Capítulo 1

La mansión Sokolov era reconocida por ser un centro de reuniones intelectuales entre doctores, realizadas por el difunto Nikolai Sokolov, principal jefe del hospital nacionalista "El Águila blanca", donde los rusos llegaban hasta con los más mínimos pesares y eran aceptados al instante, incluso si no tenían dinero para pagar el tratamiento. Él insistía en que los rusos eran despreciados en Londres, entonces, se necesitaba crear un refugio para ellos.

Pero, en la actualidad, esa mansión de gran renombre, imponente y elegante, está desgastada. Por fuera, se ve cubierta de hiedra, hay ventanas rotas por los pacientes que padecen de algún tipo de locura y el jardín, alguna vez lleno de flores y árboles frutales, ahora está descuidado y cubierto de maleza. Solo hay un árbol de naranja que se sigue manteniendo en pie. Por otro lado, la fuente de la que brotaba un agua cristalina, bebible, ahora está seca y con su estatua destrozada. Ha perdido la gracia para cualquiera que pasa por allí.

En realidad, a casi nadie le importa cómo se ve porque hay edificios peores de desgastado ante la ausencia de sus jefes o los ciudadanos. Han quedado pocos hombres y a las mujeres no se les ha dado nada de mandato, ya que sería irracional tenerlas fuera de la casa que deben cuidar; a lo sumo, pueden estar haciendo prendas o ayudando con fábricas, pero ¿encargándose de grandes edificios? No, nunca.

Alisa piensa en todo ello en el momento en que toma aire en la entrada principal de su casa, notando un ambiente triste. En 1915 Londres ha sido bombardeada en varias ocasiones y por eso el ambiente no ha mejorado. Está a la espera de que suceda de nuevo para no tener esa ansiedad que se siente en la punta de los dedos.

—Mamá —se gira de inmediato al escuchar esa voz calma y se encuentra a Julieta, su hija más inexpresiva. Perdió todo tipo de gracia en ella y eso que solo tiene doce años—. El señor Morris está gritando, quiere anestesia. Está amenazando con suicidarse delante de Esmeralda. Creí que lo mejor sería que se entere. No sería buena idea tener un muerto, sueltan un olor enfermizo.

—Qué raro, no lo he escuchado... Le tendré que dar una sobredosis.

—¿Lo matará?

"¿Tengo alternativa?" se pregunta tras haber pasado por cuatro episodios de psicosis por parte de ese soldado, quien los está haciendo gastar los recursos que ya no tienen. No le gusta la muerte, pero si demuestra sensibilidad, los soldados inútiles (aquellos que solo se quedan en la ciudad y no hacen nada más que molestarla) volverán a reclamarle su uso constante de medicamentos que no le pueden seguir trayendo.

Hace el ritual de la forma más calma posible mientras Julieta, la única hija que soporta todo tipo de suceso, anota la fecha de muerte: 16 de agosto de 1916 junto al horario: 12:23. Está acostumbrada a la rutina.

Alisa sale de la habitación donde no hay olor a muerto porque el cuerpo está tirado en la calle. Hay jóvenes que pasan a recoger cada tres días a los muertos del hogar. Este año hubo bastante disturbio, pero el año pasado fue peor. Se acumulaban por día veinte cuerpos.

—¡Madreeee! —se escucha la voz de uno de sus hijos mayores, Ian, tan gritón como siempre—. Vito dice que tengo que bañar a los viejos meones, dime que no, por favor.

Aquel joven, se acerca demasiado a su madre y ruega por "compasión". Ella solo suspira, mostrándose mucho más compasiva con él que con su propia hija a la hora de consolarlo con una caricia y decirle que "tiene que ayudar a su hermano". Actúa como una madre ideal para todos... menos para Julieta, quien frunce un poco el ceño, pero evita todo tipo de sentimiento mirando hacia un costado.

—Madre, no quiero, él es tan serio y silencioso. Recién descubrí que no es mudo. No va a ser divertido hacer el trabajo con él. Aparte, me dan asco los viejos —insiste en su postura.

