Capítulo 2: Me olvidé hasta de mi nombre.
¿Quién había arrastrado a quién? ¿Christian? ¿Yo? ¿Me puedes decir tú cuál de los dos era el culpable? Porque yo no tengo ni idea. Aunque esto te lo digo en confianza. Ni muerta que fuera a reconocerlo ante ya sabes quién...
Contaba con que, al final, Christian se iba a terminar echando encima la responsabilidad de esta locura. Porque, a pesar de que estábamos en pleno siglo XXI, muchos chicos (y más él, un carcamal de veintiocho años) pensaban que el hombre siempre tenía que ser un feroz conquistador. Supongo que por el rollo de la tradición grecorromana. Me entiendes, ¿no? Un romántico Paris arrastrando a Helena a través de los mares. Y montando todo el lío ése de la caída de Troya. Con el caballo hueco que escondía guerreros dentro. Claro que, según las malas lenguas, el embrollo no había sido culpa de ninguno de los dos. Ni de Aquiles, tampoco, sino del dios Apolo. O sea, hombres por aquí, hombres por allá, todos decidiendo el destino de pueblos, ciudades y vidas. Las mujeres calladitas.
¿Viste la película Troya, con Brad Pitt? Pues a mí en el instituto me obligaron a leer La Ilíada. Al principio me pareció un coñazo pero luego me atrapó. Soy rara, no me lo digas. Por eso sé que la peli poco tenía que ver con la obra original: faltaba lo principal, todos esos dioses vengativos. Pero valía la pena verla. Brad estaba increíble con ese cuerpazo musculado. El pelo dorado acariciándole los hombros. La piel que brillaba con tanto aceite, bronceada. Te veías pasándole el aceitito por esos músculos, fuertes como ramas de roble, y compensaba. Y cuando te miraba desde la pantalla, con esos ojos claros, pidiéndote guerra, te derretías tanto que te olvidabas del guión desastroso. ¡Y eso que prefiero los morenos!
Guillermo estaba más cabreado que yo cuando, después de tantas expectativas, la vimos en televisión. Con posterioridad al estreno. Una década más tarde, creo... Mi amigo sabía bastante de Historia, de Mitología y también había leído La Ilíada. Habían omitido lo principal, según él: que Aquiles y Patroclo eran amantes. Había esperado impaciente, porque los dos actores estaban cañón. Pero le habían escamoteado las imágenes de sexo gay: los habían hecho irremediablemente heteros. Él no esperaba que mostraran escenas explícitas, pero sí algo. A los dos personajes rubios dándose besos de tornillo. Y frotando sus músculos, con las piernas enredadas, sobre una cama o sobre el suelo. Al final, se había quedado con las ganas. En el filme Aquiles se encontraba bien guardadito dentro del armario y de su bisexualidad no se decía ni pío. Ni de la bisexualidad de los guerreros: era una costumbre de Grecia y Roma.
—¡Como tú, que todavía estás dentro del armario! — me reí—. ¡Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago!
—¡Disculpa, Ranita! —se burló, resaltando el apodo que yo odiaba, mientras se ponía las manos en las caderas y giraba sobre las piernas, como una bailarina de ballet—. ¡¿Tú me ves a mí algo de bisexual?!
—¡Pues yo todavía pienso en los besos que nos dábamos y me entra nostalgia! — manifesté en broma, sacando la lengua y moviéndola, mientras me sujetaba el estómago por las carcajadas—. ¡Como para creer tus padres que eres gay después de habernos pillado así cientos de veces!
—¡No me recuerdes esos besos de lengua, chica, no seas cruel! —y nos descostillamos de risa.
Guillermo tenía mucha pluma[1] y lo de los besos había sido una forma de asegurarnos. Pocas dudas teníamos, la verdad sea dicha. Pero con Claudio, compañero de asiento en el instituto, sí que me había llevado un chasco: es el tío más varonil que he visto en mi vida. Y el más guapo de todos. ¡Si hasta es jugador de rugby! ¿Tú conoces a tíos más machos que los jugadores de rugby? Más masculino que Christian, incluso. Y me había sucedido algo muy gracioso que, hasta hoy, hace que los tres nos descostillemos de risa de lo despistados que fuimos.
