XIV. No existe explicación

Perla.

Las palabras formales son simplemente secas y odiosas. Esa fue mi técnica para mentener a José distante de mí.

Teníamos mucho trabajo así que no quería hablar con él. Teníamos que concretar muchas cosas, la textura que usaremos, las tonalidades de colores, el nombre de la campaña y el cómo beneficia a la empresa M&M. Debíamos buscar proveedores y un nuevo diseño para la revista —algo que pedí yo porque, como mujer, era incapaz de comprar una revista de M&M—, habíamos encontrado la empresa que fabricaría los calzados a usar en la misma línea de moda. Todo había que planificarlo con detalle y eso nos mantenía ocupados.

Excepto en la hora del almuerzo, yo no había llevado almuerzo por dos razones: le dejé el día libre a Marco para que paseara con su amigo y yo podía pagar una comida en algún restaurante cerca.

La hora para comer, descansar mi cabeza de miles y miles problemas, de la empresa, mis problemas y enredos mentales, contando la dulce mirada de Brice que me dio en la mañana cuando esperaba al Mocoso frente al edificio. Guardé mis cosas, ante todo ordenanda, miré mi teléfono y solo hallé un mensaje de mi papá.

Papá.
Hola, Perla. Hay un chalet en la playa que compré para ti.
Te mandaré las llaves.

Él estaba acostumbrado a consentirme en todo. Pero a mí lo que realmente me hacía falta era mi padre, ese hombre que me protegiera de todo o me escuchara cuando yo lo necesitaba.

Busqué mi cartera y fui al ascensor. En el me encontré con José y con Mónica. A ella no la podía ver a los ojos y con él no quería cruzar ninguna palabra.

—Te invito a comer. —José rompió el silencio.

No deseaba saber de él, menos comer con él. Mónica carraspeó y me miró, fue una mirada rápida, de esas que solo las mujeres entendemos. José no entendió nada y yo deseaba salir corriendo, pero, por razones obvias, no podía.

—No, gracias. Perla y yo comeremos juntas. —Mónica asintió varias veces.

—¿Qué pasa, Perla? —preguntó él, ignorandola a ella.

—Nada, Mónica tiene razón: nosotras iremos a comer...

—No me refiero a eso y lo sabes, te fuiste, te intenté llamar y no contestaste, te fui a busca y, según el vigilante, no estabas ¿qué más quieres de mí? Te dije que mi sentimiento por ti no ha cambiado y tú dijiste que me amabas, pero ahora me evitas.

—No tengo por qué rendirte explicaciones.

El ascensor se detuvo, Mónica, un poco perturbada con la escena, toma mi mano obligándome a caminar a su lado. No sabía a dónde se dirigía en sí, pero tampoco me importaba mucho a dónde íbamos, mientras me alejara de él todo para mí estaba bien.

Sí, ya mi ciclo con él lo había sellado, fue como marcar un punto y fin entre José y yo, era lo que faltaba para dejar a ese sentimiento como un recuerdo del pasado. Le expresé de alguna manera el daño que me hizo.

Llegamos a un restaurante de comidas típicas de La Voz, estaba vacío, sin embargo, Mónica y yo nos decidimos sentar en una de las mesas de afuera, tiene una sombrilla rosado con blanco, las mesas son de madera al igual que las sillas. En el centro de la mesa reposaba un rosa roja, conservaba sus espinas haciéndola más atractiva.

Una mujer de cabello negro y corto, llevaba una camisa rosada junto a una falda blanca, por los colores deduje que se trataba de una de las trabajadoras de allí. No fallé en mi deducción, ella se nos acercó para tomar nuestra orden. Mónica pidió y yo solo me limité a pedir lo mismo que ella.

En ese silencio tranquilo, miré con detalle la flor. Era como verme a mí misma, veía mi reflejo en la rosa. Además de compartir en color rojo —yo en mi cabello y ella en sus pétalos—, compartíamos esas espinas, esas que lastimaban a los demás, una defensa natural, pero cruel y aún así seguíamos siendo hermosas, llamando la atención de otros, y pocos inteligentes nos toman con cuidado para no lastimarse, en mi caso fue Marco y Brice (aunque con el segundo solo tuviese un día de haberlo conocido), pocas personas son capaces de retirarnos esas espinas sin miedo a ser lastimados, «debo estar loca, me comparo con una rosa» me dije.

—¿Estás bien? —preguntó Mónica.

La mesera regresó con nuestro almuerzo y unas copas llenas de frutas, dijo que era cortesía de la casa, luego de agradecer pensé en la pregunta de la chica, ¿estaba realmente bien? No lo sabía, mi deseo era ser feliz de una maldita vez, pero ese día que yo iba a llamar “felicidad” lo sentía lejos de mí, completamente fuera de mi alcance.

—Nada está bien cuando se descubre que el mal que nosotros creamos solo es un escudo y un arma, preparada para atacar y ocultarme. Nada está bien cuando se siente ese vacío de esa persona que cada día está más distante y nada está bien cuando encuentras personas que creen en uno y uno simplemente no pueda...

—Te entiendo... Quisiera poder ayudarte. —Dejó de jugar con su tenedor y me miró—, el brillo de tus ojos me dice que hay algo especial en ti, aunque quieras acallarlo va a salir, quizás no ahora, pero pronto, por una persona, dos, o por algo que será parte de ti.

Sonreí, quería creerme todo lo que ella me decía, pero en mi memoria revivían historia pasadas, odios y venganzas... Tenía mucho miedo.

—Gracias por traerme contigo y no dejarme con José. —La miré con cariño.

