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Cómo organizar por categorías

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CAPÍTULO TRES

El orden para organizar Sigue el orden correcto de las categorías

La puerta se abre con un chasquido y una mujer me mira con cierta ansiedad. —Ho- hola—. Mis clientes casi siempre se muestran un poco tensos la primera vez que visito su casa. Como ya me han visto varias veces, esta tensión no es producto de la timidez sino más bien de la necesidad de prepararse para un gran reto.

«¿De veras crees que es posible poner en orden mi casa? Aquí ni siquiera hay espacio para que pongas los pies».

«No sé cómo podría ordenarla por completo en tan poco tiempo». «Tú dijiste que ninguno de tus clientes ha sufrido un rebote. Pero ¿qué tal si yo fuera la primera?».

Su excitación nerviosa es casi palpable, pero yo sé sin lugar a duda que cada uno de ellos lo logrará. Incluso los que son flojos o desordenados por naturaleza, incluso quienes descienden de generaciones de cochinos o los que tienen ocupaciones excesivas, pueden aprender a limpiar adecuadamente si usan el método KonMari.

Te contaré un secreto. Poner tu casa en orden es divertido. El proceso de evaluar cómo te sientes respecto de las cosas que posees, identificar las que ya han cumplido su propósito, expresarles tu gratitud y despedirte de ellas en realidad tiene que ver con examinar tu yo interior, un rito de paso a una nueva vida. El criterio con que vas a juzgar es tu propio sentido intuitivo de atracción, y por ello no necesitas teorías complejas ni datos numéricos. Todo lo que requieres es seguir el orden correcto. Entonces, ármate con muchas bolsas de basura y prepárate para la diversión.

Empieza con la ropa, continúa con los libros, papeles y objetos varios (komono), y termina con los de valor sentimental. Si reduces tus posesiones en este orden, tu trabajo fluirá con una facilidad sorprendente. Al empezar con las cosas fáciles y dejar las más difíciles para el final, podrás afinar poco a poco tus habilidades para tomar decisiones, y así, acabará por parecerte sencillo.

En la primera categoría (la ropa), para tener mayor eficiencia, te recomiendo dividir las prendas en las siguientes subcategorías:

Camisas, blusas, suéteres, etcétera Pantalones, faldas, etcétera Ropa para colgar (sacos, abrigos, trajes, etcétera) Calcetines Ropa interior Bolsas de mano y cosas similares Accesorios (bufandas, cinturones, sombreros, etcétera) Ropa para actividades específicas (trajes de baño, uniformes, etcétera) Zapatos

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Y, sí, yo incluyo las bolsas de mano y los zapatos dentro de la ropa.

¿Por qué es el orden óptimo? En realidad, no estoy segura del porqué, pero con base en la experiencia que he ganado al dedicar la mitad de mi vida a la organización, puedo decirte con certeza que funciona. Créeme. Si sigues este orden, trabajarás y alcanzarás resultados visibles sorprendentemente rápido. Es más, como sólo conservarás las cosas que amas, tu energía y alegría aumentarán. Aunque te canses físicamente, te sentirás tan bien por deshacerte de objetos innecesarios que te será difícil dejar de hacerlo.

Sin embargo, lo importante es decidir qué conservar. ¿Qué cosas te darán alegría si las conservas en tu vida? Elígelas como si estuvieras identificando objetos que te fascinaban en un aparador. Cuando entiendas lo básico, pongas toda tu ropa en un montón, tomes con la mano cada prenda y te preguntes si te inspira alegría, tu festival de organización habrá comenzado.

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Ropa Pon en el piso cada una de tus prendas

El primer paso es revisar cada guardarropa, armario y cajón que haya en la casa y juntar toda tu ropa en un solo sitio. No dejes un solo guardarropa o cajón sin abrir. Asegúrate de recolectar hasta tu última prenda de vestir. Cuando mis clientes creen que han terminado, siempre les pregunto: «¿Estás seguro de que en toda la casa ya no queda una sola de tus prendas?». Luego, añado: «Puedes olvidar cualquier prenda que encuentres después de hacer esto. Irá directo al montón para tirar». Les dejo claro que hablo muy en serio. No pienso dejarlos guardar nada de lo que encuentren después de concluir la organización. Sus respuestas suelen ser: «¡Espera! Debe haber algo en el guardarropa de mi esposo», o «Creo que colgué algo en el recibidor», tras las cuales dan una última vuelta por la casa y añaden algunos objetos más a la pila.

Este ultimátum suena un poco como el sistema de retiro automático para pagar cuentas en el banco, pero cuando mis clientes saben que hay una fecha límite fija, hurgan en su memoria una vez más porque no quieren perder ropa sin que les den una oportunidad de decidir. Aunque rara vez tengo que cumplir mi amenaza, si alguien no recuerda determinada prenda a estas alturas, es obvio que no le inspira alegría y, por lo tanto, soy implacable. La única excepción son las prendas que estén en la lavandería.

Cuando se ha juntado toda esa ropa, el montón suele llegar a la altura de la rodilla. En las «camisas» se incluye ropa para cada estación, desde playeras y camisolas hasta suéteres tejidos. El número promedio de prendas en esta primera pila es de 160. Al confrontarse con su primer obstáculo en el proceso de organización, la mayoría de las personas quedan asombradas ante el volumen de lo que poseen. Llegado este momento, suelo decir: «Empecemos con la ropa que está fuera de temporada». Tengo una buena razón para elegirla para su primera ronda organizativa. Es la categoría que más fácilmente nos conecta con nuestra intuición sobre la ropa con que nos sentimos a gusto.

Si mis clientes comienzan con ropa que usan, es probable que piensen cosas como: «Esto no me inspira alegría, pero me lo puse ayer», o «¿Qué hago si me quedo sin ropa que ponerme?». Eso les dificulta tomar una decisión objetiva. Como la ropa de fuera de temporada no tiene una utilidad inmediata, es mucho más fácil determinar si te trae alegría o no. Cuando ordenas ropa que está fuera de temporada, te recomiendo hacerte esta pregunta, «¿Quiero volver a ver esta prenda la próxima vez que esté en temporada?». O, para reformularla: «¿Tendría ganas de ponerme esto si la temperatura cambiara de repente?».

Si tu respuesta a «¿Quiero volver a ver esto?» es «Bueno, no necesariamente...», entonces tira la prenda. Y si la usaste mucho durante la última temporada, no olvides expresarle tu gratitud. Quizá temas quedarte sin ropa que usar si sigues este criterio. Pero no te preocupes. Tal vez parezca que has tirado muchísimas cosas, pero si en verdad decidiste conservar la ropa que te da placer, te quedarás con la que necesitas.

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Una vez desarrollado el don de elegir lo que te encanta, puedes avanzar con cada subcategoría de ropa de temporada. Recuerda, lo más importante es que te asegures de recolectar cada una de tus prendas de vestir y tomarlas con la mano.

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Ropa de casa: El tabú de desechar la ropa en buen estado

Tirar algo que aún es perfectamente utilizable podría parecer un desperdicio, sobre todo si lo compraste tú mismo. En estos casos mis clientes suelen preguntarme si pueden conservar prendas que nunca usarán en la calle para usarlas como ropa de casa. Si les digo que sí, acumularán más y más ropa de casa sin que se reduzca su volumen total.

Dicho lo anterior, debo confesar que una vez yo misma hice eso con la ropa que nunca usaría en la calle. Montones de suéteres, blusas, vestidos que no me iban o nunca usé. No tardé mucho en hacerme el hábito de convertir estas prendas en ropa de casa en lugar de tirarlas. Sin embargo, prácticamente nunca las usé.

Pronto descubrí que muchos de mis clientes también tenían colecciones olvidadas de «ropa de casa». Cuando les pregunté por qué no la usaban, sus respuestas fueron muy reveladoras: «No me puedo relajar cuando las uso», «Me parece un desperdicio usarlas en casa cuando en realidad son para salir», «No me gustan», etcétera. En otras palabras, estos desechos no son ropa de casa, en lo absoluto. Llamarlos así sólo hace que tardes más en desechar lo que no te hace feliz. Hay tiendas especializadas en ropa de casa, y el diseño, los materiales y el corte están pensados para relajar. Obviamente, se trata de un tipo de ropa muy distinto del que usamos para salir. Las playeras de algodón son quizá el único tipo de ropa común que puede reusarse en esta categoría.

A mí no me parece bien conservar ropa que no nos gusta para relajarnos en casa. El tiempo que pasamos en casa es una parte preciosa de la vida. Su valor no debe cambiar porque nadie nos ve. Entonces, a partir de hoy, rompe con el hábito de convertir en ropa de casa las prendas que no te encantan. El verdadero desperdicio está en no desechar la ropa que no te gusta sino usarla aunque te esfuerces por crear el espacio ideal para tu estilo de vida ideal. Justo porque nadie está ahí para verte, tiene mucho más sentido reforzar una autoimagen positiva usando ropa que sí te gusta.

Lo mismo ocurre con las piyamas. Si eres mujer, ponte algo femenino o elegante para dormir. Lo peor que puedes hacer es usar unos pants desgastados. He conocido a personas que se visten así todo el tiempo, despiertas o dormidas. Si los pants son tu atuendo cotidiano, acabarás por parecer una parte de ellos, lo cual no resulta muy atractivo. Lo que usas en tu casa tiene un impacto en tu propia imagen.

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Cómo guardar la ropa Dóblala bien y solucionarás tus problemas de espacio

Después del proceso de selección, mis clientes suelen quedarse con sólo una tercera a cuarta parte de las prendas que tenían al principio. Cuando la ropa que ellos quieren conservar quede apilada en el suelo, será hora de empezar a guardarla. Pero, antes de ese paso, te contaré una historia.

Una vez tuve una cliente con un problema que yo no entendí. Aquella ama de casa de cincuenta y tantos años me contó, durante nuestra entrevista inicial, que en su casa no había espacio suficiente para guardar toda su ropa. Sin embargo, los planos mostraban que no sólo tenía dos guardarropas completos para ella sola, sino que ambos eran 1.5 veces más grandes que el promedio. Aunque esto debía brindar bastante espacio, ella tenía, además, un perchero con tres rieles llenos de ropa.

Asombrada, calculé que debía tener más de 2000 prendas en su guardarropa. Hasta que visité su casa entendí. Al abrir su guardarropa, que abarcaba toda la pared, quedé boquiabierta. Vi no sólo abrigos y faldas, sino también playeras, suéteres, bolsas e incluso ropa interior, toda colgada impecablemente en ganchos.

De inmediato, mi cliente me explicó con todo detalle su colección de ganchos para ropa. «Este tipo está hecho especialmente para que no se resbale la ropa tejida. Éstos son hechos a mano, Los compré en Alemania». Después de un discurso de cinco minutos, me sonrió y dijo: «La ropa no se arruga si la cuelgas. Y también dura más, ¿no?». Después de hacerle más preguntas, descubrí que ella no doblaba su ropa en absoluto.

