🫔 Capítulo 1
Verano del 2023, Nuevo León
El calor afuera era insoportable, ese era el verano más caluroso que recordaba. La sensación térmica era de más de cuarenta y cinco grados, aunque el termómetro marcara tan solo treinta y nueve. Afortunadamente la recepción de la empresa contaba con aire acondicionado y se sentía agradable ahí dentro.
Tenía casi dos horas sentado en el cómodo sofá de recepción. Llevaba consigo un legajo amarillo que contenía su hoja de vida actualizado, esperando que lo hicieran pasar; unos días atrás había aplicado a la vacante que encontró en una bolsa de trabajo por Internet. Para su sorpresa no habían tardado mucho en contactarlo para agendarle una entrevista. Tenía puestas sus esperanzas en ese trabajo para tener un empleo y de esa forma ayudar con los gastos de su familia. Los últimos meses habían sido bastante complicados en temas financieros.
Para empezar, su madre había sufrido una lesión grave en las manos que le impedía seguir trabajando; su padre había tenido un accidente que le fracturó la pierna y lo mandó a cirugía, desde entonces se encontraba en reposo y requería de sus muletas para poder moverse por la casa hasta que se recuperar por completo; su hermano menor, Franco, llevaba un año de haber terminado sus estudios universitarios, pero todavía no ejercía. Y por último estaba él, Gustavo Bazaldúa.
Se había graduado de la Universidad Autónoma de Nuevo León hacía ocho años de la carrera de Ingeniero Químico. En ese periodo de tiempo había trabajado en al menos cinco lugares, pero en ninguno había llegado a durar más de un año por distintas razones, la principal era la paga que no era proporcional a las extensas horas de trabajo ni a la complejidad de este.
Dicho lo anterior, Gustavo estaba dispuesto a aceptar lo que fuera con tal de obtener el empleo y poder llevar algo de dinero a casa.
Para su mala fortuna, las cosas no salieron como esperaba. La entrevista apenas duró unos diez minutos, ni siquiera alcanzó a llegar a la parte donde le preguntaban sobre sus fortalezas y debilidades cuando el reclutador lo interrumpió y le comentó que desafortunadamente no cumplía con el perfil que estaban buscando.
Con un apretón de manos, una sonrisa forzada y un agradecimiento por haberlo llamado, Gustavo se retiró del lugar.
—Vaya día de mierda —murmuró una vez estando fuera del edificio.
Mientras esperaba a que llegara el camión que lo regresaría a casa, se cubría la cara del intenso sol con el legajo que había llevado. No llevaba más que un par de minutos y podía sentir cómo comenzaba a sudar de todas partes; incluso el aire que llegaba a correr se sentía bastante caliente y lo peor de todo es que se pronosticaba que la ola de calor durara por lo menos una semana más.
Una vez que abordó el transporte público se abrió camino entre la multitud de personas que ya no tenían asiento y se encontraban paradas en medio del pasillo, para posicionarse hasta el fondo, cerca de la puerta trasera.
Gustavo se sentía bastante frustrado, estaba cansado de llegar a casa y no tener buenas noticias para su familia eso sin contar que se sentía como un completo fracaso. Tenía treinta años y a diferencia de la mayoría de sus amigos, él era de los pocos —por no decir que el único— que no tenía un buen empleo o una vida exitosa y para terminar con su lista de desgracias, solo había tenido una novia en toda su vida con la que apenas duró tres meses porque ella lo terminó. ¿Se podía llegar a tener tanta mala suerte?
Cuando inició la pandemia del COVID-19 tuvo que poner una pausa en su búsqueda de empleo. Apenas a mediados del 2022 fue que retomó su objetivo, pero todavía un año después, no había tenido éxito, en parte se debía a que él mismo se cerraba ciertas oportunidades.
Los trabajos de oficina no eran para él, no se sentía cómodo estando sentado ocho horas al día detrás de una computadora, prefería estar más activo trabajando en una planta y ejercer como se debía de Ingeniero Químico, detrás de una línea de producción y grandes máquinas. Pero con su falta de experiencia en el ramo, no había suficientes opciones y cuando por fin pensaba dar su brazo a torcer, le decían que no cumplía con el perfil.
—¡Ya llegué!
Cerró la puerta detrás de sí y de inmediato su madre salió de la cocina para recibirlo en la entrada.
