Capítulo 16

Alisa odia la primavera. Detesta tomar aire y notar su jardín volviendo a nacer gracias a las manos mágica de Josefina. Todo le trae el vago recuerdo de Sabrina, de lo que no pudo cuidar por ella, de su enfermedad. La primavera es una mierda que disimula la tristeza y por la que espera pacientemente a que todo vuelva a derrumbarse. No tiene fe en esa guerra.

—¿Te gusta cómo está quedando todo, Alisa? —pregunta una voz resonante y con calma. Ella de inmediato se gira a verla y finge una sonrisa.

—Le ha dado vida.

«Y gracias a eso yo me estoy sintiendo abducida por los recuerdos» piensa, pero se retiene por completo, solo muestra falsedad, porque sabe que la verdad nunca es agradable de escuchar y mucho menos para una mujer tan alegre. Lo sabe muy bien.

—La primavera es mi estación favorita. Siento que todo vuelve a nacer incluso en esta guerra bastarda.

Su simpatía no se le contagia a Alisa, que solo permanece mirando todo, evitando esos ojos azules puros. La había traído con el fin de alegrarlos a todos, pero ella es la única que sigue sin envolverse por el manto de la calidez, huyendo constantemente de Josefina y solo encontrándosela cuando aquella la busca.

No se siente conforme con ella, con su alegría. No la entiende. Lleva casi un mes y sigue mostrándose de pie, como si todo esto no doliera. Se niega a comprender sus sentimientos raros. ¿Cómo una mujer con diabetes puede ser tan feliz aquí, donde apenas tiene sus medicamentos y la atormentan niños que tienen curiosidad por su figura más maternal?

Cada día se arrepiente más de haberla traído. Creía que sería un buen producto, pero odia ver a una humana, una persona con sentimientos excesivamente positivos.

—Usted no parece feliz.

Sigue sin mirarla, solo recorre la escena, sintiendo pena por esos árboles que están queriendo crecer ante una tierra que podría ser detonada pronto.

—Debo de ocuparme de todo. Si me muestro muy positiva puedo dañar la percepción de mis hijos.

—Ellos también viven en su mismo plano, se dan cuenta de lo que sucede. No son niños, Alisa.

Odia su tono lastimero, detesta que inevitablemente tenga que girarse y verla haciendo una expresión triste, como si notara algo mal en ella. Josefina sabe que no actúa con honestidad, lo nota cuando se le acerca y por eso termina retrocediendo, chocando con algunas macetas y tumbándolas.

Al verlas, con las flores tristes, apagadas sobre el suelo, siente como si estuviera matando a su propia hermana. Como si reviviera exactamente aquel recuerdo burdo, cruel.

Recuerdos

Durante mediados de la primavera de 1911, probablemente no la más feliz que existió en la familia Sokolov, todos se encontraban sentados en la mesa, mirándose la cara con pesimismo. Ya no estaba Henry. Duró poco, tal como se esperaba; Alisa no volvió a presentar a la casa ningún novio nuevo, por mucho que tuvo para ese poco tiempo dos. Decía que salir con hombres le da alegría, pero se notaba derrotada, viendo el mantel que estaba puesto en la mesa y pensando las peores cosas posibles. Nunca fue una persona muy positiva. Para eso estaba Sabrina. Seguía estando en ese entonces, aunque fuera con sus debidas complicaciones.

La hermana positiva llegaba a la casa del brazo de James, el único acompañante al que había elegido para que fuera con ella. Se le notaba pálida, ojerosa y cansada en sus movimientos. Días atrás, había bajado mucho de peso, pero no daba respuesta de qué le pasaba hasta que Julieta se la encontró teniendo un ataque casi asmático y se lo notificó a Alisa, quien elevaba la mirada con esperanza, hasta que veía el rostro inexpresivo de aquel hombre.

James había dejado de ser inexpresivo al estar cerca de Sabrina, siempre se le notaba un asomo de sonrisa o mayores expresiones. Pero cuando algo malo pasaba, él volvía a caer bajo esa careta.

—¡Hija! —se entusiasmó en decir el mayor de los Sokolov, corriendo hacia aquella como si de eso dependiera su mundo.

Alisa fue la única que se quedó ahí sentada, observando a Julieta abrazar a su madre, a su padre con los ojos aguados observándola de cerca, buscando buenas noticias, a James sosteniéndola del brazo, como si pudiera perderla.

Ella tuvo el presentimiento de que moriría, no importaba cuál fuera la enfermedad, con su respectiva cura. Estaba segura de que un ángel no podía durar mucho en la tierra y que pronto partiría.

Mas, quiso no creerle a su propia voz y decidió acercarse para escuchar la terrible noticia. Aunque primero vio a su madre, que estaba en la cocina, fingiendo no reconocerla. Había costado hacerla venir a Inglaterra. Ella hubiera preferido mil veces enterarse de todo en Rusia. Era hora de que afrontara un poco de realidad familiar.

—Tengo cáncer. Cáncer de mama.