Existen dos métodos para guardar ropa: uno es ponerla en ganchos en un perchero; el otro, doblarla y guardarla en cajones. Yo entiendo que a la gente le guste colgar su ropa. Cuesta mucho menos trabajo. Sin embargo, recomiendo que el método principal para guardarla sea doblarla. «Pero es muy engorroso doblar ropa y guardarla en el cajón. Es mucho más fácil colgarla en un gancho y meterla en el guardarropa». Si tú piensas eso, no has descubierto el verdadero impacto de doblar.

El espacio que se ahorra colgando la ropa no puede siquiera compararse con el que se ahorra doblándola. Aunque depende un poco del grosor de la ropa en cuestión, tú puedes guardar de veinte a cuarenta prendas en el espacio que se requiere para colgar diez. La cliente de la que hablé tenía sólo un poco más de ropa que el común de la gente. Si la hubiera doblado, no habría tenido problemas para que cupiera en su guardarropa. Al doblarla cuidadosamente, solucionarás casi todos los problemas de almacenamiento.

Pero no es el único efecto de doblar. El verdadero beneficio es tomar cada prenda con las manos. A medida que recorres la prenda, derramas energía en ella. La palabra japonesa para «curación» es te-ate», que significa literalmente «poner las manos». La palabra se originó antes del desarrollo de la medicina moderna, cuando la gente creía

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que poner la mano sobre una herida, ayudaba a curarla. Nosotros sabemos que el contacto físico suave de un padre, como tomar de las manos, dar palmaditas en la cabeza y abrazar tiene un efecto calmante en los niños. De manera similar, el masaje firme pero suave que dan las manos humanas contribuye mucho más a deshacer contracturas musculares que el aporreo de las máquinas de masajes. La energía que transmiten las manos de una persona en nuestra piel parece curar el cuerpo y el alma.

Lo mismo ocurre con la ropa. Yo creo que, cuando tomamos la ropa en nuestras manos y la doblamos con cuidado, le transmitimos energía, lo cual tiene un efecto positivo en ella. Al doblarla adecuadamente, la mantenemos en forma y borramos sus arrugas, lo cual hace que su material se vuelva más fuerte y vibrante. La ropa bien doblada tiene una resistencia y un brillo que puede observarse de inmediato y distinguirse claramente de la que se ha metido con descuido en un cajón. El acto de doblar implica mucho más que compactarla para guardarla. Es un acto de cariño, una expresión de amor y aprecio por la manera en que esa ropa contribuye con tu estilo de vida. Por lo tanto, cuando la doblemos, debemos hacerlo de corazón y agradecerle por proteger nuestro cuerpo.

Además, doblarla después de lavarla y secarla es una oportunidad para observarla con pleno detalle. Por ejemplo, podemos detectar zonas donde la tela está raída o empieza a desgastarse. Doblar es en verdad una forma de diálogo con nuestro guardarropa. Los trajes tradicionales japoneses (el kimono y el yukata) siempre se doblan en rectángulos para que quepan perfectamente en cajones diseñados para sus dimensiones uniformes. No creo que exista otra cultura en el mundo que ajuste de manera tan precisa los espacios de almacenaje a la ropa. Los japoneses entienden muy rápido el placer que produce doblar la ropa, casi como si estuvieran programados genéticamente para esa tarea.

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Cómo doblar La mejor manera de doblar para una apariencia perfecta

La ropa está recién lavada y lista para guardarse, pero aquí mucha gente se bloquea. Doblarla parece un trabajo excesivo, sobre todo porque volverá a usarse muy pronto. Muchas personas no se molestan en hacerlo, y muy pronto tienen un montón de ropa en el suelo. Caen en la rutina diaria de tomar algo del montón para ponérselo mientras la pila crece y crece hasta que, al final, cubre la habitación de esquina a esquina.

Si esto te describe, no te preocupes. Ninguno de mis clientes sabe cómo doblar la ropa adecuadamente cuando empieza a tomar clases conmigo. De hecho, varios de ellos han confesado que nunca la doblan. Yo he abierto guardarropas tan llenos que la ropa parecería haberse empacado al vacío, y he visto cajones repletos de prendas enrolladas y retorcidas como fideos. Podrías incluso pensar que mis clientes desconocen el significado de la palabra «doblar». Sin embargo, cuando terminan mi curso, todos sin excepción acaban por decirme que doblar es divertido.

Una de mis clientes, una joven veinteañera, detestaba tanto doblarla que su madre solía venir a doblársela. Sin embargo, durante el curso, llegó a gustarle tanto que incluso enseñó a su madre cómo doblarla correctamente. Cuando domines esta técnica te gustará practicarla todos los días y te será una habilidad útil por el resto de tu vida. En verdad, ir por la vida sin saber doblar la ropa es una enorme desventaja.

El primer paso es visualizar cómo se verá el interior de tu cajón cuando termines. La meta debe ser organizar el contenido para que ubiques de un vistazo dónde está cada objeto, tal como ves el lomo de tus libros en el librero. La clave es guardar las cosas de manera vertical, no horizontal. Algunas personas imitan los aparadores de las tiendas, pues doblan cada prenda para formar un gran cuadrado y luego ponen una sobre otra. Eso está muy bien para mostrar las ventas de temporada en las tiendas, pero no para lo que nos proponemos hacer en casa, donde nuestra relación con esas prendas es a largo plazo.

Para guardar la ropa verticalmente, debemos compactarla haciéndole más pliegues. Algunas personas creen que, a más pliegues, más arrugas, pero no es así. Lo que causa las arrugas no es el número de pliegues sino el grado de presión que se aplique. Incluso las prendas poco dobladas se arrugan si se guardan apiladas, pues el peso de la ropa actúa como una prensa. Piensa en la diferencia que hay entre doblar una hoja de papel y 100 hojas de un tirón. Es mucho más difícil lograr un pliegue nítido cuando se dobla una pila de papeles a la vez.

Cuando ya tengas una imagen de cómo se verá el interior de tus cajones, empieza a doblar. El propósito es doblar cada prenda en un rectángulo simple y regular. Primero, cada lado de la prenda hacia el centro y las mangas hacia dentro para formar un rectángulo. No importa cómo dobles las mangas. A continuación, toma un extremo

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del rectángulo y dóblalo hacia el otro extremo. Luego, vuelve a doblar en mitades o tercios. El número de pliegues debe ajustarse para que, cuando la ropa doblada quede vertical sobre el extremo quepa en la altura del cajón. Éste es el principio básico. Si el resultado final tiene la forma correcta pero queda demasiado flojo y blando como para sostenerse verticalmente, es una señal de que tu manera de doblar no se ajusta al tipo de ropa. Cada prenda debe tener su propio «punto óptimo» donde la sientas bien (una forma de doblarse que le vaya bien a esa prenda). Esto varía según el tipo de material y el tamaño de la prenda, y por ende, necesitarás ajustar tu método hasta encontrar el que te funcione. No es difícil. Al ajustar la altura de la prenda mientras la doblas para que se sostenga bien, encontrarás ese punto óptimo con una facilidad sorprendente.

Esta acción se vuelve más fácil si doblas los materiales delgados y suaves con mayor firmeza —reduciendo considerablemente su anchura y altura—, y los materiales gruesos y flojos con menor firmeza. En los casos donde un extremo de la prenda es más grueso que el otro, conviene sostener el extremo más delgado con la mano mientras doblas. No hay nada más satisfactorio que encontrar ese «punto óptimo». La prenda de vestir mantiene su forma aunque se sostenga verticalmente y se siente bien cuando la tomas con la mano. Es como una epifanía —¡Entonces, es así como siempre quisiste que te doblaran!—, un momento especial en que tu mente y la prenda de vestir se conectan. Me encanta la forma en que se ilumina el rostro de mis clientes cuando llega ese momento.

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Cómo acomodar la ropa El secreto para «vigorizar» tu guardarropa

Se siente de maravilla cuando abres tu guardarropa y ves lo que amas colgado impecablemente en ganchos. Pero los armarios de mis clientes suelen ser tan caóticos que se requiere valor sólo para abrirlos y, una vez abiertos, es imposible encontrar algo ahí.

Hay dos posibles causas de esto. La primera es que, sencillamente, el guardarropa esté muy lleno. Una de mis clientes lo había colmado de tanta ropa que tardaba tres minutos en extraer una sola prenda. Los ganchos estaban tan juntos que cuando, después de muchos gruñidos y tirones logró sacar una prenda, la ropa que estaba a cada lado salió volando como pan en una tostadora. Pude ver por qué ella no había usado ese guardarropa en varios años. Es un ejemplo extremo, pero es cierto que la mayoría de la gente almacena en los guardarropas muchas más cosas que las necesarias. Por esta razón, recomiendo doblar cualquier prenda que puedas. Por supuesto, hay mucha ropa a la que es mejor guardar colgada. Esta incluye abrigos, trajes, sacos, faldas y vestidos. Mi regla es: cuelga cualquier prenda que parezca más feliz en un gancho, como la que está hecha con materiales suaves que se agitan con la brisa, esos que protestarían si los doblaras. Sin duda, éstas debemos colgarlas.

La otra causa de un guardarropas desordenado es la ignorancia. Mucha gente no sabe cómo organizar la ropa en ganchos. La regla básica es colgar junta la ropa de la misma categoría, dividiendo el espacio del perchero con una sección para sacos, otra para trajes, etcétera. La ropa, al igual que la gente, puede relajarse con más libertad cuando está en compañía de otra que tiene un tipo muy similar y, por ende, organizarla en categorías ayuda a que se sienta más cómoda y segura. En verdad puedes transformar tu guardarropa con aplicar este principio.

Por supuesto, mucha gente insiste en que aun cuando organiza su ropa por categorías, no pasa mucho tiempo antes de que vuelva a ser un caos. Por eso te mostraré un truco para conservar el orden de los guardarropas y armarios que tanto te esfuerzas por organizar. Acomoda tu ropa de modo que se «eleve hacia la derecha». Tómate un momento para dibujar una flecha que se eleve hacia la derecha y luego otra que descienda hacia la derecha. Puedes hacer esto en papel o tan sólo trazarlo en el aire ¿Notaste que al dibujar la flecha elevándose hacia la derecha te sentiste más liviano? Las líneas que se inclinan hacia la derecha hacen que la gente se sienta cómoda. Al usar este principio cuando organizas tu guardarropa, haces que su contenido luzca mucho más interesante.

Para hacerlo, cuelga las prendas pesadas del lado izquierdo y las ligeras del lado derecho. Las pesadas incluyen las que son largas, de materiales más pesados y color oscuro. A medida que avanzas al lado derecho del perchero, la longitud de las prendas disminuye, su material se adelgaza y su color se aclara. Por categoría, los

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abrigos estarían en el extremo izquierdo, seguidos de vestidos, sacos, pantalones, faldas y blusas. Es el orden básico, pero según tu estilo de ropa, variará lo que pueda considerarse «pesado» en cada categoría. Trata de crear un equilibrio que haga parecer que la ropa se eleva hacia la derecha. Además, organízala dentro en cada categoría de pesada a ligera. Cuando estás frente a un guardarropa reorganizado de manera que la ropa se eleva hacia la derecha, sentirás que tu corazón late más rápido y las células de tu cuerpo vibran de energía. Esta energía también se transmitirá a tu ropa. Aunque la puerta esté cerrada, sentirás que la habitación está más fresca. Una vez experimentado esto, nunca perderás el hábito de organizar por categorías.