"No son viejos" piensa ingenuamente Alisa mientras ladea la cabeza, pero intenta quitarle la importancia a ese tema. No entiende cómo le pudo salir un hijo tan poco responsable con la crianza que ella le ha dado. "Sus genes deben ser más fuertes que los de su mellizo".

—Ya estás por cumplir dieciocho años, Ian, deberías preocuparte por saber ayudar en casa.

—Siempre ayudo.

—Tu ayuda no tiene la misma relevancia que la de tu mellizo. Necesito que me des una mano en los sectores más precarios, de lo contrario, los soldados vendrán a buscarte.

Los ojos verdosos de aquel muchacho de cabello castaño, casi rubio, se iluminan con la última parte del discurso. Él sí que desea formar parte del ejército, luchar en primera línea y todas las tonterías que tiene idealizada como cualquier joven nacionalista. No se da una idea de cómo esa vida podría ser.

Para no sentirse peor, Alisa termina la charla llamando a Esmeralda, la joven con la que peor se lleva Ian, y pidiéndole que le dé una ayuda a la hora de bañar a los soldados más convalecientes. Ella acepta con una sonrisa y lo guía entre regaños. Tiene una personalidad curiosa que alegra la casa.

Se los queda viendo mientras se van y presiona un poco su brazo. No quiere que Ian vaya a la guerra, pero tampoco sabe cómo expresar su preocupación. ¿Él siquiera la escucharía? Siempre fue un joven muy imprudente.

Al sumergirse tanto en sus pensamientos, se pierde por completo de sus sentidos. No es capaz de sentir las pisadas detrás de ella ni mucho menos de escuchar su nombre en unos labios que siempre deseó. No se da una idea de quién está detrás y, por eso, a la hora de darse la vuelta, se ve envuelta por el recuerdo de Steve Green. No, no solo su recuerdo, sino que él mismo.

—Alisa, tan hermosa como siempre —dice con una sonrisa simpática y no se puede creer que esté cargando con una caja de medicamentos sin expresar dolor por la pierna que arrastra.

Siempre se vio igual de "heroico y valiente". Eso es algo que lo sabe a la perfección.

El problema es que no esperaba que ese hombre volviera a ella y por eso mismo le causa un dolor en el pecho verlo con su traje militar destrozado y notoriamente dañado. Ni siquiera esperaba volver a verlo cuando se marchó en el día lluvioso, a pocos meses del inicio de la guerra.

Hay algo raro en su cuerpo, algo que tiene que controlar. Hay amor reprimido al notarlo tan cerca, con sus mismos ojos notorios por la calidez que transmiten. No se da una idea de que Steve no está siendo cortés a la hora de decirle hermosa. Él está pasando por el mismo impacto que ella, solo que es mejor fingiendo decencia; Alisa siempre fue mala a la hora de actuar como él.

—Deme las cajas —dice de repente, tomando entre sus manos la pesada caja de medicamentos, pero Steve la frena.

—Por favor, no quiero que lo primero que haga al verla sea darle esta caja tan cargada.

—Acabo de matar a alguien por falta de medicamento, no me moleste.

—No planeo molestarla... Quiero ayudarla.

—No me está ayudando.

—Por favor...

—¡Déjeme en paz, debería estar muerto!

Las palabras salen de su boca al sentirse bloqueada emocionalmente y no puede evitar la culpa al notar el malestar del rostro ajeno. Aunque Steve lo intente ocultar, cuando se siente mal es incapaz de no sonreír con tristeza.

Ambos se sienten mal por ese primer intercambio, pero Alisa no se frena. Nunca se retracta de lo que hace, incluso si se arrepiente. Razón suficiente para perderse de la vista de Steve y dejarlo a manos de Julieta, quien estaba presenciando todo, esperando la breve señal de manos para meterse en el conflicto.

La joven se acerca a su "tío" y lo guía hasta su sala, la sala de menor urgencia. Lamentablemente había muy pocos soldados allí.

