Capítulo 6

Nos ocultamos en un bosque cercano, Darey pone una manta en el suelo y algunos almohadones. Entonces, me recuesto allí, mientras las contracciones son cada vez más y más fuertes. Mi esposo me entrega un pañuelo, por lo tanto, yo entrecierro los ojos ante tal acto, y él se ríe.

—Será mejor, de esta manera, nadie escuchará tus gritos.

—¿Te parece bien tratar así a una mujer que está a punto de parir? —Toco mi vientre—. Al menos no te burles.

Mantiene la sonrisa.

—Vamos, muerde el maldito pañuelo.

Agarro con brusquedad aquel trapo sucio y me lo meto en la boca. Luego, cuando siento la próxima contracción, empiezo a hacer fuerza. Tiene que salir lo más rápido posible, no queda de otra, el enemigo nos puede encontrar en cualquier momento. Darey se posiciona entre mis piernas y espero el "maravilloso" instante en que pueda verlo. La verdad solo me cuestiono lo que vaya a salir de allí. ¿Será un bicho? ¿Será un bebé humano? ¿Será algo deforme y sufriente? Necesito que esté bien, eso es todo.

Lloro mientras empieza a salir, lágrimas mojan todo mi rostro y muerdo con fuerza el pañuelo. Con una mano me agarro de la tierra, entretanto, con la otra, todavía sostengo mi vientre. Sufro física y emocionalmente, hasta que oigo un llanto, quito aquel trapo de mi boca, entonces respiro con agitación. Darey corta el cordón umbilical con un cuchillo, luego me entrega al niño, es un bebé hermoso y normal. No puedo creerlo, ya olvidé de qué tenía miedo.

Mi marido me cubre con las mantas para que no me desangre, entonces me ayuda a pararme, luego empezamos a adentrarnos al bosque. Casi no puedo ni caminar, pero sabemos que nos siguen, así que no hay tiempo para descansar. Puedo morir de cualquier forma aquí.

—¡Ah! —Se escucha un grito desgarrador.

Me detengo, pues me paralizo.

—¡No, no, no! —Siguen gritando.

Reconozco el sonido de la muerte.

—Eso es... —Hago una pausa, respiro lento y reflexiono la situación, como si el mundo se hubiera detenido, como si estuviera en el mismo infierno—. Es el monstruo.

—¿Qué dices? —consulta Darey.

—¡Ahí viene! —grito, desesperada—. ¡Hay que escondernos!

Mira para todos lados, ve un hueco en un enorme árbol, entonces lo señala.

—Allí.

Vamos y nos metemos ahí. Miro a mi bebé que está tranquilo, luego alzo la vista al oír las garras. Uno de los seguidores, corre y se cae. Visualizamos como es clavado por aquella pata, entonces retrocedemos para que no nos vea, mientras la sangre chorrea cerca.

—Tu gente debe estar muerta —susurro.

—No digas bobadas —contesta, enfadado, pero a lo bajo. Presiona los dientes—. Nos reuniremos, solo hay que esperar.

—Si no está muerta, lo estará pronto —habla mi miedo.

—Cállate, por favor —se queja.

Observo a mi bebé otra vez, luego a Darey, acto seguido se lo entrego.

—Voy a morir de todas formas. No confío en ti, pero tendré que hacerlo. Cuídalo, te lo suplico.

Trepo, saliendo del hueco. No le doy tiempo a reaccionar, pues ya he salido del escondite.

Veo esos grandes ojos rojos, mirándome. El monstruo cierra sus parpados de costado, como un cocodrilo, y ahora puedo ver sus pupilas alargadas y negras. Se acerca con sus patas largas, se agacha, aproximando sus dientes a mí. Una de sus garras se mueve, entonces me atrapa. Cierro los ojos en el momento en que abre aquel hocico oscuro, pero me estremezco cuando solo lame mi cara con su lengua larga y asquerosa.

—Pi... lar. —Como un loro, menciona mi nombre en un eco, luego hace sonidos de animal, algo grotescos y confusos.

Me olfatea, entonces me baja, así que abro los ojos. Por su parte, me gruñe, sabe que no tengo al niño.

—¡¿Qué esperas?! ¡Mátame! ¡Me deshice de tu cría! —le grito—. ¡Sé que me entiendes!

Vuelve a rugir y camina alrededor de mí. Me olfatea otra vez, entonces me quedo paralizada. Sus pasos se escuchan fuertes, su cola negra se mueve lento y aquellos extraños tentáculos en su espalda, que finalizan en pinches, se ponen erguidos. ¿Es en serio? Se puso a acecharme en este mismo instante. Esta es la forma en la que hace su cortejo, antes de querer aparearse, el cual ninguna mujer le ha aceptado, pero que no le importa, pues luego procede a atacarlas.

Como sea, igual voy a morir, así que no me asustaré. Cierro los ojos con fuerza cuando el bicho enorme se me tira encima y ruge, mojándome con su saliva. No hace nada, hay silencio, pero no pienso ver cómo crea algo del perfecto tamaño para inseminarme. Aun así, el silencio absoluto continúa.

—Pi... lar —menciona mi nombre, es lo único que sabe decir en mi dialecto, aunque la verdad a veces creo que me lo imagino.

Me inyecta algo, aunque no en mis partes íntimas, sino en mi abdomen. Chillo un momento, luego abro los ojos. No está, se ha ido, junto con el dolor de mi cuerpo. Me inclino y no hay sangre, luego tengo una mala sensación, así que vomito. Veo que es algo negro. Miento, sí, es sangre, pero no la mía, me ha curado. Lloro, desconsolada, en el pasto. No me quiso matar. Desea seguirme torturando, lo sé.

Cuando recupero un poco la compostura, limpio mis lágrimas y corro a buscar a mi niño.

¿Acaso puedo confiar en Darey? ¿Seguirá en el mismo lugar?

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