Algunas personas preguntarán si poner atención a esos detalles de veras puede provocar un cambio así, pero ¿para qué pierdes el tiempo en dudar si incorporar esta magia tan emocionante en todos tus espacios de almacenaje podría mantener tu habitación ordenada? Sólo te tomará diez minutos reorganizar tu guardarropa por categorías, así que confía en mí e inténtalo. Pero no olvides que primero debes depurar tu guardarropa para sólo conservar las prendas que amas de verdad.

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Cómo guardar calcetines Trata tus calcetines y mallas con respeto

¿Alguna vez has tenido la experiencia de creer que hacías algo bueno y luego te enteras de que lastimaste a alguien? En aquel momento, no te preocupaban los sentimientos de la otra persona. Esto se parece a la manera en que muchos de nosotros tratamos a nuestros calcetines.

Una vez, fui a la casa de una cliente que tendría unos cincuenta años. Como siempre, empezamos organizando su ropa. Avanzamos tranquilamente por su guardarropa, terminamos de ordenar su ropa interior y nos preparamos para organizar sus calcetines. Pero cuando abrió el cajón respectivo, quedé impactada. Estaba lleno de pelotas con forma de papa que rodaban por doquier. Ella había doblado las puntas de sus calcetas para formar pelotas y las había atado fuerte por el centro. Enmudecí. Cubierta por un impecable delantal blanco, mi cliente me sonrió y dijo: «Así es fácil tomar lo que necesito, y también es bastante sencillo de guardar, ¿no crees?». Aunque suelo toparme con esa actitud durante mis clases, nunca deja de asombrarme. Pero permíteme declarar algo aquí y ahora: nunca, jamás ates tus calcetas y medias. Nunca formes pelotas con tus calcetines.

Yo le señalé los calcetines hechos bolas. «Míralos con cuidado. Este debería ser un tiempo de descanso para ellos. ¿Tú crees que puedan descansar así?».

Así es. Los calcetines y medias guardados en tu cajón básicamente están de vacaciones. Se llevan una paliza brutal durante su trabajo diario, atrapados entre tu pie y tu zapato, resistiendo la presión y la fricción para proteger tus preciosos pies. El tiempo que pasan en tu cajón es su única oportunidad de descansar. Pero si están replegados, hechos pelotas o atados, siempre están en un estado de tensión, con su tela estirada y su resorte forzado. Ruedan y chocan entre sí cada vez que abren y cierran el cajón. Los calcetines y medias que tengan la suerte de quedar al fondo del cajón suelen quedar olvidados por tanto tiempo que su resorte se estira de manera irreparable. Cuando el dueño los descubre y se los pone, ya es demasiado tarde y quedan relegados a la basura. ¿Qué trato podría ser peor que éste?

Empecemos por cómo doblar las medias. Si ya las ataste, comienza por deshacer el nudo. Pon una punta encima de la otra y dóblalas longitudinalmente por la mitad. Luego en tercios y asegúrate de que las puntas queden dentro, no fuera, y de que el resorte sobresalga ligeramente en el extremo. Por último, enrolla las medias en dirección al resorte. Si el resorte queda por fuera cuando termines, lo hiciste bien. Las calcetas, dóblalas de la misma manera. Con materiales más gruesos, como los mallones de invierno, es más fácil enrollarlos si los doblas en dos y no en tres. El caso es que queden firmes y estables cuando hayas terminado, como un rollo de sushi.

Cuando guardes las medias en tu cajón, acomódalas de punta para que se vea la

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espiral. Si las guardas en cajones de plástico, te recomiendo que primero las pongas en una caja de cartón, para que no se resbalen ni desenrollen, y luego guardes la caja en el cajón. Una caja de zapatos tiene el tamaño perfecto para servir como separador de medias. Este método es una solución en la que todos ganan: te permite ver cuántos pares de medias tienes de un solo vistazo, las protege del daño, y las mantiene lisas y sin arrugas para que sean fáciles de poner. Y también hace más felices a tus medias.

Doblar calcetines es aún más fácil. Si ya doblaste las puntas, desdóblalas. Coloca un calcetín sobre otro y sigue las mismas instrucciones que para doblar la ropa. Para los calcetines cortos, que sólo cubren el pie, basta con doblarlos dos veces; para los calcetines que llegan al tobillo, tres veces; para los que llegan a la rodilla y más arriba, de cuatro a seis veces. Puedes ajustar el número de pliegues para lograr la altura que quepa mejor en al cajón. Es fácil. Sólo procura hacer un rectángulo simple, la clave para doblar. Te sorprenderá cuán poco espacio necesitas en comparación con tus días de las «pelotas con forma de papa», y notarás cómo tus calcetines suspiran de alivio al verse desatados.

Cuando veo a estudiantes que usan calcetas altas con el resorte flojo, me dan ganas de decirle cómo doblar sus calcetines adecuadamente.

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Ropa de temporada No almacenes la ropa de otras temporadas

En Japón, junio es la temporada de lluvias. También es el mes de la tradición del koromogae, cuando la gente se pone su ropa de verano. A esto lo preceden varias semanas en las cuales se lava y guarda la ropa invernal, y se saca la ropa de verano. Siempre que se aproxima esta época del año, me acuerdo de que yo también solía hacer esto. Sin embargo, desde hace varios años, no me he molestado en almacenar la ropa de verano. La costumbre del koromogae se originó en China y fue introducida en Japón como una costumbre cortesana durante el periodo Heian (794-1185). Fue a finales del siglo

XIX

, cuando los trabajadores y estudiantes empezaron a usar uniforme, que esta costumbre se introdujo en las empresas y escuelas: adoptaban oficialmente el uniforme de verano a principios de junio y el de invierno a principios de octubre. Dicho de otro modo, esta regla sólo se aplicaba al interior de las organizaciones, y no era necesario extenderla a los hogares comunes.

Pero, como cualquier otro japonés, yo también estaba convencida de que tenía que empacar y desempacar la ropa de temporada dos veces al año: en junio y octubre. Yo dediqué esos dos meses a vaciar y rellenar el contenido de los guardarropas y cajones. Para ser sincera, esta costumbre siempre me pareció engorrosa. Si yo quería usar un vestido guardado en una caja ubicada en la repisa superior del armario, desempacarlo resultaba demasiado problemático. En lugar de eso, debía conformarme con ponerme otra cosa. Hubo años en los que no lograba desempacar mi ropa de verano sino hasta julio, y de pronto me percataba que había comprado ropa similar a la que ya tenía. Y, a menudo, tan pronto como desempacaba mi ropa de verano, volvía a hacer frío.

La costumbre de empacar la ropa de temporada ya es obsoleta. Con la introducción del aire acondicionado y la calefacción central, nuestros hogares están menos expuestos al clima exterior. Hoy no es raro ver en invierno a personas que usan playeras dentro de su casa. Ya es hora de abandonar esta costumbre y tener toda nuestra ropa lista para usarla todo el año sin importar la estación.

A mis clientes les encanta este enfoque, sobre todo porque pueden tomar en cualquier momento cualquier prenda. Esto no implica ninguna dificultad técnica. Sólo necesitas reorganizar tu ropa en el entendido de que no vas a empacar la ropa de otras temporadas. El secreto es no clasificarla de más. Cuando la pongas en el cajón, sólo divídela en «algodón y similares», y «lana y similares». Evita clasificarlas por estación (ropa de verano, invierno, otoño y primavera) o por actividad (ropa de trabajo o de descanso), pues resulta demasiado vago. Si el espacio de mis clientes es limitado, les pido que empaquen sólo unas cuantas prendas pequeñas y específicas de otras temporadas, como los trajes de baño y los gorros de sol típicos del verano, y los guantes y gorros para la temporada invernal. Los abrigos de invierno, al no ser

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prendas pequeñas, pueden quedarse en el guardarropa aunque no estén en temporada.

A quienes aún no tienen espacio suficiente, les compartiré algunos consejos para guardar su ropa de fuera de temporada. Mucha gente guarda la de otras temporadas en cajas de plástico con tapa. Sin embargo, éste es el tipo de recipiente más difícil de usar de manera efectiva. Cuando ya está en el armario, es muy probable que le pongan más cosas encima, y sacar la caja para abrirla se vuelve un trabajo demasiado complicado. A fin de cuentas, es muy fácil olvidar incluso que la caja está ahí hasta que la temporada ya casi ha terminado. Si piensas comprar próximamente para guardar, te recomiendo que consigas una cómoda. Evita enterrar tu ropa en el armario, aunque esté fuera de temporada. Las prendas que han permanecido ocultas durante medio año lucen marchitas, como si las hubieran reprimido. En cambio, permite que les dé un poco de aire y luz de vez en cuando. Abre el cajón y recorre las prendas con tus manos. Déjales saber que te preocupas y estás ansioso por usarlas cuando vuelvan a estar en temporada. Este tipo de «comunicación» ayuda a que tu ropa se mantenga vibrante y mantiene viva tu relación con ellas por más tiempo.

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Cómo guardar los libros Pon todos tus libros en el piso

Cuando ya has terminado de organizar y guardar tu ropa, llega la hora de ocuparte de tus libros. Los libros son de las cosas que a la gente le cuesta más trabajo desechar. Muchas personas dicen que son de las cosas que no se pueden desprender, aunque no necesariamente sean ávidos lectores, pero el verdadero problema es la manera en que se desprenden de ellos.

Una de mis clientes, una treintañera que trabajaba para una firma extranjera de consultoría, amaba los libros. No sólo había leído todos los libros de actualidad sobre negocios, sino también una amplia variedad de novelas y libros ilustrados. Por supuesto, su habitación estaba llena de libros. No sólo tenía tres grandes libreros de piso a techo llenos de libros, sino también veinte torres que llegaban a la cintura, hechas de libros amontonados precariamente en el piso. Cuando atravesé su recámara, tuve que hacerme a un lado y retorcerme para no chocar con ellas.

Yo le dije lo que digo a todos mis clientes. —Por favor, empieza por retirar todos los libros del librero y pon todos en el piso. Ella me miró con ojos desorbitados: —¿Todos? Son demasiados. —Sí, lo sé. Todos, por favor. —Pero... —dudó un momento, como si buscara palabras antes de continuar—. ¿No sería más fácil elegirlos directamente del librero, donde se pueden ver los títulos?

En los libreros, los libros suelen estar dispuestos en hileras para que los títulos se vean con claridad y parecería tener más sentido seleccionar los que no quieres cuando puedes verlos. Y eso no es todo, pues los libros son pesados. Tomarlos del librero sólo para volverlos a poner parece un desperdicio de esfuerzo... Aun así, no omitas este paso. Quita todos los libros de los libreros. No podrás decidir si un libro en verdad te atrapa si está en la repisa. Al igual que la ropa y cualquier otra pertenencia, los libros olvidados en el librero por mucho tiempo están como dormidos. O quizá debería decir que se vuelven «invisibles». Aunque están a la vista, pasan inadvertidos, como un saltamontes que permanece quieto en el césped, mimetizado con sus alrededores.