—Gustavo, por favor dame una buena noticia el día de hoy —en su mirada se podía notar la urgencia de escuchar que su primogénito había obtenido el empleo.
La madre de Gustavo apenas tenía cincuenta años, pero la cantidad de canas en su cabello y esas arruguitas que se le formaban cada vez que sonreía la hacían ver un poco mayor. En los últimos años sentía que había dado el viejazo y se lo atribuía a la enorme cantidad de preocupaciones que tenía.
—Lo siento má. —Fue su única respuesta.
—Vas a tener que empezar a considerar la opción de conseguir cualquier empleo, aunque sea uno que no tenga nada que ver con lo que estudiaste.
Gustavo soltó un bufido y se dirigió al viejo sillón de la pequeña sala que tenían, mismo que se hundió en cuanto se sentó en él. Su madre lo observaba desde la entrada con las manos en la cintura. Algo se les tenía que ocurrir para poder salir a flote antes de que las deudas acabaran con ellos.
—Por cierto, no tarda en llegar tu tía Rosa para llevarse una olla de tamales —su gesto se había relajado al cambiar de tema.
—Entonces quiere decir que de cena tendremos tamales —asumió.
—No hijo, solo hice el ciento de tamales que me encargó. Debemos cuidar cada peso que tenemos y por lo mismo solo compré los materiales necesarios para hacer la cantidad exacta. No más y no menos.
Después de esa breve charla que habían tenido, Gustavo se fue a su habitación, misma que compartía con su hermano. Se cambió la aburrida ropa de oficina que se había puesto para la entrevista y la aventó sobre la cama para después colocarse ropa más cómoda. Un pantalón de mezclilla, tenis y una playera de alguna de sus bandas de heavy metal favoritas.
Cerca de las seis de la tarde llegó la tía Rosa a la casa Bazaldúa, se quedó un rato platicando con su hermana sobre los últimos chismes y novedades de la familia. Para cuando se dieron cuenta ya habían pasado dos horas desde que empezaron a platicar por lo que decidieron que era tiempo de que se marchara con su encargo.
Dado que la tía Rosa era una mujer mayor, ella sola no podía cargar la olla de tamales y mucho menos considerando que debía tomar un taxi para ir hasta su hogar. Por ese motivo, Gustavo tuvo que acompañarla para ayudarla a llevar la comida y de paso cuidarla porque ya comenzaba a oscurecer y su madre se preocupaba que pudiera sucederle algo en el camino.
—Ayer estuvo hablando con mi hermana Rosa —inició su madre —. Y tuvimos una idea.
Los cuatro integrantes de la familia Bazaldúa estaban juntos desayunando en el pequeño comedor.
—¿Qué idea mujer?
El señor Bazaldúa escuchaba lo que su mujer decía, pero sus ojos estaban concentrados en la imagen de la chica que daba el reporte meteorológico en la televisión.
—Para mejorar nuestra situación económica, empezaremos a vender tamales.
Franco, el más pequeño de la familia, escupió el café al escuchar las palabras de su madre y terminó empapando a Gustavo.
—¡¿Qué te pasa, tarado?! —bramó furioso el mayor.
El grito de su hijo mayor consiguió que la mirada de su padre se dirigiera a ellos. Gustavo tomó un par de servilletas con las que se limpió el café de su rostro y brazos. Por lo menos todavía no se bañaba, así que podría quitarse el olor a la bebida en un rato más.
—¿Vender tamales? —Franco estaba con la boca abierta.
—Sí —respondió orgullosa su madre —. Y para ello voy a necesitar de su ayuda. Empezando contigo Gustavo.
—¿Yo? ¿Yo por qué? Que te ayude Franco —se quejó.
—Franco está por empezar a trabajar en un restaurante, anoche me lo comentó cuando te fuiste con tu tía. —Se levantó de la mesa para recoger los platos vacíos y llevarlos al fregadero —. Tu padre por supuesto que no me puede ayudar, por lo menos hasta que se recupere, así que el único que queda eres tú. —Regresó a la mesa y se puso de frente a Gustavo —. Además, ¿qué no habías dicho al inicio de la pandemia que hubieras preferido estudiar para chef?
