🏵️ {Ther} 🏵️


—¿Te apetece cenar conmigo? —me pregunta mientras me ofrece una copa de vino blanco.

Los ojos se le iluminan, se nota cuánto le apetece. Y a mí también. Hemos pasado una buena tarde juntos y tengo buen material para mi libro. Solo me queda hacer unas cuantas fotos, pero quiero hacerlas mañana por la mañana. Las pinturas de Rodrigo son espectaculares y con la luz adecuada, todavía más.

—Mientras invites o cocines tú, encantada —le digo, mientras saboreo un sorbo del vino. No me gusta nada cocinar y menos después de un día tan largo como este...

Rodrigo me sonríe con esta calidez con la que lo hace siempre y se pone en marcha.

Comienza a poner la mesa del comedor y luego se va hasta la cocina. Le pregunto si quiere ayuda, pero se niega a ello y me dice que lo tiene todo listo y a punto.

Ha preparado una quiche de verduras que está buenísima. La verdad es que cocina de maravilla. Durante la cena la conversación fluye sola y por una vez no gira entorno a mí. Me halaga que siempre me escuche y siempre esté dispuesto a hacerle caso a todas mis neuras, pero me encanta que hoy se haya decidido a contarme un montón de anécdotas de infancia y juventud.

Aunque estoy disfrutando mucho, empiezo a recoger mis cosas, ya es hora de irme para mi casa. La libreta dónde he tomado notas, la grabadora, el fular... Lo pongo todo dentro de mi bolso que me he dejado en la entrada del piso. Mientras lo hago, oigo a Rodrigo.

—¿Hacemos una última copa? —pregunta.

Me giro. ¡Ostras! ¿Otra copa? Me apetece... pero...

—Bff... Es un poco tarde, ¿no?

Se mira el reloj y sonríe:

—Tampoco tanto, ¿no?

No puedo evitar que la risa se me escape. Siempre que digo de marcharme, ofrece hacer la última.

—Rodrigo... eh... necesito descansar... —intento razonar.

—Es viernes, eres tu propia jefa y vives muy, muy cerca —hace un gesto, señala con el índice hacia el suelo y me río—. En el piso de abajo, concretamente. Además, no has terminado todas las fotos que querías hacer...

No puedo evitar poner los ojos en blanco. Y dejo el bolso en el suelo, esto es muy divertido. ¿De verdad quiere usar las fotos como excusa?

—Tampoco creo que sea el momento, a no ser que quieras que todas salgan negras...

Ríe como un niño chico al que le pillan tras una trastada.

—Bueno, pero si te quedas... te sigo contando más cosas.

¡Oh! ¿Todavía guarda más batallitas? Esto podría ser interesante... Aunque decido jugar un poco y tomarle el pelo.

—¿Más? —Pongo cara de fingido horror—. Tengo información cómo para cinco libros —y me río mientras me agacho a consultar si tengo mensajes urgentes en el móvil.

Él también se ríe pero veo la decepción en sus ojos. ¡Es tan tierno! Me acerco de nuevo a la mesa mientras le digo:

—Venga, no tengo mensajes, acepto esa copa. Pero flojita que sino no sé si encontraré mi cama...

—Bueno... no hace falta que la encuentres, aquí arriba tengo una cama grande y cómoda...

—Sí, ya, Rodrigo. Sólo U-N-A —Le digo con toda la intención, mirándolo elocuentemente.

Sé perfectamente lo que ocurre en su dormitorio, aunque nunca he estado allí, porqué él no me lo ha ocultado nunca. Solo usa la cama para dormir si está solo, cosa que no ocurre a menudo. Y no es que me moleste, porque creo en la libertad sexual mientras todo sea adulto y consentido, pero a mí me van otro tipo de relaciones... Aunque Rodrigo me gusta, me hace reír y me siento muy cómoda a su lado, no quiero quebrar nuestra amistad. Y mira que me halaga esa dulzura con la que se insinúa...