Noté como ella bajó la cabeza. Colocó los cubiertos sobre su plato, agarró un mechón de su cabello castaño haciéndole movimientos extraños.

—Sé que no debería ser yo, pero... ¡Dios! —Mordió su labio con fuerza—, él es un idiota.

—¿Quién es “él”? ¿Qué pasa Mónica? Dime...

—José, tu jefe, el que acaba de jurarte amor, se casa detro de un mes con Emilia Edi... lo siento. No quería decírtelo, pero los idiotas como él y su hermano no merecen nada bueno, yo... lo siento mucho. No sabes nada de ella porque está en París comprando su vestido de bodas, llega la semana que viene.

Tomé un trozo de piña y lo mastiqué con rabia, miré a mi alrededor, los carros pasar a toda velocidad, el restaurante se empezaba a llenar. Mónica siguió su proceso alimentación.

No sabía qué pensar, él muy idiota de José me seguía mintiendo y haciéndome promesas falsas.

Mónica se disculpó para ir al baño, yo me quedé mirando la rosa.

—Que nos quiten las espinas también duele ¿cierto?

✥✥✥

En la casa, el Mocoso y Brice escucharon con atención mi relato sobre mi día y las cantidades de verdades que me ocultaba la vida. No sabía que realmente se trataba de una preparación para la noticia más fuerte y punzante que iba a llegar a mi vida.

Al final, la rosa y yo quedamos de acuerdo con lo mismo. Me identifiqué con ella y ella conmigo.

—¿De verdad hablaste con una flor? —El increyente de Brice preguntó entre risitas.

—No te burles, Brice, las plantas también escuchan y sienten. —Me defendió Marco—, además, la historia me gusta, sobretodo la parte en la que Mónica te dice que José, el hombre que dizque te ama, se va a casar, que agradezca que no está frente de mí porque yo le diera su merecido golpe.

—¿Sí? ¿Como la vez que intentaste defender a Luna y terminaste en una alcantarilla? —atacó su amigo.

—Déjame soñar ¿sí? —Marco levantó una ceja. Se acercó a nosotros con muhas papas fritas sobre un plato—. Lo que aquí importa es mi amiga Perla. ¿Perla, cómo te sientes al respecto?

—Torpe, por no haberme dado cuenta. Estúpida por creer sinceridad en sus plabrar, yo ya no lo quiero, sería tonto hacerlo. Han pasado muchos años y dejé ese sentimiento lejos de mí. —Miré al Mocoso—, ¿me puedes pasar la mostaza, por favor?

Él extrañado hizo lo que le pedí. Brice no despegaba sus ojos de mí.

—Yo digo que tú no tienes por qué sentirte así, el torpe, estúpido e imbécil es él. Para empezar te lastimó y para terminar te mintió, no se merece la segunda oportunidad de nadie. Por hombres como él es que las mujeres cambian y cierran sus corazones. —Brice comía su papa frita mientras me hablaba.

—Mi amigo tiene razón. Perla, estás buscándote a ti misma y ese mentiroso no te puede retrasar en todo lo que has logrado. Porque estás avanzando... un ejemplo simple: tratas con más cariño a Mónica y tú no soportabas su ingenuidad, pero era porque tú no superabas que también fuiste ingenua. Estás empezando a aceptar tu pasado.

—Mocoso ven para acá —ordené. El me obedeció y se acercó, le di un abrazo fuerte—, gracias, Marco, has sido una de las cosas maravillosas que ha llegado a mi vida.

—Y llegarán más estoy seguro.

Nos despegamos porque el timbre del apartamento sonó. Él fue abrir y nos dejó a Brice y a mí solos en la cocina.

Me levanté de la silla y fui hasta la nevera, buscaba un limón con desesperación, pero lo único que hallé fue una naranja, «si la vida te da limones, haz limonada» pensé con ironía. Al llevarla al mesón noté que él seguía mis movimientos en silencio. Con un cuchillo corté la naranja en cuatro y busqué la sal.

—Eso es sal, ¿lo sabes?

—Sí, ahí lo dice. —Señalé unas pequeñosa letras marcadas sobre el envase—, ¿no quieres un poco?

—¿Naranja con sal? No, gracias, yo paso.

Encogí los hombros y seguí con mi extrañeza. Sabía demasiado rico, no entendía por qué me provocó, pero me lo estaba comiendo con un gusto irremediable. Brice hacía muecas de asco, pero yo seguía disfrutando de aquello.

Marco regresó con una cara llena de felicidad, asombro y preocupación. Nosotros lo vimos esperando respuestas.

—Perla, quiero presentarte a mi novia: Cristina —dijo, tenía una sonrisa amplía—, Cristina, ella es Perla Echeverrie.

—Es un placer conocer a la más mencionada de toda Diontina y de Marquito —dijo Cristina. Vi lo hermosa que es, cabellos marrones y ojos azules celeste—. Hola, Brice.

—Debería empezar a firmar autógrafos —bromeé—. Un gusto conocer a la novia de mi amigo. Pobre Carolina.

—¿Amigo? ¿Quién es Carolina, Marco?

Marco se carcajeó de mis comentarios y las preguntas de su chica.

—Sí, Perla y yo somos amigos. Carolina es una preciosa niña que vive al frente de nosotros, pero no te preocupes, tiene unos ocho años.

—Oh. —Soltó unas risas—, es bueno saberlo... y conocerte. —Sonrió.

Así hablamos de mi ciudad, de las empresas de mi papá, de ellos, de Brice y de muchas otras cosas, fue agradable.

G e n e s i s  A .

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