Eso era cierto, tarde descubrió que lo que en verdad le gustaba era cocinar. Le encantaba mirar programas de cocina y probar nuevos platillos para sentirse como uno de esos especialistas en alta cocina y juzgarlo todo. Lamentablemente estudiar para chef era bastante costoso y sin un ingreso fijo, ese sueño sería difícil de alcanzar.
—Y por si ya lo olvidaste, cuando estabas en primaria siempre me ayudas a preparar los tamales que comíamos en Navidad. Así que ya tienes esa ventaja porque ya los sabes preparar.
—Sí, pero eso fue hace años —se quejó —. No recuerdo el procedimiento exacto y no la quiero cagar.
—Para eso voy a estar yo contigo supervisando que lo hagas bien.
—¿Y a quién se supone que le vamos a vender los tamales?
Finalmente, el señor Bazaldúa había mostrado interés en la plática que se estaba llevando a cabo. No le parecía una idea descabellada, al contrario, daba fe y legalidad de que su mujer preparaba unos tamales muy ricos, pero ¿de dónde sacarían clientes?
—Bueno cariño —le sonrió a su marido—, conozco a algunas personas. Las señoras de la iglesia y que a menudo vienen a la casa ya han probado mis tamales y dicen que les gustan mucho. Por ahí podría empezar.
—También podríamos ofrecerlos entre las vecinas —agregó Franco.
La mañana continúo de esa manera, todos aportando diferentes ideas para llevar a cabo el negocio que los podía sacar adelante. Incluso Gustavo poco a poco se fue animando ante la idea; era como un pequeño rayito de esperanza.
Más tarde ese día, ambos se encontraban en su habitación alistándose para salir. Franco se preparaba para ir a visitar a su novia y Gustavo por su parte se alistaba para ir al mercado y conseguir los ingredientes que su madre le había pedido para ese mismo día empezar con la preparación. El mayor de los hermanos comenzó a toser cuando una nube de loción le dio de lleno en la cara justo cuando estaba bostezando.
—Fíjate a dónde apuntas —se quejó.
—Lo siento. —Se giró para quedar de frente a su hermano mayor que era apenas un par de centímetros más alto que él —. Oye Gus, hay algo que te quería mencionar desde hace rato, pero no quería hacerlo en frente de mamá.
Gustavo lo miró extrañado. Franco abrió la puerta y se asomó al pasillo para asegurarse que sus padres no estuvieran cerca, pero a juzgar por el sonido de la televisión asumía que no los escucharían. Cerró la puerta y bajando un poco la voz continuó:
—Debes tener mucho cuidado con esto del negocio de los tamales. —Bajando aun más la voz y mirando a todos lados como si alguien más pudiera escucharlos dijo —: Existe una mafia muy peligrosa, más peligrosa que cualquier cartel del narco aquí en México. —Gustavo levantó ambas cejas esperando a que su hermano continuara —. La mafia tamalera.
Gustavo abrió la boca y un segundo después una estruendosa carcajada salió de entre sus labios. Franco se cruzó de brazos mientras esperaba a que su hermano terminara de burlarse en su cara.
—¿Qué estupidez te acabas de inventar hermanito? —Aún con una sonrisa en los labios se limpió una lágrima que había derramado por lo gracioso que le había resultado.
—No es ninguna mentira, es real. La mafia tamalera existe.
Gustavo se puso serio y observó a su hermano menor unos segundos.
—¿Te estás juntando con los drogadictos de la colonia? —preguntó serio.
El rostro de Franco pasó de serio a ser uno de ofendido y le dio un ligero golpe en el brazo a su hermano.
—Este es un tema serio, pero si no me quieres creer allá tú. Ya lo verás cuando te tengas que enfrentar a ella tú solo porque por supuesto que yo no me pienso meter en esas broncas.
El menor se giró y tomó de su cama el celular y la cartera que guardó en el bolsillo trasero de su pantalón. Le dio una última mirada desaprobatoria a Gustavo y salió de la habitación dejando la puerta abierta.
—Mafia tamalera, sí como no.
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Palabras sin contar nota de autor: 2,150
Arrancamos con esta tragicomedia que involucra a la familia Bazaldúa y a una peligrosa mafia tamalera. En verdad agradezco el apoyo que le están dando a la historia, espero que la disfruten.
La mejor recompensa son sus votos y comentarios; si les está gustando recomiéndenla a sus amigos y si no, a sus enemigos para que también sufran leyéndola.
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