—¿Qué pasa con todo esto? ¿Cómo pueden vivir con el olor a muerte encima? —pregunta, genuinamente preocupada por ella y sus hermanos.

—Los chicos suelen llevar consigo un pañuelo con fragancia cítrica —explica, sin resolver sus dudas.

—¿Y tú?

—Yo... puedo soportarlo.

El titubeo, digno de una niña que aún no puede fingir la insensibilidad, le saca una mueca a Steve, pero esta empeora cuando aquella le pone la pierna en su lugar, logrando sacarle un grito.

—Tenía que hacerlo —se excusa, recibiendo solo un pulgar arriba—. Lo mejor será que descanse.

—No, todos están durmiendo y ya no duermo sin ruido. ¿Podrías charlar con tu tío? Has crecido mucho, dejáme decírtelo.

Su simpatía siempre hizo sentir cómoda a Julieta, razón suficiente para que se siente a su lado y se digne a hablar con él, aunque, claro está, ella no va a hablar al menos de que le hagan preguntas. Antes no era así, por eso le extraña un poco a Steve, pero no la juzga.

Sabe que tener que lidiar con Alisa debe ser muy duro.

—¿Cómo estás? Me alegra verte con salud.

Eso es lo único que le nace decirle, debido a que no está del todo conforme con la actitud de la chica. No le gusta ver una segunda versión de Alisa, no cuando la recordaba más alegre.

Incluso se cuestiona si no será toda imaginación suya. Al fin y al cabo, lleva dos años en la guerra y su memoria está destrozada, peor que antes. Ahora necesita urgentemente de su lista de responsabilidades; lo difícil es cuando está en el frente y no puede escribir lo que hará luego porque sus manos tiemblan.

—Estoy bien —murmura mientras lo cura, desinfectando sus heridas.

Es demasiado madura, tanto que lo perturba un poco.

—¿Y... tus hermanos? Dios, extraño mucho a John y a Edwar, ¿podrías pedirles que vengan?

Esos dos nombres generan que la niña haga un microgesto. Una leve señal de lo que está por anunciar. Algo que Steve quiso ignorar.

—Se lo pediría de no ser que están muertos, tío.

Un escalofrío recorre todo el cuerpo de Steve.

Muerte y más muerte por donde sea que vaya. No puede evitar la muerte de sus compañeros, ¿cómo se atrevió a pensar que podría evitar la de dos niños tan pequeños? Claro que no tenía sentido alguno.

Traga en seco, intentando encontrar algo en lo que motivarse o a que aferrarse. Pero la oscuridad de Julieta no es buena compañía.

—¿De qué... murieron?

—Supongo que de frío o de hambre.

—¿Supones?

—Mamá los echó a ambos.

No podía decir algo como eso sin sonreír o bromear. ¿Cómo se atreve a confesar algo así? No tiene sentido, la mujer que conoce no es una arpía despiadada, solo está lastimada... Pero él había conseguido un avance enorme, estaba mejorando un montón.

¿Cómo todo el avance se puede perder en tan solo dos años? ¿Tan mal hace la guerra?

Lo peor de todo es que ni siquiera deja de amarla ante tal confesión. Sigue siendo tan ingenuo, que se duerme esperando que todo eso sea mentira. Que aquellos chicos sigan con vida.

No importa cuán poco probable sea, él quiere creer que no los perdió.

La guerra no puede arrebatarle todo lo que ama.

Nota de autora

Llevo cuatro años escribiendo esta novela y finalmente me está gustando la adaptación que le hice (porque ha mutado bastante el nombre y la trama a lo largo del tiempo). Espero que ustedes sientan la misma emoción que yo. Recuerden que esto es una novela de ficción histórica, algunos datos pueden no coincidir con la realidad. Es difícil encontrar la información exacta, pero ando averiguando lo más posible.

Les dejaré en todos los capítulos una ilustración de algunas escenas y de algunos personajes de por sí. Así que acá está el tonto Ian junto a Alisa en su charla. No se quejen del fondo, la IA no me entiende del todo :')

Y, para darles más emoción, aquí un retrato de Steve Green: 

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