Me mira fijamente un momento, con una media sonrisa y se marcha a la cocina. Le sigo y le observo mientras prepara las copas. Lleva la ropa con la que ha estado pintando por la tarde, Una camisa vieja donde se mezclan manchas de pintura de todos los colores, que se ajusta como un guante a sus hombros anchos y unos tejanos deshilachados que le caen un poco de la cintura, insinuando un culo que quita el hipo.... Me siento en el banco de la cocina. Él pone los vasos encima de la mesa y se sienta a mi lado.

Bebemos uno al lado del otro sin decir nada. Él es quién rompe el silencio:

—Ther, perdóname. Soy gilipollas. Si decides dormir en mi cama yo dormiré aquí en el banco, en el suelo o dónde tú quieras...

Le miro, sus ojos castaños brillan como dos chispas de fuego. Le pongo una mano en la mejilla y acaricio con suavidad el nacimiento de su barba. Me gustan las cosquillas que siento en los dedos... No quiero que se disculpe.

—No eres gilipollas... —susurro.

Estamos muy cerca y de pronto él me besa. Sus labios son carnosos y tienen el regusto a naranjada, pero me coge tan de repente que soy incapaz de corresponderle. Es un beso dulce, cargado de sentimientos que me abruman. Deshace el contacto, somos incapaces de aguantarnos la mirada. Abate la cabeza y niega.

—Sí que lo soy —dice con pesar—. Perdóname, joder. No sé qué me ha pasado, hace un segundo te digo que te respeto y aho...

Le pongo un dedo en los labios. No te disculpas cuando das un beso. Y no quiero que me pida perdón, cuando he sido yo la que no ha sabido corresponder. Le miró hondamente, quiero decirle que me gusta y que me encantaría que volviera a besarme, pero que quizás mañana nos íbamos a arrepentir...

—Venga, vamos a dejarlo. Mejor me voy —digo, ignorando mis instintos y me acabo la copa de un trago.

—No te vayas, por favor... —me ruega.

Me levanto; tengo que irme o... Un mareo me sube del estómago y me hace temblar. Sus poderosas manos me agarran y me hacen volver a sentarme antes de que me caiga.

—Espera, no quiero que te hagas daño. Te sirvo agua.

Apoyo los brazos en la mesa y hundo mi cabeza entre mis manos. Solo me faltaba eso, que crea que no sé aguantar una copita de nada.

—Bebe, te sentará bien —me dice con dulzura y preocupación.

Le hago caso. Tomo el agua a pequeños sorbos.

—He bebido demasiado rápido... —me disculpo avergonzada.

—Por favor, Ther, quédate —me implora con ternura, ignorando mi anterior comentario y se sienta a mi lado de nuevo.

Una risa suave y breve se me escapa. Me está costando tanto decir que no...

—No es buena idea, Rodrigo... Somos amigos y no quiero que se estropee...

Afirma con la cabeza, aceptando mi negativa.

—Como quieras. Pero quédate a dormir, así mañana ya estás aquí para terminar las fotos. Te prometo que sin tu consentimiento, no pasará nada.

Ahora sí que río abiertamente. Entonces le miro y no puedo evitar que salga mi tigresa interior:

—¡Claro que no! Si ocurre, mañana llevaré un collar con tus joyas reales.

Rodrigo ríe, y entonces lo noto. Quizás he estado equivocada con él... Pero antes de poderle decir nada más él me habla de nuevo:

—Venga, vamos arriba a descansar. ¿Qué te parece?

Ese breve cambio que he notado me empuja a decir que sí con la cabeza. Y me levanto con calma. Voy a recoger mi bolso, el mareo ya ha pasado. Luego iniciamos el ascenso por la escalera de caracol, es la primera vez que subo al segundo piso del dúplex, y cuando estamos arriba me queda absolutamente boquiabierta.

—¡Vaya! —exclamo—. Esto es increíble, Rodrigo.

—Sí... —responde con modestia.

No hay tabiques. Sólo un enorme dormitorio y un gran baño al fondo, separado por unas puertas de cristal traslúcido. Un gran ventanal ocupa toda la pared de la derecha y a la izquierda un fantástico armario de madera de cuatro cuerpos.

