🫔Capítulo 2

Llevaba alrededor de veinte minutos dándole la vuelta a todo el mercado para encontrar el puesto donde vendieran a mejor precio la carne de puerco que su madre le había puesto en la lista de ingredientes que le mandó a comprar.

Gustavo para nada imaginaba que ahora las tardes de sus sábados se verían ocupadas en idas al mercado a conseguir los ingredientes para emprender en el negocio de los tamales; aunque tampoco es que antes de eso sus sábados fueran muy ocupados o interesantes. Por lo general, se la pasaba en casa jugando sus viejos videojuegos y cada tanto llegaba a salir con algunos de sus amigos a tomar unas cervezas y pasar el rato, pero eso solo cuando contaba con algo de dinero extra en su bolsillo.

Después de una ardua búsqueda dio con el objetivo. Guardó todo en las bolsas reutilizables que su madre le había dado y revisó una vez más que llevara todo lo de la lista, lo menos que quería es que al llegar a casa su madre lo reprendiera por haber olvidado algo y lo mandara de regreso; empezando porque transportarse en camión era complicado, se tardaba mucho en pasar y cuando por fin llegaba alguno iba llenísimo. Además, que Gustavo nunca había sido partidario de los lugares abarrotados y el mercado sin duda era uno de ellos.


Lo que restó del sábado, Gustavo y su madre se la pasaron en la cocina preparando los diferentes guisos que llevarían los tamales, lavando las hojas, amasando y embarrando la masa a cada hoja —por supuesto que estas últimas dos actividades solo las hizo Gustavo—. Para cuando habían terminado de preparar todo y los tamales estaban finalmente en la olla cociéndose, Gustavo sentía que se le iba a caer el brazo.

—Día uno y siento que me voy a quedar sin brazos, mamá.

—No exageres hijo —la mujer acercó una silla y se sentó de frente a la olla —, con el paso de los días te irás acostumbrando. Es cuestión de tiempo.

—¿Que no exagere? Claro, como a ti no te tocó amasar los diez kilos de masa que me mandaste comprar y después de eso todavía me tocó embarrarlos en las hojas —se quejó.

—Ve el lado positivo, para cuando menos lo esperes tendrás brazos fuertes y tonificados, mejor que si fueras al gimnasio.

—¿Nunca has escuchado la expresión "brazo de tamalero"? —acto seguido se levantó la manga de su camiseta hasta el hombro y sacudió el brazo haciendo que el pellejo se moviera un poco.

La señora Bazaldúa se cubrió la boca con la mano para evitar soltar la carcajada ante las ocurrencias de su hijo.

—Vete a descansar un rato, te lo ganaste.

Gustavo dejó los platos sucios y los utensilios que había utilizado en el fregadero, le comentó a su madre que sería responsabilidad de Franco lavarlos cuando llegara, que esa sería su aportación a la causa. Su madre estuvo de acuerdo y se colocó los lentes que había dejado sobre la mesa para poder leer las novedades que había en su Facebook.

—¿Piensas quedarte aquí?

—Por supuesto, ¿nunca has escuchado que los tamales se encelan si los descuidas?

Brevemente le explicó a su hijo que ya en alguna ocasión le había sucedido, dejar los tamales cociéndose en la olla sin supervisión y para cuando había llegado la hora de sacarlos porque deberían estar listos, resultó que seguían crudos en su mayoría, por lo tanto, no pensaba cometer ese error ahora que dependían de ellos para poder salir adelante.

Gustavo no planeaba discutirle sus creencias, le dio un beso en la cabeza y salió de ahí dirigiéndose a su habitación. Se sentía molido. Ese día había hecho más ejercicio que en todo el año; el simple hecho de ir cargando las bolsas desde la parada del camión y subir las empinadas calles hasta llegar a su hogar, más aparte sumarle la amasada lo habían dejado exhausto.



Las campanas de la iglesia anunciaban que estaba por iniciar la misa. A las afueras de la entrada principal se encontraban instalados Gustavo, Franco y su madre para iniciar con la venta de tamales. Gracias a que la señora Bazaldúa conocía a todos los que trabajaban en la iglesia, fue fácil para ella que le dieran permiso de instalarse a vender tamales; también consiguió que le prestaran una mesa blanca de las que utilizaban cuando era la feria local para poner la olla que habían preparado la noche anterior.

