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Primero deshecha
CAPÍTULO DOS
Empieza por desechar todo de una vez
Tú crees que has organizado todo perfectamente, pero a los pocos días, te das cuenta de que tu habitación se desordena. Con el paso del tiempo, acumulas más cosas y antes de que te des cuenta, tu espacio ha retrocedido a un estado anterior. Este efecto de rebote es provocado por métodos ineficaces que sólo abordan la organización superficialmente. Como lo mencioné, sólo hay una manera de escapar a esta espiral negativa: organizando eficientemente todo de una vez, lo más rápido posible, para generar un ambiente perfecto y libre de desorden. Pero ¿cómo crea esto la mentalidad correcta?
Cuando organizas tu espacio por completo, transformas el escenario que te rodea. El cambio es tan profundo que sentirás que vives en un mundo totalmente distinto. Esto influye de manera muy profunda tu mente e inspira una fuerte aversión a regresar a un espacio desordenado. La clave es hacer el cambio de manera tan repentina que experimentes un cambio total de actitud. Si el proceso es gradual, nunca podrá lograrse el mismo impacto.
Para lograr un cambio repentino necesitas usar el método de organización más eficiente. De otro modo, el día se te habrá ido antes de que te percates y no habrás hecho ningún avance. Entre más tiempo te tome, más cansado te sentirás y más probable será que te des por vencido cuando apenas hayas hecho la mitad. Cuando las cosas vuelvan a amontonarse, habrás caído en un pozo sin fondo. Por mi experiencia, «rápido» significa más o menos medio año. Eso puede parecer mucho tiempo, pero sólo son seis meses de toda tu vida. Cuando hayas concluido el proceso y experimentado lo que se siente estar perfectamente organizado, te habrás liberado para siempre de la idea equivocada de que no eres bueno para organizar.
Para los mejores resultados, te pido que te aferres fielmente a la siguiente regla: organiza en el orden correcto. Como hemos visto, esto sólo involucra dos tareas: eliminar cosas y decidir donde guardarlas. Son sólo dos, pero la eliminación debe ir primero. Asegúrate de concluir la primera tarea antes de empezar con la siguiente. Ni siquiera pienses en guardar tus cosas antes de haber terminado el proceso de eliminación. No seguir este orden es una razón de que mucha gente nunca logre un avance permanente. A penas van a media eliminación y ya empiezan a pensar dónde poner las cosas. Tan pronto como piensan, «me pregunto si esto cabrá en este cajón», detienen su trabajo de eliminación. Puedes pensar donde poner las cosas cuando hayas acabado de deshacerte de todo lo que no necesitas.
En resumen, el secreto del éxito es organizar de un solo tirón, de la manera más rápida y completa posible, y empezar por eliminar.
Antes de empezar, visualiza tu destino
A estas alturas, ya puedes entender por qué es fundamental que tires cosas antes de pensar dónde guardarás las que conserves. Pero empezar a desechar sin planear nada por anticipado sería ponerte en el camino del fracaso antes de siquiera empezar. Mejor, empieza por identificar tu objetivo. Debes tener alguna razón para estar leyendo este libro. ¿Qué fue lo que te motivó a organizar en un principio? ¿Qué esperas alcanzar mediante la organización?
Antes de desechar cosas, date tiempo para pensar esto con cuidado. Tal cosa implica visualizar tu estilo de vida ideal. Si omites este paso, no sólo retrasarás todo el proceso sino que te pondrás en un riesgo mucho mayor de rebote. Objetivos como «quiero vivir libre de desorden» o «quiero ser capaz de poner las cosas en su lugar» son demasiado generales. Necesitas pensar de manera mucho más profunda. Piensa en términos concretos para que puedas imaginar vívidamente cómo sería vivir en un espacio libre de desorden.
Una cliente de veintitantos años definió su sueño como «un estilo de vida más femenino». Ella vivía en una caótica habitación de «siete tapetes» —en Japón, es una habitación de siete tatamis, o sea, de 3 x 4 metros— con un armario fijo y tres estantes de diferentes tamaños. Esto debió haber brindado suficiente espacio de almacenamiento, pero no importa hacia dónde volteara yo, todo lo que vería era desorden. El armario estaba tan repleto que las puertas no cerraban y la ropa se salía de los cajones como el relleno de una hamburguesa. El riel para la cortina del ventanal tenía tanta ropa colgada que no hacía falta cortina. El piso y la cama estaban cubiertos de canastas y bolsas llenas de revistas y papeles. Cuando mi cliente se iba a dormir, ponía en el suelo las cosas que había en su cama, y cuando se levantaba, volvía a ponerlas en la cama para abrirse camino hacia la puerta e irse a trabajar. Nadie, por más imaginativo que fuera, podría haber descrito ese estilo de vida como «femenino».
Yo le pregunté: «¿A qué te refieres con "estilo de vida femenino"?». Ella pensó un largo rato antes de responder.
«Bueno, cuando vuelvo del trabajo, el piso estaría libre de desorden... y mi habitación tan ordenada como una suite de hotel, sin que nada obstruyera la línea de visión. Tendría una colcha rosa y una lámpara blanca estilo antiguo. Antes de irme a la cama, me daría un baño, quemaría aceites aromáticos y escucharía música de piano o violín clásico mientras hago yoga y bebo té de hierbas. Me quedaría dormida con una imperturbable sensación de espacialidad».