Si te preguntas, «¿Esto me hace feliz?», mientras ves las cosas en estantes o cajones, la pregunta no significa mucho para ti. Para decidir en verdad si quieres conservar o desechar algo, debes sacar las cosas de su hibernación. Incluso las torres de libros en el piso son más fáciles de evaluar si las cambias a otra parte del piso o las vuelves a apilar. Al igual que la sacudida suave que usamos para despertar a alguien, podemos estimular nuestras pertenencias si las movemos físicamente, las exponemos al aire fresco y las volvemos «conscientes».

Mientras ayudo a mis clientes a organizar su casa u oficina, me coloco frente al montón de libros apilado en el piso y aplaudo o acaricio las tapas de los libros.

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Aunque al principio mis clientes me miran con extrañeza, quedan sorprendidos por la rapidez y precisión con que son capaces de elegir después de esto. Pueden ver exactamente lo que necesitan y lo que no. Es mucho más difícil elegir libros cuando están en el librero, lo cual significa repetir el proceso. Si mis clientes tienen demasiados libros para ponerlos todos en el piso, les pido que los dividan en cuatro grandes categorías:

Generales (libros que lees por gusto) Prácticos (libros de consulta, recetarios, etcétera) Visuales (colecciones fotográficas, etcétera) Revistas

Una vez apilados, tómalos con la mano, uno por uno, y decide si quieres conservar o desechar cada uno. Por supuesto, el criterio es si te hace sentir placer o no cuando lo tocas. Recuerda que dije, «cuando lo tocas». Asegúrate de no empezar a leerlo. Leer te nubla el juicio pues, en vez de preguntarte lo que sientes, empezarás a preguntarte si necesitas ese libro o no. Imagina cómo sería tener un librero lleno sólo de libros que de veras te encantan. ¿Acaso no es una imagen fascinante? ¿Qué mayor felicidad puede haber para alguien que ama los libros?

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Libros no leídos «Algún día» significa «nunca»

Las razones más comunes para no deshacerse de un libro son «Tal vez sí lo lea» o «Quizá me den ganas de volver a leerlo». Tómate un momento para contar los libros que en verdad has leído más de una vez. ¿Cuántos son? Para algunos, apenas llegarán a cinco, y en el caso de algunos lectores excepcionales, quizá alcancen los cien. Sin embargo, la gente que relee tanto, suele pertenecer a profesiones específicas, como académicos y escritores. Muy rara vez hallarás a gente tan común y corriente como yo misma que lea tantos libros. Aceptémoslo. Al fin y al cabo, releerás muy pocos de tus libros. Al igual que con la ropa, necesitamos detenernos y pensar en el propósito que tienen estos libros.

Los libros son, en esencia, papel (hojas de papel impresas con letras y atadas). Su verdadero propósito es ser leídos, transmitir información a sus lectores. La información que contienen es lo que tiene significado. No tienen significado propio por sólo estar en el librero. Tú lees libros por la experiencia de hacerlo. Los ya leídos fueron experimentados y su contenido ya está dentro de ti, aun cuando no lo recuerdes. Entonces, cuando decidas qué libros conservar, olvida si crees que volverás a leerlos o si ya dominas su contenido. Mejor toma cada libro con la mano y decide si te mueve o no. Conserva sólo los libros que te harán feliz con sólo verlos en los libreros, esos que amas de verdad. Eso también incluye este libro. Si yo no siento ninguna alegría cuando lo tomo con la mano, mejor lo desecho.

¿Qué hay de los libros que ya empezaste a leer pero aún no terminas? ¿O de los libros que no empiezas a leer? ¿Qué hacer con libros como éste, los cuales tienes la intención de leer en algún momento? La Internet ha facilitado la compra de libros, pero como consecuencia, me parece que la gente tiene muchos más libros sin leer que antes. No es raro que la gente compre un libro y al poco tiempo, antes de haberlo leído, compre otro. Los libros no leídos se acumulan. El problema con los libros que tenemos la intención de leer en algún momento es que son mucho más difíciles de desechar que los ya leídos.

Recuerdo una ocasión en que le daba una clase al presidente de una compañía sobre cómo limpiar su oficina. Sus libreros estaban llenos de títulos complicados, de esos que esperarías que leyera un ejecutivo —por ejemplo, de autores como Drucker y Carnegie—, así como de los últimos best sellers. Era como entrar en una librería. Cuando vi su colección, sentí que me hundía. Por supuesto, cuando él empezó a seleccionarlos, puso uno sobre otro en su montón «para conservar» y dijo que aún no los leía. Para cuando terminó, aún tenía 50 volúmenes y apenas había hecho mella en la colección original. Cuando le pregunté por qué los conservaba, me dio la respuesta más clásica de mi lista de respuestas más probables: «Porque tal vez quiera leerlos algún día». Por experiencia propia, temo decirte que ese «algún día» nunca llega.

Si perdiste tu oportunidad de leer un libro en particular, aun cuando te lo hayan recomendado o sea de los que trataste de leer durante años, entonces es tu

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oportunidad de dejarlo ir. Tal vez quisiste leerlo cuando lo compraste, pero si no lo has leído, entonces su propósito era enseñarte que no lo necesitabas. No hay necesidad de leer completos los libros que se han dejado a la mitad. Su propósito era que se leyera sólo la mitad. Mejor deshazte de todos esos libros no leídos. Te hará más bien leer ahora ese libro que en verdad te atrapa que el que dejaste acumulando polvo durante años.

Las personas que tienen grandes colecciones de libros casi siempre son muy estudiosas. Por eso no es raro ver muchos libros de consulta y guías de estudio en los libreros de mis clientes. Los manuales y guías para obtener certificaciones suelen ser increíblemente diversos, y abarcan de la contabilidad, la filosofía y la computación a la aromaterapia y la pintura. A veces me asombra el tipo de certificaciones que les interesan a mis clientes. Muchos de ellos conservan sus viejos libros de texto de sus épocas de estudiantes y los cuadernos en que practicaban sus habilidades de escritura. Si tú, como muchos de mis clientes, tienes libros que pertenecen a esta categoría, te exhorto a que dejes de insistir en que volverás a usarlos algún día y te deshagas de ellos hoy mismo. ¿Por qué? Pues porque las probabilidades de que algún día los leas son muy bajas. De todos mis clientes, menos del quince por ciento dan uso a esos libros. Cuando explican por qué se aferran a ellos, todas sus respuestas tienen que ver con lo que pretenden hacer «algún día». «Me gustaría estudiar esto algún día», «Lo estudiaré cuando tenga un poco más de tiempo», «Pensé que me sería útil para dominar el inglés», «Quería estudiar contabilidad porque soy un directivo». Si aún no has hecho lo que tenías la intención de hacer, deshazte de ese libro. Sólo desechándolo serás capaz de comprobar qué tanto te apasiona ese tema. Si tus sentimientos no cambian después de desecharlo, entonces estás bien así. Si, después de haberlo tirado, deseas el libro con tal desesperación que estarías dispuesto a comprar otro ejemplar, entonces cómpralo (pero ahora sí léelo y estúdialo).

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Qué libros conservar Los que estén en tu Salón de la fama

Hoy, yo procuro no tener más de 30 volúmenes a la vez, pero antes me costaba mucho trabajo deshacerme de los libros porque los amo. La primera vez que depuré mi biblioteca usando el criterio de qué libros me hacían feliz y cuáles no, dejé 100 volúmenes en mi librero. Aunque esto no es excesivo en comparación con el promedio, sentí que aún podía reducirla un poco más. Un día, decidí ver más de cerca qué tenía. Empecé con los que consideraba un tabú desechar. En mi caso, el primero de la lista fue Alicia en el país de las maravillas, el cual he leído repetidamente desde la primaria. Libros como éste, que se encuentran en mi propio Salón de la fama de los libros, son fáciles de identificar. A continuación, revisé los libros que me inspiraban placer pero no estaban en mi Salón de la fama. Con el paso del tiempo los volúmenes de esta categoría cambian de manera natural, pero son los libros que definitivamente quiero conservar por ahora. En aquel momento, uno de esos libros era The Art of Discarding, el cual me abrió los ojos al arte de la organización, pero ya no lo tengo. Es bueno conservar los libros que producen tal grado de placer.

Los más difíciles son los que te dan placer moderado (esos que tienen palabras y frases que te conmovieron y que tal vez quieras volver a leer). Son los más difíciles de desechar. Aunque no me sentí presionada para deshacerme de ellos, no puedo pasar por alto el hecho de que sólo me dieron placer moderado. Entonces, empecé a buscar una manera para dejarlos ir sin remordimientos y di con lo que llamé el «método de reducción del volumen». Al percatarme de que lo que en realidad quería conservar no era el libro sino determinada información o palabras específicas, decidí que si conservaba sólo lo que necesitaba, sería capaz de desechar el resto.

Mi idea fue copiar en un cuaderno los fragmentos que me inspiraban. Yo pensé que, con el tiempo, esto se convertiría en una colección personal de pensamientos favoritos. Iba a ser divertido leerlo en el futuro y trazar el rumbo por el que me habían llevado mis intereses. Muy emocionada, saqué un cuaderno y emprendí mi proyecto. Empecé por subrayar las frases que quería copiar. Luego, anoté el título en mi cuaderno y empecé a transcribir. Sin embargo, una vez que comencé, me di cuenta de que este proceso iba a costarme mucho trabajo. Transcribir es algo que se lleva su tiempo, y si quería leer esas palabras en el futuro, tenía que escribirlas con una letra impecable. Para copiar diez citas de un sólo libro iba necesitar al menos media hora, y era un cálculo optimista. La sola idea de hacer eso con 40 libros me dejó aturdida.

Mi siguiente plan fue usar una fotocopiadora. Copiaría las secciones que quería conservar para cortarlas y pegarlas en mi cuaderno. Yo pensé que esto debía ser mucho más rápido y fácil. Pero cuando lo intenté, resultó aún más laborioso. Al final, decidí arrancar del libro las páginas relevantes. Pegarlas en un cuaderno también fue engorroso, así que simplifiqué el proceso poniéndolas en un fichero. Esto sólo me

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tomó cinco minutos por libro, y logré deshacerme de 40 libros y conservar las palabras que me gustaban. Quedé extremadamente complacida con los resultados. Dos años después de haber creado este «método de reducción del volumen», tuve una revelación. No había vuelto a ver el fichero. Todo ese esfuerzo sólo había sido para aliviar mi conciencia.

Hace poco, empecé a notar que tener menos libros en verdad incrementa el impacto de la información que leo. Reconozco la información necesaria con mucho más facilidad. Muchos de mis clientes, particularmente los que han tirado un número considerable de libros y papeles, son de la misma opinión. Los libros tienen su momento. El instante en que te topas con uno en particular es el correcto para leerlo. Para no perderte de ese momento, te recomiendo mantener tu colección pequeña.

