🫔 Capítulo 7

Ventajas de tener una amiga que se creía tiktoker: que contaba con aro de luz, sabía de edición de videos y tenía un buen celular para grabarlos.

Ventajas de tener una amiga que había estudiado negocios: sabía estrategias de mercadotecnia y tenía buenas ideas para darle la vuelta a la mala publicidad.

Ventajas de tener una amiga como Maya: no tenía pelos en la lengua para decir las cosas.


—¿Por qué a los del centro del país les gusta comer todo dentro de un bolillo? —preguntó Gustavo mirando en dirección a su amiga Maya.

—¿Y yo que voy a saber? —preguntó frunciendo el ceño.

—Pues tú eres chilanga —recalcó.

—Que no soy chilanga, chingada madre. —Soltó un bufido que ya bien conocían sus amigos, sabían que no estaba enojada de verdad. —Nací en Tula, Hidalgo.

—Para fines científicos y de semántica, es lo mismo —respondió Dina.

—Por lo menos allá no nos casamos entre primos —contraatacó Maya.

Las carcajadas no se hicieron esperar. Todo el país tenía la creencia de que, en el estado de Nuevo León, se casaban entre primos. Angelina se lo acreditaba a que la gente de San Pedro tenía la mala costumbre de decirle "tía" a las amigas de sus madres, incluso también a sus suegras porque para las señoras de dinero era casi una ofensa imperdonable que les dijeran lo que eran: suegra o señora.

Gustavo, Angelina, Dina y Maya se encontraban en el departamento de esta última acomodando los utensilios, ingredientes, las luces y todo lo necesario para el plan que habían armado sobre cómo levantarse del segundo obstáculo que le habían puesto a Gustavo y su venta de tamales.

Maya había sugerido que hicieran videos cortos para redes sociales que apenas estaban creando; desde una cuenta en Facebook, X, Instagram y hasta Tiktok. Dina usaba mucho esos medios para el negocio de su papá que era venta de barbacoa los domingos, y le funcionaba bien utilizar los memes que estuvieran en tendencia para hacerse publicidad. Angelina era la encargada de crear las cuentas en cada una de las redes sociales.

Habían estado un buen rato debatiendo posibles nombres para bautizar el negocio de manera oficial. Habían pasado por varios, entre ellos: Tamales Norteños, Señor Tamal, El Don del Tamal, El Tamal Regio. También habían agregado algunos haciendo burla referente a que existía una mafia en el negocio de los tamales: Tamales del Capo, Tamales Mafiosos, Tamalitos de la Mafia, El Imperio del Tamal, Tamales Corleone, Don Tamalón.

Había sido ese último el nombre elegido porque consideraban que le daba personalidad al negocio considerando que estaba dirigido por un hombre, algo que no era muy común en el negocio de la venta de tamales que por lo general era liderado por mujeres.

Incluso Maya se había puesto a diseñar el logo para la marca que consistía en un tamal con sombrero norteño, bigote y una sonrisa super amplia. Todo estaba listo, solo faltaba que Gustavo cooperara para grabar los videos que sus amigas tenían en mente. Eso de estar frente a una cámara nunca había sido lo suyo.


La noche había caído más pronto de lo esperado. Los cuatro amigos estaban agotados, la cocina parecía zona de guerra; había resto de masa de tamal por todos lados además de que todo el departamento había quedado oliendo a tamal recién hecho. A esas alturas Gustavo ya era experto en la realización de dicho platillo, conocía a la perfección las cantidades exactas para cada uno de los ingredientes y sobre todo el tiempo perfecto para que no quedaran crudos o muy cocidos.

Para cenar habían encargado pizza a domicilio mismas que devoraron como si llevaran días sin comer; solo quedaron las cajas vacías sobre la mesa mientras Dina terminaba de hacer la edición de los videos que había grabado —y dirigido—.

—Ya está listo el primero, podemos publicarlos en todas las redes.

—Envíamelo para subirlo ya mismo —respondió Angelina.

Mientras Angelina se encargaba de publicarlo, Maya hacía la edición de las fotografías que habían tomado. Fotos dignas de recetario, una buena imagen de comida siempre antoja a la gente y estaba segura de que con las que habían tomado podrían hacer publicaciones de manera diaria.

Gustavo no podía creer que le hubieran hecho grabar esos videos y le hubieran tomado algunas fotos también a él, pero sus amigas bien le habían dicho que en esta era de tecnología, las redes sociales eran la mejor publicidad que podía tener para hacer crecer el negocio, sobre todo ahora que esa mujer había llegado a desprestigiarlos en frente de tanta gente.

—Siempre tienes la alternativa de que, si no funciona el negocio de los tamales, puedes revender los pasteles de Costco a precios exagerados.

La voz de Angelina lo sacó de sus pensamientos.