Su descripción era muy vívida, como si ella de veras viviera de esa manera. Es importante que logres ese grado de detalle y tomes notas cuando visualices tu estilo de vida ideal. Si te cuesta trabajo imaginar el tipo de vida que te gustaría llevar, mira revistas de decoración y busca fotos que te atrapen. También puede resultarte útil visitar casas en exhibición. Ver una diversidad de casas te ayudará a sentir qué es lo que te gusta. Por cierto, a la cliente que recién describí, de veras le gusta la aromaterapia, la música clásica y el yoga después de bañarse. Liberada de las profundidades del desorden, ella surgió para encontrar el estilo de vida femenino al que aspiraba.
Ahora que puedes imaginar el estilo de vida que sueñas, ¿es hora de empezar a desechar? No, aún no. Entiendo tu impaciencia, pero para evitar el rebote necesitas avanzar adecuadamente, paso a paso, mientras emprendes esta tarea de una sola vez en la vida. Tu próximo paso es identificar por qué quieres vivir así. Vuelve a revisar tus apuntes sobre el estilo de vida que quieres y vuelve a pensar. ¿Por qué quieres hacer aromaterapia antes de irte a dormir? ¿Por qué quieres oír música clásica mientras haces yoga? Si tus respuestas son «porque quiero relajarme antes de dormir» y «quiero hacer yoga para bajar de peso», entonces pregúntate por qué quieres relajarte y por qué quieres bajar de peso. Quizá tus respuestas sean «No quiero sentirme cansado cuando me vaya a trabajar al día siguiente» y «Quiero ponerme a dieta para ser más atractivo». Y, de nuevo, vuelve a preguntarte el porqué de cada respuesta. Repite este proceso de tres a cinco veces por cada tema.
Mientras sigues explorando las razones de tu estilo de vida ideal, llegarás a una sencilla conclusión. El sentido tanto de desechar como de conservar cosas es ser feliz. Puede parecer obvio, pero es importante que tú mismo experimentes esta conclusión y la incorpores en tu corazón. Antes de empezar a organizar, observa el estilo de vida al que aspiras y pregúntate: «¿Por qué quiero organizar?». Cuando encuentres la respuesta, estarás listo para avanzar al siguiente paso: examinar lo que posees.
Cómo elegir: ¿Esto me hace feliz? ¿Qué criterio usas para decidir qué desechar?
Cuando de tirar cosas se trata, hay varios patrones comunes. Uno es eliminar las cosas cuando dejan de ser funcionales, por ejemplo, cuando algo se avería de manera irreparable o cuando se pierde parte de un conjunto. Otro es eliminar cosas que ya pasaron de moda, como ropa anticuada u objetos relacionados con un suceso pasado. Es fácil deshacerse de cosas cuando hay razones obvias para hacerlo. Es mucho más difícil cuando no hay una razón apremiante. Varios expertos han propuesto reglas para desechar cosas que a la gente le cuesta trabajo tirar. Algunas de estas reglas son: «Desecha todo lo que no hayas usado por un año» o «Si no puedes decidirte, guarda esos objetos en una caja y obsérvalos seis meses después». Sin embargo, cuando empiezas a enfocarte en cómo elegir lo que quieres tirar, ya te has desviado bastante del camino. En este estado, es extremadamente riesgoso seguir organizando.
En cierto momento de mi vida, prácticamente me convertí en una «máquina de desechar». Después de descubrir The Art of Discarding cuando tenía 15 años, concentré mi atención en cómo deshacerme de cosas y mis labores de investigación se intensificaron. Siempre estaba en busca de nuevos lugares para practicar, ya fuera en la habitación de mis hermanos o los casilleros colectivos en la escuela. Mi cabeza estaba llena de consejos para organizar, y tenía una seguridad absoluta (aunque mal orientada) de que podía organizar cualquier lugar. En aquel momento, mi objetivo en particular era deshacerme de tantas cosas como fuera posible. Apliqué cada criterio para desechar cosas que se sugería en los libros que leí. Traté de deshacerme de ropa que no me había puesto en dos años, desechaba una prenda cada vez que compraba una nueva y tiraba cualquier cosa de la que no estuviera segura. Tiré 30 bolsas de basura en un mes. Pero no importa cuántas cosas desechara pues ningún espacio de mi casa se veía más ordenado.
De hecho, empecé a irme de compras para aliviar el estrés, y así, fracasé por completo al tratar de reducir el volumen total de mis pertenencias. Cuando estaba en casa, siempre me sentía tensa, siempre en busca de cosas superfluas que pudiera tirar. Cuando encontraba algo que no usaba, lo agarraba con rabia y lo tiraba en la basura. No es de sorprenderse que yo me volviera cada vez más irritable y tensa, y que se me hiciera imposible relajarme incluso en mi propia casa.
Un día después de clases, abrí la puerta de mi habitación para limpiar como suelo hacerlo. Al ver ese espacio tan desorganizado, me di por vencida. Grité: «¡Ya no quiero limpiar nunca más!». Me senté en el centro de mi habitación y empecé a pensar. Aunque había pasado tres años organizando y tirando cosas, mi habitación aún estaba desordenada.