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Cómo ordenar los papeles La regla de oro es «desecha todos»

Cuando ya has terminado de organizar tus libros, llega la hora de ocuparte de tus papeles. Por ejemplo, los sobres que inundan el portacartas de tu pared; los avisos escolares pegados en tu refrigerador; la invitación a tu reunión escolar, olvidada junto al teléfono; los periódicos que se han acumulado en tu mesa durante los últimos días. Hay varios sitios en tu casa donde los papeles tienden a acumularse como montículos de nieve.

Aunque es creencia común que en una casa hay muchos menos papeles que en una oficina, esto no es cierto. La cantidad mínima de desechos de papel que suelen tirar mis clientes es de dos bolsas de basura de 45 kilos. El máximo hasta ahora es de quince bolsas. He oído muchas veces a mis clientes decir que se les atasca su trituradora de papel. Una cantidad tan grande de papel es extremadamente difícil manejar y, sin embargo, he conocido a clientes asombrosos cuyas habilidades para archivar me han dejado anonadada. Cuando les pregunto, «¿Cómo estás organizando tus papeles?», sus explicaciones son extremadamente detalladas.

«Los papeles relativos a los niños van en esta carpeta. Aquella otra es mi archivo de recetas. Los recortes de revistas van aquí y los manuales para mis aparatos eléctricos en esta caja...». Han clasificado sus papeles tan a detalle que a veces mi mente divaga a la mitad de su explicación. Lo confieso. ¡Detesto archivar papeles! Nunca uso carpetas múltiples ni rotulo etiquetas. Este sistema quizá funcione mejor en una oficina, donde muchas personas usan los mismos documentos, pero no hay ninguna necesidad de usar en casa un sistema de archivo tan detallado.

Mi principio básico para ordenar papeles es tirarlos todos. Mis clientes quedan asombrados cuando digo esto, pero no hay nada más molesto que los papeles. Después de todo, nunca te inspirarán alegría, no importa con cuánto cuidado los guardes. Por esta razón, te recomiendo tirar cualquier cosa que no pertenezca a una de tres categorías: actualmente en uso; requeridos por un periodo limitado; y para conservarlos indefinidamente.

Por cierto, la palabra «papeles» no incluye papeles con valor sentimental como las viejas cartas de amor o los diarios. Ordenar estos papeles reducirá drásticamente tu ritmo de trabajo. Al principio, limítate a ordenar papeles que no te emocionan en lo absoluto y termina el trabajo de un tirón. Puedes dejar las cartas de amigos y amores para cuando te ocupes de los artículos sentimentales.

Cuando ya te has encargado de los papeles que no evocan placer alguno, ¿qué hacer con los que decidiste conservar? Mi método de archivo es extremadamente sencillo. Los divido en dos categorías: papeles que deben guardarse y papeles de los que hay que encargarse. Aunque tengo la política de tirar todos los papeles, son las únicas categorías que hago para los que no pueden desecharse. Las cartas que

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requieren de respuesta, las formas que tienen que llenarse, un periódico que tengo la intención de leer (hazles un espacio especial a papeles como este, de los que hay que encargarse). Asegúrate de conservar todos esos papeles en un solo sitio. Nunca los dejes dispersos en otras partes de la casa. Te recomiendo usar una papelera vertical, en la cual puedes almacenar los papeles verticalmente y asignarle un lugar específico. Todos los papeles que requieren de atención pueden colocarse aquí sin separarlos.

En cuanto a los papeles que deben guardarse, yo los subdivido según la frecuencia de uso. Insisto, la manera en que los divido no es complicada. Los organizo en papeles de uso ocasional y papeles de uso frecuente. Los de uso ocasional incluyen pólizas de seguros, garantías y contratos de arrendamiento. Por desgracia, deben conservarse automáticamente, no importa que no inspiren alegría en tu corazón. Como casi nunca necesitarás tener acceso a los papeles de esta categoría, no tienes que esforzarte mucho para guardarlos. Te recomiendo ponerlos todos en un folder de plástico transparente sin preocuparte por clasificarlos más.

La otra subcategoría consiste en papeles que sacarás y usarás de manera más frecuente, como los apuntes de clase o los recortes de periódico. Éstos carecen de significado a menos que los guardes de una manera en que resulten de fácil acceso y lectura, razón por la cual recomiendo insertarlos en las páginas de un fólder de plástico transparente. Esta categoría es la más engañosa de todas. Aunque estos papeles no son necesarios en realidad, tienden a multiplicarse. Reducir el volumen de esta categoría es la clave para organizar tus papeles.

Los papeles se organizan sólo en tres categorías: los que necesitan atención; los que deben guardarse (documentos contractuales), y los que no deben guardarse (otros). El caso es mantener todos los papeles de una categoría en el mismo depósito o fólder y abstenerse de subdividirlos más por contenido. En otras palabras, sólo necesitas tres depósitos o fólders. No olvides que la caja de papeles que «requieren atención» debería estar vacía. Si hay papeles en ella, esto significa que tienes cosas pendientes en tu vida, las cuales necesitas atender. Aunque nunca he logrado vaciar por completo mi caja de «requieren atención», es una meta a la cual debemos aspirar.

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Todo acerca de los papeles Cómo organizar tus papeles problemáticos

Mi política básica es desechar todos los papeles, pero siempre te toparás con algunos que son difíciles de desechar. Consideremos aquí cómo nos encargaremos de ellos.

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Materiales de estudio

Es muy probable que las personas a quienes les gusta estudiar asistan a seminarios o cursos sobre diversos temas como aromaterapia, pensamiento lógico o mercadotecnia. Últimamente, se ha puesto de moda en Japón tomar seminarios de madrugada. Los contenidos y duraciones se están ampliando, lo cual ofrece a la gente muchas opciones. Para los participantes, los materiales que produce el diligente conferencista son casi como medallas de honor, y como tales, son difíciles de desechar. Pero cuando visito las casas de estos ávidos aprendices, descubro que dichos materiales ocupan mucho espacio y vuelven agobiantes las habitaciones.

Una de mis clientes era una mujer de treinta y tantos años que trabajaba para una empresa de publicidad. Cuando entré en su habitación, sentí como si estuviera en una oficina. A mis ojos los asaltaban hileras e hileras de archivos con títulos muy bien impresos. «Estos son todos los materiales de los seminarios que tomé», me dijo. Fanática confesa de los seminarios, ella había conservado y archivado los materiales de cada seminario al que asistió.

La gente suele decir: «Quisiera reestudiar estos materiales algún día», pero la mayoría nunca lo hace. Es más, suelen tener materiales de diversos seminarios sobre temas idénticos o similares. ¿Por qué? Pues porque no recuerdan lo que aprendieron. No digo esto a modo de crítica, sino sólo para señalar por qué no vale la pena conservar los materiales de seminarios ya pasados. Si el contenido no se pone en práctica, esos cursos no significan nada. El valor de tomar un curso o certificación empieza desde el momento en que empezamos a asistir, y la clave para extraer todo su valor es poner en práctica lo que aprendemos tan pronto como termina el curso. ¿Por qué la gente paga cuotas tan caras por esos cursos cuando podrían leer el mismo contenido en un libro u otra parte? Porque quieren sentir la pasión del maestro y experimentar ese entorno de aprendizaje. Por eso, el verdadero material es el propio seminario y debe experimentarse de manera directa.

Cuando asistas a un curso, hazlo con la determinación de tirar todas las fotocopias que te entreguen. Si te arrepientes, vuelve a tomar el seminario, pero esta vez aplica lo aprendido. Resulta paradójico, pero creo que no ponemos en práctica lo que aprendemos justo porque nos aferramos a estos materiales. La mayor colección de materiales de seminario con que me he topado hasta ahora es de 190 archivos. Sobra decir que le pedí al cliente que desechara absolutamente todos.

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Estados de cuenta de tarjeta de crédito

Otra cosa a desechar son todos los estados de cuenta de tu tarjeta de crédito. ¿Cuál es su propósito? Para la mayoría de la gente, tan sólo es un medio para revisar cuánto dinero gastó durante un mes en particular. Entonces, una vez que hayas revisado el contenido para confirmar que es correcto y hayas registrado la cantidad en tu libro de contabilidad doméstico, el estado de cuenta habrá cumplido con su propósito y deberías tirarlo. Créeme. No tienes por qué sentirte culpable.

¿Se te ocurre algún otro momento en que de verdad necesites los estados de cuenta de tus tarjetas de crédito? ¿Crees que los necesites para probar ante la corte cuánto retiraste? Eso no va a ocurrir, así que no necesitas atesorar esos estados de cuenta por el resto de tu vida. Lo mismo ocurre con las notificaciones de retiros de tu cuenta para pagar cuotas de utilidades. Ten determinación y aprovecha esta oportunidad para deshacerte de ellos.

De todos mis clientes, a los que les costó más trabajo deshacerse de sus papeles fue a un matrimonio de abogados. Ellos no dejaban de decir: «¿Qué tal si este documento es requerido en la corte?». Al principio, avanzaron muy poco, pero al final, incluso ellos fueron capaces de desechar casi todos sus papeles sin experimentar problema alguno.

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Garantías de aparatos eléctricos

Ya sea un televisor o una cámara digital, todos los aparatos eléctricos vienen con una garantía. Es la categoría de documentos más común en cualquier hogar, aunque casi nadie las archiva ni guarda adecuadamente. Sin embargo, el método para organizarlas suele ser más o menos correcto.

En general, la gente guarda sus garantías en carpetas transparentes o de acordeón. Lo atractivo de estas carpetas es que pueden almacenar documentos en compartimientos separados. Pero justo en eso radica su desventaja. Como están tan bien divididas, es fácil pasar cosas por alto. Mucha gente no sólo guarda la garantía, sino el manual de operaciones en el mismo archivo. Empecemos por tirar esos manuales. Dales un vistazo. ¿Alguna vez los has usado? En general, hay pocos manuales que de veras necesitamos leer, como el de nuestra computadora o nuestra cámara digital, y son tan gruesos que no cabrían en ningún archivero. Entonces, en principio, cualquier manual que hayas guardado en tu carpeta de garantías puede ser desechado sin que provoque dificultades.

Hasta ahora, todos mis clientes han desechado la mayoría de sus manuales, incluidos los de su computadora y su cámara, y ninguno ha tenido ningún problema por hacerlo. Si lo tuvieran, podrían solucionarlo fácilmente explorando su máquina y, si no pudieran solos, pueden hallar soluciones para casi cualquier cosa en la Internet o el lugar de compra. Por lo tanto, te aseguro que puedes tirarlos sin empacho.

Volvamos con las garantías. El método de archivo que yo recomiendo es ponerlas todas en un folder transparente, sin separarlas en categorías. Las garantías sólo se usan una vez al año, si acaso. ¿Qué caso tiene clasificarlas y dividirlas con cuidado cuando las probabilidades de que las necesites son tan bajas? Además, si ya las archivaste en una carpeta, entonces tendrás que recorrer las páginas para hallar la garantía correcta. En este caso, es igual de fácil guardarlas todas en un folder, sacar todo el montón y buscarla ahí.

