Capítulo 41: La debilidad del Korol

Capítulo 41: La debilidad del Korol

IGOR IVANKOV

Todos los días esperando por volverla a tener como la última vez, sabía que era cuestión de tiempo, acumularle tantas ganas que no pudiera detenerse... Pero la mirada en su rostro fue algo distinto, extraño, parecía enojada por haberse traicionado así misma y haber bajado el muro que tenía contra mí.

Creí que al por fin estar con ella, la fijación que tenía se iría, que consumir otra vez su cuerpo me haría volver a recuperar la cordura de mí jodido juicio y ya podría pasar de ella a otros placeres. Pero, sentía que no había sido suficiente estar con ella solo una vez, sentir su coño apretarse alrededor de mi polla, sus gemidos incontrolables mientras me clavaba en ella, solo hacia que hubieran pasado tan solo unos minutos y ya la tenía dura otra vez.

Me había hechizado desde el primer momento en que estuve con ella y fui el único dueño de su cuerpo, lo jodidamente territorial que me volvía esa mujer no era normal.

Ella no podía saber todo lo que me causaba con tan solo existir porque de lo contrario sabría que yo destruiría al mundo solo por tenerla conmigo.

Mordí mi labio inferior y me levanté de la cama impaciente, ¿por qué se tardaba tanto? Sin poder seguir conteniéndome, entré al baño y la vi en la bañera.

Joder.

El agua teñida de rojo nubló mi visión, y contuve el aliento cuando la vi, ella pálida con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás en la bañera. Por un instante, el tiempo pareció detenerse el miedo apoderándose por completo de mí. Nunca tuve miedo de nada en mi vida, ni siquiera cuando maté a mi padre al cumplir los 14 años cuando quiso asesinarme después de asesinar a mí madre, él era un borracho abusivo, ese día que me revelé contra él, fue cuando mis hermanos y yo fuimos libres, fue cuando me di cuenta que tener miedo no era opción frente a los abusivos, que tener miedos te hacia débil y frágil. Por eso me aseguré de no tener debilidades que me hicieran sentir aterrado, no hasta ahora.

—¡Printsessa! —mí voz se escuchaba ahogada en mis oídos.

Sin pensarlo más, me lancé a la bañera. La helada agua roja se deslizó por el piso, sabía que era la muerte avecinándose. Mis manos temblaban mientras tomaba su pequeño cuerpo para colocarla encima de mí, y presioné con desesperación las heridas abiertas de sus muñecas con mis manos intentando detener el flujo de sangre, lo que me dio esperanzas era que la sangre seguía fluyendo, lo que quería decir que esto era reciente y que aún estaba viva.

Ella jadeó, sus labios abiertos y resecos, como si le costará respirar, su piel de porcelana estaba tan pálida que parecía una alucinación, como si estuviera a punto de pasar a ser un ángel.

No quería moverla tanto para no empeorar la situación.

—¡No te atrevas a dejarme! —gruñí enojado y en completo desespero, sentía mis palabras como una súplica.

Ella entreabrió los ojos mientras apenas tenia fuerzas para mirarme, el verde claro se asomaba sin fijar su mirada en algo más allá del techo.

—¿Por qué…? —susurró ella con debilidad—. ¿Por qué finges que te importa?

¿Pensaba que no me importaba? Ella me importaba. Me importaba más de lo que era aceptado para mi salud, y mis pensamientos.

«¿Por qué? ¡¿Por qué hiciste esto?! »

Sentí que no podía responderle, tenía un nudo en la garganta.

Mis manos, ahora cubiertas de sangre sentía que cada segundo que pasaba la perdía, trabajaban frenéticamente para detener el flujo con mis manos y grité completamente frustrado, en ese momento los guardias entraron y me vieron pareciendo quedarse paralizados en la puerta.

—¡NO SE QUEDEN AHÍ! —grité—¡BUSQUEN UN DOCTOR O A ALGUIEN QUE SEPA QUÉ CARAJOS HACER!

Todos corrieron como abejas en un panal pateado.

—Déjame morir —murmuró la printsessa volviendo a capturar mí atención.

—De ninguna manera —gruñí—. No tienes derecho a abandonarme. ¡No así!