—¡Por favor, alguien dígame por qué mi habitación no está ordenada a pesar de que me he esforzado mucho para que lo esté! Aunque no dije esto en voz alta al corazón prácticamente lo gritaba. En aquel momento, oí una voz.
—Mira más de cerca lo que hay ahí. —¿Qué quieres decir? Yo miro a diario lo que hay ahí, y tan de cerca, que podría cavar un hoyo que lo atravesara.
Con ese pensamiento aún en mi cabeza, muy pronto me quedé dormida en el suelo. Si hubiera sido más lista, me habría dado cuenta, antes de haberme vuelto tan neurótica, que enfocarme en tirar cosas sólo puede traer infelicidad. ¿Por qué? Porque deberíamos escoger lo que queremos guardar, no lo que queremos tirar.
Cuando me desperté, supe de inmediato lo que la voz en mi cabeza me había querido decir. «Mira más de cerca lo que hay ahí». Había estado tan enfocada en qué descartar, en atacar los obstáculos indeseables que tenía a mi alrededor, que me había olvidado de valorar las cosas que amaba, los objetos que quería conservar. Por medio de esta experiencia, llegué a la conclusión de que la mejor manera de elegir qué guardar y qué desechar es tomar cada objeto con la mano y preguntarte: «¿Esto me hace feliz?». Si es así, consérvalo. Si no, deséchalo. Este criterio no sólo es el más sencillo, sino también el más preciso para juzgar.
Tal vez cuestiones la efectividad de un criterio tan vago, pero el secreto está en tomar con la mano cada objeto. No se trata sólo de abrir tu guardarropa y decidir tras un vistazo superficial que todo lo que hay ahí te hace feliz. Debes tomar cada prenda con las manos. Cuando tocas una prenda de vestir, tu cuerpo reacciona. Su respuesta a cada objeto es diferente. Créeme y haz la prueba.
Yo elegí este criterio por una razón. Después de todo, ¿qué sentido tiene organizar? Si no es que nuestro espacio y las cosas que hay ahí nos den felicidad, entonces creo que no tiene ningún sentido. Por lo tanto, el mejor criterio para elegir qué conservar y qué desechar es si conservarlo te hará feliz, si te va a traer alegría.
¿Te hace feliz ponerte ropa que no te da placer? ¿Te da alegría estar rodeado de montones de libros que no te tocan el corazón? ¿Crees que poseer accesorios que nunca usarás puede traerte felicidad? La respuesta a estas preguntas debería ser «no». Ahora imagina que vives en un espacio que sólo contiene cosas que te dan felicidad. ¿No es el estilo de vida que sueñas?
Guarda las cosas que hablan a tu corazón. Luego, da el siguiente paso y desecha todo el resto. Al hacer esto, podrás reajustar tu vida e iniciar un nuevo estilo de vida.
Una categoría a la vez
Decidir qué conservar con base en lo que llena tu corazón de alegría es el paso más importante de la organización. Pero ¿qué pasos concretos se necesitan para eliminar eficientemente lo que sobra?
Empezaré por decirte qué no hacer. No empieces a seleccionar y desechar por ubicación. No pienses, «Primero organizaré la recámara y luego la sala» u «Organizaré mis cajones uno por uno, de arriba abajo». Este método es fatal porque, como ya vimos, la mayoría de la gente no se preocupa por guardar objetos similares en el mismo lugar.
En la mayoría de los hogares, los objetos que caen en la misma categoría los guardan en dos o más lugares desperdigados por toda la casa. Por ejemplo, imagina que empiezas con el guardarropa o el armario de tu recámara. Después de que has terminado de clasificar y desechar todo lo que hay ahí, es muy probable que te topes con la ropa que guardaste en un armario distinto o el abrigo que dejaste sobre un sillón de la sala. Entonces tendrás que repetir todo el proceso de elegir y guardar, perderás tiempo y esfuerzo y no podrás evaluar adecuadamente lo que quieres conservar y desechar en tales condiciones. La repetición y el esfuerzo desperdiciado pueden matar la motivación, y por ende deben evitarse.
Por esta razón, recomiendo que siempre pienses en organizar por categorías, no por lugar. Antes de decidir qué conservas, junta todo lo que pertenezca a la misma categoría, todo de una vez. Toma todos esos objetos y júntalos en un solo lugar. Para mostrar los pasos involucrados, retomemos el ejemplo de la ropa. Empiezas por decidir que vas a organizar y guardar tu ropa. El siguiente paso es buscar en cada habitación de la casa. Lleva al mismo lugar cada prenda que encuentres y extiéndela en el piso. Ésas son las únicas prendas que conservarás. Sigue este procedimiento para cada categoría. Si tienes demasiada ropa, puedes establecer subcategorías como camisas, pantalones, calcetines, etcétera, y examina tu ropa subcategoría por subcategoría.
Juntar todos los objetos del mismo tipo en un solo lugar es esencial para este proceso, pues te da una idea exacta de la cantidad de cosas que tienes. La mayoría de la gente queda impactada ante el mero volumen, que suele ser al menos el doble del que imaginaban. Al reunir las cosas en un sitio, también podrás comparar objetos de diseño similar, lo cual facilita decidir si quieres conservarlos.
