🫔Capítulo 3
Pasaban de las dos de la tarde y Gustavo no dejaba de mirar la hora en su celular. Llevaba más de veinte minutos esperando a que su hermano saliera del restaurante para poder entregarle el almuerzo que había olvidado esa mañana en la mesa de la cocina. Su madre le había pedido que se lo llevara hasta el trabajo.
Para ser un lunes había bastante gente caminando por las calles de Arboleda, un complejo al aire libre que parecía una mini ciudad porque ahí lo tenían todo: desde restaurantes de medio nivel hasta los más caros y lujosos, tiendas de ropa, joyerías, tiendas de regalos, spa, cafeterías, puestos con variedad de snacks y eso sin mencionar que el lugar también contaba con un lujoso hotel en el que ya se habían hospedado artistas de talla internacional y varias torres de edificios que se dividían entre oficinas, departamentos carísimos (que se cotizaban en dólares) y hasta un exclusivo club para los residentes del lugar.
Gustavo se encontraba sentado en una banca del parque central donde había juegos infantiles y hasta un pequeño río artificial que habían construido alrededor del parque. Sin duda ese tipo de cosas solo se podían ver en San Pedro Garza García, la ciudad más cara de todo Latinoamérica, eso y cuatro autos tesla aparcados uno al lado del otro.
—Gus, ¿qué haces aquí?
La voz de su amiga Angelina lo sacó de lo profundo de sus pensamientos. Tenía al menos cuatro años sin verla, pero seguía tal y como la recordaba y como se veía en las fotografías que subía en redes sociales; ella se aproximó hasta donde estaba sentado y le dio un cálido abrazo.
—Estoy esperando a que mi hermano salga —apuntó el Shake Shack que estaba cruzando la calle —, para entregarle el almuerzo que olvidó en casa. —Le dio unas palmaditas a la bolsa de super que estaba junto a él.
—No sabía que tu hermano trabajaba por aquí, quizás un día me lo tope.
—¿Y tú qué haces aquí? ¿No deberías estar en casa haciendo home office?
Una de las cosas buenas que había dejado la pandemia para Angelina, había sido el home office. Por fortuna para ella, cuando las cosas regresaron a la normalidad en la empresa donde trabajaba, la incluyeron en la modalidad de trabajo remoto por lo que solo iba una vez a la semana a la oficina y el resto de los días trabajaba desde la comodidad de su casa, en pijama, pero eso no lo sabían sus compañeros de trabajo.
—Me tocó venir hoy a la oficina, ya sabes, lunes de juntitis. Super innecesarias la verdad, la mayoría son juntas que se podrían haber resuelto con un simple correo, pero bueno —suspiró con pesadez —, hay cosas que no se puede cambiar en los dinosaurios del trabajo. —Refiriéndose así a sus jefes.
Se quedaron unos minutos platicando de banalidades de la vida. Gustavo aprovechó para contarle sobre su nuevo negocio y que tenía puestas todas sus esperanzas en que las cosas salieran bien. Angelina quedó de platicar con el resto de El Bandón para ver si un día hacían algo —lo más probable en el departamento de Maya —, para juntarse y que todos pudieran probar los tamales. Gustavo estuvo de acuerdo, solo habría que empatar tiempos para que pudieran coincidir todos.
Unos minutos más tarde Angelina se despidió, tenía que regresar a la oficina porque su hora de comida estaba por terminar. Solo había ido a acompañar a unas amigas que tenían la costumbre de una vez a la semana ir a comprar un café helado al Bread que había ahí.
—Me dio gusto verte Gus, suerte en tu nuevo negocio.
—Gracias, salúdame a Omar, dile que a ver cuándo va a casa a tomar unas cervezas.
Cuando su amiga se fue miró una vez más la hora, decidió enviarle otro mensaje a su hermano para que se apurara.
Tú
Si no vienes pronto, voy a dejar la comida aquí
Para que se la coman las ardillas
Franco
Ya voy, ya voy
Dame 5 min y salgo
Cinco minutos más tarde su hermano pudo escaparse del restaurante para ir al encuentro con su hermano. Le explicó que como era justo la hora en la que salían todos los godines a comer, el lugar estaba lleno y no había podido escabullirse antes.
—Me salvaste de tener que comprar algo de por aquí —se había sentado junto a él en la banca.
