Capítulo 4
Al haberse recuperado por completo, Steve está inquieto. Sabe que mañana los militares que no están en batalla, lo alcanzarán hasta un tren y luego tendrá un viaje exhaustante con otros recuperados para llegar al puerto. Tener que vivir en un país aislado de todo, no tiene mucha gracia ni en la guerra.
Un escalofrío pasa por su cuerpo a la hora de caminar por los pasillos del piso de arriba, donde duermen los niños y Alisa. Las maderas están sonando como si estuviera a punto de romperse y no es muy agradable caminar por la noche oyendo murmullos de enfermos delirantes. Al fin y al cabo, este lugar es como estar en campo de batalla solo que sin disparos y con bombas de vez en cuando.
Todos corren un cierto peligro de morir.
Él estuvo durante días deambulando por la noche, caminando inquieto, preparándose para defenderse de cualquier ruido raro. Pero jamás nadie le abrió la puerta. Todos allí duermen muy poco tiempo, los más privilegiados descansan cuatro horas, los otros se acostumbran.
No tienen tiempo para lidiar con su insomnio. Excepto que le pase lo mismo, tal como sucede con James, quien abre lentamente la puerta de su habitación y observa cómo Steve camina con lentitud hacia él, quizás un poco aterrado de lo sombrío que se ve todo.
El aire no corre ahí arriba y todas las habitaciones se ven distinguidas por tener los nombres escritos con crayones arriba de la puerta. Muy tétrico si se toma en cuenta la pintura blanca y los objetos que suelen haber tirados, dignos de un hospital ruso semi-abandonado. Alguna vez utilizaron habitaciones de estas para enfermos comunes, pero se nota que han dejado de hacerlo y las habitaciones ahora solo tienen nombres de niños que él jamás conocerá.
Alisa ha abandonado a cinco niños a lo largo de esos años, todos menores de diez años, aquellos que se podrían considerar "inútiles" y que gastan demasiado bienes que no se tienen.
—Deja de mirar, Steve. No vas a encontrar respuestas —murmura ese hombre, casi de forma fantasmal, y logra tener la atención de aquel—. Pasa, yo tampoco puedo dormir.
Aunque sonara tremendamente cansado y su rostro se viera deprimido, James está muy bien vestido y cuidado por completo. Parece un hombre muy capaz de estar en batalla, de no ser por el tobillo apuntado que tiene. Todo de él parece bien, hasta que le toca caminar con dificultad. Pudo terminar como él cuando llegó, de no ser que Julieta lo cuidó todos esos días, sabiendo muy bien lo que no debía hacer.
—Lamento lo que te sucedió —confiesa al entrar a su habitación, aliviado de que tenga una chimenea prendida. Estaba empezando a temblar con locura por el frío que hacía.
—No lo lamentes, me enorgullece haber batallado lo más que pude durante casi todo el año pasado... ¿Pasaste por la batalla de Somme?
Su interés casi es inédito en un hombre tan serio y amargo. Usualmente solo se fijaba en él y en lo que lo beneficiara a la hora de batallar.
Evidentemente ahora está más armonizado.
—Fui al frente unos pocos días.
—Debió haber sido el infierno.
A James le llegan cartas aún sobre cómo avanzan las batallas. El sargento actual de su batallón prometió mandarles noticias al respecto de todo hasta que muriera. Él no tiene idea de si murió o simplemente se le ha dificultado mantener la cordura para escribirle con positivismo. Su letra, con el tiempo, se había vuelto incomprensible y detrás de la carta escribía en ruso: "Я больше не могу терпеть эту ситуацию!" «ya no soporto más esta situación». Hace un mes y medio no recibe más noticias.
—¿Crees que algún día la guerra termine?
La típica pregunta en batalla, aquella a la que Steve siempre responde con positivismo, pero, al estar delante de alguien tan honesto, le es imposible no dejar caer su sonrisa.
—No lo sé.