Yo tengo otra buena razón para sacar de los cajones, guardarropas y armarios todos los objetos del mismo tipo y extenderlos en el suelo. Las cosas ocultas a la vista están como dormidas. Esto dificulta mucho decidir si inspiran alegría o no. Al exponerlas a la luz del día y reavivarlas, por decirlo así, te resultará sorprendentemente fácil decidir si tocan tu corazón.
Ocuparte de una sola categoría en un solo momento acelera el proceso de organización. Así que asegúrate de reunir hasta el último objeto de la categoría con la que estás trabajando. No dejes que ninguna se te escape.
Empieza bien
Inicias tu día con todo el ánimo para organizar, pero antes de que te des cuenta, el sol ya se escondió y tú apenas has hecho algún avance. Sobresaltado, ves la hora y empiezas a hundirte en el remordimiento y la desesperación. Y, ¿qué es lo que traes en las manos? Es muy probable que sea una de tus revistas de historietas favoritas, un álbum u otro objeto que te trae buenos recuerdos.
Mi consejo para empezar a organizar no por habitación sino por categoría (juntar todas las cosas afines de una vez) no significa que debas empezar con cualquier categoría que quieras. El grado de dificultad que implica seleccionar qué conservar y qué desechar varía enormemente según la categoría. Por lo regular, mucha gente se queda atascada a la mitad del proceso porque empieza con las cosas sobre las que les cuesta más trabajo decidir. No conviene que los principiantes comiencen con cosas que traen recuerdos, como las fotos. La cosas de esta categoría no sólo suelen existir en mayor volumen que cualquier otra, sino que nos presentan muchas más dificultades para decidir si las conservamos o no.
Además del valor físico de las cosas, tres factores añaden valor a las pertenencias: función, información y apego emocional. Cuando se le añade el elemento de rareza, se multiplica la dificultad para elegir qué eliminar. A la gente le cuesta trabajo deshacerse de cosas que aún podrían usar (valor funcional), que contienen información útil (valor informativo) o con lazos sentimentales (valor emocional). Cuando estas cosas son difíciles de conseguir o restituir (rareza), se vuelven aún más difíciles de desechar.
El proceso de decidir qué conservar y qué desechar será mucho más sencillo si empiezas con objetos sobre los que es menos difícil decidir. A medida que avanzas hacia las categorías más difíciles, irás perfeccionando tus habilidades para tomar decisiones. La ropa es lo más fácil, pues su valor de rareza es extremadamente bajo. Por otro lado, las fotografías y cartas no sólo tienen un alto valor sentimental, sino que son únicas; por lo tanto, deben de dejarse hasta el final. Esto ocurre de manera particular con las fotografías, pues suelen aparecer al azar mientras se ordenan otras categorías, y en los lugares más inesperados, por ejemplo, entre los libros y los papeles. La mejor secuencia es: primero la ropa, luego los libros, papeles, objetos varios (komono), y por último, los objetos y suvenires sentimentales. Este orden también ha demostrado ser el más eficiente en cuanto al nivel de dificultad para la posterior tarea de almacenamiento. Por último, apegarnos a esta secuencia afina nuestra intuición respecto de los objetos que despiertan alegría en nuestro interior. Si puedes acelerar drásticamente la velocidad del proceso de toma de decisiones con sólo cambiar el orden de lo que desechas, ¿no crees que vale la pena intentarlo?
No dejes que te vea tu familia
El maratón de organización produce un montón de basura. En esta etapa, el único desastre que puede causar más caos que un terremoto es la intromisión de un experto en reciclaje que opera con el alias de «Mamá».
Una de mis clientes, a quien llamaré M, vivía con sus padres y un hermano. Ellos se habían mudado a esa casa hacía quince años, cuando M estaba en la primaria. A ella no sólo le encantaba comprar ropa, sino que guardaba la que tenía valor sentimental, como uniformes escolares y playeras diseñadas para diversos sucesos. Ella guardó todo esto en cajas, las cuales apiló en el piso hasta que las tablas del piso quedaron totalmente ocultas. Le tomó cinco horas organizar y limpiar. Al final del día, ella tenía quince bolsas de objetos para desechar, incluidas ocho bolsas de ropa, 200 libros, diversos animales de peluche y objetos que ella había hecho en la escuela. Nosotras nos habíamos esmerado en apilar todas las bolsas junto a la puerta, sobre un piso que al fin era visible, y yo estaba a punto de explicarle algo muy importante.
—Te contaré un secreto sobre el acto de tirar esta basura —empecé, cuando de pronto, la puerta se abrió y entró su madre con una bandeja de té helado. Tuve un mal presentimiento.
La señora dejó la bandeja en una silla. —Muchas gracias por ayudar a mi hija —dijo, y se dio la vuelta para irse. En ese momento, sus ojos se posaron en los montones que había junto a la puerta.
—¿Vas a tirar eso? —preguntó, señalando un tapete rosa de yoga encima del montón.
