🫔 Capítulo 5
Todo el camino de regreso a casa, Gustavo se la pasó maldiciendo. Todos en el mercado se negaron venderle lo que necesitaba; algunos habían sido incluso groseros al responderle de mala gana o ignorarlo descaradamente. Fueron pocos los que le explicaron que no siguiera insistiendo porque podía traerles problemas a ellos y que mejor buscara otra manera de salir adelante, incluso una señora le recomendó empezar con la venta de pasteles de Costco.
Hizo oídos sordos a esos consejos que no pidió y se retiró del lugar para dirigirse al supermercado más cercano a buscar las cosas. La desventaja de esos lugares es que todo era más costoso y la calidad no era tan buena porque eran puras marcas comerciales.
Gastó más de lo que había presupuestado, ¡pero peor sería llegar a casa sin todo lo que su madre había pedido! Podría tener treinta años, pero el temor a la chancla nunca desaparecería.
Llegó a casa y dejó todo en la cocina, ahí estaba su madre. Tuvo que decirle una pequeña mentirilla sobre que el mercado no se había puesto y había tenido que conseguir las cosas en otro lugar. Su madre por supuesto que no se lo creyó, algo sospechoso había en la actitud de su hijo, pero no había tiempo que perder, tenían que poner manos a la obra para tener todo listo para la venta.
—Ya era hora de que llegaras, te he estado esperando toda la noche.
Franco cerró detrás de él la puerta de la habitación que compartía con su hermano. Gustavo estaba sentado a la orilla de su cama con una cara muy seria.
—Ahora mismo me vas a decir todo lo que sabes sobre la mentada mafia tamalera.
Franco abrió los ojos en sorpresa y se puso rígido ante la sola mención de la temida mafia. Aventó sobre su cama la mochila que llevaba colgando.
—Dijiste que eran puros inventos míos, ¿por qué lo mencionas ahora?
—Sigo pensando que son puras estupideces —se puso de pie —, sin embargo, también creo que debe ser la contaminación en el aire que le está afectando el cerebro a todos.
—¿Eh? —una mueca de extrañeza cubrió el rostro de Franco —. Vengo cansado de trabajar todo el día en el restaurante, déjame llegar a dormir.
Avanzó unos pasos en dirección a su cama, pero Gustavo se plantó delante de él. La diferencia en altura era de aproximadamente una cabeza, por lo que Franco tuvo que levantar el rostro para mirar a su hermano mayor.
—Necesito que me digas todo lo que sabes sobre la mafia tamalera. Al parecer ya saben de nuestro pequeño negocio y quieren destruirnos. —Su tono de voz era severo.
Franco abrió los ojos en sorpresa como si acabaran de decirle que alguien cercano había muerto, su rostro palideció de inmediato.
—¡Ahhhh no! —exclamó un tono más arriba de lo normal —, yo te dije que conmigo no contaras cuando eso sucediera. ¡No, no y no!
—Baja la voz, te van a escuchar.
Gustavo se abalanzó sobre su hermano para taparle la boca y hacerle una llave como cuando eran niños y peleaban por algún juguete. Los pasos provenientes del pasillo se escucharon y la puerta se abrió.
—¿Qué está pasando aquí?
La señora Bazaldúa entró a la habitación encontrándose con una escena que la transportaba a varios años atrás, un dejo de nostalgia se asentó en su pecho.
—Gustavo suelta a tu hermano, ya están bastante grandecitos para estarse peleando como si tuvieran cinco años. —Se acercó hasta ellos para separarlos. —No querrán que saque la chancla, ¿o sí?
—Ya mamá, solo fue un pequeño malentendido. Vete a dormir, es tarde.
Su madre pasó la mirada de uno al otro un par de veces antes de hacerles una seña con sus dedos señalando sus propios ojos y después apuntándolos a ellos a manera de que entendieran que los estaría vigilando. Se fue dando un portazo tras de sí.
—¿Ya estarás contento? Así que baja la voz de una buena vez y empieza a hablar.