—Los esperamos saliendo de misa para que pasen a comprar unos ricos tamalitos. —La madre de Gustavo parecía político en campaña, todos los feligreses que acudían a la iglesia la conocían e intercambiaban un saludo o un par de palabras con ella antes de ingresar. —Tenemos de varios sabores para que escoja el que más se le antoje.

—Me estoy muriendo de sueño —susurró Franco a su hermano mayor.

—Ya somos dos, pero aquí a la señora —hizo un ademán para referirse a su madre —, se le ocurrió que era buena idea venir a primera hora de la mañana de un domingo a vender tamales —respondió Gustavo mientras cubría con su mano un enorme bostezo.

—Ya basta de la quejadera —con el misal que tenía sobre la mesa lo enrolló y le dio un golpe a cada uno de sus hijos.

Alrededor de una hora después la primera misa del día dio por finalizada y los feligreses salieron de la iglesia, algunos de ellos pasaban de largo, pero otros más se acercaban a preguntar por los precios y sabores que tenían de tamales; otros tantos se acercaban a sacarle plática a la señora Bazaldúa.

Finalmente, la primera venta llegó.

Una señora que iba pasando se acercó atraída por el aroma que desprendía la olla llena de tamales y se decidió a comprar algunos para llevarle de almorzar a su esposo. Se llevó media docena de carne de puerco, media docena de frijoles y dos de queso con chile solo para probar porque comentó que no le ayudaba mucho a su gastritis estar comiendo picante.

Cerca de mediodía fue cuando dieron por finalizada la venta de tamales. Afortunadamente habían podido venderlos todos y aunque había sido cansado estar tanto tiempo de pie, el esfuerzo había valido la pena. Franco se había encargado de estar cobrando con la excusa de que se le daban mejor los números que a su hermano Gustavo, el mayor por su parte se había encargado de estarlos sirviendo y entregando el pedido a cada cliente y la madre de ambos se había encargado de convencer a la gente para que se animaran a comprar.

Ya estaban recogiendo todo y limpiando la mesa para regresarla al personal de la iglesia. Gustavo sacó su celular y de su galería de fotos eligió una que había tomado esa mañana cuando habían llegado a instalarse con la olla de tamales llena, misma foto que se encargó de enviar al grupo de WhatsApp que tenía con sus amigos titulado como El Bandón. Ese grupo era conformado por cinco integrantes nada más; tres amigas, un amigo y Gustavo. Los cinco se habían conocido cuando estaban en tercer semestre de preparatoria; originalmente eran más, pero con el pasar de los años, la distancia y la vida misma había hecho que solo ellos siguieran en constante comunicación.

Adivinen quién ha iniciado un negocio de venta de tamales

Maya

Wey, me hubieras dicho, te habría encargado una docena

Pedidos abiertos, solo avisen con tiempo para comprar todo

Dina

Que chido Gus

Angelina

Tráeme unos a mi casa, ¿no?

Vives a la vuelta del cerro, estás muy lejos

Dile a tu señor que te los lleve

Angelina

Está ocupado, va a leer el mensaje hasta la noche


Cerró el chat y se guardó el celular en el bolsillo del pantalón. De regreso a casa, su madre no dejó de hablar de lo emocionada que estaba con todo eso de la venta, estaba segura de que les iría muy bien de ahora en adelante y que poco a poco se irían posicionando para tener clientes recurrentes y que les ayudarían a correr la voz para crecer el negocio.

Franco por su parte, no decía nada, pero no podía dejar de pensar que se estaban exponiendo a un peligro innecesario. Si bien, estaba contento de lo que habían logrado ese día y de ver a su madre con una sonrisa que hacía tiempo no le veía, no dejaba de preocuparle lo que la tarde anterior le había comentado a Gustavo y que este por su parte, había tomado a modo de burla.

La Mafia Tamalera.

Todo lo que sabía acerca de esta peligrosa y temida organización, era por una amiga que años atrás había intentado adentrarse en las ventas de tamales, pero debido a esta mafia, no había terminado nada bien.