—No lo he usado en dos años. —¿De veras? Bueno, quizá yo lo use. Empezó a hurgar en las bolsas. —Y quizá esto también—. Cuando se fue, no sólo tomó el tapete de yoga, sino también tres faldas, dos blusas, dos sacos y algunas hojas para carta.
Cuando la habitación volvió a estar tranquila, sorbí mi té helado y le pregunté a M:
—¿Qué tan a menudo hace yoga tu mamá? —Nunca la he visto hacerlo. Lo que había estado a punto de decirle antes de que entrara su mamá era: «Nunca dejes que tu familia vea lo que hay aquí. Si es posible, saca las bolsas tú sola. No es necesario que tu familia conozca los detalles de lo que vas a tirar».
Yo recomiendo de manera especial a mis clientes que eviten ser vistos por sus padres y familiares. No es que haya algo de qué avergonzarse. Desechar cosas no tiene nada de malo. Sin embargo, a los padres les angustia mucho ver lo que desechan sus hijos. El volumen de las cosas puede hacer que los padres se pregunten ansiosamente si sus hijos podrán sobrevivir con lo que les queda. Además, a pesar de saber que deberían de alegrarse por la independencia y madurez de sus hijos, los padres pueden sentir un gran dolor de ver ropa, juguetes y suvenires del pasado en el bote de la basura, sobre todo si son cosas que ellos le dieron a sus hijos. Mantener la basura fuera de su vista es un acto de consideración. También evita que tu familia adquiera más cosas de las que necesita o puede disfrutar. Hasta ahora, tu familia estaba perfectamente feliz con lo que tenía. Cuando vieron lo que habías elegido para desechar, tal vez se sintieron culpables por ese desperdicio tan descarado, pero los objetos que rescaten de tu basura sólo incrementan la carga de objetos innecesarios en su hogar. Y nosotros deberíamos sentirnos avergonzados por forzarlos a llevar ese peso.
En un enorme número de casos, las madres son quienes rescatan las cosas de sus hijas, aunque rara vez usen la ropa que toman. Invariablemente, las cincuentonas o sesentonas con quienes trabajo acaban por tirar la ropa usada de sus hijas sin habérsela puesto jamás. Creo que deberíamos evitar situaciones como ésta, en las que el afecto de una madre por su hija se convierte en una carga. Por supuesto, no hay nada de malo en que otros miembros de tu familia usen cosas que tú no necesitas. Si vives con tu familia, pregúntales: «¿Necesitan algo y han pensado en comprarlo?», antes de ponerte a organizar, y luego, si por casualidad te topas con eso que necesitan, regálaselos.
Si estás enojado con tu familia, la causa podría ser tu recámara
«Aunque yo me ponga a ordenar, el resto de mi familia vuelve a desordenar las cosas».
«Mi esposo es un acumulador. ¿Qué puedo hacer para que él tire cosas?». Debe ser muy molesto que tu familia no coopere con tus intentos por lograr el hogar «ideal». Esto es algo que yo he experimentado muchas veces. En cierto momento, estaba tan obsesionada por el orden que ya no me bastaba con organizar mi habitación. Tenía que ocuparme de las habitaciones de mis hermanos y todos los demás espacios de mi casa. Sentía una frustración constante porque mi familia era muy desordenada. Algo que me afligía mucho era un gran armario colectivo que estaba en el centro de la casa. En mi opinión, más de la mitad estaba destinada a guardar basura inútil e innecesaria. Los percheros estaban repletos de ropa que nunca había visto a mi madre usar y trajes de mi padre que ya eran obsoletos. Unas cajas con revistas de historietas que eran propiedad de mi hermano cubrían el piso.
Yo esperaba el momento adecuado y confrontaba al sueño con esta pregunta: «¿Verdad que ya no usas esto?». Pero la respuesta era: «Sí lo uso» o «Yo mismo lo tiro», lo cual nunca ocurría. Cada vez que me asomaba al armario, suspiraba y me preguntaba: «¿Por qué todos siguen acumulando cosas? ¿No pueden ver lo mucho que me esfuerzo por mantener la casa en orden?».
Plenamente consciente de que yo era una anomalía cuando de poner orden se trataba, no iba a permitir que me derrotaran. Cuando mi frustración llegó a su límite, decidí adoptar tácticas de sigilo. Identifiqué objetos que no se habían usado en muchos años, basándome en el diseño, la cantidad de polvo que habían acumulado y su olor. Ocultaba esos objetos en el fondo del armario y observaba las reacciones. Si nadie notaba su ausencia, los tiraba, uno por uno, como si estuviera podando plantas. Después de tres meses con esta estrategia, deseché diez bolsas de basura.
En la mayoría de los casos, nadie lo notó y la vida siguió como de costumbre. Pero cuando el volumen alcanzó cierto grado, mi familia empezó a extrañar una o dos cosas. Cuando sospechaban de mí, yo respondía con bastante descaro. Mi estrategia básica fue hacerme la tonta.
—Oye, ¿sabes dónde quedó mi saco? —No. Si insistían mi siguiente paso era la negación. —Marie, ¿estás segura que tú no lo tiraste? —Sí, estoy segura. —¡Rayos! Entonces, me pregunto dónde podrá estar. Si se daban por vencidos en esta etapa, mi conclusión era que, fuera lo que fuera el objeto, no habría valido la pena conservarlo. Y aunque ya no lograra engañarlos, aún estaba imperturbable.
