Capítulo 9

Mi hijo corre por el prado como si hubiera nacido hace años, pero Erkin solo tiene días de edad, sin embargo, ya no es un bebé, es un pequeño niño, el cual habla, se ríe, juega y entiende a la perfección todo lo que ocurre a su alrededor.

—Mami, para ti. —Me entrega una flor mientras me mantengo sentada en el pasto.

Acepto su gesto, entretanto, me le quedo observando. Tiene el cabello rubio, piel clara y sus pupilas son alargadas. Esto último es lo único en lo que se parece a su padre. Aunque mi cabello tira más para el cobrizo o rubio oscuro, él lo tiene bastante clarito a diferencia del mío.

Sus ojos no me dan miedo, puedo notar que mira con afecto, no como el monstruo.

—¿Cómo están? —Veo acercarse a Darey.

—Bien. —Mis mejillas arden y mi corazón se acelera.

—¡Mami es muy linda! —declara mi hijo en alto.

—Claro que sí —responde el líder de los Chunclucus.

—Cuando sea grande, seré un Caimán como tú —refiriéndose a ser guerrero de la tribu.

—Claro, pequeño, serás muy fuerte. —Le revuelve el cabello.

Todo sería lindo y normal, si no fuera porque en realidad esta escena no es sobre un padrastro con un niño humano. No, acá solo hay un guerrero dándole refugio a una criatura, y no puedo dejar de pensar en desconfiar, incluso a pesar de mis sentimientos, los cuales siguen creciendo.

—Hola. —Darey se sienta a mi lado mientras el niño vuelve a correr por el pasto y agarrar las piedritas que encuentra—. ¿En qué estás pensando?

—En nada. —Mis mejillas arden e intento mantener la vista en la flor que me regaló mi hijo.

—Vamos, puedes confiar en mí.

—Mientras el monstruo exista, no estaré tranquila.

—Ah, es por eso, no te preocupes, le haremos una trampa.

Alzo la vista a observarlo fijo.

—¿A qué te refieres? ¿Estás loco?

—¿Recuerdas? Dijimos que cuando dieras a luz, intentaríamos utilizarte como carnada. Claro, si estás dispuesta a hacerlo, cobarde —dice lo último para provocarme.

Entrecierro los ojos.

—Sabes que no lo soy.

Se acerca a mi rostro, entonces me paralizo.

—Claro que no, solo estaba jugando. —Mira mi boca, levanta la mano y toma mi barbilla—. Voy a besarte —me avisa, entonces cuando lo hace, se lo permito.

Cierro los ojos, sintiendo su tacto, es cálido y suave. No recuerdo la última vez que besé a alguien. Me siento como la adolescente que alguna vez fui, disfrutando de un primer beso. Creo que había olvidado la buena y deleitante sensación.

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