Capítulo 8

Es como si el tiempo pasara más lento ahora que se acerca la Navidad, al menos así lo sienten los hijos de Alisa cuando se reúnen a desayunar y hablan. Repentinamente todos desean hablar ahora que su madre está ocupada torturándose con sus deberes que no pudo hacer antes. Ninguno se anima a detenerla, ya que, en el tiempo que llevan, la conocen bastante.

—Creo que deberíamos comprarle algo a ella —dice Vito, sorprendiendo con su voz estridente a lo demás.

—Y rápido, antes de que vuelvan a bombardear la ciudad.

Ian dice un comentario poco apropiado en la mesa, que hace que los demás se den cuenta de que las galletas saben un poco mal y que la leche no está procesada. Aunque él come tranquilo, apreciando que estén todos.

—Bueno, volviendo al tema de la compra —la voz inconfundible de Esmeralda corta el mal ambiente—, ¿qué creen que sería lo mejor? ¿Una bufanda?

—Bufandas no —niega Norman—, un vestido sería lo mejor.

—Entonces que vayan las chicas.

—Ian, a veces pienso que tienes la personalidad de un perro tonto y salvaje.

—Y tú la de una tarada que no se peina.

—¡Ya quisiera tener mi pelo!

—Prefiero que el mío mínimo se mueva con un soplo.

Ian discute con Esmeralda, como siempre, e intenta soplarle el cabello, riéndose a carcajadas al ver que no se mueve. Ella reacciona de forma impulsiva y le tira un pedazo de galleta. Y como no tiene "modales de caballero" él le tira el pelo. Norman es el que lo detiene, diciéndole a su mellizo que no hace falta tratarla así. Se le nota nervioso.

La más joven de la casa lo observa con el mismo brillo que a la madrugada, pero se hace una idea de por qué los detiene. No es que no quiera que se peleen ellos dos. No, puede notar el favoritismo de un lado.

Pero no lo capta del todo y duda que un hombre como él suelte una sola palabra de reflexión sobre lo que siente. Seguro se va a complicar y la va a dejar más confundida. Así que opta por la salida más fácil: Esmeralda.

Cuando sale a comprar junto a ella y a su hermano Vito, toma del brazo a la muchacha. Ella acepta el gesto con notoria sorpresa.

—¿Y a ti qué mosca te ha picado?

—Pues ninguna, aparte las moscas no pican. Solo me preguntaba... eh, ¿qué le pasa a Norman?

—Querrás decir a Ian. Ese chico me tiene harta.

—No, los sé diferenciar. Pero no entiendo a Norman. Algo le pasa.

—Creo que a todos les pasa algo últimamente, excepto a mí.

—He notado lo mismo —murmura Vito, pasan por encima de fragmentos de un casa derrumbada.

El camino se hace confuso entre las palabras de Julieta, los asentimiento de cabeza de Vito y el horror que demuestra Esmeralda cada vez que mira al costado. Caminan cercanos a edificios destruidos en el pleno centro, sus pasos se chocan contra cadáveres cuando pasan por encima de estos —aquellos que nunca fueron retirados porque no se notaban a simple vista— y hay ojos que los miran. Pocos, pero los hay, como si esperaran noticias y los juzgaran por ser jóvenes en paz.

Vito y Julieta parecen en paz, pero su hermana del medio se encuentra temerosa de sus pasos, incluso se frena en un momento, cuando están cerca de una tienda, la que conocen por tener de todo y estar desalojada —sí, quizás ya no tiene tanto—.

Se queda pálida, viendo un cadáver al costado, donde sus hermanos no parecen muy interesados en mirar. Hay una mujer. Una mujer extremadamente parecida a su madre que desapareció de un día para el otro.

¿O es que acaso todos los cadáveres se ven iguales? ¿Puede ser que los haya analizado lo suficiente para que todos le parezcan lo mismo ante el pelo lleno de polvo, el rostro blanco y el cuerpo semi-destruido debajo de pedazos de edificio?

Julieta no entiende qué sucede, pero Vito parece comprender por dónde va su parálisis.

—Mamá —murmuran sus labios resecos.

Todo el calor que tenía por sus abrigos se retira por completo y siente que una ola de frío la hará dormir para siempre. Pero recupera lo recupera al percibir cómo le ponen encima un gorro de lana, uno que Vito llevaba puesto. Él se lo tira bien abajo, de modo que le cubra las orejas.

—El frío nos hace enloquecer, hermanita.

—¿No es mamá? —pregunta con desesperación y él niega lentamente con la cabeza—. Se ve igual...

—Nuestra única madre es Alisa Sokolov y ella está viva. Nos da refugio, nos da una comida y nos une como hermanos. Esa es nuestra única familia, ¿entiendes?

Ella asiente con la cabeza y él le ofrece llevarla en su espalda. Julieta solo los observa, sin entender en lo absoluto su cercanía repentina. «¿Es porque son nuevos?» se pregunta tras nunca haberlos visto juntos. Y, ante su semejante duda, cuando Esmeralda puede caminar hacia adelante, dispuesta a saquear la tienda que nota, Julieta se acerca a Vito.

—¿Por qué eres así con ella si no la conoces lo suficiente?

—Es mi hermana.

—Son formas de decir.

—Pues está la empatía, Ju. La empatía hace que nos duela ver a alguien que se siente mal y que reaccionemos ante ellos.

—No me gusta que me digas "Ju".

—Lo siento, no fue mi intención ofenderte. Esa respuesta mía es empatía, ¿captas?