—No tengo membresía para Costco y además ¿has visto los videos de cómo la gente enloquece en las tiendas por llevarse los pasteles?

En las últimas semanas se había vuelto virales en varias ciudades del país que muchas personas estaban acudiendo a comprar pasteles para posteriormente venderlos, ya sea en rebanadas o el pastel completo. Se desconocía de dónde había aparecido tal auge por esos pasteles, pero los videos demostraban largas filas afuera de la tienda desde muy temprano para poder ser de los primeros en adquirirlos, incluso la gente peleaba dentro de las instalaciones intentando arrebatarse la mercancía.

Otros tantos videos mostraban gente corriendo con el carrito de supermercado atiborrado de diferentes pasteles, uno que hacía alusión al famoso pastel de la película infantil Matilda era de los más solicitados.

—Y también se está volviendo una mafia ese negocio. Suficiente tengo con la que ya estoy enfrentando para agregar una más —aseguró cruzándose de brazos.

—Esta puede ser la versión 2.0 de la Guerra de los Pasteles, bien dicen que el hombre está condenado a repetir su historia —dijo Dina estirando los brazos sobre su cabeza.

—Pero la Guerra de los Pasteles fue contra los franceses —refutó Maya.

—¿Y? —se encogió de hombros—, la única diferencia es que ahora sería entre mexicanos.

—No insistan —las detuvo Gustavo—, no pienso cambiar los tamales por los pasteles.

La conversación dio por terminada en ese momento.



Para la buena fortuna de la familia Bazaldúa, seguían teniendo algunos pedidos a domicilio entre semana —ya habían aprendido la lección de cobrar un anticipo sin opción a devolución en caso de cancelación—.

Las redes sociales empezaban a tener interacción, al inicio fue con comentarios y reacciones a los videos y fotos por parte de amigos y algunos familiares. Poco a poco empezó a llegar gente interesada en probar los deliciosos tamales de Don Tamalón y preguntaban por precios y tiempos de entrega.

Quizás no todo estaba perdido.

Días después y con algo del dinero que estaban obteniendo como ganancia, decidieron que debían invertir en un poco más de publicidad, por lo tanto, mandaron imprimir una lona de buen tamaño con el logo y el nombre del negocio, mismo que colgaron en una de las ventanas de la fachada de en frente de la casa. Esto con la finalidad de que la gente que pasara supiera que ahí podía conseguir dicho platillo.



Las familias de la mafia tamalera no tardaron en darse cuenta de que su plan no había funcionado como habían esperado y como habían visto con otros negocios. Esa familia les estaba empezando a dar guerra con el simple hecho de no desistir.

Francisca había estado intentando contener la noticia lo más posible, no quería llegar con su madre dándole la noticia de que todavía no se habían podido deshacer de la competencia. Continuando con el plan de la mala publicidad, se habían encargado de hacerse varias cuentas en todas las redes sociales para dejar malas reseñas y comentarios al respecto. Iban desde que no se realizaban con la higiene debida, que no valían lo que costaban, que habían llegado a recibir malos tratos por parte de los dueños del negocio y que incluso les habían llegado entregar algunos caducados.

Por supuesto que Gustavo no se había quedado solo mirando esos desagradables comentarios, cada tanto revisaba los comentarios para eliminar las reseñas negativas y contaba con la ayuda de sus amigos que cada tanto dejaban comentarios positivos y que recomendaban ampliamente el negocio.

Las tres mujeres se encontraban reunidas en casa de la primogénita de la familia Tamayo. Una taza de café acompañadas de unas galletas de mantequilla recién horneadas —cortesía de Sonia—, eran el aperitivo ideal para planear nuevas estrategias de ataque.

—No está funcionando la mala publicidad —Teresa dio un sorbo a su café.

—Bueno, el domingo pasado tuvieron poca afluencia de clientes. Mandé a un conocido a investigarlos —mencionó Gloria.

—Vamos a tener que recurrir a algo más elaborado si queremos sacar de la jugada a ese tal Don Tamalón —el gesto en la cara de Francisca reflejaba el desprecio que sentía hacia el negocio de Gustavo.

—¿Qué tienes en mente, cuñadita?

Francisca rodó los ojos soltando un bufido, odiaba que Gloria siempre la llamara en diminutivo. ¿En qué había estado pensando su hermano al casarse con ella? Si la soportaba era solo por ser la esposa de su hermano, de lo contrario, en otras circunstancias ni siquiera habría llegado a cruzar palabra con ella.

—Sonia ha podido conseguir información importante, quien lleva la batuta del negocio es ese hombre, un tal Gustavo Bazaldúa. Recibe ayuda de su madre y su hermano menor. —Dejó la taza sobre la mesa y dio una mordida a la galleta que tenía en la mano. —Por lo que le dijeron, su madre está por someterse a una cirugía de manos en los próximos meses y su hermano trabaja en un restaurant —con un movimiento de mano le restó importancia a eso último.