La printsessa Aurora estiró sus labios en una extraña sonrisa que parecía agotada cuando continuó diciendo con voz frágil:

—¿Tan posesivo eres o de verdad me amas? —tosió— ¿Valgo la pena para ti o solo temes que deje de ser tu posesión?

Parecía divagar cuando empezó su reírse y su boca salpicó sangre, eso no podía ser nada bueno.

Tenía una mezcla de rabia y desesperación, pero de algo estaba seguro, estaba jodido, como nunca lo había estado por nadie en mi maldita vida.

—Sé que no valgo nada para ti —susurró.

Ni siquiera controlé lo que dije cuando salió de mi boca como súplica:

—Vales más que todos los malditos reinos que pude conquistar, por favor, no me dejes.

Lo que más me asustaba de mis palabras era, que no mentí en nada de lo que dije. Me di cuenta que si ella moría yo no podría resistirlo, empecé a cuestionarme todo lo que hice desde que la recuperé probablemente presionandola a esto, ahora estaba malditamente aterrado por perderla, aún más cuando ella cerró los ojos y dejó de reaccionar.

—¡Aurora! —susurré y la agité gritando:— ¡AURORA, JODER!

Uno de los guardias entró y dijo:

—Hay un doctor y una doctora entre los rebeldes.

—¡¿Y QUÉ ESTAS ESPERANDO?! ¡TRAELOS RAPIDO!

La printsessa jadeó pero no abrió los ojos. La saqué de la bañera sin importar hacer un desastre por todo el lugar y fui con ella en brazos hasta dejarla acostada en la cama volviendo a taparle las muñecas con mis manos evitando que la sangre siguiera fluyendo. Los guardias y los médicos irrumpieron en mi habitación, la chica que identifiqué como la reina Dunkel se acercó a Aurora y le agarró la mano.

—Aurora...

—No la toques. —Gruñí.

—Déjame atenderla. —insistió Eva—, se está muriendo y si no actuamos rápido, se va a morir.

Me aparté, no tuve más opción si quería que ella viviera y ellos se precipitaron a atenderla con rapidez.

Yo no moví de mi lugar, me rehusaba a salir de aquí.

—Ha perdido mucha sangre. —dijo el doctor que formaba parte de los rebeldes, si no me fallaba la memoria se llamaba Patrick—. El panorama es complicado.

No me gustó en lo absoluto lo que dijo, mi corazón y mi respiración estaban tan frenéticos que sentía que iba a enloquecer.

—Yo te explicó qué tan complicado puede ser —saqué el arma de mi mesa de noche y apunté al doctor pegando la boca de la pistola a su nuca— Si ella muere, tú también.

—Quítame eso —dijo el doctor pareciendo quedarse rígido mientras estaba colocándose los guantes—, me pones nervioso y no puedo trabajar bien.

—Es mi amiga —dijo Eva mirándome intentando hacerme entrar en razón, su mirada era vacía pero con una extraña llama que parecía incrementar en ella a cada segundo—, la vamos a salvar, yo la amo al igual que tú.

¿Amor?

Tragué pesadamente saliva, lo peor de sus palabras de esperanza era, que no podía contradecir nada de lo que dijo, ni siquiera la del amor, porque por primera vez me di cuenta de que de alguna forma retorcida, yo la amaba.

Me eché a un lado sin dejar de estorbar, pero sin soltar mi arma, porque si la printsessa Aurora moría, nadie iba a salir vivo de aquí. 
Cuando los doctores culminaron, lograron estabilizarla y le dejaron las muñecas vendadas encima de las suturas para que se recuperará. Aurora tenía la respiración pesada, al menos el color había vuelto a sus mejillas.

—Solo necesita descansar. —dijo el doctor Patrick y quitándose los guantes salió.

—¿Puedo quedarme? —preguntó Eva.

—No quiero a nadie aquí. —respondí sin ni siquiera mirarla, solo quería que Aurora abriera los ojos.

—Por favor —insistió ella—, al menos cuando despierte. Solo un momento. Ella ha estado mucho tiempo fuera, de seguro que hablar conmigo le hará bien.

Dudé pero finalmente me di cuenta de que puede que eso fuera lo que necesitaba Aurora, tal vez así ella dejaría de odiarme.

—Vale, pero no ahora —respondí—, cuando despierte.

Eva pareció aliviada y me agradeció antes de irse.