Viéndonos a diario con Claudio y muy próximos en el espacio, había sido natural que nos hiciéramos amigos. Pero claro, ¿ponte en mi lugar? ¿Sabes lo que es estar pegada a un tío cañón, día tras día? Grande como un armario, además, que no te pasa desapercibido. Le había tirado los tejos, claro está. Pero con mucho disimulo, al principio, para no perder la amistad... Como el video de la canción de Carly Rae Jepsen Call me may be. ¿La recuerdas?:
I threw a wish in the well
Don't ask me, i'll never tell
I looked to you as it fell
And now you're in my way.[2]
Era descojonante. Guillermo me daba consejos, a diario, sobre qué debía hacer para ligármelo. Los aplicaba y no pasaba nada. Guille desconcertado. Elaboraba una guía de los colores y ropa sexy que debía usar, para llamarle la atención. Como estudiaba diseño, que yo conquistara a Claudio se lo había tomado como algo personal. Actuaba de una forma profesional, como mi coach.[3] El otro nada. Nunca había tenido a tantos tíos detrás, tratando de ligarme. No entendíamos por qué no me funcionaba con Claudio. Entonces mi colega se empleaba a fondo con el maquillaje y me dejaba como una estrella de cine. Tíos y más tíos a mis pies. Al punto que, una tarde, Christian llegó a quejarse:
—¿Qué pasa aquí, Rana, que tienes montado todo este revuelo? Es imposible aparcar en la casa y fuera con tantos coches y tíos. ¡Para una vez al mes que vengo! ¡Podrías dejarme un poco de espacio! Nunca sé dónde estacionar.
Tíos y más tíos pero el que me interesaba, Claudio, no se enteraba.
—Flore —me decía Guillermo—. ¿No me dijiste que le gusta ir al cine y al teatro? Pues búscate una obra que lo ponga a mil e invítalo. Algo que tenga bastante sexo.
Y ahí iba yo. Con invitaciones al cine, al teatro. Cenas a la luz de las velas, después, por la noche. Nada de nada. ¡Pero Claudio era tan, pero tan guapo! Así que yo, dale que te pego, seguía insistiendo. Al final, cuando a Guillermo se le acabaron las ideas para que yo sedujera a mi compañero de estudios, se le ocurrió lo obvio:
—Flore: ¿Claudio no será gay?
—¿Te parece, Guille? ¿Seremos tan capullos que eso no se nos ha ocurrido?
No es que yo sea la modelo Irina Shayk, la ex novia de Cristiano Ronaldo, o Doutzen Kroes. Pero es raro que abraces a un tío, rozándolo con los senos al despedirte, después de que aceptó salir contigo decenas de veces, y que no te responda tirándosete encima. Un día, al final, en el instituto, se lo pregunté:
—Dime, Claudio: ¿eres gay?
—Claro, Flore, pensé que lo sabías. Es obvio, ¿no?
Pues no, no era obvio que a él le iba más Andrés Velencoso o David Gandy que yo. Dicho sea de paso, me regalaron de este último, varias fotos impresionantes. Desnudo, por supuesto. ¿Las viste? Están en Internet. Con unos marcos muy sofisticados que pasaban desapercibidos. Porque lo único que hacíamos era analizar qué se le veía y qué no. Muy poco dejaban a la imaginación esas fotografías. Me las colgaron Guillermo y Claudio en la pared de mi piso... Y luego tuvieron que salir corriendo a comprarse otras, para consumo propio, así que tenemos la misma decoración...Olvidé comentarte que me mudé sola poco antes del viaje a Brasil. Estaba harta de que las tías llamaran al teléfono preguntando por Christian. Y cuando empezaron a tocar al timbre de la puerta dije basta y me mudé. Tanto ruido no me dejaba concentrar en los estudios. ¡Si el tío jodido hubiera venido a diario, no sé qué hubiese sido eso!
La situación ridícula con Claudio nos enseñó una lección a Guille y a mí, que creíamos que jamás caeríamos en los estereotipos: a no volver a dar nunca nada por sentado. Así que los presenté y se enamoraron: ¡al fin y al cabo ya les había dejado yo el trabajo casi hecho! Y ahí están, abrazados y dándose el lote todo el tiempo. Cada vez que entro por sorpresa, sin gritar "¡aquí estoy!", en el piso de ellos o en el mío, los encuentro en una postura distinta. No necesito el Kamasutra: sólo adaptarlas al sexo hetero. Yo nunca tuve ni la más mínima duda en cuanto a mi orientación sexual: a mí me chiflan los tíos morenos, altos y de ojos dorados. De ojos claros, digo. Como David Gandy. Por eso lo dejé colgado en mi tabique y le echo miles de vistazos al día.