Franco se sobó la nuca mientras se sentaba a la orilla de su cama y su hermano hacía lo mismo quedando frente a él. Empezó contándole lo que sabía al respecto y la experiencia que había tenido su amiga unos años atrás. Había sucedido exactamente lo mismo, le habían saboteado a sus proveedores de materia prima y ella por evitarse meter en más problemas desistió de seguir con el emprendimiento.
—Entonces es real lo de la mafia tamalera. —Gustavo tenía la mirada fija en el suelo.
—Te lo dije —repitió una vez más —, pero no quisiste escucharme. ¿Ahora qué piensas hacer? ¿Le dirás a mamá?
Gustavo se quedó en silencio un par de minutos procesando la información que tenía en ese momento. Si esa mafia pensaba que por cortarle el suministro de materiales iba a desistir estaban muy equivocados, hacía falta más que eso para lograr que se rindiera.
—Yo no voy a decir nada y tú tampoco —clavó su mirada en la de su hermano —, vamos a darle batalla a esa mafia.
—¿Estás seguro de lo que estás diciendo? —Un escalofrío recorrió el cuerpo de Franco. —Esto podría terminar muy mal.
—Franco, Franco, mi querido hermanito Franco —posó su mano sobre el hombro de su hermano —. ¿Cuándo has visto que me rinda en una batalla de Street Fighter?
—¿Eso que tiene que ver con todo esto? —se rascó la cabeza, tenía que darse un baño, sentía el cabello sucio.
—Que no me voy a dejar y voy a pelear, no se las voy a poner tan fácil.
—¿Eres consciente de que te vas a enfrentar a una mafia de antaño que por lo que se ve está muy bien organizada?
—Ellos empezaron esta guerra, yo solo la voy a terminar.
Franco se sorprendió, era la primera vez que lo veía tan determinado en algo que no estuviera relacionado a un videojuego. Incluso Gustavo se sorprendió de sí mismo, pero se dijo que ya habían sido muchos años de mantenerse al margen y no luchar por lo que quería y lo que más quería en ese momento era que sus padres no tuvieran que volverse a preocupar por la economía familiar y si para eso tenía que amarrarse bien los pantalones de niño grande y dar batalla, lo iba a hacer.
El departamento donde vivía Maya era pequeño, pero acogedor. El bandón había logrado ponerse de acuerdo para finalmente reunirse con la excusa de festejar las fiestas patrias que estaban próximas a celebrarse. Maya se había encargado de comprar un letrero como los de feliz cumpleaños, pero este en su lugar decía ¡Viva México!, mismo que había colgado en la pared y debajo había pegado una cortina metálica de tiras con los colores de la bandera.
Dina había llevado algunos banderines, de esos que cuando iniciaba septiembre podías encontrar en venta en un triciclo en cada esquina. Era un misterio cómo sin falta el primer día del mes aparecían por toda la ciudad y una vez que pasaba el dieciséis desaparecían sin dejar rastro. ¿A dónde se irían con la mercancía que no se vendió? Probablemente jamás se sabría.
Angelina y Omar habían llevado las salsas y unos pequeñísimos sombreros de mariachi y unas pequeñas piñatas de burrito muy coloridas para decorar la mesa del comedor.
Y para finalizar, Gustavo había llevado los tan esperados tamales de los que llevaba hablándoles a sus amigos desde varias semanas atrás. Por lo general para las fiestas patrias se comían antojitos mexicanos: flautas, enchiladas, sopes, acompañados de su respectiva papita bañada en aceite. Los tacos no podían faltar también, pero en esta ocasión el centro de atención serían los tamales.
—¿Y cómo vas con lo que nos platicaste de la mafia tamalera? —empezó Maya que se estaba sirviendo refresco en un vaso rojo desechable.
—Descubrí que no tienen poder fuera de Santa Catarina, tienen comprados a los proveedores de aquí, pero a los de Monterrey no. Ahora para poder surtirme de todo lo que necesito tengo que ir hasta el centro de Monterrey, tardó mucho más en ir y venir, pero es preferible a tener que estar comprando las cosas en el supermercado.
—¿Y ya no han hecho nada más? —Angelina le dio un trago a su bebida preparada.
—Hasta ahorita no y que ni se atrevan los hijos de su p...
—Tranquilo Gus, dalay —lo interrumpió Dina.
