FINAL DE LA PARTE I

FINAL DE LA PARTE I

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Capítulo 45: Enemigos jurados

EVA DUNKEL

Sentía el corazón latirme fuerte en los oídos, la respiración se me entrecortaba con el repentino frío que hacía en los calabozos entre más se acercaba la noche, sin embargo empecé a sudar mientras corrí hacía la celda de Anastasia. Todos arriba estaban tan distraídos con el ataque que se estaba desarrollando afuera que ni siquiera se dieron cuenta que robé las llaves y un arma.

Anastasia estaba durmiendo, su ropa sucia al igual que su piel, no había tocado nada de su comida porque el pan estaba entero, sus labios resecos y algunos moretones alrededor de su cuerpo. Ella estaba como yo me sentía por dentro; destruida.

Cuando logré abrir el candado de seguridad Anastasia apenas pestañeó un par de veces saliendo de su ensoñación como si se diera cuenta de que yo no era un espejismo, sino que de verdad estaba ahí abriéndole la puerta mientras el resto de los presos gritaban para que yo los sacara. Pero ya había obtenido mi lección al querer ayudar a todos de buena fe y dejándome llevar por mis sentimientos e impulsos ingenuos.

Ayudar a todo el mundo solo te volvía tonto e ingenuo, porque todos velaban por sus propios beneficios, y en cuanto tuvieran la oportunidad, solo te aplastarían olvidando tu buena fé. Buenos; muy pocos, e incluso me atrevo a decir que nadie. Ya no tenía fé en la humanidad.

—Lo hiciste —dijo Anastasia, su voz rasposa—, volviste.

—Obvio que lo hice. —dije—, salgamos de aquí.

Este no era mi acto de buena fé por ella, de hecho, Anastasia era la única persona que podía hacer que mi retorno al reino de Belmia fuera posible.

Había decidido que de ahora en adelante, solo pensaría en mí. Primero yo, segundo yo, y tercero algún animal en peligro de extinción.

—Creí que no lo harías. —dijo ella casi cayéndose cuando la logré sacar de la celda y sostuve su brazo detrás de mi cuello para ayudarla a salir rápido de aquí, las escaleras empinadas se estremecian entre las bombas de la guerra que se estaba desatando.

—Soy la reina, me tenían secuestrada —murmuré—, obvio que tenía que rescatarte.

Anastasia parecía procesar lo que le acababa de decir, ella sabía que yo no estaba secuestrada sino que de hecho estaba refugiada con los rebeldes, sin embargo no me contradijo.

—Vale. —fue lo único que murmuró.

Ibamos por el pasillo, sabía que había una salida de emergencia en la parte de atrás, sin embargo cuando cruzamos el pasillo nos detuvimos de golpe al ver a Aurora, sus muñecas vendadas, su vestido aun salpicado de su sangre, su mirada fija en nosotros como si nos hubiera estado esperando.

—Aurora, estás viva —dijo Anastasia.

—Aurora está en con los rebeldes —le hice saber a Anastasia—, no nos va a ayudar.

—Joder. —replicó Anastasia y miró a Aurora para decir:— Puedes pedir clemencia, ven con nosotros.

—No me van a recibir —dijo Aurora—, sabes que el rey Román no tiene clemencia, tampoco la tendrán con ustedes.

Miré el collar que colgaba del cuello de Aurora, un recordatorio del bando al que ella pertenecía y se quedaría. Nuevamente, veía que cada uno veía por su beneficio, y venir con nosotros para ella no lo era. Ella estaba segura con los Rusos, nosotras moriríamos si nos quedábamos aquí.

—Ella ya eligió. —le dije a Anastasia y tomando una profunda respiración le dije a Aurora:— Aurora, sal de nuestro camino.

—No voy a dejar que hagas una locura, quédate con nosotros. —me pidió Aurora.

—La locura sería quedarme. —repliqué.

—Aquí estarás a salvo. —refutó Aurora— Por favor, tú no eres así.

Quise reirme, ellos fueron los que me pusieron en peligro en primer lugar, pero no respondí, sólo saqué de mi bolsillo el arma y la apunté, Aurora ahogó un jadeo, sus ojos abriéndose en sorpresa porque no esperaba que la que fue su mejor amiga llegara a este punto. Pero ya todo había cambiado, y no había vuelta atrás.

—Sal de mi camino —dije—. No voy a repetirtelo.

Aurora no se quitó del camino, podía ver que ya no era la misma chica dulce y perspicaz de antes, era más valiente e imponente. Ambas habíamos cambiado.

—No vas a dispararme —dijo Aurora estrechando los ojos—, te conozco.

«Ya no», quité el seguro del arma y disparé a un lado de ella; hacia el piso. Aurora saltó en su lugar soltando un grito. Anastasia también se sobresaltó, no podía ignorar que Aurora y Anastasia eran amigas antes de todo este desastre, sin embargo, Aurora ya no la miraba de la misma manera, ella sabía que Anastasia no estaba aquí por ser una rebelde, ella estaba aquí porque era una espía traidora y ahora yo también.

—Muévete —la amenacé nuevamente apuntandola.

—Tú me salvaste. —dijo Aurora y la percibí temblar.

—Y puedo matarte —dije ya harta—. Sal. De. Mi. Camino.

Escuchamos pasos eufóricos y perros ladrando acercarse, sabía que los perros de Ígor eran asesinos entrenados si nos alcanzaban estabamos muertas.

—Lo siento —dijo Aurora—, pero no puedo dejar que te vayas.

—Bien —respondí y entonces disparé, la bala impactó contra el hombro de Aurora tan rápido que me quedé impactada por varios segundos cuando ella cayó al suelo jadeando de dolor.

Tragué pesadamente saliva, pero ya no había vuelta atrás, ella eligió un bando y yo también.

Empujé a Anastasia conmigo hacia la salida y corrimos rápidamente. Salimos por la puerta trasera que daba a un bosque, había mucho humo, se escuchaban disiparos y bombas desde todos lados.

—Esto es una locura, si no logramos salir de aquí nos van a matar. —dijo Anastasia.

Nos escabullimos entre el montón de arbustos cuando vimos un helicóptero con el emblema de Belmia, apenas llegamos un hombre vestido de militar nos apuntó.

—¡Alto! —gritó— ¡alcen las manos!

Nos detuvimos en seco.

—¡Levanten las manos! —repitió.

Le obedecimos alzando las manos. Pero no llegué hasta este punto para ser tratada como prisionera, iba a empezar reclamando lo que me pertenecía.

—Soy la reina Dunkel —grité—, llévanos con mi esposo;el rey Román.

Él pareció sorprendido y bajó el arma rápidamente; reconociendome.

—Reina Dunkel, disculpe no sabía que era usted —hizo una extraña reverencia y justo en ese momento, me di cuenta, del gran poder que yo tenía sobre todo el reino y los súbditos.

Yo era la reina.

—Obviamente —respondí y nos acercamos al helicóptero—, sacanos de aquí, es una orden.

Él se acercó a mí mirándome aún algo temeroso mientras sabíamos al helicóptero y nos acomodabamos en el asiento.

—¿Hay alguien allá adentro para salvar, su magestad? —preguntó.

Me abroché el cinturón y respondí:

—Solo hay traidores, nadie que importe.

El afirmó con la cabeza, hizo una señal y gritó algo al intercomunicador. El helicóptero empezó a elevarse entre el caos y fue el momento en que yo dejé todo atrás.

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