Si las clasificas con demasiado detalle, tendrás menos oportunidades de mirar cada garantía. Antes de que te des cuenta, la garantía habrá caducado. Si de todos modos tienes que escudriñar todas cuando sólo necesitas una, esa será una excelente oportunidad para revisar la fecha de caducidad de las otras garantías. De este modo, no tendrás que tomarte la molestia de revisar los contenidos sólo para saber las fechas de caducidad, y de seguro ni siquiera tendrás que comprar fólderes transparentes para guardar las garantías, porque suele haber al menos uno de esos en cada casa. Y, por si fuera poco, este método ocupa sólo una décima parte del espacio que ocupan los métodos convencionales.

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Tarjetas de felicitación

En Japón tenemos la costumbre de enviar tarjetas de Año Nuevo (muchas de ellas tienen números de lotería en la parte de abajo). Esto significa que cada tarjeta cumple con su propósito tan pronto como el destinatario termina de leerla. Cuando ya revisaste si los números de tu tarjeta ganaron algo en la lotería, puedes tirar las tarjetas con gratitud por transmitirte la consideración del remitente. Si conservas las tarjetas para confirmar la dirección del remitente para el año siguiente, entonces sólo guárdala por un año. Tira todas las que tengan dos o más años guardadas, salvo aquellas que inspiren alegría en tu corazón.

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Chequeras usadas

Las chequeras usadas son sólo eso: chequeras usadas. No vas a volver a verlas, y aunque lo hicieras, eso no incrementará la cantidad de dinero en el banco, así que, en serio, deshazte de ellas.

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Comprobantes de nómina

El propósito de tu comprobante de nómina es informarte cuánto te pagaron este mes. Una vez revisado el contenido, pierde su utilidad.

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Komono (Artículos varios 1) Conserva las cosas porque las amas (no sólo «porque sí»)

Jalo un cajón en la casa de un cliente y descubro una pequeña caja que espera ser abierta cual libro seductor que promete alguna historia fascinante. Pero, para mí, no hay ninguna emoción. Sé exactamente lo que voy a encontrar. Monedas, prendedores para el pelo, gomas, botones sueltos, partes de relojes, pilas activas o inactivas, medicamentos sobrantes, amuletos y llaveros. Y la lista sigue. Ya sé cuál será la respuesta del cliente si le pregunto por qué tiene esas cosas en la caja: «Porque sí».

En las casas, a muchos objetos se les trata de la misma manera. Los guardamos y acumulamos «porque sí», sin pensar mucho en ellos. A esta categoría de objetos, yo la llamo komono, palabra japonesa a la que el diccionario define como «artículos pequeños; objetos varios; accesorios; aparatos o herramientas pequeñas; partes o aditamentos; persona insignificante; nimiedad». No sorprende que la gente no sepa qué hacer con las cosas que pertenecen a esa categoría tan vaga e incluyente. Aun así, es hora de despedirse de la actitud del «porque sí». Estos objetos desempeñan un papel importante en facilitar tu estilo de vida, y por lo tanto, merecen que se les maneje una por una y se les ordene adecuadamente.

A diferencia de la ropa o los libros, esta categoría incluye una gama muy diversa de artículos, y la sola idea de dividirlos y organizarlos parece abrumadora. Sin embargo, si los abordas en el orden correcto, esta tarea se vuelve bastante sencilla. El orden básico para organizar los komono es el siguiente:

CDs y DVDs Productos para el cuidado de la piel Maquillaje Accesorios Objetos de valor (pasaportes, tarjetas de crédito, etcétera) Aparatos eléctricos y electrónicos (cámaras digitales, cables de corriente, cualquier cosa que parezca vagamente «eléctrica») Artículos para el hogar (materiales de papelería y escritura, juegos de costura, etcétera) Provisiones domésticas (artículos perecederos como medicamentos, detergentes, pañuelos, etcétera) Artículos de cocina/alimentos Otros

(Si tienes muchos artículos relacionados con un interés o afición en particular, como un equipo para esquiar, entonces trátalos como una sola subcategoría).

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Yo recomiendo este orden en particular porque es más fácil si empiezas con objetos más personales y contenidos bien definidos. Si vives solo, no necesitas preocuparte por el orden, siempre y cuando te ocupes de una subcategoría a la vez. Además, mucha gente vive rodeada de cosas que no necesita, sólo «porque sí». Yo te exhorto a que te deshagas de tus komono y sólo conserves aquellos que te den alegría. Únicamente ésos.

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El dinero suelto «Las monedas, al monedero»

¿Tienes mucho cambio disperso por toda tu casa (uno o dos centavos en el fondo de tu bolsa, un peso en lo más profundo del cajón o sobre la mesa?). Yo siempre encuentro monedas cuando ayudo a mis clientes a poner su casa en orden. Las monedas, monarcas de la categoría komono, pueden hallarse en la entrada, la cocina, la sala, el baño, encima de los muebles y dentro de los cajones. A pesar de que las monedas son dinero bueno, se les trata con mucho menos respeto que a los billetes. Parece extraño que las dejen tiradas por toda la casa, donde no sirven para nada.

Siempre que mis clientes se topan con cambio suelto cuando ponen en orden su casa, yo me aseguro de que se vaya directo a su monedero o cartera (nunca a una alcancía). A diferencia de otras categorías, no necesitas recolectar monedas en cada parte de la casa. Sólo mételas en tu cartera cada vez que encuentres una. Si las pones en una alcancía, sólo cambiarás el lugar donde van a ser ignoradas. La gente que ha vivido en la misma casa durante mucho tiempo es particularmente propensa a olvidar su pequeña provisión de monedas. Francamente, las personas que yo conozco que ahorran monedas sin un propósito claro nunca las usan. Si ahorras monedas con la vaga idea de que sería bueno ver cuántas puedes acumular, entonces es hora de llevarlas al banco. Entre más esperes, más pesará tu montón y más engorroso te será llevarlo al banco.

También he notado que, por alguna razón incomprensible, muchos de mis clientes empiezan a ahorrar monedas en bolsas cuando su alcancía está llena. Muchos años después, se topan con una bolsa llena de monedas en el fondo del armario. Para entonces, ya tiene un penetrante olor a óxido y moho, están decoloradas y hacen un tintineo sordo en vez de cascabelear. A esas alturas, mis clientes preferirían ignorar la existencia de la bolsa. Escribir esta descripción es bastante difícil, pero ver estas monedas desposeídas de su dignidad de dinero es desgarrador. Yo te suplico que rescates estas monedas olvidadas para que no se echen a perder en tu casa adoptando el lema de «las monedas, al monedero».

Dicho sea de paso, la manera en que las mujeres y los hombres tratan el dinero suelto tiene diferencias notables. Los hombres tienden a guardarse las monedas en el bolsillo o dejarlas a la vista en la cómoda o la mesa. Por su parte, las mujeres tienden a ponerlas en una caja o bolsa para luego meterla en un cajón. Es casi como si el instinto masculino de estar listo para la acción en respuesta al peligro, y el femenino de proteger el hogar se manifestara en cómo tratan el cambio. Esta idea hace que me detenga y me pregunte por el misterio de la vida y el ADN mientras dedico otro año a compartir la magia de la organización.

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Komono (Artículos varios 2) Desechables (cosas que conservaste «sólo porque sí»)

Nosotros podemos identificar de inmediato un sorprendente número de cosas desechables sin siquiera hacernos la pregunta de «¿Esto me hace feliz?». Yo ya he señalado la importancia de renunciar a las cosas de las que te cuesta trabajo desprenderte. Cuando pones tu casa en orden, es igual de importante identificar las cosas que has conservado «sin una razón en particular». La mayoría de la gente vive con una asombrosa inconciencia respecto de todos los cachivaches que ocupan espacio en su casa.

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Regalos

Un plato que recibiste como regalo de bodas aún guardado en su caja encima de la vitrina. Un llavero de recuerdo que te regaló un amigo y ahora yace en tu cajón. Una caja de incienso con aroma peculiar que te obsequiaron tus colegas en tu cumpleaños. ¿Qué tienen en común todos esos objetos? Fueron regalos. Alguien importante para ti uso un tiempo precioso para elegirlos y comprártelos. Son una expresión de amor y consideración. No puedes tirarlos sin más ¿o sí?

Pero consideremos esto con más cuidado. La mayoría de estos regalos permanecen cerrados o sólo se han usado una vez. Acéptalo. Simplemente, no son de tu agrado. El verdadero propósito de un regalo es ser recibido. Los presentes no son «cosas» sino medios para transmitir los sentimientos de alguien. Cuando se les considera desde esta perspectiva, no debes sentirte culpable de tirar un regalo. Sólo agradécele la alegría que te dio cuando lo recibiste. Claro que sería ideal usarlo con alegría. Pero, seguramente, la persona que te lo dio no quiere que te sientas obligado a usarlo, ni a tenerlo guardado sin usarlo sólo para sentirte culpable cada vez que lo veas. Cuando lo desechas, también lo haces por cariño a quien te lo dio.

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Cajas de teléfonos celulares

Las cajas son increíblemente voluminosas. Desecha la caja de tu teléfono tan pronto lo desempaques. No necesitas el manual ni el CD que viene con él. Con el uso, llegarás a conocer las aplicaciones que necesitas. Todos mis clientes han desechado este tipo de cosas y a ninguno ha molestado su ausencia. Si tuvieras algún problema, siempre te podrán ayudar en la tienda donde lo compraste. Es mucho más rápido pedir la respuesta a un profesional que batallar con el manual.

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Cables no identificados

Si ves un cable y te preguntas para qué rayos sirve, es muy probable que nunca vuelvas a usarlo. Los cables misteriosos siempre serán eso: un misterio. ¿Te preocupa llegar a necesitarlo si algo se descompone? Olvídalo. He visto innumerables hogares con duplicados del mismo tipo de cable, pero una maraña de cables sólo dificulta encontrar el correcto. Al final, es más rápido comprar uno nuevo. Guarda sólo los cables que identifiques con claridad y deshazte del resto. Es probable que tu colección incluya varios que pertenecen a máquinas que tiraste hace ya mucho tiempo.

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Botones sueltos

Nunca usarás los botones sueltos. En la mayoría de los casos, cuando se cae un botón, es una señal de que una camisa o blusa en particular se usó y apreció lo suficiente y ha llegado al final de su vida. Para los abrigos y sacos que quieras conservar durante mucho tiempo, te recomiendo coserles en el forro botones de repuesto tan pronto los compres. Para ropa más vieja, si pierdes un botón y de veras quieres remplazarlo, podrás conseguir el que necesites en las mercerías grandes. Con base en mi trabajo en el área, he llegado a la conclusión de que, cuando se cae un botón, la gente no suele molestarse en coser otro, aun cuando conserve los repuestos. En cambio, siguen usando la prenda sin un botón o la dejan olvidada en algún rincón de su guardarropa. Si de todos modos no usarás los botones de repuesto, no importa que los tires.