Volviendo a las películas, Guille tuvo suerte porque se pudo desquitar con Alejandro Magno, del mismo año que Troya: con las escenas amorosas entre Colin Farrell y Jared Leto, Alejandro y Hefestión. Es que a Guillermo el porno no le iba. Le gustaba que el filme estuviera rodeado de normalidad. Sexo real y no mentiras. No sé si me explico bien. Que mostraran la realidad de la pareja y no algo que parecía "mira, esto lo hago por dinero, está muy bien pago". Todo actuado, nada verdadero. Al fin y al cabo no sé por qué tanta historia si alrededor de un diez por ciento de la población mundial es gay. Porque la Madre Naturaleza lo determina así. Y ella siempre es la que manda, nos recordaba Xago, un día sí y al otro también.
Xago es un amigo gallego de nuestro lobby gay[4]. Me había puesto como sobrenombre Piollo pato. Con mucho sentido del humor, el tío. Quiere decir ladilla, en español. Porque, según él, y discúlpame la salida de tono, siempre estoy encima de sus pollas pero no me follo a ninguno. No me tomaba a mal lo del apodo. Al contrario, me hacía mucha gracia. Si hubieran sido tías, sí, me hubiese caído fatal, porque hubiera significado:
—¡Vete de aquí! ¡No se te ocurra volver!
Pero con ellos no: si no podía ir a una reunión, por distintas circunstancias, se me aparecía el lobby gay al completo y me llevaba a rastras. Era difícil resistir esas fiestas: las más divertidas del campus universitario. Ya las habían sido las del instituto, pero ahora se nos había unido más gente. Dicho de paso, muchas mujeres me odiaban. Algunas, despistadas, porque yo siempre estaba rodeada de chavales que parecían modelos de portada. ¿No viste, acaso, que los hombres gay se cuidan mucho más que la mayoría de los heterosexuales? Otras, en cambio, me detestaban porque tío dudoso que me encontraba, me lo llevaba para nuestro lobby. Y todo el que entraba en nuestro lobby gay nunca salía.
Te preguntarás por qué le pusimos de nombre lobby gay, en broma. Fue porque, al poco de llegar el Papa Francisco al Vaticano, comentó que el lobby gay de allí era muy poderoso. Hicimos un recuento: el setenta por ciento de nuestros chicos venía de familias católicas. Pero ninguno de ellos era practicante, ¿te imaginas por qué? Acertaste: porque los homosexuales, para la Iglesia, son enfermos a los que hay que curar. Ninguno tiene ganas de que lo cure. Mejor que la Iglesia se dedique a curar a los curas pederastas. ¿Habrá nuevos aires ahora? Porque nos gusta mucho este Papa. Aunque tampoco es un tema que nos desvele. Pero nosotros sí que tenemos ganas de involucrarnos. Últimamente hemos estado pensando en hacer algo a favor de los derechos del colectivo, además de divertirnos. Para aprovechar nuestros estudios. En especial los que seguimos Derecho, Medicina, Psicología. Todo empezó en broma, a raíz de lo de Ana.
Ana era una chica transexual, miembro de nuestro lobby. Por fuera era un chico. Odiaba su cuerpo y, hasta que no se operó, no se quedó tranquila. Ahora iba detrás de mí, lo que generaba muchas carcajadas. El más bromista, Xago, le decía:
—¡Tía, para qué cortarte la polla si después ibas a tirarle los tejos a nuestro Piollo pato! ¡Te la hubieras dejado y hacían un apaño! ¡¿No sabes que a ella no le van las tías para nada?!
Pero luego nos hizo pensar: ¿por qué Ana se había precipitado con su operación de cambio de sexo? Ella nos dijo que no tenía clara su orientación sexual. Su identidad siempre había estado más clara que el agua: era una chica. Y, bastante más tarde, le gustaron las otras chicas... Era una chica lesbiana... No es tan complicado: una cosa es lo que eres y otra lo que te atrae. Yo soy Florencia, mujer, y me atraen los hombres morenos. ¿A que se entiende sin ningún problema? El mundo nunca es blanco o negro. Los tonos grises son los que más abundan. Como lo de Christian y yo, ¿quién me lo iba a decir? ¡Si los dos nos odiamos!