Un sonido horrible se escuchó de la cocina. Su madre había dejado caer todos los platos de vidrio y miraba con horror a su hija. Tenía que afrontar no solo la realidad familiar, sino que la visión de una muerte, aquella que nadie más que Alisa estaba experimentando.

Todos volvieron de nuevo su atención hacia la Sokolov afectada y aquella los esquivó, ignorando el frío silencio que indicaba preocupación. Todos reaccionaban igual, quizás era síntoma de una conmoción familiar. Ella, por suerte, entró rápido en razón y fue a auxiliar a su madre, quien parecía a punto de desvanecerse.

Incluso con toda la indiferencia que recibió de aquella, aún tenía la pureza para ayudarla, por mucho que le costara moverse luego de saber su diagnóstico. Estaba en contra de sus modales no ayudar.

—Mamá, ¿estás bien?

—¡Tú no estás bien, девочка «niña»!

—Sí lo estoy, tranquila. Solo es cáncer. Me recuperaré.

—¡¿Cómo puedes tomártelo con tanta tranquilidad?! ¿Por qué siquiera estás aquí y no internada? —se atrevió a gritar Alisa, completamente sacada por ver a su hermana siendo tan buena persona con alguien que ella consideraba una mujer insulsa y carente de amor, que solo hacía las cosas para evitar la culpa.

—Hija...

—No, papá, está bien. Yo luego hablaré con ella.

—¿Cuándo será luego? Tienes los días contados, Brina.

Las lágrimas no tardaron en notarse en aquellos ojos sensibles. Estaba cargada de tristeza por la posible partida de su hermana y sus sentimientos se volvían un caos incontrolable hasta para ella misma, que miraba sus manos, buscando una forma de atrapar su vida, por muy infantil que fuera.

—¿Siquiera vas a operarte o algo?

Sabrina permaneció en silencio. Ese era un claro «no» que le destrozó el mundo a Alisa, que no podía creer cómo su inteligente hermana creía que Dios la salvaría así sin más.

Pero quien más triste estaba viendo todo eso era Julieta, la pequeña que era sostenida de la mano por su abuelo, un señor que se negaba a demostrar sus verdaderas emociones. Creía que debía de ser fuerte por la familia, sin importar qué.

Alisa se acercó hasta su hermana, ignoró la presencia de su madre y la miró con lo que en ese momento pareció furia, pero era dolor.

—Eres una mierda, vas a dejar que tu propia hija se quede sin madre... ¡Ojalá te mueras pronto así no tiene que sufrir tu incertidumbre!

—¡Alisa, hija mía, no digas esas cosas! Tienes que amar a tu hermana.

Solo Alisa, Sabrina y su madre supieron sus palabras. Pero solo Alisa vio a Sabrina empezar a llorar desconsolada, porque luego se retiró al jardín, el único lugar donde conseguía paz.

La culpa se comió a Alisa, pero ella pretendía vivir comúnmente. Sabrina se estaba muriendo del dolor por cada día que pasaba, pero también fingía que todo iba bien. Ambas vivían con relativa normalidad su vida, cruzándose, sin hablar, sin mirarse, sin buscar recordarse. Alisa lo lamentaría mucho más en esos seis meses de silencio que solo se rompieron cuando en el frío invierno su hermana estaba por partir, no sin antes pedirle una promesa.

Promesa destrozada por completo hoy en día, cuando tiene que pestañar muchas veces para volver a la realidad, mareándose con el recuerdo y el repentino malestar de toda la casa.

Pierde el equilibrio por completa y cae sobre la maceta. Está cansada de vivir en la culpa y con la careta de su hermana. Su esencia se muere por cada falsa sonrisa y quizás por eso la aparición de Josefina es una calma suave. Porque los chicos acuden a ella cuando quieren amor.

Sabe que podría ser reemplazada con rapidez y toma el sentimiento que su hermana sentiría si cobrara vida. Por eso mismo, cuando Josefina se acerca, ella le corre la mano y mira a un costado.

—Sabes que no soy como finjo. No sé cómo, pero te das una idea.

—No tenemos que hablar sobre eso, Alisa...

—No finjas ser mi amiga. Tengo mucho odio. Yo solo corrompo a la gente, Josefina. Por favor, solo encárgate de los deberes y te cederé medicación. Pero no te metas conmigo.

—Realmente me gustaría que hablemos.

—¿De qué? Si ninguna de las dos tenemos temas. Ni familia real. ¿Qué es esto realmente? —los ojos de Alisa se habían cristalizado por completo mientras hablaba y su expresión cobraba un dejo de rebelde juventud—. Solo soy una mujer... que se está intentando comer el alma de su hermana, sin mucho éxito.

El sol le dio en toda la cara durante unos breves segundos y casi parecía el reflejo de Sabrina para unos ojos que no la conocían. Pero para otros, que observaban todo desde arriba, ella no era ni por asomo algo de luz.

Aquellos ojos adoloridos, solo sintieron pena por la figura. Al menos de manera breve, hasta que volviera a tener algún tipo de brote y la confundiera de vuelta.

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