Julieta ladea un poco la cabeza y su cabello rubio se esparce por un costado. Vito la observa con detenimiento y luego la palmea, sintiendo ternura por ese gesto. Él tenía una hermana parecida a Esmeralda y a esa chica en frente de él. Incluso en su inexpresión siente demasiado con sus recuerdos.

La más pequeña se encarga de buscar en los lugares más bajos de la tienda un vestido para su mamá. Incluso si le molesta mucho meterse debajo de grandes pedazos de madera y confiar en que aquellos dos no se les resbalen la mano, piensa en la alegría de su madre a la hora de recibir un vestido trotteur. «Eso es empatía, ¿cierto?» se pregunta al ver uno divino, aquel que le quedaría de lujo a su madre. Aunque le cuesta conseguirlo, lo logra al mover un poco un maniquí. Es un poco pesado.

Hay insectos caminando cerca de ella y hasta se sienten vibraciones raras, como si en cualquier momento podría terminar sepultada. Pero no le aterra. Confía en que va a salir bien y así resulta cuando se arrastra hacia la salida y recibe la mano grande de Vito para empujarla hacia afuera.

Justo cuando sale, una mitad del edificio se cae y la otra parece a punto de derrumbarse. Con qué poco todo se puede ver perjudicado.

—Recemos para que no caiga una bomba —murmura Vito, preocupado por mantener a las chicas delante de él.

—Pero si no creemos en un Dios, ¿a quién le pediremos compasión?

—Pues a un ser superior —responde torpemente Esmeralda, empeorando la duda de su hermana menor.

—¿Y quién sería?

—Recémosles a los alemanes para que no nos tiren una bomba justo ahora —termina de decir Vito mientras mantiene sus manos detrás de la espalda de las chicas, obligándolas a caminar más rápido.

—¿Bombardearán cuando está por ser Navidad?

—Pues yo siento que el suelo vibra, pero no creo que tenga que ver con aviones.

—¿Podrían solo intentar caminar más rápido?

Es evidente que a Vito no le perturba nada de los aviones. Él se está preocupando por otra razón, una que ninguna de sus dos ingenuas hermanas entienden hasta que ven hacia atrás y distinguen un coche con cuatro militares.

Vito murmura un insulto cuando chiflan para advertir que no se muevan y aprieta el ropaje de las chicas, agradeciendo que ellas tengan ropa de la cruz roja.

El coche se estaciona a su costado y el sargento, de relucientes insignias, se baja de este, dejando a sus compañeros arriba. Las muchachas se voltean hacia aquel hombre y lo saludan con su típica sonrisa fingida, la misma que hacen al estar en la enfermería. El tema es que el sargento Owen Wilson no conocía a Vito y está reclutando jóvenes. Justo él tiene la edad exacta para participar de la guerra.

—¿Vito Sokolov? —pregunta, ignorando el saludo de las niñas. Él solo suele saludar a Alisa y por obligación.

—Sí, señor —dice en un tono bajo, resignándose a verlo a los ojos como si tuviera valor.

—¿Edad?

—Veinte años, señor.

—¿El año que viene cuánto tendrá?

—Veintiún años...

—Bien, perfecto, la marina te necesita.

Ni siquiera intenta tener una conversación normal con él o convencerlo, solo le da un afiche de reclutamiento en el que se lee "Don't lag behind" «No te quedes atrás» en letras grandes y amarillas mientras de fondo hay soldados marchando con elegancia. Debajo se puede leer "Join the brave throng that goes marching along" «Únete a la valiente multitud que marcha adelante». Es evidente lo cobarde que se siente Vito al observar aquello y al sentir la palmada del sargento contento.

—Te espero mañana por la mañana para enlistarte. Vas a ser el orgullo de tu madre.

—Sí, señor. Gracias por la oportunidad.

—No hay de qué. Se notaba que no veías un solo cartel que te llamara a la guerra.

Y tras sus palabras, se marcha en su mismo coche, manteniendo aún su gracia al no haberse sumergido para nada en la verdadera guerra. Ese hombre vive con normalidad, no ha sido afectado. No se da una idea del miedo de Vito o sí y por eso lo provocó con esa última frase, al estar rodeados de carteles de alistamiento.

Los labios de él tiemblan al sostener ese afiche en manos y aprieta ambos ojos para no llorar. No quiere que sus hermanas piensen que es débil.

En los nueve meses que pasó alejado de la guerra y soportando todo tipo de cosas por ser el mayor, se alegra de haber tenido un hogar. Finalmente sabe lo que se siente. El terror que tiene no se compara al amor que le abarca el corazón a la hora de no decepcionar a sus hermanas.

—Creí que nos arrestarían por andar en la calle.

—Eso es muy tonto viniendo de ti —menciona Julieta con cierta sospecha.

—Es que robamos técnicamente. Pero bueno, no notaron el vestido harapiento.

—Entonces... ¿Irás a la guerra? —pregunta preocupada Esmeralda y él solo asiente con calma—. ¿No tienes miedo?

«Sí, apenas llevo poco tiempo en una casa y ahora tengo que irme. Claro que tengo miedo. Sé cómo llegan los soldados. He escuchado historias de todos los cercanos a morir.»

—No, es mi deber como ciudadano.

—Pero te irás y ya sabes cómo puedes terminar.

—Prefiero morir por mi país.

—El nacionalismo inglés —masculla Julieta, evidentemente contrariada. Sigue mucho la identidad rusa de su madre.

—Todo estará bien, ninguna se preocupe. Pero ¿podrían no decirle nada a mamá hasta que yo hable con ella?

Ambas asienten, aún preocupadas por su hermano. Pero su sonrisa confiada las hace sentir un poco más aliviada. No creen que puedan perder a más gente.

No se dan cuenta de lo equivocadas que están.

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