XII. Sigo siendo yo
Perla.
La mamá de la niñas fue a buscarlas, las dos se despidieron de mí con un abrazo, ellas transmitían cariño y yo le trasmitía lamentaciones, deseando que sus corazones fueran siempre puros. Existía tanta culpa en mi conciencia que me fue imposible conversar con la señora de Gómez, me empezaba a sentir sucia, no era la primera intención de arruinar una familia, de hecho, siempre sobraba en una relación de dos, pero no me importaba, mientras mis deseos fuesen complacidos todo estaba en orden, un orden que solo entendía mi razón, no mi corazón y menos mi conciencia.
Sin embargo, había algo que no abandonaba mi mente y era el descaro de José. Me había hecho sufrir y aún así esperaba ser reconocido, querido, adorado, cuando mi mundo fue destruido por él. Por otro lado contestó mis pregunta, diez años tarde, pero las contestó.
Ese día tomé una decisión y aunque tuviera consecuencias no me importó. José, o como yo lo conocí Daniel debía sufrir igual que yo una vez lo hice. Así que tomé mis cosas y sin decirle al Mocoso me fui.
Pedí un taxi, porque Marco tenía las llaves del carro y lo menos que deseaba era ser cuestionada o entrar en razón. Mi razón ya estaba perdida, lo poco que había surgido en esos pocos días lo destruí por ese sábado en la tarde. Y lo puedo decir con todas las palabras, quería venganza, quería que me odiara como yo lo odié a él. Deseaba que creyera en mis palabras y después descubriera que existen promesas huecas, quería que llorara por la imbécil que lo utilizó.
Es verdad cuando dicen "la venganza es un arma de doble filo", no obstante, también es verdad cuando dicen "la venganza es dulce", ¿qué más dulce que ver como se apaga el corazón de alguien que una vez pisoteó el mío? Nunca fui la niña buena, o bueno, sí lo fui antes de cumplir los trece. Mas me di la oportunidad de olvidar lo que una vez fue Perla Echeverrie, solo resalté la mala de la historia, esa mala que se vengaba por placer, por éxtasis, por demostrar, por odio, por la hipocresía, por la burla y por mucha otras cosas...
En el taxi hice unas llamadas y les mentí a todas esas personas, solo para encontra el apartamento de José que, por casualidad —una que había decidido aprovechar—, estaba en el mismo edificio del apartamento de Jorge, lo que no recordé fue que allí también vive Mónica.
Seduje al guardia, al portero, al hombre del ascensor, hasta que llegué a la puerta de José.
Hice mi mejor actuación: sonreí, relajé mi cuerpo y toqué el timbre. No esperé mucho y él me abrió, al verme sonrió, pero pronto bajó la mirada, estaba apenado, algo que usé a mi favor.
—Perla yo lo siento, es en serio...
—Hablemos adentro —interrumpí con una orden. Asintió y entramos.
Me gustó ese apartamento, las decoraciones de un artista elegante se apreciaban por todo el lugar, de un color champán las paredes y los muebles blancos. En ese mueble nos sentamos, descubrí sobre una de las paredes la pintura que una vez él hizo en mi honor, cuando me juró amor, cuando se acostó conmigo y al día siguiente se esfumó.
¿Cómo podía pensar bien de una persona que era mucho mayor que yo, que ya tenía su vida hecha, que no dependía de una niña? Por eso era yo: una niña, una muy ingenua que creyó en el amor para siempre y en esos finales felices, cuando la realidad era cruda y asquerosa, los jóvenes de diecisiete años en adelante lo único que buscaban era placer y si era con vírgenes, mejor. En mi caso él fue el criminal y yo la víctima, pero yo quise cambiar lo roles.
—¿Por qué te fuiste? Yo te amaba —comencé.
—No fue algo que decidí, Perla, yo no quería, pero fui obligado alejarme de ti y de tu familia...
—Eso no es coherente, dicen que por amor se lucha ¿no?
—Lo sé, pero siempre fui el más cobarde de los Lazo. Jamás le levantaría la voz a mi padre o jamás desobedecería alguna de sus órdenes.
—Entonces todo fue por tu padre. —Fingía que le creía, en disputa no podía llegar a lo que deseaba—, todas las noches he soñado contigo, que regresas y huyes conmigo.
—Yo también sueño contigo, con tus hermosos ojos que pinté aquella vez y que ahora, esa pintura está colgada en mi pared.
Me acerqué a él, besé su mejilla.
—Quiero ser feliz contigo. —Muy enamorado estaba el tonto que me creyó—, lo pensé toda la noche, no dejé de imaginarme mi futuro a tu lado.
—Yo quiero algo más que imaginarlo, yo quiero que me dejes amarte.
—No... yo quiero que me dejes amarte.
Y juntamos nuestro labios para besarnos con devoción, no, con fingida devoción de mi parte. Así eliminamos prendas, espacio entre ambos, suplicas de él y otras cosas para entregarnos al sexo. Solo le demostré que nos amabamos.
✥✥✥
Él seguía durmiendo, yo no quería dormir y menos a su lado. Así que sin mucho problema salí de su apartamento y como la imagen de mi hermano y de Marco estaban en mi cabeza no completé la idea que tenía con el otro hermano Lazo.
En el ascensor me encontré con Mónica, fue inesperado, pero pronto recordé que ella dijo que era vecina de Jorge... Ella se veía muy dulce, diferente a mí o a otra chica. Después de la escena que vio entre Jorge y yo, por qué seguía siendo tan sonriente o aguardaba ese brillo en sus ojos. No lo comprendía.
—¿Por qué? —pregunté. La chica de cabello negro me miró extrañada—, ¿no te duele? ¿Por qué puedes sonreír genuinamente cuando te dicen buenos días? ¿Por qué sigues siendo tan dulce después de lo que pasó con el tarado de Jorge?
—¿Por qué no? —Solo respondió eso, me dio una sonrisa genuina, de esas que creí no tener nunca jamás y la vida me las dio en Marco y en ella.
✥✥✥
—Soy un asco —concluí mi historia.
Le conté todo lo ocurrido de ese sábado a Marco, él me escuchó atento y solo interrumpió para insultar a José o reírse de algo. Sin embargo, al final, me abrazó y lloré en su pecho. Lloré hasta que cesaron mis lágrimas.
—¿Sabes que es lo que más me gusta de esta historia? —preguntó.
—No... —susurré.
—Que estás aquí cofiándola en mí.
Acarició mi cabello, estuvimos callados, esperando que esa paz llena de confianza, cariño y amistad durase para siempre.
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