casa te juro que me volveré ermitaño.

Maia iba a responder cuando desde la sala escuchó el terrible acento maracucho de su tío, era una pésima imitación: Ismael había acabado con la musicalidad de la pronunciación. 

Apenas se levantó de la silla sintió la presencia de un hombre de contextura robusta que estaba parado frente a ella. Gonzalo dejó caer el libro que tenía en las manos, el sonido sordo que produjo el libro al golpear el suelo atrajo la atención de Maia.

—¿Amina? —dijo la dulce voz varonil.

Volviendo al frente, esta vez con sus ojos ligeramente encendidos vio el Sello rosa cobrizo de su primo palpitar en su frente: Ese era el Sello de los Custodes, el cual iba mutando del rojo intenso al rosa metalizado, resaltando por encima de los demás miembros del Clan.

—¿Eres tú?

Ella hizo un ligero movimiento con sus manos como diciendo «¿Quién más podría ser?», y él corrió a abrazarla. Sus músculos eran firmes, era un joven muy fuerte, atlético, olía a naranjas y especias. No podía concentrarse pues su aroma era muy intenso, se distrajo al sentir a Ignacio sumergiendo su rostro en sus cabellos.

Contuvo el aliento, su primo la estaba asfixiando, aunque, después de conocer los planes de su padre no quería tenerlo cerca. Y sintió asco de que fueran sus brazos los que estuvieran abrazándola con tanto fervor.

—¡Nachito, hermanito! —gritó Gonzalo, lanzándose encima para un abrazo grupal—. ¡Qué matas a la pobre Amina!

Ignacio la soltó, no tanto por el grito de su hermano sino porque su relación con él no era del todo buena. Amina pudo respirar, en ese momento amó a Gonzalo con todo su corazón.

—Pensé que no saludarías a tu hermano mayor.

Custos menor.

—¿Ah sí?

—¡Chicos, por favor! ¡Todos somos familia! —Intentó tranquilizarlos y poner a Ignacio en su lugar—. Me alegra mucho tenerte con nosotros, Ignacio. Mi papá nos ha tenido al tanto de tus entrenamientos, ¿qué tal han sido?

—Cómo puedes pedirme que hable de entrenamiento cuando hay cosas más importantes de las que podemos hablar. Por ejemplo, ¿cómo has estado?

—Veo que no tienes acento. —Sonrió Gonzalo, pero Ignacio solo lo miró de soslayo.

—Estoy bien. Mis padres me han dejado ir al colegio y no te puedes imaginar lo feliz que me he sentido durante estos días —confesó, Gonzalo no pudo evitar sonreír con ironía, ¡si lo sabía él!

La conversación con Ignacio duró muy poco, pues la tía Gema entró abrazándola, incluyendo a Gonzalo en el abrazo, y llenándolos de besos y bendiciones. Un poco más tosco se sintió el saludo de Ismael para con Gonzalo, sin embargo con Amina fue otra historia.

Después del encuentro se dirigieron a la sala en donde una extensa discusión sobre los avances de Ignacio y su importancia para la sobrevivencia de Ignis Fatuus no se hicieron esperar. Por más de dos horas la conversación giró entorno al hijo mimado de la familia Santamaría.

—¿Y qué tal se ha portado mi Gonzalo?

—Es el mejor compañero, Gema —comentó Leticia—. Ha sido un hermano para Amina tanto que nos entristece que tenga que marcharse con ustedes.

—Pero, ¡solo estará a tres casas!

—¡No es lo mismo! —exclamó la mujer mientras los hombres conversaban sobre los niveles de destrezas con el arco y la espada que Ignacio había alcanzado.

—Por favor, tía, me gustaría tanto que Gonzalo se quedará a vivir con nosotros. Él es motivo de alegría para mí. ¡Me es de tanta ayuda!

—No sabes como me alegra saber que quieres tanto a mi Gonzalo, y espero que Ignacio pueda llegar a ser tan apreciado como lo es él.

—Lo será, tía, pero por favor, no me prive de la presencia de mi primo... Él se ha convertido en mis ojos, es mi quinto sentido.

La mujer sonrió, no pudo evitar que la alusión de Maia le dejara de cautivar.

—¿Es tu lazarillo, querida?

—Es más que mi lazarillo, tía, ¡son mis ojos!

Gema amplió aún más la sonrisa, haciendo que Leti tomara la mano de Amina apretándola sutilmente. Lo había conseguido, Gonzalo se quedaría con ellas. 

La conversación se desvió a otros temas, Maia tanteaba su reloj cada cierto tiempo, había quedado encontrarse con Dominick en el parque a la una, por lo que con solo llamar a su madre, esta les invitó a todos a pasar hacia el comedor.

