Capítulo 3- continuación tres.
—Mira, Ranita. Deseo apoyarte. No quiero que llames a tus padres, pidiéndoles ayuda. De verdad te lo digo. Voy ya mismo y saco los pasajes para los tres. Y los pago yo...
Sin saber por qué, me enfadé. Quizá porque me pareció que no se preocupaba por mí: sólo le importaba lo que mis padres pudieran creer. Lo habían enviado para que ejerciera de "niñero".
—Pídele a Guille y Claudio que te cuenten toda la verdad —le dije, seca—. Y después que uno de ellos me llame y me diga cómo reaccionaste. ¡Te vas a caer de culo! Vete preparando.
—Pero...
—Ahora te dejo. Me llamáis en una hora —y corté sin darle tiempo a hablar.
Media hora más tarde escuché el timbre del teléfono. Era Guillermo.
—Bueeeeno, Flore, aquí estoy —dijo.
—¿Y? ¿Cómo se lo tomó? —le pregunté.
Se escuchó, al fondo, el susurro de Christian.
—¡Dale, capullo, dile lo que acordamos!
—Bueno —continuó Guille—. ...Mmm...
—¡Dile que me lo tomé genial o te mato! ¡No se te ocurra bromear ahora!
Iba a largar una carcajada pero me detuve: me di cuenta de que estaban con el manos libres. Al fin y al cabo, Christian tenía a mis dos colegas secuestrados. No los dejaba ni a sol ni a sombra.
—¿Y? —pregunté, como si no hubiera escuchado nada.
—Pueeeesss...
—¡Dile que genial, capullo, ya mismo! ¡O te mato!
—¡Si le pegas, caraculo, te dejo hecho papilla! —escuché a Claudio decirle—. ¡Papilla de besugo! ¡Dile que la quieres de una puñetera vez! ¡Que se va a pensar que vas a buscarla por compromiso!
—¡Cállate, tarado, que te va a escuchar! —susurró Christian, más fuerte—. ¡No quiero que se asuste!
El tío no se enteraba de que yo lo estaba oyendo como si me gritara por el oído.
—Pues genial —dijo Guillermo, enseguida, antes de que la discusión llegara a más—. Se lo tomó muy, pero muy bien.
—¿En serio? —pregunté, haciéndome la tonta—. No me lo creo.
—¿No te lo crees? ¿Por qué?
—Ya sabes, ese tío es de otro planeta — manifesté, poniéndole énfasis a mis palabras—. No se entera de nada.
—¡Joder! —volví a oír el susurro de Christian—. ¡Cuéntale lo otro o nos va a cortar!
—Bueno —continuó mi amigo—. Algo ya se sospechaba. Es un tostón pero tan, pero tan tarado no es...
—¡Te mato!
— Aunque no es tan mal tío...Enseguida se ofreció a ir a buscarte...
—Ya, ¿y?, sígueme contando.
—Él ya se sospechaba que había algo raro...
—¿Sí? ¿Por qué? —quise saber.
—Porque dice que estaban en la plaza, dándose el lote —continuó Guille— y de repente aparecieron en su habitación... No recordaba cómo caminaron hasta allí...
—¡No me lo digas! —me asombré—. ¡Por más que trataba de recordar cómo llegamos allí no me lo explicaba!
—Pues a él le pasó igual... Pensaba que era porque había tomado muchas copas... Me imagino que, al ver la cola de tíos que había esperando para bailar contigo, se puso pedo...
—¡Te juro que te mato, capullo!
—Pero bueno, te cree, eso es lo importante... Ahora que lo pienso, Piollo, esa noche tú no bebiste... ¿No te diste cuenta de que se habían esfumado de la plaza?
—Bueeeeno, no te distraigas y sígueme contando —me tocó a mí querer cambiar de tema.
—Pues eso, Rata pensó que las copas le habían dado amnesia...
—¡No me llames Rata, capullo!
Recordé la canción de One Direction, Story of me life. Así, de golpe. Tenía sentido porque Christian y yo aparecíamos en la mayoría de las fotos de mi familia. Desde que teníamos quince y cinco años, respectivamente... Y también Guillermo. Nos conocíamos desde antes de tener uso de razón, incluso. En todas estábamos mirándolo y perpetrando alguna travesura de las nuestras. Uno lo distraía y el otro se la hacía. Le sacábamos la lengua, le hacíamos los cuernos, le poníamos el peluche de una rata, sin que él se diera cuenta. Christian siempre salía muy serio: parecía un anciano. ¡Y cómo montaba en cólera cuando las veía!... Quizá tú seas una directioner y te ofenda lo que voy a decirte. Pero sabes que mi opinión es siempre objetiva. Christian era más guapo que todos los integrantes del grupo juntos. ¡Y eso que ellos me gustan! Christian no...
—¿Y podéis venir vosotros dos solos? —le pregunté—. Sabes que el otro va a venir a darnos el coñazo.