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Cajas de aparatos electrodomésticos

Algunas personas guardan las cajas de los aparatos electrodomésticos porque creen que así podrán pedir más dinero por el aparato si llegan a venderlo. Sin embargo, es una pérdida de tiempo. Si piensas en la renta que pagas, convertir tu espacio en un almacén de cajas vacías te cuesta más de lo que podrías ganar vendiendo un electrodoméstico en su caja. Tampoco necesitas guardarla para transportarlo. Te preocuparás por hallar las cajas adecuadas cuando llegue el momento. Es una pena dejar que una aburrida caja ocupe espacio en tu casa sólo porque podrías llegar a necesitarla algún día.

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Televisores y radios descompuestos

A menudo me topo con televisores y radios descompuestos en las casas de mis clientes. Obviamente, no hay necesidad de conservarlos. Si también tú tienes aparatos averiados, ve esto como una oportunidad de contactar a tu reciclador local y deshacerte de ellos.

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La cama para el invitado que nunca viene

Colchón o cama plegable, edredón, almohada, cobija, sábanas... un juego completo de ropa de cama ocupa mucho espacio. Éste es otro objeto común que se elimina durante mis lecciones, e insisto, mis clientes rara vez lo extrañan. Aunque vale la pena tener una cama adicional si tienes huéspedes regulares y espacio para ellos, se vuelve innecesaria si sólo tienes visitantes de una noche una o dos veces al año. Si de veras necesitas una cama, puedes rentarla, una alternativa que recomiendo mucho. Las camas guardadas indefinidamente en el armario suelen tener un olor a moho tan fuerte que no querrías que tus invitados la usaran. Huele por ti mismo y verás.

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Muestras de cosméticos para los viajes

¿Tienes muestras de cosméticos durante un año o más sin usarse? Mucha gente los conserva para usarlos en viajes, pero luego nunca se los lleva. Por eso, contacté a varios fabricantes para preguntarles sobre la vida útil de estos productos. Las respuestas variaron. Algunos sólo duran unas pocas semanas, mientras otros sirven por un año. Cuando la cantidad es muy pequeña, como la de las muestras, la calidad se deteriora más rápido. Usar cosméticos probablemente caducos, sobre todo cuando se supone que deberías disfrutar tus viajes, me parece un tanto imprudente.

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Productos de última moda en salud

Cinturones para adelgazar, botellas de vidrio para aceites de aromaterapia, exprimidores especiales, máquina para adelgazar que simula el movimiento de cabalgar... parece un desperdicio tirar artículos tan caros pero que nunca usaste mucho. Créeme, puedo darte muchos ejemplos. Puedes desprenderte de ellos. La emoción que sentiste cuando los compraste es lo que cuenta. Expresa tu aprecio por su contribución a tu vida diciéndoles: «Gracias por la emoción que me diste cuando te compré», o «Gracias por ayudarme a estar un poco más en forma». Luego, deséchalos con la convicción de que estás un poco más saludable por haberlos comprado.

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Chucherías de regalo

Un limpiador para pantalla de celular incluido en una botella de refresco, un bolígrafo con el nombre de tu escuela grabado, un abanico que te obsequiaron, una figura que venía con tu refresco, un juego de tazas de plástico que ganaste en una rifa, vasos impresos con el logo de una cervecera, una carpeta con sólo cinco hojas de papel secante, un calendario promocional (aún enrollado), un calendario de bolsillo (aún sin usar a la mitad del año). Nada de esto te va a dar placer. Tíralo sin empacho alguno.

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Objetos sentimentales La casa de tus padres no es almacén de suvenires

Ya que has organizado tu ropa, libros, papeles y komono, por fin puedes ocuparte de la última categoría: objetos con valor sentimental. Dejo estas cosas para el último porque son las más difíciles de desechar. Como la palabra lo implica, un objeto es el recordatorio de un momento en que nos dio alegría. La sola idea de tirarlo siempre nos genera el temor de perder esos preciosos recuerdos junto con él. Pero no te preocupes. Los recuerdos auténticamente preciosos nunca se desvanecerán aun cuando deseches los objetos con que los asocias. Si piensas en tu futuro, ¿crees que vale la pena conservar suvenires de cosas que olvidarías si no los conservas? Nosotros vivimos en el presente. No importa cuán maravillosas hayan sido las cosas, no podemos vivir en el pasado. La alegría y la emoción que sentimos aquí y ahora es más importante. Así que, una vez más, la manera de decidir qué conservar es tomar cada objeto y preguntarte: «¿Esto me hace feliz?».

Te contaré sobre una cliente mía a quien llamaré A. Tenía 30 años y vivía con su esposo y dos hijos. Cuando visité su casa para nuestra segunda sesión, era obvio que el número de cosas en su casa se había reducido.

—Trabajaste muy duro —le dije—. Parece que te hubieras desecho de 30 bolsas llenas de cosas.

Muy complacida, ella respondió: —¡Sí, así fue! Llevé todos mis suvenires a casa de mi madre. —Casi no pude creer lo que escuché. Ella había usado el método de «enviárselo a mis padres». Cuando recién empecé con este negocio, en verdad creía que poder enviar cosas «a casa» era el privilegio de personas que provenían de casas grandes en el campo. Muchos de mis clientes eran mujeres solteras o madres jóvenes que vivían en Tokio. Si pedían permiso para enviar cosas a casa de sus padres, yo les decía: «Claro. Siempre y cuando lo hagas de inmediato». Nunca cuestioné nada de esto sino hasta que mi clientela empezó a mudarse a casas rurales. Cuando me enteré del verdadero estado de las casas de sus padres, me vi forzada a retractarme de mis imprudentes palabras.

Hoy me doy cuenta de que las personas que tienen un lugar conveniente para enviar objetos, como la casa de sus padres, en realidad son bastante desafortunadas. Aunque la casa sea grande y con cuartos de sobra, no se trata de una cuarta dimensión siempre en expansión. La gente nunca recoge las cajas que envía «a casa». Una vez enviadas, nunca serán abiertas.

Pero retomaré mi historia. Poco tiempo después, la madre de A empezó a tomar mi curso. Yo sabía que si ella iba a concluirlo, tendríamos que ocuparnos de las cosas que A le había enviado. Cuando visité la casa, descubrí que la habitación de A estaba intacta. Sus cosas llenaban el librero y el armario, y ahora había dos cajas grandes en

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el suelo. El sueño de su madre era tener un espacio propio donde pudiera relajarse, pero a pesar de que A se había mudado mucho tiempo antes, con sus cosas aún enclaustradas en su habitación, el único espacio que su madre sentía como propio era la cocina. Aquello parecía bastante antinatural. Decidí contactar a A y le anuncié:

—Tú y tu madre no egresarán de este curso hasta que ambas se hayan ocupado de las cosas que dejaste en casa de tus padres.

El día de nuestra última sesión, A se veía extremadamente feliz. —¡Ahora puedo disfrutar el resto de mi vida sin preocupaciones! —Ella había vuelto a casa y puesto sus cosas en orden. En las cajas halló un diario, fotografías de antiguos novios, una montaña de cartas y tarjetas...— Sólo me engañé yo misma al enviar a casa de mis padres las cosas de las que no podía tolerar desprenderme. Cuando volví a mirar cada objeto, me di cuenta de que había vivido esos momentos plenamente y fui capaz de agradecer a mis suvenires la alegría que me dieron en aquel momento. Cuando los deseché, sentí que había confrontado mi pasado por primera vez en mi vida.

Así fue. Al tomar cada objeto sentimental y decidir qué descartar, tú procesas tu pasado. Si sólo metes esas cosas en un cajón o una caja de cartón, antes de que siquiera lo notes, tu pasado se convertirá en un peso que te retiene y te impide vivir en el aquí y el ahora. Poner tus cosas en orden también significa poner tu pasado en orden. Es como reajustar tu vida y saldar tus cuentas para dar tu siguiente paso hacia delante.

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Fotos Ama quien eres ahora

El último objeto en la categoría de cosas sentimentales son las fotografías. Por supuesto, yo tengo una buena razón para dejar las fotos al final. Si ya has seleccionado y desechado cosas en el orden que recomiendo, entonces es probable que te topes con fotografías en muchos lugares diferentes, quizá atrapadas entre los libros de una repisa, dentro de un cajón o escondidas en una caja de cachivaches. Aunque varias ya han estado en álbumes, estoy segura de que encontraste una o dos raras envueltas en una carta o en el sobre del estudio fotográfico. (No sé por qué tanta gente deja las fotos en estos sobres). Como suelen aparecer fotos en los lugares más inesperados mientras organizamos otras categorías, resulta mucho más eficaz ponerlas en un sitio cada vez que encuentres una y ver qué harás con ellas al final.

Existe otra razón para dejar las fotos al último. Si empiezas a seleccionarlas antes de afinar tu intuición respecto a lo que te hace feliz, todo el proceso se saldrá de control y se detendrá. Por lo contrario, cuando sigas el orden correcto para organizar (es decir, ropa, libros, papeles, komono y objetos sentimentales), la organización se dará sin dificultades y te asombrará tu capacidad de elegir con base en lo que te da placer.

Sólo hay una manera de organizar las fotografías y debes tener presente que tarda un poco. El método correcto es retirarlas todas de sus álbumes y mirarlas una por una. Quienes digan que esto es demasiado engorroso nunca se han puesto a organizar fotos en serio. Las fotografías sólo existen para mostrar un suceso o momento específico. Por esta razón, deben mirarse una por una. Cuando lo hagas, te sorprenderá la claridad con que distinguirás las que te tocan el corazón de las que no. Como siempre, sólo conserva las que te inspiren alegría.

Con este método, sólo conservarás alrededor de un cinco por ciento de un viaje especial, pero será tan representativo de aquel momento que evocará el resto vívidamente. Las cosas muy importantes no son tan numerosas. Las fotos aburridas con escenarios que ni siquiera puedas ubicar pertenecen al bote de basura. El significado de una foto radica en la emoción y la alegría que sientes cuando la tomas. En muchos casos, las copias que revelas después ya viven más allá de su propósito.

A veces, la gente conserva un montón de fotos en una gran caja con la intención de disfrutarlas en algún momento de su vejez. Yo puedo decirte que ese «momento» nunca llega. No puedo ni contar cuántas cajas de fotografías sin ordenar he visto que han sido dejadas por alguien que fallece. Una típica conversación con mis clientes va más o menos así:

—¿Qué hay en esa caja? —Fotos. —Entonces puedes esperar hasta el final para organizarlas. —Pero no son mías. Eran de mi abuelo. Siempre me entristece tener una conversación así. No puedo evitar pensar que la

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vida del difunto habría sido mucho más rica si el espacio ocupado por esa caja hubiera estado libre cuando la persona estaba viva. Además, no deberíamos seguir ordenando fotografías cuando ya hemos llegado a la vejez. Si tú también estás dejando esta tarea para cuando envejezcas, no esperes. Hazla ahora. Disfrutarás mucho más las fotos en tu vejez si ya las tienes en un álbum que si debes organizar una caja grande y pesada llena de fotos.