—Aquí estaba, Marie. Lo vi hace apenas dos meses. Antes que disculparme por tirar sus cosas sin permiso, les replicaba: —Lo tiré porque tú no fuiste capaz de hacerlo. En perspectiva, debo aceptar que fui bastante arrogante. Cuando me descubrieron, me enfrenté a una avalancha de reproches y protestas, y al final, me prohibieron que limpiara todo salvo mi habitación. Si pudiera, volvería en el tiempo, me daría una buena bofetada y me aseguraría de ni siquiera considerar una campaña tan ridícula. Desechar las cosas de otras personas demuestra una horrible falta de sentido común. Aunque, en general, aquellas tácticas de sigilo tuvieron éxito y a los objetos que tiré nunca los extrañaron, el riesgo de perder la confianza de tu familia cuando eres descubierto es demasiado grande. Además, no está bien. Si en verdad quieres ayudar a tu familia a limpiar, hay maneras mucho más fáciles de hacerlo.
Después de que me prohibieron organizar los espacios de otras personas y no tuve dónde mirar, salvo mi habitación, le di un buen vistazo y me impactó un hecho sorprendente. Había muchas más cosas que tirar de las que había notado (en mi guardarropa había una camisa que nunca había usado junto a una falda pasada de moda que no volvería a usar, y en mis repisas libros que no necesitaba). Escandalizada, me di cuenta de que yo también era culpable del delito que había imputado tan severamente a mi familia. Al no sentirme en posición de criticar a otros, me senté con mis bolsas de basura y me enfoqué en organizar mi propio espacio.
Después de dos semanas, mi familia empezó a experimentar un cambio. Mi hermano, que se había negado por completo a tirar cosas, por mucho que yo me quejara, empezó a hacer una depuración profunda de sus pertenencias. En un día se deshizo de más de 200 libros. Luego, mis padres y mi hermana empezaron poco a poco a seleccionar y tirar ropa y accesorios. Al final, toda mi familia fue capaz de conservar la casa mucho más organizada que antes.
Desechar discretamente las cosas que te sobran a ti es la mejor manera de lidiar con una familia desorganizada. Como si te siguieran los pasos, ellos empezarán a deshacerse de pertenencias innecesarias y a organizar sin que tengas que expresar una sola queja. Quizá suene increíble, pero cuando alguien empieza a organizar, detona una reacción en cadena.
Organizar discretamente lo propio genera otro cambio interesante: la capacidad de tolerar cierto nivel de desorganización entre los miembros de tu familia. Cuando yo quedé satisfecha con mi habitación, dejé de sentir la necesidad de desechar las pertenencias de mis hermanos o padres. Cuando notaba que los espacios colectivos como sala o baño estaban desordenados, los limpiaba sin pensarlo dos veces y nunca me molesté en mencionarlo. He notado que este mismo cambio también ocurre en muchos de mis clientes.
Si estás enojado con tu familia por desordenados, te exhorto a que revises tus propios espacios, sobre todo los de almacenamiento. Es muy probable que encuentres cosas que necesitas tirar. La necesidad de señalar el desorden ajeno suele ser una señal de que estás descuidando el orden de tu propio espacio. Es por ello que debes empezar por eliminar tus propias cosas. Puedes dejar las áreas comunes al final. El primer paso es confrontarte con tus propias cosas.
Lo que tú no necesitas, tampoco lo necesita tu familia
Mi hermana es tres años menor que yo. Callada y un poco tímida, ella prefiere quedarse en casa y dibujar o leer en silencio que sociabilizar. Sin duda, ella fue quien más sufrió por mis experimentos sobre organización, pues sin darse cuenta, me sirvió como conejillo de indias. Para cuando yo entré a la universidad, me estaba enfocando en «desechar», pero siempre había cosas de las que me costaba trabajo deshacerme, como una playera que me encantaba pero que, de algún modo, no se veía bien. Incapaz de soltarla, me probé la playera frente al espejo varias veces, pero al final me vi forzada a aceptar que no se me veía bien. Si algo era nuevo o me lo habían regalado mis padres, la idea de tirarlo me llenaba de culpa.
En momentos así mi hermana se volvió muy útil. El método del «regalo para mi hermana» pareció la manera perfecta para deshacerme de muchas cosas. Digo «regalo», pero eso no significa, en lo absoluto, que yo le envolviera las cosas y les pusiera un moño. Con el objeto indeseado en la mano, irrumpía en la habitación de mi hermana mientras ella estaba acostada en la cama, leyendo tranquilamente. Le quitaba el libro de las manos y le decía, «¿Quieres esta playera? Si te gusta, te la regalo». Al ver su cara de desconcierto, yo asestaba el golpe final. «Es nueva y está muy linda. Pero si no la necesitas, tendré que tirarla. ¿Estás de acuerdo con eso?».
Mi pobre y cortés hermana no tenía otra opción que decir: «Bueno, creo que debo aceptarla».