Recuerdo cuando él me besó. Cuando su lengua comenzó a acariciarme los labios y el interior de la boca... Cuando, con las manos, le masajee la recia base del cuello, detrás de las orejas y le envié millones de mensajes. Todos de deseo. Con mi mirada. ¿Se puede ser tan capulla? Tengo ganas de esconder la cabeza en la arena, como los avestruces. ¡Si hasta le empecé a desprender los botones de la camisa y a besarle el pecho! No me extraña que siga varada en Neuquén, haciendo que Guillermo y Claudio se descojonen de risa. Porque no puedo regresar. Me cubren las espaldas, como siempre. He podido llamarlos gracias a mis amigos mapuches, que me han dado cobijo. ¿Qué iba a hacer yo sola por los Andes, paseando en pijama?
—Tía —me decía Guille, de coña—. La próxima vez que te vayas a tirar a Christian, por las dudas, deja dinero en el bolsillo. O la tarjeta de crédito. ¡Ya se veía que ustedes terminaban siendo parejita! ¡Los dos sentaditos, delante, en su coche, haciendo ojitos!
—¡Te juro, tío maricón, que te salvas porque estás lejos! —me enfadaba—. ¡Si estuvieras cerca te daba un puñetazo!
Escuchaba las risas de Guillermo y de Claudio.
—¿Y? ¿Te vas a quedar a vivir en Argentina o hacemos algo? —insistía—. Les podemos avisar a tus padres, en Madrid.
—¡Estás mal! Si les cuento, se enfadan. ¡Nunca les dije nada de mis viajes! Espero un poco más.
Siempre volvía a voluntad... Excepto ahora... Pero la machi me estaba ayudando. Me enseñaba a controlar mi poder y a sacarle partido. Al final, funcionaría... O llamaba a mis padres y santo remedio...
—¡Pero cuéntanos qué tal es Christian como amante, no nos dejes con la intriga! Claudio y yo estamos haciendo apuestas.
—Si me vuelves a hablar de Christian cuelgo —me enfadé—. ¿Quieres que me quede de verdad a vivir en Neuquén con los mapuches, capullo? Me estás metiendo presión.
—Pues ya no sabemos qué excusas darle al pobre tío —gritó Claudio, estaban con el manos libres—. ¡Me da una pena! Debe de pensar que es el peor amante del mundo.
—Que se lo piense —le repliqué yo—. A mí qué me importa. ¿Tú te crees que en estos momentos tengo tiempo como para pensar en Christian? ¿En ese grano en el culo? Por culpa de él estoy aquí.
Pero sí que pensaba en Christian. Todo el tiempo. Aunque no me gustara. Le había quitado, uno a uno, los botones de su camisa, sin despegarle la mirada de los ojos. Así, bien cerca, eran más dorados aún. Lo desvestía y, primero, lo acariciaba con la vista. Luego, con las manos. No podía decirse que Christian estuviese inmóvil. Cuando lo soltaba, él me recorría con los labios por los pechos, por el vientre. Los labios le ardían, echaban fuego. No podía comparar esas sensaciones con otras del pasado. Sólo podía equipararlas a huracanes, tornados, fuertes torbellinos.
A mitad de la noche creí que estábamos a punto de hacer estallar la habitación con nuestros suspiros, gritos, gemidos. Pero era un ciclón tropical de verdad, el que estaba a punto de hacer volar el techo del hotel. Pienso en la dureza de las piernas de Christian contra las mías, ¡y me vuelvo loca!... En nuestros corazones, latiendo juntos, por el ejercicio... Creaban una música peculiar, un samba-enredo... Encima, en un momento en el que quiso hablar, le puse los dedos sobre los labios y le dije:
—No me digas nada. ¿Para qué arruinar una noche de sexo perfecto?
¡¿Puedes creer que le dijera eso?! PERFECTO. Menos mal que el día de la inauguración del Carnaval habíamos alquilado habitaciones en el hotel cercano al club. ¿Te imaginas si el calentón nos hubiese dado en la casa de mis primos?
Neuquén y los Andes.
[1] Conjunto de actitudes, gestos, etc., del sexo opuesto.
[2]Lancé un deseo en el pozo
no me lo preguntes, nunca te lo diré.
Te miré a ti mientras lo dejaba caer
y ahora estas en mi camino.
[3] El que instruye, acompaña y entrena a una persona o grupo de personas.
[4] Grupo de presión del colectivo gay o pro-derechos de los gays.
NOTA.
En el vínculo externo dejo el enlace a la página de LA MAGIA DE LA IMAGINACIÓN. ¿También a ti te pasó lo de la canción Call Me Maybe? Cuéntanos cómo fue. Si te gustó el capítulo, no te olvides de darle a la estrella...
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