Otro objeto que es tan difícil de desechar como las fotos son los recuerdos de los propios hijos. Un regalo de Día del padre con las palabras: «Gracias, Papá». Un dibujo que hizo tu hijo, seleccionado para colgarlo en el vestíbulo de la escuela o un adorno que hizo tu hija. Si aún te dan alegría, entonces está bien que las guardes. Pero si tus hijos ya crecieron y las guardas porque crees que lastimarás a tus hijos si las tiras, entonces pregúntales. Es muy probable que te respondan: «¿Qué? ¿Aún conservas eso? Claro, tíralo».

Y ¿qué hay de las cosas de tu propia infancia? ¿Aún guardas tus boletas de calificaciones o los certificados de tus exámenes? Cuando un cliente sacó un uniforme de hace 40 años, incluso yo sentí que el corazón se me iba a encoger de la emoción. Pero incluso eso debe desecharse. Tira todas esas cartas que hace años te dio tu novia o novio. El propósito de una carta se cumple en el momento que se recibe. Para este momento, la persona que la escribió ya olvidó lo que escribió e incluso la propia existencia de la carta. En cuanto a los accesorios que recibiste como regalos, sólo consérvalos si te dan pura alegría. Si los conservas porque no puedes olvidar a una expareja, lo mejor es desecharlos. Aferrarte a ellos aumenta la probabilidad de que pierdas oportunidades para tener nuevas relaciones.

Lo que debemos atesorar no son nuestros recuerdos sino la persona en que nos hemos convertido gracias a esas experiencias del pasado.

Ésta es la lección de los suvenires cuando los ordenamos. El espacio en el que vivimos debería ser para la persona en que nos estamos convirtiendo ahora, no para la persona que fuimos en el pasado.

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Amontonamientos asombrosos

Hay dos sorpresas que suelo encontrarme cuando ayudo a los clientes a poner su casa en orden: objetos poco comunes o en enormes cantidades. Las primeras me las topo todo el tiempo. Puede ser un micrófono usado por algún cantante, o los últimos utensilios de cocina de alguien a quien le encantaba cocinar. Cada día ofrece excitantes encuentros con lo desconocido. Esto es bastante natural, pues los intereses y profesiones de mis clientes son extremadamente diversos.

El verdadero impacto ocurre cuando descubres una colección gigantesca de un mismo objeto, el cual podrías hallar en cualquier casa. A medida que trabajamos, siempre anoto el volumen aproximado de los diversos objetos que tienen mis clientes y me fijo de manera particular en mi clasificación de los montones porque siempre se establecen nuevos récords. Por ejemplo, una vez descubrí una enorme colección de cepillos de dientes en la casa de una clienta. El récord hasta ese momento había sido de 35. Incluso esa colección parecía grande.

—Quizá tienes unos pocos más de los que necesitas —comenté, y ambas compartimos una pequeña y agradable carcajada. Pero el nuevo récord sobrepasó por mucho al viejo. ¡Esta clienta tenía 60 cepillos de dientes! Acomodados en cajas dentro de la alacena bajo el fregadero, parecían una obra de arte. Es interesante cómo la mente humana intenta encontrarle un sentido incluso a lo absurdo. A veces me pregunto si ella usaba uno diario por cepillarse con demasiada fuerza o si quizá usaba uno distinto para cada diente.

Otra sorpresa fue una colección de 30 cajas de plástico para envolver. Abrí la alacena de arriba del fregadero y la encontré totalmente llena de lo que parecían grandes bloques de LEGO® amarillos:

—Uso plástico para envolver todos los días. Por eso se acaba rápido —explicó mi cliente. Pero aun cuando ella usara una caja cada semana, aquella provisión le alcanzaría para más de medio año. El plástico para envolver de tamaño regular viene en rollos de veinte metros. Para usar un rollo por semana, tendrías que cubrir un plato de veinte centímetros de diámetro 66 veces, y con una cantidad generosa. La sola idea de repetir la acción de tirar del plástico y romperlo tantas veces me provocaría síndrome del túnel carpiano.

En cuanto al papel higiénico, el récord hasta ahora es de 80 rollos. —Tiendo a enfermarme del estómago... así que me lo acabo muy pronto —fue la excusa de la cliente. Pero aun cuando usara un rollo diario, tenía provisión suficiente para al menos tres meses. No estoy segura de si ella podría haberse acabado un rollo al día, aun cuando pasara todo el día limpiándose el trasero, pero éste, para entonces, debía estar en carne viva por el roce continuo. Eso me hizo preguntarme si no sería mejor darle crema para la piel en vez de lecciones de organización.

Sin embargo, lo mejor de todo fue un montón de 20 000 hisopos de algodón, una provisión de 100 cajas con 200 hisopos cada una. Si mi cliente usara uno cada día,

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tardaría 55 años —su edad— en usar su provisión entera. Para cuando terminara, habría desarrollado técnicas asombrosas para limpiarse los oídos. El último que usara sería casi sagrado.

Quizá te cueste trabajo creer estos relatos, pero no son broma. Lo raro es que ninguno de estos clientes se dio cuenta de cuántos objetos tenían hasta que empezaron a poner su casa en orden. Y aunque tenían montones descomunales de cosas, siempre sintieron que no tenían suficientes y temían se les agotaran. No creo que exista cantidad que haga sentir segura a la gente que acumula. Entre más tienen, más se preocupan de que se les acaben y más ansiosos se ponen. Aunque todavía tengan dos, comprarán cinco más.

A diferencia de lo que pasa en una tienda, si se te acaba algo en tu casa, no es gran problema. Te puede provocar estrés temporal, pero no un daño irreparable. Pero ¿cómo manejar estos arsenales? Aunque la mejor solución parece acabarse todos los productos, en muchos casos ya caducaron y deben tirarse. Yo te recomiendo ampliamente que te deshagas de las cosas que te sobren, todas de una vez. Regálaselas a los amigos que las necesiten, dónalas o llévalas a una planta de reciclaje. Tal vez pienses que eso es tirar el dinero, pero reducir el volumen de tus cosas y librarte del exceso es la manera más rápida y efectiva de poner tus cosas en orden.

Cuando ya has experimentado la libertad que te da una vida sin provisiones excesivas, no querrás retroceder y dejarás de acumular cosas de manera natural. Mis clientes me dicen que ahora su vida es más entretenida porque, cuando se les acaba algo, les gusta ver cuánto tiempo duran sin eso o sin tratar de sustituirlo con otras cosas. Es importante hacer un recuento de tus posesiones actuales y eliminar el exceso.

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Sigue desechando hasta que sientas el «clic»

Clasifica por categoría, en el orden correcto y conserva sólo las cosas que te inspiren alegría. Hazlo rápida y concienzudamente, todo de un tirón. Si sigues este consejo, reducirás drásticamente las cosas que posees, sentirás una emoción que nunca has sentido y ganarás confianza en tu vida.

¿Cuál es la cantidad correcta de posesiones? Yo creo que la mayoría de la gente no lo sabe. Si has vivido en México toda tu vida, casi seguro estuviste rodeado de mucho más de lo que necesitas. Esto hace que a mucha gente le cueste trabajo imaginar cuánto necesita para vivir con comodidad. A medida que reduzcas tus posesiones mediante el proceso de organización, llegarás a un punto en que sabrás de repente cuánto es lo correcto para ti. Lo sentirás tan claro como si algo hiciera clic en tu cabeza y te dijera: «¡Basta! Ésta es la cantidad que necesito para vivir cómodamente. Es todo lo que necesito para ser feliz. No necesito nada más». La satisfacción que envuelve todo tu ser a esas alturas es palpable. Yo llamo a esto el «momento del clic». Curiosamente, una vez que superaste este momento, descubrirás que la cantidad de cosas que posees nunca aumenta. Y justo a eso se debe que nunca sufrirás un rebote.

El momento del clic varía de una persona a otra. Para un amante de los zapatos, podría ser al llegar a los 100 pares, mientras un amante de los libros podría no necesitar otra cosa que libros. Algunas personas, como yo misma, tienen más ropa de casa que de calle, mientras otros prefieren andar desnudos en su casa, y por ende, no tienen ropa de casa (Te sorprendería saber cuántos caen en esta última categoría).

Mientras pones tu casa en orden y reduces tus posesiones, verás cuáles son tus valores auténticos, lo cual es muy importante en tu vida. Pero no te enfoques en reducir tus pertenencias ni tampoco en los métodos de almacenamiento eficientes. Mejor elige las cosas que te inspiran alegría y goza la vida según tus propios estándares. Ése es el verdadero placer de organizar. Si aún no sientes el clic, no te preocupes. Puedes seguir reduciendo tus posesiones. Emprende esta tarea con confianza.

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Si sigues tu intuición, todo estará bien

«Elige las cosas que te despierten alegría cuando las toques».

«Cuelga cualquier prenda que parezca más feliz en un gancho». «No te preocupes por tirar demasiadas cosas. Llegará un momento en que sepas cuánto es lo correcto».

Si ya has leído todo eso, tal vez observaste que en mi método tus sentimientos son el criterio para la toma de decisiones. Quizá a mucha gente le desconcierten criterios tan vagos como «las cosas que te den placer» o «el momento del clic». La mayoría de los métodos proponen objetivos numéricos claramente definidos, como: «Tira lo que no hayas usado en dos años», «Siete sacos y diez blusas son la cantidad perfecta» o «Tira una cosa cada vez que compres algo nuevo». Pero yo creo que es la razón de que estos métodos acaben en rebote.

Aunque dichos métodos conduzcan temporalmente a tener un espacio organizado, seguir automáticamente los criterios propuestos por otros y basados en sus conocimientos no tiene un efecto duradero. No, a menos que su criterio coincida con tus propios estándares sobre lo que sientes bien. Sólo tú puedes saber qué tipo de entorno te hace sentir feliz. El acto de tomar y elegir objetos es extremadamente personal. Para evitar el rebote, necesitas crear tu propio método de organización con tus propios estándares. Justo por eso es tan importante identificar qué sientes respecto de cada objeto que posees.

El hecho de que poseas un exceso de cosas que no logras desechar no significa que las estés cuidando bien. En realidad, es todo lo contrario. Cuando llegues al volumen que puedas manejar adecuadamente, revitalizarás tu relación con esas pertenencias. Deshacerse de cosas no implica perder las experiencias del pasado ni tu identidad. Por medio del proceso para seleccionar las cosas que te inspiran alegría, podrás identificar con precisión lo que amas y lo que necesitas.

Cuando confrontamos honestamente las cosas que poseemos, éstas evocan muchas emociones en nuestro interior. Esos sentimientos son reales. Esas emociones son las que te dan la energía para vivir. Cree lo que tu corazón te diga cuando le preguntes: «¿Esto me hace feliz?». Si actúas con base en esa intuición, te asombrará cómo las cosas empezarán a conectarse en tu vida y los cambios drásticos que seguirán. Es como si tu vida hubiera sido tocada por la magia. Poner tu casa en orden es la magia que crea una vida vibrante y feliz.

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