Pero lo más impresionante de todo es la cama, que parece un campo de fútbol. Hará tres metros de ancho, como mínimo.

Siento que me coge de la mano y me empuja suavemente mientras me dice en tono cariñoso:

—Venga, morena, que no muerde.

—Es inmensa... —digo casi sin aliento —, y tú que decías de dormir en el banco, ¡pero si es imposible que nos encontremos!

—Ya... Y ¿en qué lado te gusta dormir?—sonríe socarronamente.

Yo me muerdo el labio... no, no me vas a pillar:

—Duermo sola, así que prefiero... el medio.

Estalla en risas y con una reverencia humorística me dice:

—Entonces el medio es suyo, señorita. Ahora te presto algo para dormir.

Va hasta el armario y rebusca entre su ropa. Después me acerca una gran camiseta. Le doy las gracias y sin pedir permiso me voy al baño.

También es espectacular, todo negro, muy elegante. Me desnudo y me pongo su camiseta, es tan alto que me hace de vestido. Y eso que yo no soy pequeña precisamente.

Después me lavo la cara y me quito el maquillaje. Me miro la ducha antes de salir... Es impresionante. Imágenes sugerentes me vienen a la mente sin poder evitarlo. Antes me ha parecido que quizás... Sacudo la cabeza y me riño a mí misma. No.
Necesito dormir.

Cuando salgo, Rodrigo está plantado a mi derecha, cerca del armario. Casi no lleva ropa. Intento no mirarle demasiado, desviando la mirada y mordiéndome ligeramente el labio inferior, paso a gran velocidad hacia el lado contrario de la habitación y de la cama. Cerca de la ventana.

Mientras poso el bolso en el colchón oigo que me dice:

—¿Quieres ducharte?

El corazón se me salta un latido, seguro que ha visto como me miraba la ducha. Entonces aprovecho para hacerme la ofendida:

—¿Ahora? ¿A las dos de la madrugada? —alzo una ceja y me río burlonamente.

Rodrigo abate la cabeza y entra en el lavabo. No cierra la puerta y oigo como el agua empieza a correr. No lo puedo evitar, giro la cabeza y le observo. Está medio agachado hacia el lavamanos, frotándose vigorosamente la cara. Tiene todo el cuerpo en tensión, brazos, espalda, gemelos, muslos... los pantalones cortos se le pegan a los glúteos como una segunda piel... Se me seca la boca. Me vuelvo a reñir a mí misma, tengo que pensar en otra cosa.

Me siento en la cama de espaldas a él y me pongo a doblar mi ropa para que mañana no sea un boñigo inservible. También aprovecho para enchufar el móvil porque estoy casi sin batería.

De repente oigo como si se hubiese puesto a llover torrencialmente. Por un momento me asusto, hasta que comprendo que Rodrigo se ha metido en la ducha. Y dejo de resistirme, de autocensurarme. Me saco la camiseta y la dejo esparcida en la cama, voy al baño completamente desnuda.

Cruzo las puertas de cristal abiertas y giro hacia la derecha, donde está la ducha. Le veo de espaldas a mí, plantado en medio del inmenso y llano plato de pizarra con el sumidero plateado bajo sus pies y el agua saliendo en cascada desde el techo. Le moja el pelo y el cuerpo como si fuera lluvia. No sé si me ha oído llegar o no, pero no se mueve un ápice.

Me acerco y me abrazo a él por su espalda. El agua está helada. Contengo un grito mientras me protejo lo que puedo con su cuerpo frío y busco a tientas los grifos en la pared para poner el agua caliente. No tarda demasiado en cambiar la temperatura a tibia y luego pasa a caliente sin quemar. Mucho mejor.

Retiro mis brazos lo justo para agarrarme a su cintura y poder alzarme de puntillas para susurrarle al oído:

—Ya que te empeñas en ducharte a las tantas, igual prefieres hacerlo en compañía...

