Capítulo 4
Los preparativos de la boda están iniciando. Me casaré con un completo desconocido, el cual probablemente me maltrate como el monstruo. Aunque no es como si me importara, solo sobrevivo como siempre lo he hecho.
Hay celebración, bailes, tambores y algunos movimientos algo agresivos en los que se empujan, pero se ríen. Esta gente es muy extraña en su comportamiento. No obstante, eso no me importa en realidad, ni tampoco es que conozca muchas personas en Escalya. No recuerdo casi nada de mi pueblo y en donde vivía con el monstruo, no conversaba con otros. Quizás con las mujeres con las que estaba atrapada, pero intentaba no hacerlo mucho, pues tarde o temprano morían, no podías encariñarte. Luego de que terminé embarazada, quedé yo sola en el lugar, no hubo más sacrificios, éramos la bestia y yo, en aquella cueva, así que no tengo gran aporte sobre hacer sociales.
La fiesta acaba y aplauden, entonces acompaño a Darey a su carpa. Él abre la tela y paso primero. Dejo las flores sobre una mesita, luego me siento en su cama, mi esposo se pone a mi lado. Toma mi mejilla y se acerca a besarme, pero cuando creía que lo haría, se detiene, acto seguido se ríe. Aun así, no hay reacción en mi rostro, por lo tanto, deja de hacer sonidos, aunque mantiene la sonrisa.
—Eres imperturbable —opina.
—No —digo a secas—. Ya he vivido en el mismísimo infierno, lo que tú intentas hacer me da igual, no eres el monstruo.
Se muerde el labio inferior.
—¿Y qué intento hacer?
—Vamos a tener sexo —expreso, sin titubear.
Se hace un silencio.
—En realidad no.
Enarco una ceja.
—¿Lo vas a decorar diciendo que vamos a hacer el amor? Te recuerdo que nos acabamos de conocer, eso sería muy extraño.
—Tampoco. —Su sonrisa continúa.
—¿Entonces? —Hago una pausa, intentando adivinar—. ¿Te burlas de mí?
—En absoluto.
—Puedes hacerlo, no tengo ningún problema —acoto.
Se ríe.
—No me burlo de ti ni vamos a tener relaciones —dice, más serio.
—¿Cuál es el truco? —Entrecierro los ojos.
—No me malinterpretes, me pareces bellísima.
—Eso no me importa.
Vuelve a reír.
—Lo siento —se disculpa al ver que sigo con la mirada seria—. La verdad es que... —Toma mis manos de repente—. Quiero prometerte que no te voy a tocar, ya has pasado mucho.
Debo admitir que me gustan sus palabras, mis mejillas arden por la confesión, sin embargo, una pequeña parte de mí, todavía desconfía.
¿Puedo confiar en este hombre en realidad?
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