La Mafia Tamalera se llamaba así no solo porque estaba relacionada a los tamales, no, era porque en la palabra llevaba oculto las primeras letras de las cuatro familias más poderosas y conocidas en la venta de tamales del municipio de Santa Catarina, lugar donde vivía la familia Bazaldúa.

TAmayo

MArtínez

LErdo

RAmos

Esa mafia era controlada por la matriarca de la familia Tamayo. Francisca Tamayo, o también conocida como Panchita y por supuesto que era ella quien había empezado el gran imperio de la venta de los tamales; allá por los años sesenta cuando Santa Catarina todavía era considerado por muchos como un rancho y no la ciudad en la que se había convertido con el pasar de los años.

Desde muy niña aprendió de su madre la receta para realizar los tamales más deliciosos de la región y durante muchos años ella fue quien dominaba el negocio. Cuando creció se casó con un joven muchacho y de ese matrimonio nacieron dos niñas y un varón. Desde muy chicos les compartió todos sus secretos para que aprendieran y se volvieran sus ayudantes. Con esas manos extras, el negocio siguió prosperando y se lanzó la marca registrada Tamales Panchita.

Durante el final de la década de los ochentas y el inicio de los noventas comenzaron a aparecer algunos competidores aquí y allá, pero el nombre y fama de la que se había hecho durante los últimos veinte años lograba acabar con esos negocios, dejándola como la número uno en la región. Sobre todo, porque ella estaba posicionada en el centro de Santa Catarina, el corazón de la ciudad.

Los hijos de Francisca Tamayo crecieron, la primera en salir de la casa y casarse fue la primogénita que también llevaba por nombre Francisca. Cuando se casó adoptó el apellido de su marido, Martínez y juntos empezaron con la venta de tamales al norte de la ciudad que es a donde se fueron a vivir, su marca conocida como Tamales del Norte.

La segunda hija, Teresa, se casó un año después y adoptó el apellido de su marido, Lerdo. Ella fue a vivirse al sur de la ciudad, cerca de los límites con la ciudad de Monterrey, capital de Nuevo León. Siguiendo los pasos de su madre y hermana mayor, inició con su marca registrada Tamales Teresita.

No faltó mucho para que el hijo menor de Francisca Tamayo también contrajera nupcias y se fuera a vivir al poniente de la ciudad. Este por el contrario contaba con un trabajo en la planta cementera, por lo mismo no tenía intenciones de continuar con el negocio de los tamales, pero influenciado por los consejos y presión de su madre, fue que su esposa optó por continuar con el legado, tomando como apellido principal Ramos, que era el apellido paterno de los hijos de Francisca Tamayo. Así que, mientras su marido trabajaba para una empresa, ella se encargaba de llevar el negocio de los Tamales Gloria, haciendo alusión a su nombre.

El negocio de las cuatro familias había prosperado, no solo por el inigualable sabor de sus tamales, si no porque ellos mismos se habían encargado de ir eliminando a su competencia. Tenían dominada y cubierta toda la ciudad de Santa Catarina y ahora que los nietos de Francisca Tamayo estaban creciendo e iniciando sus vidas lejos del seno familiar, es que habían empezado a expandirse poco a poco a otras ciudades aledañas a Santa Catarina, por ejemplo, el municipio de García que rápidamente había crecido su población y ya hasta era considerado parte del área metropolitana de Monterrey.


—¿Por qué estás tan callado y tienes la vista perdida en el espacio? —Gustavo chasqueó los dedos frente a su hermano para hacerlo reaccionar.

—Nada, cosas mías.

Franco terminó de alistar todo para colgarse la mochila al hombro y despedirse de su hermano, ese día le tocaba trabajar en el restaurante y si no salía de una vez, no alcanzaría a llegar a tiempo.

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Palabras sin contar nota de autor: 2,130

En este capítulo conocimos la historia que hay detrás de la famosa Mafia Tamalera, ahora sabemos quién controla todo.

Nuevamente agradezco muchísimo a quienes le están dando una oportunidad a esta historia. También los invito a leer otras de mi historias publicadas en mi perfil.

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