Pego aún más mi cuerpo al suyo, como si quisiera fundirme con su piel. Siento como sus glúteos, duros y redondeados, chocan con mi vientre y mis manos resbalan hacia su abdomen y suben hacia el pecho. Casi hasta la garganta, le acaricio brevemente la nuez y empiezo el descenso. Vuelvo al inicio, al abdomen, y continúo bajando.

Me apodero de su masculinidad relajada, y lo hago con ambas manos, moderando la fuerza. Emite un suspiro involuntario, un golpe de aire. No se lo esperaba.

Sonrío en silencio y dejo que la tigresa salga de nuevo de su jaula:

—Que sepas que estoy tomando medidas por si al final sí que tengo que hacerme la alhaja...

Ríe mientras su cuerpo padece una sacudida y el miembro se le endurece con violencia. Aun se acerca con más convencimiento a mis manos. Y comprendo que sí que he estado equivocada con él todo este tiempo y que quizás sí que va a ser una buena mariposa para mi felina interior.

—Eres transparente, para mí... —musito.

Y siento que su cuerpo se relaja como si un barco que iba a la deriva encuentra puerto, mientras su virilidad continúa en plenitud, bien dura, apuntando casi al techo.

Con un gesto suave hago que se gire, al romper nuestro contacto el agua de la ducha me moja el escote y las ganas. Le observo fugazmente: los ojos marrones me miran con gratitud y felicidad y sus labios carnosos sonríen laxamente, invitándome, tentándome... Agarro impulso para colgarme de su cuello y lanzarme directa a sus morros.

Su boca me recibe cálida y se abre enseguida. Nuestras lenguas se buscan y se encuentran una vez y otra sin fin. Hablan su propio lenguaje, provocando, insinuando lo que quizás vendrá después. Cruzo mis dedos en su cuello, enredándome en su cabello corto y mojado.

Sus manos me acarician las caderas y después se elevan espalda arriba, resiguiéndome la columna, vértebra a vértebra. Me encanta. Es uno de mis puntos débiles y soy como mantequilla caliente bajo sus dedos.

Rompo el contacto cuando estoy a punto de ahogarme e intento enfocar la mirada turbia, sin lograrlo, mientras mis pies vuelven a ponerse planos. Una sonrisa idiota se me instala en la cara mientras resuello, intentando recuperar el aliento.

Veo la mirada de Rodrigo perdida entre mis pechos... Le coloco un dedo bajo la barbilla y se la levanto hasta que nuestros ojos se encuentran. Alzo una ceja, pero veo su excitación por mí y soy incapaz de sentirme ofendida.

Mi tigresa pasea libre en mí y sigo dejando que domine la situación. Alzó los brazos, poniendo mis manos en sus hombros, hago presión para que se postre delante de mí. Él se arrodilla entre mis piernas y empieza a hacerme besitos, lametones y mordisquitos en mis muslos. Su barba me hace cosquillas que me hacen temblar de gusto. Sus grandes manos, ligeramente callosas, me resiguen las piernas desde los tobillos hasta las caderas y luego me rodean las nalgas.

Dulcemente me eleva una pierna, colocándola sobre su hombro. De repente noto como su lengua se adueña de mi intimidad. A duras penas contengo un gemido de placer. ¡Oh! Qué ganas...

Mis manos se apoyan en su cabeza primero y luego se aferran a su pelo. Él emite un graznido de deleite. Mientras yo navego en el mar de mi propio deseo entre las olas de placer, con los ojos cerrados y mordiéndome los labios para dominar la pasión.

La intensidad de sus labios sorbiéndome y su lengua resiguiéndome los bordes y todos mis recovecos me arrastran con furia a un espiral ascendente de placer sin límites.

Y cuando creo que ya no puedo subir más arriba, noto como me sopla con suavidad y después succiona con firmeza y todo mi interior se contrae y se hace líquido. Y él, con el poder de la experiencia, en el momento justo empuja uno de sus dedos dentro de mí.