____

Habían pasado una hora donde me quedé al lado de Auroea observandola, su rostro tan fino y delicado, sus pestañas espesas y hasta las pequeñas manchas cafés de su nariz. ¿Como no me había dado cuenta que estaba enamorado de ella? Hasta ahora parecía jodidamente claro que nunca dejaría que nadie le hiciera daño.

Cuando despertó ella apenas movió la cabeza y empezó a llorar, la miré confuso, pero dejé que ella expresará todo lo que tenía por dentro, hasta que silo fueron sollozos y dijo:

—Yo no quería esto, nunca quise esto.

—Te dije —respondí— que no soportaría la idea de perderte.

Ella fijó sus hermosos ojos en mí y tensó la quijada mientras susurraba:

—Y yo no soporto la idea de amarte, eres un monstruo.

Alcé una ceja con interés.

—¿Entonces me amas?

Ella se quedó callada. Me acerqué a ella y aparté el pelo de su rostro.

—Interpretaré tu silencio como que estás loca...

La printsessa estrechó los ojos.

—No puedes ser más idio...

—Loca por mí —la interrumpí—, de la misma forma en la que yo enloquecí por ti.

Abrió ligeramente la boca pero de ella no salió nada y yo continué diciendo:

—Si quieres irte, entonces solo vete, printsessa. No soporto perderte, pero tampoco soportaría verte infeliz aquí.

Ella escuchó mis palabras y mordió su labio inferior, este era mi momento más humilde, más vulnerabke y tonto, pero, el más real que había podido tener en años.

—No quiero irme. —dijo finalmente la printsessa y no pude disimular lo feliz que me hizo el comentario.

Tomé la cadena que cubría mi cuello con una cruz de oro, mi posesión más preciada y se la coloqué a ella en su cuello, mis manos temblando mientras decía:

—Mi cadena del Korol, ahora eres mi Koroleva.

La printsessa Aurora me miró fijamente parecía realmente conmovida y algo dudosa por el gesto. Como si no supiera cómo reaccionar, y entonces murmuró:

—Me hiciste sentir como puta, no voy a esperarte en la cama cada noche desnuda para que hagas lo que quieras conmigo.

Me acerqué a ella de modo que invadí su espacio personal. Ella tembló.

—Hablo en serio. —continuó.

—No voy a obligarte —rocé mi nariz con la suya—, pero tienes que admitir que eso sonó bastante caliente.

La comisura de su boca tembló en una leve sonrisa.

—Deja de restringirte —continúe diciendo—déjate llevar por lo que sientes y consúmete en el deseo que sientes por mí.

Ella dejó de respirar cuando rocé mi boca con la suya y la besé, fue leve, pero ella me correspondió, un beso que al principio fue suave, pero que empezó a tornarse profundo y diferente. Por esto no pude matarla la primera vez que la vi huyendo, porque ella desde el primer momento en que pisó mi tierra, supe que sería mía y yo sería suyo.

Ella me tocó mis hombros y nos separamos, su respiración estaba agitada cuando dijo:

—Dañandome sabía que te dañaria, por eso lo hice.

Y me dañó como no tenía idea.

—No vuelvas a hacerte daño —susurré acariciando su rostro—, yo no dejaré que nadie te haga daño, solo tienes que serme leal. No vuelvas a atacarte a ti misma, no puedes ser tu peor enemigo.

Ella afirmó con la cabeza.

—Prometeme que nunca más volverás a hacer algo así —dije— si tú mueres me arrancarias el corazón. Te has convertido en mi debilidad y tienes mi devoción absoluta.

Ella tragó pesadamente saliva y murmuró:

—Lo prometo.

Volví a besarla, quería volver a disponer de su cuerpo, y sentirla mientras la hacia mía pero ella tenía que descansar, así que con toda mi fuerza de voluntad, me aparté rompiendo el beso y susurré:

—La doctora que te salvó la vida quería hablar contigo, dice ser tu mejor amiga ¿quieres hablar con ella?

La printsessa pareció por unos segundos consternada pero, finalmente afirmó con la cabeza y dijo:

—Sí, dile que sí.

Me levanté de la cama y ordené buscarla, cuando Eva entró a la habitación, yo salí mandando a mis guardias a que estuvieran alerta. Fue el momento exacto en que me di cuenta de que ella lo logró, la printsessa me tenía a sus pies.

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