—Si por mí fuera no te habría traído nada, pero mamá casi me rogó que lo hiciera porque su hijito no podía pasar hambre.
—Estás celoso porque sabes que soy el favorito —lo molestó y Gustavo rodó los ojos.
Se quedaron unos momentos en silencio solo mirando a la gente pasar que iban con tanta tranquilidad, como si no tuvieran preocupaciones o mejor dicho, como si sus únicas preocupaciones fuera que no se les hiciera tarde para recoger a los niños de los colegios, o el de agendar cita para hacerse la manicura. Algunos hombres pasaban quejándose de que sus mujeres ya habían gastado varios miles de pesos esa misma mañana en ropa o decoraciones para el hogar.
La mirada de Franco se detuvo en un grupo de chicas muy guapas y bien arregladas que estaban platicando afuera de un café y al parecer el tema principal era la fiesta de compromiso que una de ellas tendría ese fin de semana y no podía decidir sobre la decoración para las fotos.
Gustavo le dio un zape a su hermano.
—¿Qué te pasa? —se quejó el otro, sobándose donde había sido agredido.
—Tienes novia y no puedes quitarle la vista de encima a esas chicas de allá.
—No estoy haciendo nada malo, solo observo el menú —se justificó y sonrió de lado.
—Sí sabes que para ellas no existes, ¿verdad? No tendrías la más mínima posibilidad.
—Lo sé, pero ese no es impedimento para que pueda disfrutar de la ventaja de trabajar en un restaurante de esta zona donde todo el día hay chicas preciosísimas que no se ven en nuestro ranchito.
Una mujer mayor pero bien arreglada, elegante y con buen porte pasó frente a ellos dejando una estela de su finísimo perfume.
—Deberías conseguirte una sugar mommy. —Sugirió indicando con la mirada por donde había pasado la mujer.
—No gracias —se quedó pensativo unos segundos y entrecerró los ojos al llegar a una conclusión —. Aunque, dicen que gallina vieja hace buen caldo —sentenció Gustavo.
Se quedaron platicando un rato más antes de que Franco indicara que ya tenía que regresar al trabajo si no quería llevarse una regañada. Gustavo por su parte emprendió el camino de regreso a casa aprovechando que el transporte no debía ir tan lleno puesto que todavía no era hora pico.
Días después la señora Bazaldúa le informó a su primogénito que tenían un pedido por encargo de una conocida de su tía Rosa, por lo tanto, era indispensable que ese mismo día fuera a conseguir todo lo necesario para iniciar esa noche con la preparación y tener todo listo para el día siguiente.
Una vez más, Gustavo tuvo que ir hasta el mercado. Esta vez fue más rápido dado que ya sabía a que puesto tenía que ir para conseguir cada uno de los ingredientes. Esa misma noche dejaron todo listo, al día siguiente estarían yendo a entregar al domicilio de la señora el encargo que les había dejado. El padre de Gustavo ya estaba mejor, aunque aún no del todo recuperado y todavía tenía que usar las muletas, pero eso no le impedía manejar la vieja camioneta Ford que habían tenido desde que Franco había nacido.
El pedido fue entregado con éxito.
Los días siguieron avanzando y nuevamente al llegar el domingo se pusieron desde muy temprano con la olla de tamales a vender afuera de la iglesia. Cada uno repitió la función de la semana pasada; Franco cobrar, Gustavo servir y su madre invitar a la gente a que se animaran a comprar.
Hacía mucho tiempo que la señora Bazaldúa no se sentía tan feliz de ver que las cosas estaban saliendo bien para todos; de seguir así cada domingo y poco a poco ir incrementando las ventas y los pedidos que les hacían entre semana, con ese dinero podrían mejorar la calidad de vida y sobre todo costear la cirugía que debía realizarse en la mano, pero eso trataría de que fuera más adelante, por lo pronto no quería preocuparse por eso.
Gustavo también se encontraba optimista ante el nuevo rumbo que estaban tomando las cosas. Estaba haciendo su mejor esfuerzo por dejar atrás la negatividad que siempre lo había caracterizado y que siempre justificaba por las cosas malas que le sucedían en todos los ámbitos de su vida. Quería firmemente creer que esta vez todo sería diferente, que los astros se alinearían a su favor como alguna vez le había comentado su amiga Angelina.
