Capítulo 3
—Alisa, deje de evitarme, por favor.
Steve intenta seguirle el paso a la mujer, que ya han pasado tres semanas y no le ha dirigido la palabra. Él ha hablado con sus hijos, cada uno de ellos, y todos parecen fascinados por la actitud de su madre, insistiendo en que no es así nunca.
Moverse con muletas en una situación tan intensa como esa, no era exactamente lo que más le gustaba, pero lo hacía con el único fin de alcanzar a esa mujer.
El problema es que su torpeza, siempre lo deja al borde de la nada, ocasionando que se resbale con uno de los carteles de propaganda que se había caído. Justo estaba donde él pasaba. Siempre es lo mismo.
Suelta un quejido al caer al suelo y aprieta su pierna, intentando quitarse de encima el dolor. Apenas ha sido lastimado en el campo de batalla a comparación de otros, pero es muy sensible y eso lo hace apretar los dientes, buscando la manera de detener esa sensación horrible.
—¿Siempre tiene que darme más trabajo? —murmura la enfermera al llegar hacia él, con una expresión claramente preocupada.
Levanta la mirada solo para verla a ella y le alegra notarla tan cerca. Su accidente fue solo eso, un accidente, pero eso siempre llama la atención de esa mujer. No es una insensible. Se sigue preocupando por él, aunque sea en la distancia.
Él no conoce lo doloroso que se le hace a Alisa tener que lidiar con su fantasma y su cuerpo al mismo tiempo. Sigue siendo un shock tenerlo vivo, razón suficiente para esquivarlo lo más posible hasta que se vuelva a ir, para no tener que volver a sufrir.
Ninguno de los dos entiende lo que le pasa al otro.
Alisa no lo mira bajo ningún pretexto a los ojos, pero lo cuida de tal manera que a él le basta con eso, con el simple hecho de que se esfuerce por sostener su cuerpo y llevarlo justo a la sala de té. Hacía tiempo no tomaban el té juntos. Extrañaba bastante que ella rompiera con la costumbre de las cinco de la tarde y bebiera un café puro.
Al final, el británico es él, no ella.
—¿Sigue celebrando el año nuevo el 14 de enero? —pregunta curioso mientras hace una mueca a la hora de sentir cómo aquella mujer pone su pierna enyesada encima de una silla.
—Sí.
—¿Y sus hijos? Son muy británicos, no deberían celebrar año nuevo en esa fecha.
—No son ortodoxos, pero tienen que seguir mis costumbres.
—Qué madre tan conservadora.
—Agradezca que no les enseño ruso.
Aunque aquello debía de sonar como un chiste, Alisa no hace ningún gesto de diversión. No, solo se mantiene seria mientras le prepara el té.
El sol estaba entrando por la ventana y dejaba ver sus hermosos ojos azules más profundo que nunca, haciéndolo sentir un cosquilleo intenso en el corazón. Incluso en el medio de una guerra, su belleza glacial era despampanante. Hasta desea pintarla y eso que no sabe nada del arte.
—¿Me dice algo en ruso? —pregunta, tomando toda la confianza que habían desperdiciado al no hablar durante años.
Ella solo niega con la cabeza. Se nota avergonzada por el simple pedido. No puede disimular muy bien delante de él.
—¿Los soldados la hostigan demasiado?
De nuevo tiene una negación simple. Esta vez al menos recibe su café, pero le hace un gesto para indicar que está muy caliente. ¿Acaba de gastar su batería del habla? No puede creer que le esté hablando en señas y que, peor aún, él las entienda.
«Me está destrozando la guerra» es lo primero que pasa por su cabeza a la hora de ver el café y pensar en lo delicioso que debe ser.
Pero todo empeora en su hambre cuando recibe una bandeja de galletitas, tan pequeñas que caben tres en sus manos. Están hechas especialmente por Julieta e Ian, aquellos que más cariño le tomaron. Él no lo sabe, aunque puede presentirlo.
—Hacía tiempo no comía más que comida desabrida o simplemente... vencida. Pero ¿dulces? Dios, a lo sumo habré consumido una barra de chocolate rancio que me dio gastritis.
Ella solo lo observa, no hay gesto alguno. Parece perdida al escucharlo decir eso, razón suficiente para mantener su postura.
Y aunque debería ser molesto para Steve hablar solo, se lo toma bastante bien a la hora de quemarse con el café y, luego, comer de forma atragantada las galletas. No tenía mucho tiempo para ponerse a pensar en cómo las consumiría. A veces solo tenía que hacerlo lo más rápido posible para luego volver a esconderse de las granadas.
Alisa siente un instinto activarse en ella a la hora de verlo tan desesperado y temiendo que se haga daño, razón suficiente para que le tome la mano y le haga un gesto para que vaya más despacio. Él aún se ve abrumado.
—Hable conmigo —dice ella finalmente, luego de haber mantenido silencio durante diez minutos.
El solo escucharla activa algo en Steve, como si un interruptor le diera a entender que tenía que hacerle caso y por eso mismo bebe un sorbo de ese café, obligándose a pasar la masa seca de galletas hechas con amor y precariedad.