Esto ocurrió tan a menudo que mi hermana, que casi nunca iba de compras, tenía un guardarropa que se desbordaba. Aunque sí usó algunas de las prendas que le di, hubo muchas otras que se puso sólo una vez, si acaso. Pero yo seguí dándole «regalos». Después de todo, era ropa buena y yo creía que ella debía estar contenta de tener más. Sólo me di cuenta de lo equivocada que estaba después de que abrí mi consultoría y conocí a una cliente a la que llamaré «K».
Tenía veintitantos años, trabajaba para una empresa de cosméticos y vivía en casa. Mientras organizábamos su ropa, empecé a notar algo raro en las elecciones que hacía. A pesar de que ella tenía suficiente ropa como para llenar un guardarropa mediano, la cantidad de prendas que decidió conservar me pareció anormalmente pequeña. Su respuesta a la pregunta: «¿Esto me hace feliz?» casi siempre era «No». Después de agradecer a cada objeto por sus servicios, yo se lo pasaba para que lo desechara. Noté la mirada de alivio en su rostro cada vez que ella ponía una prenda en la bolsa. Al examinar la colección más de cerca, vi que la ropa con la que decidió quedarse era, en su mayoría, ropa informal como playeras, mientras la que desechó era de un estilo completamente distinto (faldas ajustadas y blusas reveladoras). Cuando le pregunté por eso, me dijo: «Me lo dio mi hermana mayor». Cuando toda la ropa quedó ordenada y ella hizo su última elección, murmuró: «Mira eso. Estaba rodeada de todas estas cosas que ni siquiera me gustan». Los obsequios de su hermana abarcaban más de un tercio de su guardarropa, pero casi nada de eso le había dado esa importante emoción placentera. Aunque la había usado por ser un obsequio de su hermana, nunca le gustó.
Esto me parece trágico. Y no es un caso aislado. En mi trabajo observo que la cantidad de ropa que desechan las hermanas menores es siempre mayor que la que desechan las mayores, fenómeno que seguramente tiene que ver con el hecho de que los hermanos menores suelen estar acostumbrados a la ropa heredada. Hay dos razones de que las hermanas menores tiendan a acumular ropa que ni siquiera les gusta. Una, que es difícil tirar algo que se recibe de la familia. La otra que en realidad no saben lo que les gusta, lo cual les dificulta decidir si deben desecharlo. Como reciben tanta ropa de otros, no necesitan ir de compras, y por ende, tienen menos oportunidad de desarrollar el instinto por lo que de verdad les inspira alegría.
No me malinterpretes. Darle algo que tú no puedes usar a alguien es una excelente idea. No sólo es económica, sino que también puede ser motivo de gran alegría ver que alguien cercano a ti disfruta y valora estas cosas. Pero eso no es lo mismo que presionar a miembros de tu familia para que acepten cosas que tú no eres capaz de desechar. Ya sea que la víctima sea un hermano, padre o hijo, esta costumbre en particular debería prohibirse. Aunque mi hermana nunca se quejó, estoy segura de que debió haber tenido sentimientos encontrados cuando aceptaba mis regalos. Yo tan sólo le estaba pasando a ella mi culpa por no ser capaz de desecharlos. Visto en perspectiva, resulta bastante vergonzoso.
Si quieres regalar algo, no presiones a la gente para que lo acepte incondicionalmente ni para hacerla sentir culpable. Averigua desde antes lo que les gusta, y sólo si encuentras algo que cumpla con los requisitos, muéstraselos. También puedes ofrecérselos siempre y cuando te aseguren que se trata de algo por lo cual ellos pagarían. Necesitamos mostrar consideración por otros al ayudarlos a evitar el peso de poseer más de lo que necesitan o pueden disfrutar.
La organización es un diálogo con uno mismo
«KonMari, ¿quieres venir a ponerte bajo una catarata?».
Yo recibí esta invitación de una cliente, encantadora mujer que, a sus 74 años, era una administradora de empresas muy activa, además de ávida esquiadora y excursionista. Había practicado meditación bajo el agua corriente por más de una década y en verdad parecía disfrutarlo. Solía comentar: «Me voy a la catarata», de manera tan casual como si fuera a irse al spa. Por consecuencia, el lugar al que me llevó no era un sitio para principiantes o un recorrido introductorio. Tras dejar nuestro equipaje a las 6 de la mañana, caminamos por un sendero montañoso, trepamos cercas y cruzamos un caudaloso río donde el agua nos llegaba a las rodillas, hasta que llegamos a la catarata desierta.
Pero no introduje este tema porque quisiera presentar esta peculiar actividad recreativa. Más bien, esta experiencia me hizo descubrir que existe una similitud considerable entre meditar bajo una cascada y organizar. Cuando te pones bajo una catarata, el único sonido audible es el rugido del agua. A medida que la cascada aporrea tu cuerpo, la sensación de dolor pronto desaparece y el aturdimiento se expande. Luego, una tibia sensación te calienta de dentro hacia fuera y entras en un trance de meditación. Aunque yo nunca había intentado esta forma de meditación, la sensación que generaba me resultaba extremadamente conocida. Se parecía mucho a lo que yo experimento cuando organizo. Aunque no es exactamente un estado meditativo, hay veces que, cuando estoy limpiando, puedo convivir en silencio conmigo misma. El trabajo de analizar cada objeto que poseo para ver si despierta alegría en mi interior es como conversar conmigo misma a través del médium de mis posesiones.