Cada tanto se preguntaba ¿qué sería de él si no fuera por esos amigos que había encontrado en la preparatoria? ¿Se habría llegado a rendir desde hace mucho? Lo más probable, por eso, aunque lejos estaba de decírselos porque era demasiado sentimentalismo y eso no iba con él, pero en el fondo siempre estaría agradecido por esa amistad que había perdurado durante tantos años.
Como si los hubiera invocado por telepatía, su celular comenzó a vibrar. Era un mensaje en el grupo.
Dina
¿Hoy también te pusiste con los tamales?
Mi mamá quiere saber porque le platiqué
Y de ser así, va a mandar a mi hermana a comprarte una docena
Dina, su amor platónico desde los dieciséis años, pero un amor que se quedaba solo en eso porque jamás tendría el valor para decirle lo mucho que le gustaba. Sabía que la castaña con el rostro salpicado de pecas no sentía nada por él más allá de una bonita amistad y el solo pensar en recibir un rechazo directo de su parte, no podría soportarlo. Prefería callar ese amor que tenía desde hacía tantos años, aunque todos eran más que conscientes de lo mucho que le gustaba, incluida ella, pero como si fuera un acuerdo silencioso entre los dos, jamás tocaban ese tema y preferían seguir siendo grandes amigos.
Tú
Sí, todavía quedan
Si me confirmas te guardo una orden
Dina
Ya estás, en un rato va mi hermana
Maya
Yo también quiero
Angelina
Pongan fecha para juntarnos y que Gus lleve los tamales :b
Maya
Va, va, ya saben que mi depa está disponible
Cuando quieran pueden venir
Tú
Reviso mi agenda y les aviso
Maya
Uy, pues perdón don señor ocupado
Gustavo no pudo evitar sonreír ante los mensajes de sus amigas. Guardó el celular y se dispuso a atender a una pareja que acababa de llegar.
—Pásenle, pásenle —los animaba la mujer.
—Hola. —Sonrió la joven bien agarrada del brazo de su pareja. —No los había visto por aquí, ¿son nuevos en esto de la venta de tamales?
—Sí, apenas iniciamos la semana pasada. Estaremos vendiendo aquí los domingos y entre semana levantamos pedidos y los podemos llevar a domicilio —respondió la señora Bazaldúa sumamente animada.
La joven le dio una sonrisa de labios apretados que, si la señora Bazaldúa hubiera sido un poco más observadora, habría podido notar que no le llegó a los ojos.
—Ya veo, bueno, me gustaría llevar media docena de cada sabor por favor.
—Claro que sí, sale media docena —respondió Gustavo que ya estaba seleccionando los tamales y guardándolos para su entrega.
El muchacho sacó su billetera y le pagó a Franco mientras que la joven tomaba la bolsa con los tamales. Les agradecieron y se retiraron del lugar.
Unas calles más abajo la pareja se detuvo en un parque, se sentaron en una banca bajo la sombra de un árbol y se dispusieron a probar un tamal de cada sabor. La joven abrió los ojos en sorpresa al probarlos, estaban bastante buenos.
—¿Qué opinas, Rubén?
—Están buenos y eso no es nada bueno.
La joven apretó la mandíbula y cerró la bolsa con el resto de la comida. Sacó su celular y marcó el número que tenía como contacto de emergencia. Esperó varios segundos hasta que finalmente su llamada fue respondida.
—Hija, ¿qué ocurre? —la voz al otro lado de la línea se escuchaba apurada.
—Mamá, tenemos problemas.
—¿Ahora qué hiciste? —el tono de la mujer se endureció.
—Yo nada, pero tenemos que hablar con la abuela.
Esa última frase fue suficiente para que el entendimiento se apoderara de la mujer al otro lado de la línea. Eso no se podía quedar así.
🫔🫔🫔
Palabras sin contar nota de autor: 2,103
¿Qué dijeron? Ya no va a actualizar la historia, pues se equivocaron :b es solo que no me había dado el tiempo para hacerlo jeje. En multimedia les dejo una imagen de Arboleda y de fondo se aprecia el cerro de la M.
Agradezco todos los comentarios que han estado dejando en la historia además de los votos, para mí significa mucho porque por si no lo sabían, el 70% de esta historia es real y solo el 30% es ficción. Muchas gracias por el apoyo.
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