—No sabía que en serio valoraría la comida hecha con amor por muy fea que supiera. —Es lo primero que se le ocurre decir y le saca una expresión mínimamente relajada a la mujer en frente de él.
—¿La guerra es muy turbia?
—Da miedo, no le voy a mentir. Este lugar se siente como el refugio más anhelado al lado de una zona de bombardeo y muerte.
—Debe ser muy triste. ¿Mis niños lo alivian?
Hasta a ella le sorprende la pregunta que hace, pero no se arrepiente ni un por solo segundo. Permanece de piedra, esperando su respuesta. Incluso si decir "mis niños" no es exactamente algo que le agrade.
Steve sonríe simpáticamente al notar el cariño en su voz y le confiesa que le alegra bastante tener presencias tan variadas.
—Aunque no llamaría niño a un joven de veinte años.
—Cierto, Vito... No lo conocía ni a él ni a Esmeralda, ellos están hace menos tiempo que los demás.
—Sin embargo, Vito parece digno hijo suyo. ¿Dónde lo había escondido?
Una pequeña sonrisa se instala en el rostro de aquella rusa fría, quien vuelve a su misma expresión al notar una mínima incomodidad en el rostro. No se da cuenta que ese hombre puede sacarle las palabras fácilmente ni que también la puede hacer sonreír. Solo es capaz de notar su corazón inquieto, aunque es algo común. Últimamente su corazón siempre se encuentra cerca de dar un vuelco.
Aunque no consigue una gran risa de vuelta, Steve no se siente nada incómodo ante la mirada de Alisa, incluso se alegra de que aquella pueda notarlo entre tanta oscuridad del lugar.
Nunca se usa la luz del comedor-cocina porque eso implicaría un gasto innecesario de energía, así que siempre dejan pasar el sol que termina iluminando mágicamente la figura esbelta de Alisa, haciéndola ver un ser especial enviado por Dios. Esta misma sensación, hace que él tome entre sus manos la cruz que lleva en el pecho y que cierre los ojos en una oración silenciosa.
"Señor, dale vitalidad a Alisa, devuélvele los sentimientos que tanto me costó ver. A cambio, llévate lo que desees de mí, pero haz que estos niños tengan una madre amorosa. Solo son hijos de la guerra" ruega silenciosamente, terminando con su pedido a la hora de abrir los ojos y sonreírle a esa mujer.
—Pronto volverá a la batalla, ¿cierto? —pregunta, como si no supiera la respuesta.
—¿Qué más podría hacer?
—Si lo desea, podría hacer un trato con los soldados, ellos nos han dado miles de cosas por cuidar enfermos que no nos incumbían.
Las palabras de Alisa parecen desesperadas por llegar al corazón de Steve, como si quisiera que él pensara que lo necesita. Pero él ya conoce al maestro de los niños, un sargento que luchó muy cerca de él. Además, tiene a tres hijos varones, no necesita nada más.
Por esta vez, no puede cumplir el pedido de su amada rusa, quien es incapaz de decirle que se quede por ella, porque nunca le gustó limitarlo a sus deseos.
—Lamento que mis palabras sonaran como si no quisiera volver a batalla. La verdad, yo nunca dejo las cosas sin terminar.
—No sabe si va a volver.
—Pero no me haría sentir mejor dejar a mis compañeros allí para vivir una vida aquí. Aún me quedan fuerzas para seguir luchando.
El viento sopla las ramas de un árbol moribundo, ocasionando que choque con fuerza contra la ventana. Es una señal para Alisa y un simple sonido para Steve.
Ambos tienen ideales y pensamientos muy diferentes, quizás porque el nacionalismo ingenuo de aquel hombre es imposible de entender para ella, una mujer de casa que solo cuida de soldados heridos por órdenes de arriba. Tiene una madurez mayor, sus treinta años le dan más sabiduría que los veinticinco de su amado, quien está profundamente enamorado de ella, pero también toma decisiones sin dar marcha atrás.
—Entiendo... En tal caso, es libre de marcharse en tres semanas. Su cuerpo sanará rápido.
Alisa toma un sorbo del café, murmura "amargo" y luego deja la taza en su lugar, dando a entender que se va a retirar. Aunque ella adora tomar café lo más amargo posible.
—¿Alisa?
Pero ella no se gira ante su llamado y sigue su marcha rutinaria, con las manos sobre la falda y una postura firme. Es muy orgullosa para mostrarle el dolor en su rostro al pensar en volver a perderlo.
Odia la incertidumbre que le genera el no saber qué pasará con Steve.
—¿Está enojada conmigo? —es lo último que escucha de él antes de seguir con su camino.
No está enojada con él. Está furiosa. Furiosa porque le dio una oportunidad increíble, le ofreció su corazón, y él prefirió ir a morir de la forma más dolorosa posible.
Lo odia demasiado ahora mismo porque si lo pierde, sabe que va a caer en la desgracia de nuevo y ya no sabe cómo cuidar de sus sentimientos.
Tiene miedo al amor que siente. Teme no ser capaz de amar a nadie.
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