Por esta razón, es esencial crear un espacio tranquilo en el cual evaluar las cosas que hay en tu vida. Lo ideal es que ni siquiera escuches música. Sé de métodos que recomiendan organizar al ritmo de canciones pegajosas, pero yo no soy partidaria de eso. Siento que ese ruido dificulta oír el diálogo interno entre el dueño y sus posesiones. Por supuesto, ni siquiera consideres oír la televisión. Si necesitas un poco de ruido de fondo para relajarte, entonces elige música ambiental sin letra ni melodías bien definidas. Si quieres añadir energía a tu labor de organización, siente el poder de la atmósfera de tu habitación en lugar de depender de la música.
El mejor momento para empezar es de madrugada. El aire fresco de la mañana mantiene tu mente despejada y tu poder de discernimiento agudo. Por esta razón, la mayoría de mis clases comienzan en la mañana. La clase más temprana que he dado comenzó a las 6:30 a.m. y fuimos capaces de limpiar al doble de la velocidad acostumbrada. La sensación de claridad y frescura que se obtiene tras ponerse bajo una catarata puede volverse adictiva. De manera similar, cuando ordenas tu espacio, sentirás la imperiosa necesidad de volver a hacerlo. Y, a diferencia de la meditación en catarata, no tienes que viajar grandes distancias en terrenos difíciles para llegar.
Puedes gozar del mismo efecto en tu propio hogar. Eso es bastante especial, ¿no crees?
Qué hacer cuando no puedes desechar algo
Mi criterio para decidir si conservamos un objeto es que debemos sentir felicidad cuando lo tocamos. Pero está en la naturaleza humana resistirnos a desechar algo aunque sepamos que deberíamos. Los objetos de los que no podemos deshacernos aunque no nos inspiren alegría son un verdadero problema.
El juicio humano puede dividirse en dos tipos generales: intuitivo y racional. Cuando tratamos de seleccionar qué desechar, lo que nos causa problemas es nuestro juicio racional. Aunque sepamos intuitivamente que un objeto no nos atrae, nuestra razón esgrime toda clase de argumentos para no desecharlo, tales como: «Podría necesitarlo después» o «Tirarlo sería desperdiciarlo». Estos pensamientos giran en nuestra mente una y otra vez, y nos imposibilitan el desapego.
Yo no digo que sea malo dudar. La incapacidad de decidir demuestra cierto grado de apego a un objeto en particular. Tampoco podemos tomar todas las decisiones con base en la pura intuición. Justo por eso necesitamos analizar cada objeto con cuidado y no dejarnos distraer por el temor de estar desperdiciando.
Cuando te topas con algo que es difícil de eliminar, piensa con cuidado por qué quisiste tener ese objeto. ¿Cuándo lo conseguiste y qué significaba para ti en aquel momento? Reevalúa el papel que desempeña en tu vida. Si, por ejemplo, tienes ropa que compraste pero nunca usas, examínala prenda por prenda. ¿Dónde compraste esa prenda en particular y por qué? Si la compraste porque pensaste que se veía bien en la tienda, entonces ya cumplió con la función de darte una emoción cuando la compraste. Pero entonces, ¿por qué nunca la usaste? ¿Fue porque te diste cuenta de que no se te veía bien cuando te la probaste en casa? Si es así y si ya no compras ropa de ese mismo estilo o color, entonces ya cumplió con otra función importante: te enseñó lo que no te va bien. De hecho, esa prenda de vestir en particular ya cumplió con su papel en tu vida, y tú eres libre de decir: «Gracias por darme alegría cuando te compré», o «Gracias por enseñarme lo que no me va», y dejarla ir.
Cada objeto tiene un papel diferente que desempeñar. No toda la ropa llega a ti para que la uses hasta volverla harapos. Lo mismo ocurre con las personas. No cada persona que conozcas en la vida se convertirá en tu amigo íntimo o tu amante. Con algunos te costará trabajo llevarte bien y otros nunca te agradarán. Pero también esas personas te enseñan la preciosa lección de quienes sí te agradan, de modo que apreciarás aún más a esas personas especiales.
Cuando te topes con algo de lo que no puedas desprenderte, piensa con cuidado sobre su verdadero propósito en tu vida. Te sorprenderá cuántas cosas que posees ya cumplieron su función. Al reconocer su contribución y dejarlas ir con gratitud, serás capaz de poner en verdadero orden las cosas que posees y toda tu vida.
Para apreciar de verdad las cosas que son importantes para ti, primero debes desechar las que han vivido más allá de su propósito. Desechar lo que ya no necesitas no es desperdiciar y tampoco es algo vergonzoso. ¿Puedes decir con sinceridad que atesoras algo que está tan enterrado en el fondo de un armario o cajón que has olvidado su existencia? Si esas cosas tuvieran sentimientos, seguramente no estarían felices. Libéralas de la prisión donde las has relegado. Ayúdalas a dejar la isla desierta donde las desterraste. Déjalas ir con gratitud. Tú y tus cosas se sentirán despejados y frescos cuando hayas terminado de ordenar.
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