—¿Y qué planeas, hermana?

—Vamos a iniciar con el tercer paso en el plan.

—¿Y si aún así no funciona? —se mofó Gloria con una media sonrisa.

Francisca levantó la cabeza y le envió una mirada filosa a su cuñada.

—Si no funciona, cuñadita, vamos a tener que recurrir a mi madre —determinó con un ligero golpe sobre la mesa del comedor.



—Gustavo, recuerda que más tarde van a pasar a recoger dos docenas de tamales de carne de puerco.

El mencionado estaba todavía acostado en su cama, apenas iba despertando y varios mechones de cabello le caían sobre los ojos. Ya era hora de que se lo cortara, pero en los últimos días había estado muy atareado y ni tiempo de pensar en eso le había dado.

—Mhm —su respuesta fue más como a un gruñido por la voz enronquecida, indicador de que no había despertado del todo.

—No lo olvides, estoy por salir para ir al seguro. En teoría hoy me deben decir cuándo quedará programada la cirugía.

La mujer se encontraba de pie en el umbral de la puerta ya lista y arreglada para salir de casa en unos minutos más. Revolvió en el interior del bolso que llevaba colgado al hombro hasta que encontró su celular. Texteó rápidamente y le envió las indicaciones por Whatsapp, conociéndolo no la había escuchado de manera consciente y no se iba a acordar cuando despertara por completo.

—Te quiero hijo, vuelvo en unas horas.

Su madre salió dejando la puerta cerrada detrás de ella. Gustavo nunca había sido bueno para levantarse temprano, por lo general dormía hasta bien entrada la madrugada, a veces a eso de las tres o cuatro de la mañana y terminaba despertando casi hasta mediodía. Miró el reloj digital sobre el escritorio, marcaba apenas las ocho y quince de la mañana. Soltando otro quejido se puso la almohada sobre la cara para intentar dormir un rato más.

La luz del sol que entraba por la ventana fue lo que lo terminó por despertar pasadas las diez de la mañana. Resignado, se levantó de la cama y se sentó a la orilla para estirarse. Sentía como si le hubiera pasado un trailer encima, con suerte después de que entregara el encargo pendiente podría regresar a dormirse un rato más.

Se dirigió hasta la cocina para prepararse algo de desayunar, hurgó en el refrigerador hasta que dio con la caja de huevos, sacó además jamón, tocino, chorizo, pimiento rojo y verde, champiñones y tomó la bolsa blanca con el logo de la Carnicería Ramos que estaba al fondo. Un delicioso omelette fue el resultado con esta combinación de ingredientes. Sirvió en un plato y se dispuso a desayunar en la sala mientras pasaba los canales en la televisión buscando algo para ver.

Ya estaba dormitando en el sillón con el plato de comida vacío sobre su estómago cuando fuertes golpes se escucharon en la puerta principal causando que se levantara sobresaltado y tirara el plato al suelo.

—¿Qué ching....?

Se detuvo al percatarse que habían deslizado un sobre blanco por debajo de la puerta. Se acercó hasta ella y tomó el sobre entre sus manos, no tenía ningún dato en la parte externa y tampoco estaba sellado por lo que no tuvo necesidad de romperlo. Sacó la hoja blanca del interior y la desdobló.

Don Tamalón:

Tienes una semana como máximo para desistir de seguir en el negocio de la venta de tamales o te atendrás a las consecuencias. Te estamos vigilando.

Era todo lo que decía el papel, tomó la cerradura para abrir la puerta. No había nadie afuera, la calle se encontraba en completa tranquilidad; solo un perrito callejero de color como la miel iba pasando por ahí olisqueando todo a su alrededor seguramente en busca de algo para comer.

Gustavo salió hasta la banqueta y siguió observando los alrededores intentando descifrar si había alguien que pudiera haber sido el causante de esa amenaza. El perrito se acercó hasta los pies del hombre y empezó a rodearlo mientras lo olfateaba.

—¿Acaso fuiste tú el responsable?

Agitó el papel en el aire y el perrito levantó la vista hasta aquella voz moviendo su cabecita hacia un costado en una señal de que no entendía una palabra de lo que le decía. Gustavo chasqueó la lengua y se giró para entrar de nuevo en casa.

🫔🫔🫔

Palabras sin contar nota de autor: 2,353

Ya empezaron con las amenazas, ¿será que ahora si se rinda Gustavo? 

Estamos a menos de 5k palabras para llegar al mínimo de 20k para el concurso, calculo que en unos tres capítulos más lleguemos al gran final. ¿Alcanzaré a terminar la historia a tiempo para inscribirla? Lo averiguaremos.

Muchas gracias por los votos y comentarios.

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