Al inicio de la guerra, Steve se encontraba entusiasta, enviando miles de cartas a su madre y a Alisa, confirmándole su estado de salud y avisándole que solo durará unos diez días, que no habrán muchas bajas. "No te pongas mal, amada mía, volveré y podremos casarnos" bromeaba en aquellas cartas que tiene acumuladas la mujer.
Ahora, está tan deprimido por las muertes que no sabe cómo hablar con un sargento. Hasta siente odio al saber que él no irá a la guerra, que se quedará con su mujer.
Sabe que él mismo decidió seguir adelante con su plan de guerra, pero está temblando delante de la chimenea encendida y no exactamente por estar enfermo.
Tiene miedo de lo que tenga que presenciar esta vez. ¿Y si se debe comer a un compañero por falta de alimentos? Va a enloquecer si tiene que pasar un límite sobrehumano para permanecer de pie. No se ve capaz de seguir adelante.
—¿Cuidarás de Alisa? —se atreve a preguntar, mientras observa el rostro noble de James.
En realidad, siempre pensó que se veía un poco femenino, pero ahora que lo nota con barba parece mucho más maduro. Incluso se le hace menos incómodo mirarlo.
El problema es que ese hombre tarda en responder, como si no le importara demasiado el tema. O como si no supiera a quién se refiere.
—¿Alisa?
Parece que está confundido, como si no conociera a la dueña del hogar, pero está seguro de que la conoce desde antes que él. "¿Estará cayendo en la locura?" se pregunta genuinamente preocupado al notar la falta de conocimiento de aquel.
—¿No querrás decir Sabrina?
—No... Sabrina era su hermana.
—Ah, Alisa. Claro, sí. Sí, la cuidaré.
La fogata se mueve de forma inquieta ante esas palabras y Steve se siente desencajado en el mundo oscuro de James, quien no está ni un poco concentrado en sus palabras. Ve el fuego como si quisiera recordar a quién va a cuidar. Su expresión indica que está perdido y no por un efecto de su tobillo faltante.
A la mañana siguiente, Steve aparece con una expresión reluciente delante de los niños, para no atemorizarlos sobre sus dudas de si sería buena idea que James sea "el hombre de la casa". Había charlado con cada uno de ellos, sabía exactamente lo que querían, pero no podía cumplir ninguno de sus pedidos, excepto por el de Ian, quien llegó delante de él con una sonrisa pícara.
—¿Me recomendarás? —pregunta, apropiándose del espacio personal de aquel hombre.
—Lo haré, pero cuidado, tendrás que entrenar un poco más aquí.
—¿Me dices que estoy flacucho?
—Un poco.
Norman, el mellizo, se ríe ante ese chiste y permanece en paz, pensando que su tío no va a cumplir con su palabra. Y todos los demás niños creen lo mismo a la hora de ver a Ian encaprichándose como un pequeño.
Solo hay alguien que conoce bastante bien a Steve y permanece alejada de él, mirándolo desde el fondo del pasillo, de forma que, cuando pase esa puerta, no pueda sentir ni su voz ni su presencia. Pero tiene que observarlo con sus propios ojos para creérselo. Necesita que sea verdad su partida.
Alisa se refugia entre sus brazos a la hora de sentir la mirada de aquel hombre, quien ya debería estar medio ciego por el efecto de las bombas. Pero si se trata de ella, siempre se da cuenta. Incluso si ese lado en el que se encuentra, no pasa la luz y por más que estén sus hijos rodeándolos. Está claro que ella lo observa con pena en sus ojos, que desea ser rescatada del mundo sombrío en el que se está sumergiendo.
El problema es que Steve no tiene tiempo a la hora de ser llamado por los militares y sus ropas de color caqui, evidentemente preparadas para el invierno duro que están pasando a finales de noviembre, desaparecen por completo de los ojos de Alisa, quien ya no puede forzar la vista para verlo.
—Дурак «necio» —murmura mientras siente su boca temblar y se retira de la escena antes de que sus hijos se den la vuelta.
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