—¡De ninguna manera! ¡O voy yo o no va nadie! —escuché el "murmullo".
—No creo —me dijo Guillermo, aguantando las risas—. Como va a pagar todos los gastos, no va a haber forma de sacárnoslo de encima.
—Es verdad —manifesté, como con pena.
—Dime que sí, chica, así salimos —pidió mi amigo—. Estoy deseando volver a nuestra vida normal.
—Y yo... Aunque aquí lo estoy pasando genial. Hice muchos amigos.
—¡Le dices que salimos ya mismo! En unas horas estamos por ahí.
Claudio largó una carcajada y dijo:
—¡Qué tío mamón! ¡Estás celoso!
Se escuchó un tumulto. Me dio la sensación de que el teléfono voló hasta el techo. Porque el golpe que hizo al caer, casi me deja sorda.
—¡Está colado, está colado! ¡A ver, mi niña, dame otro besito! —se burlaba Guillermo.
—¡Ahhhhhh, sí, mi Ranita! —bromeaba Claudio—. ¡Si no me das otro beso más me muero!
—¡No se olviden de usar preservativo, jolín! —volvió a gritar Guille—. ¡Que os vais a quedar embarazados! ¡Piollo pato no está tomando píldoras!
—¡Capullos! ¡Sois unos críos! ¡Dame ese teléfono que me pongo yo! ¡Con vosotros no se puede!
—¡Cógelo, cógelo! ¡Ven a buscarlo!
En la habitación, parecía que los muebles volaban. Gente que corría. Risas. Golpes. Al final, escuché la voz de Christian:
—Estamos allí en cuatro horas. Cinco, como mucho.
—¿Tan rápido?
—Sí. No te muevas que vamos.
—Nena, dame el teléfono —me dijo Pire acercándose y, luego, a Christian—: Tranquilos que nosotros los vamos a buscar con Florencia.
Y así fue. Fuimos a recibir a los chicos en el Aeropuerto Internacional Teniente Luis Candelaria. En San Carlos de Bariloche. Parecía que esperábamos a los representantes de la Organización de las Naciones Unidas, por la comitiva que me acompañaba. Se habían venido todos los indígenas de la zona, más de doscientas personas. Creo que mis amigos mapuches tenían miedo de que yo me escapara. Que me desintegrara en el aire, al ver a Christian. Porque siempre había varios dándome las manos o sujetándome por algún sitio. A los primeros que vi llegar fue a Guillermo y Claudio.
—¡Tía, qué sorpresa, estás como siempre! —dijo Guille, sonriente, dándome un abrazo de oso: nunca habíamos estado separados por más de diez horas—. ¡Pensé que nos ibas a recibir con plumas y flechas!
—¡Las plumas te las guardé para ti, mamón! —le contesté, sin enfadarme, notando que se me caían algunas lágrimas—. ¡Para que te hagan juego con el vestido!
Claudio sólo me apretó muy fuerte: estaba emocionado, no podía hablar. ¡Los había extrañado tanto! A mis dos colegas, claro. Al vejestorio no. ¡El pesado de Christian me miraba con una cara! De improviso, me pilló por sorpresa y me ciñó entre los brazos. Y así, frente a toda la concurrencia, me estampó un beso de película. Hubiera levantado la pierna, como hacían las estrellas de Hollywood, si el cerebro me hubiese dado para pensar. Cuando se percató de lo que hacía, aflojó un poco el abrazo y me dio un pico en los labios. Un pico muy leve. Como si temiese que yo me asustara.
—¿Y si esta noche me pongo dinero en el bolsillo o la tarjeta de crédito? —le susurré, acariciándole los labios con la lengua y profundizando un poco el beso—. Guille me lo dijo en broma pero creo que tiene razón. Si empezamos así, dentro de poco me vuelvo a hacer humo.
—Tú no te preocupes —me contestó, besándome en los párpados—. Te voy a sujetar tan fuerte que, si te desapareces, me desaparezco contigo.
—¡Ay, qué bien! ¡Christian Alejandro Clemencio, has venido en mi rescate! —me burlé, imitando a los culebrones venezolanos y, a continuación, le di un beso de tornillo: me cortó la respiración—. Suenas muy anticuado, tío. Pareces un vejestorio de casi treinta años.
—¡Menos mal que me llamo Christian a secas, entonces! —exclamó, largando una carcajada.
Pero, por si acaso, esa noche lo abracé muy fuerte. No fuera que me apareciera por China a comer arroz o por las Islas Galápagos a contar tortugas. Y hazme el favor de quitar esa cara. ¡Ni se te ocurra pensar que me estoy enamorando! Después te sigo contando.
Mañke, el cóndor.
NOTA.
¿Tú le crees a Florencia cuando dice que no le interesa Christian? ¿Tienes idea de por qué fue a parar a Neuquén, con los mapuches? Cuéntanos. Y, si te gustó esta parte, dale a la estrellita.
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