Quizás solo habían intentado asustarlo para que dejara el negocio o quizás no se habían dado cuenta que su plan no había funcionado y que Gustavo había sido más inteligente para resolver el problema. Cualquiera que fuera la razón en verdad esperaba que no intentaran hacer nada más y que lo dejaran a él y a su familia en paz. Su intención nunca había sido la de pelearse la zona con una poderosa mafia —de la cual no sabía de su existencia hasta hacía unas semanas.
Les platicó que afortunadamente y a pesar de los obstáculos, la venta crecía cada semana. Los domingos se agotaban más rápido los tamales que llevaban por lo que ya estaban empezando a considerar el incrementar la cantidad. También los pedidos a domicilio habían subido, poco a poco se iba corriendo la voz entre la comunidad. Casi diario preparaba por lo menos una olla para cubrir esos pedidos.
La tarde fue muy amena entre los cinco amigos, recordando anécdotas de cuando estudiaban juntos; platicando sobre las responsabilidades de la vida adulta, el trabajo, los planes a futuro. Maya molestando a Angelina y Omar con que ya se casaran y quienes llevaban juntos desde que se conocieron en la preparatoria.
Estar con sus amigos era para Gustavo poder ser él mismo sin temor a ser juzgado, sin sentir que lo iban a mirar con lástima por las circunstancias que lo habían llevado a sentirse un completo fracaso en todos los ámbitos de su vida. Sabía que siempre podía contar con ellos, sobre todo en los momentos más oscuros había contado con el apoyo de Omar quien podía decir que más que su mejor amigo, era como un hermano del alma y lo conocía mejor que el resto.
Cómo olvidar aquella noche cuando le marcó a punto del llanto porque le acababan de romper el corazón y Omar no dudó ni un minuto para ir hasta la casa de Gustavo con una caja de cervezas bien frías para animar a su amigo y acompañarlo en su dolor. En varias ocasiones deseó tener una relación como la que Omar tenía con Angelina; que alguien lo viera con ese brillo que iluminaba la mirada como la que ella le daba a su amigo cuando estaban juntos. Lástima que pareciera que el amor no había sido hecho para alguien como Gustavo, quizás su destino era quedarse solo.
Fuera como fuera, su enfoque y toda su energía debía estar puesta en salir adelante con el negocio y no dejar que nadie se interpusiera en su objetivo.
La joven de piel aceitunada se abrió paso entre la multitud para dirigirse hacia uno de los puestos que estaba cubierto con una lona de color rojo. El hombre que se encargaba del mismo abrió los ojos en sorpresa al ver a la chica acercarse.
—¿Por qué ha desobedecido las órdenes que se le dieron hace unas semanas?
Sonia se plantó delante del hombre, la postura recta y la mirada retadora eran señal de que no estaba para nada contenta.
—Señorita, le juro que todos aquí hemos seguido al pie de la letra la indicación que nos dio.
La voz de aquel hombre temblaba ligeramente dejando que se asomara algo del miedo que le inspiraba la joven.
—¿Entonces por qué se me ha informado que el negocio de aquella familia sigue en pie? ¿De dónde ha estado consiguiendo la materia prima si no es de alguno de los puestos de aquí?
—De verdad, señorita. El muchacho no se ha vuelto a parar por aquí desde aquella vez que todos nos negamos a venderle.
Sonia se quedó mirándolo durante unos segundos analizando si lo que decía era verdad o una vil mentira.
—Tenga por seguro que si me está mintiendo lo voy a descubrir, recuerde que tenemos ojos en todos lados y siempre hay alguien vigilando. Recuerde lo que está en juego —amenazó.
Sin esperar respuesta se marchó de regreso. El hombre había comenzado a sudar de los nervios, se pasó un trapo por la frente esperando que la joven no fuera a volver pronto. En el fondo sentía pena por aquel muchacho al que le había advertido que era mejor que desistiera del negocio, no sabía lo que se le avecinaba.
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Palabras sin contar nota de autor: 2,106
Gustavo ha decidido desafiar a la mafia y continuar con el negocio. ¿Qué le esperará?
Gracias por su apoyo, los invito a que se pasen por mis otras historias, sobre todo si les gusta el misterio o la acción y el romance.
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