El Parque Golondrina era una de las zonas más frescas de toda la ciudad, sus amplios jardines, sus árboles frondosos, sus caminos de tierra y gravilla, el caudaloso río que lo atravesaba, el fresco aroma a manantial, el canto armonioso de los cristofué, azulejos, canarios, turpiales, garzitas de río y paraulatas llenaban la tarde. Un suave viento soplaba entre los árboles.

Irina había llegado con Griselle al parque. Su amiga no estaba invitada al picnic y no la llevaría, pero la necesitaba. Ella sabía muy bien que Maia se reuniría más tarde con los chicos, Ibrahim se lo había dicho, así que necesitaba de la ayuda de Griselle para desterrar de una vez por todas a la cieguita del grupo.

—Te esperaré en el ala norte del parque —le dijo Griselle—. Espero que en verdad ella te haga caso.

—No te preocupes. Le pediré el teléfono prestado a Dominick. Todo saldrá bien. —Por encima del hombro de Griselle vio a Aidan entrar cabizbajo, con los pulgares dentro de los bolsillos del pantalón de mezclilla—. Ahora vete, que Aidan ya llegó.

Griselle sonrió, marchándose. 

Para Aidan no fue complicado ver las señas y los brincos que Irina daba para llamar su atención, y eso lo desanimó mucho más. Levantó su mano, apretando ligeramente sus labios.

—¡Aidan! —Lo abrazó, él no le respondió—. ¡Tenía tantas ganas de verte!

—Ah, sí. ¿Y eso?

—Aún recuerdo nuestro beso. No puedo dejar de pensar en ti.

—¿Tan rápido dejaste de pensar en Dominick? —Con gusto vio como los ojos de Irina se desorbitaron—. Para ser mujer eres demasiado básica.

—Pensé que me querías.

—Irina, no creo que exista un hombre al que le guste ser acosado, y temo decepcionarte pues yo no soy la excepción. Si mis estrategias de conquista no sirvieron en un principio contigo, entonces es mejor no seguir intentándolo.

—¿Por qué?

Aidan no respondió. La pronta llegada de Itzel y Saskia lo salvó de la molesta compañía de Irina. Detrás de ellas venían Dominick e Ibrahim, llevando unas cestas. 

Los besos y abrazos no se hicieron esperar, solo Ibrahim le dedicó una ligera sonrisa a Itzel y a Aidan.

—Bien, ¿hay alguna novedad? —preguntó Dominick observando a Saskia tender el mantel rojo terracota.

—No pondré en peligro a Maia —confesó Aidan, sin evitar que todos lo vieran.

—Creo que ha sido lo más inteligente, Aidancito —comentó Irina.

—Eso sonó ridículo —la interrumpió Itzel—. Lo de "Aidancito" —aclaró—. Pero, ¿crees qué es lo correcto?

—Creo que es lo mejor para ella.

—Por mi parte continuaré tratándola como hasta ahora —dijo Dominick—. Me unen lazos muchos más estrechos con Maia, y no la voy a dejar por la Hermandad.

—¿Sin importar que su vida corra peligro? —le cuestionó Ibrahim.

—Antes ella que yo, antes ella que la Hermandad.

—¿No es ese un pensamiento muy egoísta, Dom? —interrumpió Irina, observándole colocar la cesta y sacar, con Itzel, todo lo que estaba dentro de ella.

—Creo que aquí nadie puede juzgarme por ser egoísta, en especial cuando cada quien busca su propio interés.

—Bueno —intervino Saskia—, lo importante es que a partir de mañana tendremos que ser más cuidadosos con el trato hacia Maia.

—Yo no puedo comprometerme a tal cosa —puntualizó Itzel—, y no me importa este estilo de democracia donde la mitad más uno obliga al resto a convertirse en corderos. —La torva mirada de Irina se posó en ella, así que decidió desafiarla—. Aquí no hay Presidentes, somos un equipo no un yugo que el otro debe cargar. Ustedes hagan lo que mejor les convenga, yo haré lo que es correcto según mi conciencia.

—¿Pensarás igual cuando la Imperatrix se presente? —le preguntó Ibrahim.

—¿La Imperatrix? —preguntaron Aidan e Itzel, mientras que los demás le miraron con curiosidad.

—¿Quién es la Imperatrix? —le interrogó Aidan.

—Es la líder de los non desiderabilias, o los Indeseables como nosotros los llamamos.

—¿Cómo sabes cuál es su nombre? —quiso saber Itzel, la curiosidad le estaba carcomiendo la razón.

—He leído —mintió—. Ella anda detrás de nosotros. Desconozco el motivo.

—De todas maneras yo que tú no me preocuparía —le aclaró Dominick, probando una galleta con crema de tocino y queso—. Tenemos el poder de Irina de nuestro lado. —Esta estaba tomando jugo—. Si pudo derrotarla en el colegio lo hará otra vez.

Irina se atragantó, mientras Saskia le daba golpes en la espalda, intentando ayudar a su amiga a recobrar la salud.

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