Las caricias íntimas y precisas me llevan al precipicio. Y sucumbo entera, caigo haciendo volteretas de campana... Me estremezco y el corazón me quiere salir del pecho, sobre revolucionado.

Pasa un rato hasta que vuelvo a la Tierra, al dúplex, a la ducha... solo entonces soy consciente de que el agua nos continúa salpicando y gotea piel abajo.

Él sigue postrado a mis pies. Le miro brevemente, está excitado pero no dice nada, ni siquiera me mira. Ni cuando estira el brazo para cerrar el agua, levanta la vista del suelo.

Salgo de la ducha y, sin pedir permiso, cojo la toalla que se había preparado para él y me envuelvo. Me acerco a los pies de la cama y me siento; las piernas aún me tiemblan.

Rodrigo me ha seguido y se sienta tras de mí. Está completamente desnudo, pero parece que no le importa y a mí, tampoco. Me coge fuertemente la parte superior de los muslos, justo por debajo de las caderas y me estira contra él.
Quedamos muy juntos, solo separados por la tela de rizo. Siento su erección en la parte baja de mi espalda. Me complace ver que aguanta tanto sin exigir nada a cambio.

Me pone sus grandes manos en el cogote, donde nace el pelo, y enreda sus largos dedos en mi cabello húmedo. Me peina la melena morena sin peine, siento los mechones que se escurren por entre sus dedos. ¡Oh! Me encanta...

Apoyo la espalda sobre su pecho y noto que me retiene con fortaleza mientras sus dedos continúan paseando por mi cabeza. Dejo que la tentación actúe, dejando caer mi cuello hacia atrás, sobre su hombro. Él retira sus manos con suavidad, las deja resbalar por mis brazos. Tengo la nariz muy cerca de su cuello y el aroma de su piel me inunda las fosas nasales.

Lentamente me besa, primero con mucha ternura y luego gana intensidad. Sus labios carnosos atrapan los míos y nuevamente nuestras lenguas se buscan y se encuentran. Entonces paro.

Me separo y me levanto, dejando caer la toalla que aún me envuelve, con sensualidad. Me pongo la camiseta de nuevo y me tumbo a bastante distancia de él; ignorando sus miradas de deseo.

No tarda en acercarse y abrazarme.

—Es muy tarde y mañana quiero estar descansada —le digo frenándole las manos y las expectativas.

Le veo la frustración y sonrío por dentro. Después le leo clarísimamente los pensamientos: cree que por echar un polvo no pasaría nada, sería una liberación de tensiones y listo, pero ha llegado la hora de mostrarme tal y como soy:

—Sé que piensas que podemos seguir, que no pasaría nada, que somos adultos...pero yo no soy como ellas.

—¿Ellas? —pregunta y me mira con cara de desconcierto, como si se hubiera tragado un sorbo muy amargo.

—Yo no soy un trofeo que se consigue y se pone en la vitrina de los recuerdos para luego seguir haciendo vida normal como si nada hubiese ocurrido —respiro para decirle todo lo que pienso de verdad—. No soy como todas esas que llaman al telefonillo equivocado cada viernes y salen el domingo con una sonrisa idiota, como si hubiesen cazado al cazador... No soy una chica de fin de semana, Rodrigo. A mí me gusta mandar y que me sigan el ritmo. Que peleen sin descanso por mí, pero sin agobios. Y ahora... —He ido aumentando el tono de voz y suavizo con un pequeño resoplido—, ahora quiero dormir.

Él sonríe y vocaliza un "de acuerdo" mudo, haciendo que sí con la cabeza y se tumba al otro lado de la cama, lejos de mí.

Me vence el sueño...

Por la mañana mi tigresa reposa tumbada y se relame las patas con lentitud. Sonríe inmensamente. Está feliz porque sabe que otra vez más se ha comido una mariposa y eso la complace enormemente. Y yo vuelvo a cerrar la puerta de la jaula cuando los primeros rayos de luz se cuelan por los barrotes, proyectando sombras alargadas que poco a poco se difuminan y se desvanecen.

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